Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil sellados. De la tribu de Rubén, doce mil sellados. De la tribu de Gad, doce mil sellados. De la tribu de Aser, doce mil sellados. De la tribu de Neftalí, doce mil sellados. De la tribu de Manasés, doce mil sellados. De la tribu de Simeón, doce mil sellados. De la tribu de Leví, doce mil sellados. De la tribu de Isacar, doce mil sellados. De la tribu de Zabulón, doce mil sellados. De la tribu de José, doce mil sellados. De la tribu de Benjamín, doce mil sellados» (Ap. 7:4-8).
Evidentemente en todo tiempo han surgido altercados y debates teológicos con la finalidad de dilucidar la verdadera identidad de los 144.000 (hekaton tesserakonta tessares chiliades, gr.). Estos 144.000 son los individuos sellados que aparecen en el capítulo 7 del libro de Apocalipsis («El número de los sellados», ton arithmon tön esphragismenon, gr.). Es claro suponer que esta cantidad es realmente un número real porque Juan «oye el número de los sellados» que son 144.000, los cuales pertenecen a todas las tribus de los hijos de Israel («De todas las tribus de los hijos de Israel», ek päsës phulës huiön Israël, gr.). Quienes apoyan el método simbólico de interpretación llegan al punto de aceptar que el número 144.000 representa una incontable cantidad de personas de todas las naciones, pueblos y etnias del mundo. Esto no es lo suficiente para alegar de manera convincente que tal número sea un símbolo sin otra opción o alternativa interpretativa, porque es un resultado aritmético bien especificado; es el resultado de la suma total de los hijos de Israel por cada tribu: 12.000 y 12 respectivamente. Por otro lado, otros estudiosos de las escrituras entienden que el número 144.000 representa la «Iglesia de Cristo», llamándola también «el Israel Espiritual». Cabe decir que la «Iglesia de Cristo» nunca ha sido identificada en la Biblia con la nación de Israel. El término «Israel» no es usado en ninguna parte del Nuevo Testamento como sinónimo de «Iglesia de Jesucristo». La palabra «Israel» fue un título conferido a Jacob que significa «Príncipe de Dios», palabra que señala a los descendientes físicos de este patriarca exclusivamente; por lo tanto, nada tiene que ver este término conferido especialmente a él con la «Iglesia de Cristo». Hay tres condiciones importantes para ser un «hijo de Abraham». La primera: La descendencia física o natural, la cual está limitada a la descendencia física de Jacob y nos referimos a la nación de Israel. A esta nación de Israel, el Señor Jehová le prometió ser su «Dios». Fue el Israel natural el que recibió la Ley: «el decreto plasmado por el dedo divino en la piedra». Al que se le dio la tierra: «la de Cannán prometida». La segunda: Hay un linaje o descendencia espiritual dentro del natural. Este linaje es «el que guardó la Ley con celo, sujetándose a sus mandatos con temor de Dios». Es para este linaje «la promesa de la herencia terrenal» (Gn. 17:9), ya qué: «no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios»:
«No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro.9:6 -8).
Y la tercera: Hay una descendencia espiritual de Abraham que no pertenecen al Israel natural. Para tal es la promesa que dice: «y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3). Esta «descendencia espiritual» de Abraham o hijos de Abraham está compuesta por individuos de las naciones gentiles ajenos a la promesa hecha en un principio a la nación de Israel, al pueblo físico, pero que han sido acercados a esta promesa por la sangre de Cristo para ser «hijos o descendencia de Abraham»:
« En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo» (Ef. 2:12-13).
« Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Ga. 3:29).
«Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo…» (Ro. 11:17).
El olivo natural, el olivo silvestre, y las ramas desgajadas:
Ramas (kladön, gr.), fueron desgajadas (exeklasthësan, gr.), refiriéndose a los judíos naturales que no son israelitas, ni hijos de Abraham por ser extraños a la promesa, porque Cristo, «a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Jn. 1:11). Estos judíos naturales que no han creído en el Cristo del Nuevo Testamento, han sido desgajados del tronco del árbol natural. Este árbol representa el verdadero Israel espiritual que involucra tan sólo a las personas de nacionalidad judía y no a los gentiles, porque de este olivo natural han sido desgajadas las ramas naturales, la descendencia natural judía por el motivo de la incredulidad. El gentil convertido, es el «olivo silvestre» (agrielaios ön, gr.) injertado. Pablo utiliza aquí la figura o el ejemplo de las personas de la antigüedad que injertaban el olivo silvestre en un olivo viejo y natural para darle el suficiente vigor, aunque las aceitunas que se producían no fuesen de la misma calidad que las del tronco original. Pablo enfatiza que es en «contra la naturaleza» (para phusin, gr.) injertar el olivo silvestre en el olivo natural (el Israel espiritual). Este proceso trae como consecuencia que el olivo silvestre injertado, el gentil convertido, venga a ser descendencia espiritual de Abraham pero no una parte del Israel espiritual que nada más incluye la línea judía genuina que ha creído en Cristo. El olivo silvestre injertado, es uno que participa de la raíz y de la rica savia del olivo natural, traduciéndose esto telescópicamente en las futuras bendiciones terrenas, según la promesa hecha por Dios a Abraham antes del establecimiento de Israel como nación. El olivo silvestre representa en este símil a cada uno de los creyentes de los demás linajes nacionales fuera del Israel físico; son los que formalizan o componen «a todas las familias de la tierra» como atrás dijimos. El olivo silvestre injertado en el olivo natural, es cada uno de los hijos de Abraham acercados por la fe en Cristo a la ciudadanía de Israel, herederos según la promesa.
El pacto que Dios hizo con Abraham recae en su descendencia física que es Israel, no en otros linajes o razas de la tierra. Este pacto le incumbe además al primero la tierra prometida, la de Canaán. Este pacto, es uno hecho por Dios al caldeo Abram (procedía de la Ur de los Caldeos. Véase Gn. 11:31), antes que fuese llamado «padre de muchas naciones» (Abraham). Miremos a continuación:
«Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido (Gn. 12:7).
«Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada» (Gn. 13:15-16)
«En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los admoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos (Gn. 15:18-21).
«Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos» (Gn. 17:7-8).
Sin duda esto nos señala que los creyentes han venido a establecerse como «una» descendencia de Abraham, en el sentido espiritual: son sus hijos por la fe en Jesucristo (Ga. 3:28), porque « Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Ga. 3:29). Hay una notable línea de separación entre el Israel natural y los gentiles en el Nuevo Testamento (véase por favor Hech. 3:12; 4:8; 21:28; Ro.10:1). Existe una clara e irrefutable diferencia entre judíos creyentes o judíos cristianos y gentiles creyentes por lo que vemos en Ro. 9:6. Pablo contrasta la promesas que son de Israel natural con las que pertenecen al Israel espiritual que ha entrado en ellas a través de la fe (Ro. 9:6-.8). Cualquier semejanza o proximidad que tengan lo individuos que componen la Iglesia es porque han alcanzado la preciosa promesa del pacto de Dios hecho con Abraham en su posición como creyentes en Cristo en el «nuevo nacimiento» porque: «…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 3:5). Así que, por medio de la fe de Cristo, los cristianos gentiles son bendecidos con el creyente Abraham al ser justificados en esta fe (Gal. 3:8-9), «para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu» (Gal. 3:14).
Cristo dijo a sus paisanos que el reino de Dios sería quitado de ellos y que sería dado a la gente que produjera los frutos de él, hablando de los gentiles:
«Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él» (Mt. 21:43).
En el capítulo 11 a los romanos (Ro. 11:26-27) Pablo nos explica que Israel será restaurado en su salvación venidera. Israel tomara su lugar prometido desde la antigüedad cuando las ramas naturales desgajadas sean injertadas «de novo» en el olivo natural (Ro. 11: 23-24). Pablo les pide a los creyentes gentiles de Roma que no sean «arrogantes en cuanto a ellos mismos» por tener el lugar de honor y privilegio que les correspondía a los del pueblo judío y que les fue quitado por su incredulidad. Esta situación nos lleva a pensar y creer que no es probable que este «Todo Israel» tenga algún nexo con la Iglesia de Cristo. «Todo Israel» (päs Israel, gr.). Es interesante por otro lado admitir que el empleo de «päs» en contraste con «apo merous», plëröma aquí en contraste con plëröma en Ro. 11:12, arguye a favor de que se trate, no de la Iglesia, sino del pueblo judío «como un todo», cuyo «Libertador» (ho ruomenos, gr.) será en los últimos días el Señor Jesucristo «Que apartará de Jacob la impiedad» (Ro. 11:26).
Pablo escribe en su carta a los efesios que de los dos pueblos, tanto del judío como del gentil, «ha sido derrumbado el muro, la pared intermedia que un día los separó (to mesotoichon tou phragmou lusas, gr.), para hacer uno solo, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por la sangre de Cristo» (en töi haimati tou Christou, gr.). No hay la menor duda que el apóstol Pablo habla aquí de la Iglesia del Señor.
«Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades» (Ef. 2:13-16).
Los 144.000 tampoco es el número de los judíos que serán hechos salvos durante el período de la gran tribulación final. Si bien el libro del profeta Zacarías narra que «dos terceras partes» del pueblo de Israel serán cortadas, es decir destruidas, y «una tercera parte» conservada, es imposible que esta «tercera parte» esté integrada por un número herméticamente cerrado de 144.000 persona judías, para el caso, salvas, si consideramos que Zacarías está hablando de los individuos de la nación judía en general pero expresados en «partes» para ese tiempo futuro (Zac.13:8-9). Cómo esta profecía es escatológica, es lógico deducir que no abarca a los santos judíos de todos los tiempos. Es absurdo concebir, por así mencionarlo, una nación de Israel de menos de “500.000” personas judías en total, tomando en cuenta que las «dos terceras» partes de los individuos judíos se perderán y «una tercera parte» judíos será salva, es decir, 144.000, si fuese esto verdad. Esta «tercera parte» es tan sólo una porción del «remante» mencionado por el apóstol Pablo en el capítulo 9 de su epístola a los romanos. Esta profecía de cumplimiento aun futuro, no contempla a ninguno de los judíos creyentes de la vieja dispensación que es la de la Ley, ni a todos los que pertenecen a la nueva dispensación que es la de la Gracia (Ro. 9:27; Ro. 11:3-4; Ro. 11:15).
Hemos dicho que no todos los que descienden de Israel son «israelitas», sino los que son hijos de la promesas son contados como «descendientes». Nuevamente los mismos textos ya leídos un poco más arriba:
«…En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro. 9:7-8).
Los144.000 hijos de Israel formarán parte de un grupo muy singular y especial para la obra de Dios, seleccionado para predicar el evangelio de Jesucristo a los malvados e incrédulos en la gran tribulación final porque: «guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (véase Ap.12:17). Vale la pena recordar que el capítulo 12 de Ap. describe la mortal y satánica persecución de la nación israelita y de «el resto de su descendencia», además de su provisión de parte de Dios. Lo más seguro que el grupo de los «144.000» israelitas se sellará para garantizarle una efectiva protección contra una naturaleza iracundamente convulsionada, contra los grandes y temibles disturbios cosmológicos que serán manifestados en la faz del mundo a causa del justo juicio de Dios, activado por la orgullosa rebeldía del hombre. En Ap. 7:2, 3 vemos que el ángel que sale del Oriente se le ha ordenado sellar primero a los hijos de Israel antes de provocar estragos en el ecosistema terrestre:
«Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios» (Ap. 7:2-3).
No obstante, este sello en la frente no le conferirá una protección garantizada contra la incansable persecución asesina del «hijo de perdición» (el Anticristo escatológico, véase caps. 12 y 13 de Apocalipsis). En teología el acto de «sellar» esta relacionado con «protección» y «propiedad» («hayamos sellado», sphragísômen, gr.). Cuando Cristo fue sepultado por la autoritaria sugerencia de los fariseos, pensando con malicia que tal vez los discípulos pudieran sustraer el cuerpo del Señor de la tumba, la boca de ésta fue ocluida y sellada por orden de Poncio Pilatos. Por este hecho la tumba donde el Señor Jesucristo yacía inerte fue establecida como una propiedad bajo la protección del gobierno romano:
«…diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia» (Mt.27:63-66).
El Señor tiene grandes y hermosos propósitos para la nación de Israel en los últimos tiempos, antes del fin de los fundamentos terrenales que han inducido a miles ha dejar o rechazar el principio divino sin temor ni conciencia. Los 1400.000 judíos, 12.000 de cada tribu, serán convertidos a Cristo en la época de la gran tribulación final. El texto expone con mucha claridad esta verdad soberana. El detalle preciso de la lista es tan contundente e innegable al respecto.
La omisión de Dan y Efraín
Por otra parte se cuestiona «el porqué» de la excusión de las tribu de Dan como la de Efraín. Tendremos en mente, ante todo, que la tribu de Judá aparece al principio de la lista porque de tal procedió el Mesías Salvador, el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo:
«Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos» (Ap. 5:5).
«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos» (Mt.1:1-2).
La mayoría de los expositores bíblicos acuerdan que la tribu de Dan no aparece en la lista a causa de su acentuada actividad idolátrica (Jue. 18:1-31; 1 R. 12:28:30):
«Y llamaron el nombre de aquella ciudad Dan, conforme al nombre de Dan su padre, hijo de Israel, bien que antes se llamaba la ciudad Lais. Y los hijos de Dan levantaron para sí la imagen de talla; y Jonatán hijo de Gersón, hijo de Moisés, él y sus hijos fueron sacerdotes en la tribu de Dan, hasta el día del cautiverio de la tierra. Así tuvieron levantada entre ellos la imagen de talla que Micaía había hecho, todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo» (Jue.18:29-31).
Otros han elucubrado para concluir, en base a una leyenda tradicional histórica y a un texto del libro del profeta Jeremías, que la tribu de Dan no se encuentra incluida en la lista porque de ella habrá de proceder el Anticristo Final, según palabras de Ireneo de Lyón. Veamos, pues:
«Desde Dan se escucha el resoplar de sus caballos; toda la tierra temblará ante el relincho de sus corceles. Vendrá a devorar el país y todo cuanto hay en él: sus ciudades y sus habitantes» (Jer. 8:16).
«Por este motivo el Apocalipsis no enumera dicha tribu entre las que se han de salvar» (Ap. 7,5-8)" (Ireneo de Lión, Contra las Herejías, Libro V, 30:2).
Es cierto que de una forma u otra las demás tribus de la nación de Israel participaron en actividades idolátricas seguidamente. El punto es, que, la tribu de Dan, sobrepasó los límites de la adoración pagana, tan repudiada por Dios. Cabe pensar, por causa de esta aborrecible y absurda conducta de adorar «lo que está muerto, lo que no oye, ni ve, ni siente, ni huele» (Sal. 115), es quizás la razón por la que el Señor la haya omitido de la lista.
La tribu de Efraín, si observamos, tampoco aparece en la lista apocalíptica analizada. Así como la tribu de Dan, Efraín también se adulteró con prácticas idolátricas paganas (véase por su grande importancia, Jue. 17:13; 1 R. 12:25:29; Os. 4:17; 5: 3-5). Tal vez sea este uno de los motivos de su “no presencia en la nómina sagrada”. Efraín y Manasés fueron los Hijos de José adoptados por Jacob antes de su muerte (por favor, véase Gn. 48: 5-6). Efraín y Manasés, como los otros líderes de cada tribu, también les fue otorgada a la debida hora «heredad». No está clara la razón de la inclusión de la tribu de Manasés, ni la causa precisa de la exclusión de la tribu de Efraín en la lista de Ap. cap. 7. Otra probable causa de la exclusión de la tribu de Efraín, fue por no seguir al rey David, abandonándolo. Únicamente la casa de Judá siguió al hijo de Isaí en aquel histórico tiempo ya pasado. Miremos en el Antiguo Testamento:
«…y lo hizo rey sobre Galaad, sobre Gesuri, sobre Jezreel, sobre Efraín, sobre Benjamín y sobre todo Israel. De cuarenta años era Is-boset hijo de Saúl cuando comenzó a reinar sobre Israel, y reinó dos años. Solamente los de la casa de Judá siguieron a David» (2 S. 9-10).
No significa que por su omisión de la lista citada hayan quedado las dos tribus fuera de las bendiciones terrenales milenarias. Claro que no hermanos y amigos que nos visitan y leen. En Ez. 48 el Señor Dios nos muestra que Dan y Efraín recibirán con enorme seguridad una futura «heredad», cuando el mundo sea restituido para el beneficio de muchos, el día en que Cristo se siente en su trono glorioso para gobernarlo con santa equidad y teocracia.
Llama la atención que la lista de las tribus de los «hijos de Israel» de Ap. 7:4-8 es inconsistente con «las diferentes listas» que se encuentran en el Antiguo Testamento, mejor dicho, entre ellas. Pienso que Dios tuvo un propósito muy razonable y trascendental para mostrarlas diferentes durante el transcurso de la historia de Israel, por lo que apreciamos en los escritos del Antiguo Testamento, como un propósito tiene para mostrarla de forma distinta en el libro de las Revelaciones.
Estas listas las encontrará el amable lector en: Gn. 35:22; 46:8 ss., 49; Ex.1:1; Nm. 1:2; 13:4; 26:34; Dt. 27:11; 33:6; Jos. 13-22; Jue. 5; 1 Cr. 2-8 ; 12:24; 27:16; Ez. 48.
Nota: En 1 Cr. 7:12 tanto la tribu de Dan como la de Zabulón han sido excluidas. José aparece en vez de Efraín. La distribución es la misma para cada tribu, es decir, 12.000 («número literal»).
«Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero» (Ap. 7:9-10).
Esta, sin lugar a dudas, es una visión diferente de la visión de los 144.000 hijos de Israel. La expresión «Después de esto miré» (metá taûta eîdon, gr.), implica algo, en lo absoluto, distinto a lo anterior. Los hijos de Israel sellados por Dios están determinados por un número concreto de 144.000 individuos, mientras que la «gran multitud» es aritméticamente incontable: «La cual nadie podía contar» (hon arithmësai auton oudeis edunato, gr.). No hay en este caso una razón exegética justificable para darle un valor caprichosamente infinito a los 144.000, mientras que por otro lado Juan es claramente explícito en mencionar que la «gran multitud de todas las naciones y tribus y lenguas» no es posible numerarla. En Ap. 9:16, Juan escucha el número de los «ejércitos de los jinetes» que serán desatados para destruir a la tercera parte de la humanidad impía en la época de la tribulación grande y futura (Ap. 9:18): «doscientos millones» (dismyriádes myriádôn, gr.). Cuando Juan expresa que «oyó su número» («Yo oí su número», éikousa ton arithmòn autôn, gr.), se refiere a que él literalmente escuchó una cantidad bien definida y real. Si este número representa simbólicamente una cantidad enorme e indefinida, ¿qué más o qué menos daría si fuesen «trescientos», «cuatroscineto»s, o «quinientos millones»? Es lógico inferir que esta cantidad no es una alegorización. «Doscientos millones» no es un número surgido al azar en la mente del escritor inspirado, ni tampoco es “una espontánea puntada cuantitativa del Dios del cielo”. «Doscientos millones», es, con exegética certeza, un número literal, como lo es también el número «144.000». Aunque no se identifica el origen de «los ejércitos» (tôn strateumáton, gr.), algunos expositores los relacionan con «seres humanos», especialmente con «agentes militares». Por otra lado otros piensan que se trata de «entes espirituales demoníacos y bestiales», por la extraña y terrible descripción que Ap. 9:17 ofrece de éstos.
Es importante inspeccionar meticulosamente el entorno de los textos para no caer en interpretaciones incoherentes, ambiguas y confusas. Por ejemplo, tenemos que el libro de las Revelaciones va dirigido a las «Siete Iglesias de Asia», las cuales están alegorizadas por «Siete Candeleros». Aunque el número «siete» representa de modo simbólico la «plenitud» de Dios, es claro que para el caso de las «Siete Iglesias» este número tenga un significado literal y no simbólico. El libro de Apocalipsis nos aclara sin problemas que estas primitivas Iglesias se ubican en un lugar geográfico, para ser exacto, en Asia. Es más, el último libro del canon bíblico revela las «ciudades» en las que se fundaron estas importantes Iglesias cristianas en la antigüedad:
«Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea» (Ap. 1:9-11).
«La gran multitud», la cual «ha salido de la gran tribulación» (teîs thlípseôs teîs megáleis, gr.), no tiene en su concepto la más mínima relación con los 144.000 sellados que son los hijos de Israel. Son dos grupos diferentes pero ambos afines por la sangre del Cordero. Deberá entenderse que los 144.000 son una parte de Iglesia de Cristo porque el texto dice que «fueron redimidos de entre los de la tierra» (Ap.14:3). «De entre», indica o infiere a «más» de 144.000 personas o individuos, por lo tanto, el número 144.000 no denota una cantidad «absoluta» con relación a «un todo». Por tal cosa habrá de disentirse que se trate de la «Iglesia Universal de Cristo». El número «144.000» es una cantidad real, un número literal que se traduce como «una parte de la Iglesia de Cristo». «La gran multitud incontable» es «un más aparte» de los 144.000 que «fueron redimidos de entre los de la tierra». «La gran multitud» es este «de entre», aparte de los «144.000» contados e identificados como judíos. «La gran multitud» es una mixtura racial multinacional porque procede «de todas naciones, tribus y pueblos» (Ap. 7:9). Recordemos que un grupo es sellado en la gran tribulación y el otro ha salido de la gran tribulación: Ambos pertenecen a la Iglesia por su íntima relación con Cristo.
No es posible que «la gran multitud» sean los santos de la Iglesia de Cristo de todos los tiempos. Ap. 7:14 revela que «la gran multitud ha salido de la gran tribulación» y no de «otras tribulaciones anteriores por las que ha pasado la Iglesia del Señor» (véase por favor 2 Ts. 1:4 para que se entienda, sin faltar de leer Ro.5:3). La «gran tribulación» de la que Juan hace mención es la «tribulación grande de los últimos tiempos». Es el terrible preludio que marca el próximo e inmediato fin de los sistemas terrenales impíos («la tribulación grande», teîs thlípseôs teîs megáleis, gr.). Indudablemente, es, la «gran tribulación escatológica» de la que habla el Señor Jesucristo, la que será antes de su venida:
«… porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt. 24:21).
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mt.24:29-30).
«La gran multitud» son los gentiles que se encuentran en la gran tribulación final convertidos a Cristo, «vestidos con vestiduras blancas que están de pie ante el trono». Es imposible que los «144.000», «la gran multitud, y los 24 ancianos», representen simultáneamente la Iglesia de Cristo. Tal idea resulta descabellada, ya que exegéticamente es inadmisible. En Ap. 14:1- 2, los 1440.000 y los 24 ancianos aparecen como dos grupos separados; los 144.000 «cantan un himno nuevo delante del trono y en presencia de los cuatros seres vivientes y de los 24 ancianos». Los «144.000 » y «la gran multitud» de Ap. 7:1 y de Ap. 7:9 son dos grupos que representan, cada uno, una idea o concepto diferente. Los «144.000» son los hijos de Israel sellados, y «la gran multitud» son los gentiles redimidos e incontables que han salido de la gran tribulación final. Entre un grupo y otro, hay un amplio abismo que los separa. La locución que dice «Después de esto miré… «Metà taûta eîdon», gr., lo fundamenta sin obstáculo de tal modo (Ap. 7:9).
Los 144.000 hijos de Israel son judíos que se han convertido en «nuevas criaturas» por reconocer a Jesús como su Mesías y Salvador en la gran tribulación final que viene. En una visión triunfante, los 144.000 hijos de Israel aparecen con Cristo en el «monte de Sion». Ellos tenían el nombre de Cristo y el de su Padre en la frente:
«Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente» (Ap. 14:1).
«El monte de Sion», es una locución encontrada en el Antiguo Testamento que indica el lugar donde el Cristo de Dios reinará (véanse además los siguientes textos: Sal. 48:1-2; Is. 24:23; Jl. 2:32):
«Pero yo he puesto mi reySobre Sion, mi santo monte.Yo publicaré el decreto;Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú;Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones,Y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro;Como vasija de alfarero los desmenuzarás»
(Sal. 2:6-9).
En esta visión del reinado milenial, Cristo aparece como gobernante victorioso junto a sus súbditos de nacionalidad israelita. La expresión «el Cordero estaba de pie sobre el monte santo» (tô arníon hestòs epì tò òros Zión, gr.) tiene una relación directa con Cristo como Rey de Israel y con su gobierno teocrático mundial futuro. «Estaba de pie», propone el reinado firme del Mesías en «el monte de sion terrenal». Después que Cristo entregue el cetro al Dios Padre, cosa que se efectuará después de su reinado milenario (Ap. 20:4, 6-7), ese «estar de pie sobre el monte de Sion», este «gobernar por Cristo», ya no podrá ser posible en su continuidad. Por esta razón, Juan no implica aquí la «Jerusalén de Arriba», la que «descenderá del lugar celestial donde habita Dios». Cuando la Nueva Jerusalén descienda, Cristo ya habría dejado de reinar por la consumación del tiempo establecido para el milenio terrenal (véase también Ga. 4:26; Ap. 21:2):
«Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies» (2 Co. 15:24-25).
La expresión «el monte de Sion» en Ap. 14:1 no se aplica como una condición meramente espiritualizada. Es un lugar geográfico, situado en el mundo, y hablo de la «ciudad de Jerusalén» en la futura tierra restituida. Es la sagrada ciudad de Dios en la que Cristo regirá universalmente con ferrosa vara «cuando se siente en su trono de gloria» (véase por favor Sal. 2 y Mt. 25:31-32):
«Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos.
Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia» (Zac.14:16-17).
«Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey» (Mt. 5:34-35).
«La gran multitud» estudiada está compuesta por creyentes salvos, por nuevas criaturas en Cristo («vestidos de ropas blancas», peribebleiménous stolàs leukás, gr.), porque tienen sus «ropas emblanquecidas por la sangre el Cordero» (Ap. 7:14), y provienen de todo el mundo gentil («de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas»). «La gran multitud» es un grupo cosmopolita y políglota, por lo tanto, se exime la pretendida familiaridad o igualdad con el «Pueblo de Israel.
Los «144.000» son con seguridad personas judías, salvas por medio de Jesucristo, porque «fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero » (Ap. 14: 4-5). Los «144.000» y «la gran multitud» son dos grupos diferentes que pertenecen a la «Iglesia de Cristo». Los «144.000» son fieles creyentes judíos de la nueva dispensación porque «siguen al Cordero por dondequiera que va» (Ap. 14:4), porque se someten a los mandamientos y designios de su Señor y Mesías en la tierra inicua (Jn. 1:17).
La línea dispensacionalista que defiende la falsa y religiosa idea jesuita del “rapto pretribulacional invisible” que fue maquinada con fina y mordaz astucia por el católico Manuel Lacunza, defiende en su cuestionable y refutable postura que tan cuantiosa conglomeración, «la gran multitud», no es la Iglesia de Cristo, sino “una totalmente distinta que se ha convertido al Señor en la gran tribulación final («La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero», hei sotería toî kaì toî arníoi, gr.), ya qué la fiel y verdadera iglesia fue tomada por el Señor Jesucristo para trasladarla invisible y en secreto hacia el tercer cielo juntamente con él” (una muy pero muy deplorable interpretación de 1 Ts. 4:13-18). Evidentemente la Biblia jamás establece una doctrina que hable de un presunto “rapto pretribulacional invisible”. Pablo revela que Cristo no «vendría» hasta que el «hombre de pecado», el «hijo de perdición», el «anticristo escatológico», se halla manifestado:
«Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Ts. 2:1-4).
Cuando Cristo venga por segunda vez al mundo, lo hará visible y acompañado con sus angélicas miríadas celestiales, nunca “invisible”. El mismo Señor dijo que aparecería en el cielo, «visible sobre las nubes del cielo, en gran gloria y poder»:
«Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mt. 24:30).
Los ángeles de Dios lo confirman:
« Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hech.1:10-11).
El apóstol Pablo:
«… aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo…» (Tit. 2:13).
Judas, siervo de Jesucristo, en su carta:
«De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino (prolepsis) el Señor con sus santas decenas de millares («en gloria y visible», mírese también Mr. 13:26-27), para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él» (Jud. 1:14,15).
Y el apóstol Juan:
« He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén» (Ap. 1:7).
El gran apologista cristiano Ireno de Lyón, comenta que la Iglesia de Cristo habrá de pasar por la gran tribulación final:
3.2. La definitiva victoria de Cristo
26,1. Más claramente aún Juan, discípulo del Señor, escribió en el Apocalipsis acerca de los últimos tiempos y de de los diez reyes que se dividirán el reino que ahora impera. Cuando explica el significado de los diez cuernos que Daniel vio, dice que esto le fue revelado: «Y los diez cuernos que viste son diez reyes a los que aún no se les ha dado el reino, sino que por una hora recibirán el poder junto con la bestia. Estos tienen una sola idea en su mente, la de entregar a la bestia la fuerza y el poder. Estos lucharán con el cordero, y éste los vencerá porque es el Señor de los señores y Rey de los reyes» (Ap 17,12-14). También se declara que aquel que viene matará a tres de ellos, los otros le quedarán sometidos, y el mismo será el octavo de ellos. Y devastarán Babilonia y la quemarán a fuego, le entregarán su reino a la bestia y perseguirán la Iglesia. Una vez acaecidas estas cosas, quedarán destruidos con la venida de nuestro Señor. Que el reino será dividido [1193] y así acabará, lo dice el Señor: «Todo reino dividido perecerá, y toda ciudad o casa dividida no durará» (Mt 12,25). El reino, la ciudad y la casa se dividirán en diez partes. Ya el Señor preanunció esta división y partición («Contra los Herejes»).
Jesús le dijo a Pedro que él era la «roca», la «piedra», el «fundamento» en el cual su Iglesia sería edificada (Mt. 16:18). La Iglesia verdadera, categóricamente, está formalizada por quienes han creído en Jesucristo (Jn. 3:16, 36; Ro. 10:9-10).
Es desquiciadamente antitético «ser de Cristo y no pertenecer a su Iglesia». Los verdaderos creyentes que forman la «Santa Iglesia», vienen a componer irrevocablemente todo el «Cuerpo de Cristo»:
«…y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:22-23).
«Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo» (1 Co. 12:14-20).
«Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (1 Co. 12:27).
El pronunciado error dispensacionalista de no identificar a «la gran multitud» salida de la gran tribulación como una parte de la Iglesia de Cristo, surge del calculado pretexto dogmático para justificar y sustentar el injurioso engaño de la doctrina del “rapto pretribulacional invisible” que Irving, Darby, y los “Hermanos de Plymouth” en el pasado, proclamaron inspirados por Lacunza y que los teólogos y expositores del «Seminario Teológico de Dallas Texas» en la actualidad esparcen como letal cianuro por los “cuatro ángulos” del mundo caído. Esta doctrina no deja de ser únicamente una «hueca y espantosa sutileza» que sigue causando mucho, pero mucho daño en un vasto número de congregaciones denominadas como “cristianas protestantes”.
«Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios» (Ap.14:3-5).
El pronombre demostrativo «estos» (hoûtoí, gr.), señala con énfasis que los «144.000» es una cantidad fija de individuos no un número de alegórica interpretación. Este pronombre aparece tres veces en Ap. 14:4. «Estos son los que no se contaminaron, pues son vírgenes». Quizás esto apunte a un estado de pureza espiritual en los 144.000 sellados. Quizás se refiera que en ellos no hubo contaminación sexual por adulterio o por fornicación, ya que en la Biblia las relaciones sexuales dentro de la vida matrimonial jamás se han considerado como una falta pecaminosa delante de Dios (Hech. 13:4). Otra interpretación sostiene, en el sentido figurado, que estos 144.000 individuos no se han contaminado con la escoria tan diversa del mundo. No pocos creen que estos 144.000 son individuos que nunca estuvieron casados por el hecho de vivir en la peor época de la historia de los hombres en la tierra, donde la imperiosa necesidad espiritual de los hombres los ha consagrado en «tiempo completo» para evangelizar con urgencia y seguidamente al mundo que se pierde por causa del pecado, porque Cristo pronto viene y las oportunidades de salvación acabarán con su retorno (Ap. 1:7).
Aunque Pablo no desalienta el matrimonio, en 1 Co. 7:26 muestra de cierta forma los beneficios espirituales de mantenerse soltero. En este caso, el soltero estará mayormente dispuesto al servicio de la obra divina. Tal vez, en el tiempo de la gran tribulación final, la «virginidad» sea un requisito en este grupo de 144. 000 judíos redimidos por la sangre del Cordero para la tarea que se les ha encomendado: predicar a toda criatura el evangelio del Reino porque «el que da testimonio de estas cosas dice: ciertamente vengo en breve» (Ap. 22:20).
Los 144.000 judíos, hijos de Israel, son una pequeña parte de la Iglesia de Jesucristo porque «Estos fueron redimidos» (eigorástheisan, gr.), de «agorádso» (gr.), aoristo indicativo, voz pasiva que significa «comprar», «redimir». «De entre los hombres» (apò tôn antrópôn, gr.). Esto último no muestra «separación» sino «extracción». Extraídos de «entre otros redimidos», es decir, de «la gran multitud incontable», «de entre las personas salvas de las naciones y pueblos gentiles de toda la tierra que han salido de la gran tribulación escatológica» (Ap. 7:9-10). «Primicias para Dios y para el Cordero». El sustantivo «primicias» (aparchè, gr.), es encontrado además en Ro. 16: 5 y en 1 Co. 16:15. Estos versículos nos muestran a los «primeros» convertidos al Señor en Acaya («primicias»). En 1 Co. 15: 20, 23 es utilizado el mismo sustantivo para señalar que la resurrección de Cristo de entre los muertos confirma la resurrección postrera del creyente fiel en él (véase 1 Co. cap. 15). En la Septuaginta (AT) indica una «contribución» u «ofrenda» que se entregaba para el sustento de los sacerdotes y levitas que servían en el culto levítico (véase por favor Ex. 25:2-9; Dt. 12:11, 17; 2 Cr. 31:10, 12, 14). Estos 144.000 han ofrendado sus vidas para predicar el Reino de Dios, a pesar del peligro que ofrece la persecución anticristiana, de las tentaciones y los deleites carnales que los pudieran llevar a apostar de la fe, en caso de acceder a las peticiones del «engañoso corazón» (Jer. 17:9).
Bien podemos decir, por lo tanto, que los «144.000» sellados componen un grupo seleccionado muy especial que ha seguido valiente y fiel al Cordero de Dios. Es un grupo que ha sido «comprado», «redimido por la sangre de Cristo», un grupo extraído de entre «la gran multitud», pero no adherido a ésta por su nacionalidad hebrea, ya que «la gran multitud» está formalizada por personas salvas de las naciones del mundo gentil y los 144.000 por individuos de la nación de Israel. Los 144.000 son una ofrenda a Dios, consagrados y separados para el servicio de predicar el evangelio al mundo perdido en la tribulación grande, donde no existen agregados porque las «primicias» son, en el todo el sentido de la palabra, «un absoluto» (léanse por favor los siguientes textos: Nm. 5:9; Dt. 18:4; 26:2; Jer. 2:3; Stg. 1:18).
El problema de los mal llamados “Testigos de Jehová”
Los teólogos jehovistas y malos hijos por adopción de Charles Taze Russell aseguran con desventurada actitud que los «144.000» son un grupo muy selecto al que llaman
“Hermanos de Cristo”. A continuación presentaremos los versos que han trastocado para fundamentar, en parte, su extraviada opinión:
«Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos…» (Heb. 2:10-11).
Esta mentira propuesta y eyectada por los “sabios” de la Watchtower, no acuerda en lo más mínimo con la condición expuesta por el Mesías cuando dice que aquellos «hacedores de la voluntad de su Padre», los que se someten a sus mandamientos, son en realidad sus verdaderos «hermanos». La Biblia no estipula que los verdaderos “Hermanos de Cristo” sean únicamente «144.000» personas, de la manera que lo admiten los Testigos de Jehová, ya qué, si el resto de los Testigos, que no son tenidos como “Hermanos de Cristo”, por el hecho de no estar incluidos entre los «144.00», pero suponiendo que sean “fieles hacientes de la voluntad del Padre”, ¿no deberían ser llamados también por esta razonable causa “Hermanos”? No se requiere de ser un genio para responder con un «sí» esta pregunta por demás obvia.
Cristo jamás hizo excepciones semejantes y atravesadas durante su ministerio terrenal para con sus seguidores. Únicamente los Testigos de Jehová han sido capaces de dictaminar tan temerarias y egocéntricas “tomaduras de pelo”. Únicamente los faltos de cordura y de buen entender serían incapaces de no percibir este garrafal engaño tan fácil de distinguir de entre la verdad esplendorosa (vea con mucha franqueza Mt.12:50, y valore lo que decimos). Estos 144.000 «como primicias (aparchë, gr.) para Dios y para el Cordero» pone de manifiesto que los 144.000 es sólo una parte, una pequeña porción de la gran cosecha venidera de la Iglesia de Cristo compuesta por individuos de nacionalidad judía, porción conocida como «los hijos de Israel» (Ap. 7:4-8).
Así como una muy pequeña parte de la Iglesia de Cristo, los 144.000 predicarán en el futuro, en los peores años de la humanidad (Mt. 24:21) el evangelio de Cristo que anuncia el Reino de Dios en la tierra a los hombres que se arrastrarán en los días últimos en los más adherentes fangos pantanosos del pecado y de la impiedad. Es sensato que los 144.000 no podrán excluirse de la obligación comisionada hace casi dos mil años por el Señor Jesucristo a todos los santos y obedientes creyentes para el alcance de los inconversos por medio del evangelio de la eterna salvación:
«Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mr. 16:15).
Cuando el evangelio de Cristo se predicado hasta el más recóndito lugar de la tierra, entonces vendrá el fin de los sistemas malignos y de las personas que los llegaron a controlar. El mismo Cristo dará cuenta de ellos en su visible y glorioso retorno:
«Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mt. 24:14).
«Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos» (Ap. 19: 19-21).
Para los “Testigos”, “la gran multitud infinita”, son una clase de indignos creyentes a los que no se les puede llamar “hermanos”. Son una especie de “gatos lame-botas” de los “144.000 hermanitos celestiales” a quienes se les ha considerado como unos “ungidos especiales y de alto honor”. ¡Por favor, qué no estamos para chistes malos! Es de mucho interés comentar que esta secta se ha adjudicado de modo particular y egoísta, y hablo sobre todo de sus ventajosos líderes, extraños privilegios que no deja de ser una ficticia perversión, tan incongruente como sus doctrinas, muy desacordadas con las que la Biblia enseña y demanda para una vida agradable y pura delante del Señor. Por tal motivo, no es honesto ni ortodoxo decir que sean “hijos de Dios”:
«…porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones» (2 Co. 1:20-22).
Pablo declara en su segunda carta a los «santos hermanos» de Corinto (1 Co.1: 10-11) que Dios los ha «ungido». La palabra «ungió» (Chrisas, gr.,), de «chirö», «ungir», es un antiguo verbo que significa «consagrarse», y esto es por el «espíritu santo de Dios» (Jn. 2:20). De tal manera, todo creyente «nacido de nuevo», «ungido por el espíritu santo», será «convencido de pecado, de justicia y juicio». De esa manera, «el ungimiento por medio del espíritu santo guiará al creyente a toda verdad gloriosa encontrada en la Palabra de Dios» (mire por favor Jn. 16:8, 13). El creyente será enseñado, edificado y trasformado por el poder de las Escrituras:
«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16-17).
Si los 144.000 son exclusivamente los individuos a los que se les puede llamar “ungidos”, refiriéndome yo a las profanas cabezas de la secta jehovista, y no al sobrante de las personas de la misma religiosa y fanática contradicción, yo me pregunto, ¿por qué el resto de los “Testigos” han perdido el derecho de poder ser “ungidos”, si el apóstol Pablo revela con clara luz que la «unción del espíritu santo» ha sido establecida para cada miembro que existe dentro de la Iglesia de Cristo? No cabe la menor duda, qué, si el presunto “creyente en Cristo” no ha recibido el «ungimiento del espíritu santo», es imposible que pueda ser guiado o dirigido a toda verdad contenida en la Biblia. Por lo tanto, a ustedes “Testigos de Jehová” les digo que no podrá ser jamás llamado un creyente genuinamente convertido, por no llenar el requisito imprescindible de la «unción espiritual personal», acto soberano de Dios que lleva al verdadero creyente por infalible regla a ser «fortalecido con poder en su interior por el espíritu santo de Dios» (Ef. 3:16).
Los Testigos de Jehová, ¿la verdadera Iglesia?
La secta de los “Testigos de Jehová” fue estructurada en el año 1879 para estar al mando de su falso profeta y creador de nombre Charles Taze Russell. Los “Testigos de Jehová” aseguran jurando con aferrada obstinación que fuera de ellos “nadie podrá ser salvo”. Ellos admiten ser los “verdaderos cristianos” en todo el planeta tierra. Si los “Testigos de Jehová” son el verdadero grupo cristiano, la indiscutible Iglesia del Señor, es lógico pensar que todos los santos hombres de Dios que vivieron antes del erguimiento de esta “gloriosa y retorcida agrupación”, jamás lo fueron. Los “Testigos de Jehová” es una secta moderna que no ha poseído alguna vez equilibrados vínculos con la anterior y genuina Iglesia Jesucristo. Desde la fundación de la Iglesia de Cristo hasta ahora se ha distinguido de entre otras por sus extrañas y engañosa doctrinas notablemente peculiares. Para empezar, su mismo fundador declaró “profecías” que nunca se cumplieron, ridículamente pasmosas. Cada uno de sus líderes sucesivos jamás acordaron entre ellos mismos en diversas doctrinas, asegurando que éstas provenían del mismo Dios (El “dios” de los TJ, es uno tan parecido a los hombres: contradictorio, egoísta y cambiante. Niegan furiosamente la resurrección corporal de Cristo, profiriendo que el cuerpo se “gasificó” para ser desechado por el Padre y Dios nuestro. El mismo Charles Taze Russell dijo que “Jesús, el hombre, había muerto para siempre”, contradiciendo lo que la Biblia dice acerca de su histórica resucitación:
«Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor» (Mt.28:5-6).
«Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mt. 28:9).
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí» (1 Co. 15: 3-8).
«Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies» (Lc. 24:36-40).
«Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos» (Ef. 5:29-30).
Los jefes de la mafiosa secta watchtoweriana, porque es «una» extremamente organizada y peligrosa que defiende “a capa y espada” sus perversos intereses de lucro y poder en base a la mentira, han enseñando que únicamente los 144.000 “súper elegidos” que ellos conciben, de “divino privilegio” excepcional, vivirán en el cielo por toda la eternidad y que el resto se quedará en la tierra. Evidentemente, los 144.000 son los jefes de la secta y los demás que no lo son sus fervientes esclavos mendicantes y de remate atolondrados. Esta idea fuera del contexto bíblico real, emanó de una catastrófica y paupérrima interpretación de los versos que presentamos y estudiamos en un principio del escrito. Muchos tienen en sus empañadas mentes la falsa y torcida idea, por eso nos critican sin madurez, que nuestros blogs están con el único fin de atacar a “diestra y siniestra” los diversos grupos religioso que se desempeñan con mortal error en la desfigurada cara de la infatuada y monstruosa tierra que hiede por tanto pecado, por tan cuantiosa y vil mentira, entre otras cosas. Si lo han creído de tal modo, temo decirles que están muy equivocados. Nuestro trabajo consiste únicamente con corazón honesto y abierto en «hablar la verdad sublime y salvadora», sin duda, «lo que la Biblia pretende mostrar», “sin rodeos americanos ni vueltas ciclistas en la cumbre del Chimborazo innecesarias”, para alertar a los torpes y embrollados que han caído en las condenables redes de del sectarismo anticristiano. En estos tiempos de tanta necesidad espiritual, no es posible reprimir el «santo enojo» contra aquellos que con burla proclaman a “los cuatro vientos”, “aquí”, “allá”, y “acullá”, las mentiras y blasfemias que un día llevarán a miles y miles al estado “plasmático” del Lago de Fuego. ¡Por favor detractor!: Lo que no está bien, hay que denunciarlo con valentía, y a la voz de ¡ya! Así como la fe vino a acomodarse al ambiente greco-romano en el tiempo antiguo, hoy en día esta fe ha sido encadenada a las destructivas normas de los hombres amadores de sí mismos y sin juicio, fe que han “desvestido” para ceñirle un grueso y engañosos ropaje de “falsa y celestial verdad”.
Dios les bendiga siempre.
Referencias:
«Lavasori»: Página en la Web.
«Apocalipsis: La Consumación del Plan Eterno».
Evis L. Carballosa.
«Eventos del Porvenir».
J. Dwight Pentecost.
«Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento».
De A.T. Robertson.
«Biblia de Estudio Siglo XXI».
Reina Valera 1909.
«Reina Valera 1960».