sábado, 4 de julio de 2009

LA GRACIA Y EL REINO



Para las escuelas de teología comprometidas a la creencia en la palabra autoritativa de la Escritura, hay otras formas de evadir el Evangelio del Reino. Una tradición popular del Evangelio ha erigido un esquema por el cual el Evangelio del Reino no es específicamente el Evangelio de salvación para ser ofrecido ahora a los creyentes potenciales. Es un sistema conocido como “dispensacionalismo”. Todos los estudiantes de la Biblia reconocen que Dios destinó diferentes acomodamientos o “dispensaciones” para los diferentes períodos de la historia. La dispensación Mosaica, por ejemplo, hizo distintas exigencias en los fieles de aquellas requeridas bajo el Evangelio del Nuevo Testamento. Pero el “dispensacionalismo” va más lejos. Sostiene que el Evangelio del Reino fue predicado por Jesús sólo a los judíos, hasta que ellos rehusaron la oferta del Reino; después de lo cual un Evangelio diferente, el Evangelio de la gracia, fue introducido por Pablo. La teoría sostiene luego que el Evangelio del Reino será reinstalado siete años antes del regreso de Cristo, un tiempo cuando, de acuerdo también con el dispensacionalismo, la Iglesia habrá sido removida de la tierra por el así llamado “rapto pretribulacional.”

El sistema dispensacionalista ha sido impuesto a la fuerza en el texto de la Escritura en los intereses de una teoría ajena a la Biblia. Como hemos señalado, Lucas hizo todo lo posible para demostrar que el Evangelio de Pablo no era diferente al de Jesús. Ambos hombres predicaron el Evangelio acerca del Reino. Pablo, en contra del dispensacionalismo, no supo nada de una diferencia entre “el Evangelio de la gracia” (Hechos 20:24) y “predicando el Reino” (Hechos 20:25). Él deliberadamente los iguala. Como dice F.F. Bruce: “es evidente de una comparación de Hechos 20:24 con el siguiente verso que la predicación del Evangelio de la gracia es idéntica con la proclamación del Reino.” Esta prueba incontrovertible es rotundamente contradicha por el dispensacionalismo contemporáneo. Dr. Erwin Lutzer, de Radio Moody Church Ministries, afirma: “creo que el evangelio del reino es diferente al evangelio de la gracia de Dios… el evangelio de la gracia de Dios no tiene nada que ver con el Reino per se.” Pero esta confusión del único Evangelio de la salvación fue aprendida de la tradición no examinada, no de la Biblia. Por medio de presentar “dos formas del Evangelio,” los dispensacionalistas han inventado una muy desafortunada distinción que no existe en el texto bíblico.

El dispensacionalismo formalmente cancela el Evangelio como Jesús lo predicó. ¿Pudo haber sufrido la iglesia un mayor desastre que este acortamiento sistemático del propio Evangelio de Jesús que El predicaba? A.C. Gaebelein fue un exponente destacado de la teoría del “evangelio dividido”. En lo referente a las palabras de Jesús en Mateo 24:14, “Este Evangelio del Reino será predicado en todo el mundo para testimonio a todas las naciones,” él escribió:
La predicación que es mencionada es aquella del Evangelio del Reino, pero ese Evangelio no es ahora predicado, pues predicamos el Evangelio de la gracia…Con la lapidación de Esteban la predicación del Evangelio del Reino cesó. Otro Evangelio fue predicado. El Señor se lo dio al gran Apóstol. Y Pablo llama a este Evangelio “mi Evangelio”. Es el Evangelio de la Gracia gratuita de Dios para quienes crean, el evangelio de la Gloria de Dios…Ahora, durante el tiempo en que el Reino fue predicado como que estaba a la mano, el Evangelio de gracia no se oyó, y durante el tiempo en que el evangelio de gracia es predicado, el Evangelio del Reino no es predicado.

Por este extraordinario disparate exegético, el Evangelio Cristiano del Reino fue descartado de la corte —descartado como suspendido, y decretado inaceptable para el tiempo actual. La situación parecería demandar un arrepentimiento profundo y el restablecimiento del Evangelio completo de Jesús en el corazón de evangelismo. ¿Puede haber tal cosa como una evangelización que no sostiene en el más alto honor y énfasis el mismo Evangelio anunciado por Jesús y ordenado por la Gran Comisión hasta el fin de la era? Si Pablo hubiera predicado de hecho, como Gaebelein dice, “otro Evangelio”, él se habría puesto bajo su propia maldición (Gál. 1:8, 9). Él habría estado violando las instrucciones de Jesús de que Sus enseñanzas debían ir al mundo entero.

El artículo sobre “el Evangelio” en el Diccionario de la Biblia de Unger representa la misma tendencia común dispensacionalista de desviarse del Evangelio como Jesús lo predicó. Esta clase de pensamiento acerca del Evangelio y de la salvación ha tenido una inmensa influencia, particularmente en América, pero sus efectos son sentidos a todo lo largo del mundo evangélico: Las formas del Evangelio a ser diferenciadas.
Muchos maestros de la Biblia hacen una distinción en lo siguiente:

(1) El Evangelio del Reino. Las Buenas Nuevas de que el propósito de Dios es establecer un reino terrenal de un intermediario en el cumplimiento del pacto Davídico (2 Sam. 7:16). Dos proclamaciones del evangelio del reino son mencionadas, una, pasada, comenzando con el ministerio de San Juan Bautista, llevado a cabo por nuestro Señor y Sus discípulos, y que termina con el rechazo Judío del Mesías. La otra predicación es aún futura (Mat. 24:14) durante la gran tribulación, y que presagia el Segundo Advenimiento del rey.

(2) El Evangelio de Gracia de Dios. Las Buenas Nuevas de la muerte, sepultura y la resurrección de Cristo como fue provista por nuestro Señor y predicado por Sus discípulos (1 Cor. 15:1-4).

La trágica supresión del Evangelio del Reino es evidente en la Nueva Biblia de Referencia de Scofield en Revelación 14:6. El sistema de la definición del Evangelio descrito en esta nota ha afectado la totalidad de la presentación evangélica de la salvación, aun donde Scofield no está específicamente reconocido. Scofield empieza por definir el Evangelio salvador como el Evangelio de la gracia de Dios, el cual, él sostiene, está recluido a los hechos acerca de la muerte y la resurrección de Jesús. Scofield luego procede a hablar de “otro aspecto de las buenas noticias”, el “evangelio del Reino”. Somos informados de que Cristo predicó este Evangelio del Reino en Su primera venida, y “será proclamado durante la gran tribulación”. Scofield así descarta el Evangelio del Reino del mensaje presente de salvación manifestando que el Evangelio Cristiano se trata ahora sólo de la muerte expiatoria de Jesús y Su resurrección. De esta manera Jesús es cortado de Su propio Evangelio que El predicó. Bien podemos observar que el truco maestro de Satanás es separar a Jesús de Su enseñanza. Uno puede proclamar a “Jesús” con toda seriedad, ¿pero puede el Jesús verdadero ser dado a conocer aparte de Su Evangelio y enseñanza completa? Jesús supo bien el peligro que representaba predicar la “fe en Jesús” sin realmente informarle al público acerca de las “palabras de Jesús”. Sólo aquellos cuya fe está fundada en la roca sólida de la enseñanza /evangelio de Jesús están en tierra sólida (Mat. 7:24-27; Mar. 8:35-38; y ver todo el Evangelio de Juan con su constante insistencia en la palabra /palabras / enseñanza de Jesús).

La incertidumbre acerca del Evangelio Cristiano no es sorprendente cuando semejante evidente lectura errónea de la Biblia se forja en un sistema con una influencia masiva en los púlpitos y en la literatura Cristiana. Seguramente las palabras de Pablo en Hechos 20:24, 25 deberían descartar la distinción artificial propuesta por el Diccionario de la Biblia y la Biblia de Scofield. Pablo evocó su carrera y reparó en que él había “terminado su carrera, el ministerio que recibí del Señor Jesús para dar testimonio solemnemente del Evangelio de la gracia de Dios para todos ustedes entre quienes pasé predicando el Reino”. Claramente no hay diferencia entre el Evangelio de la gracia y el Evangelio del Reino. Es cierto, claro está, que Jesús inicialmente no predicó Su resurrección como parte del Evangelio. La muerte y la resurrección de Jesús fueron más tarde elementos críticos en la proclamación de Pablo. Ellos, sin embargo, no reemplazaron la predicación del Reino, el cual permaneció tanto como el corazón de Evangelio de Pablo tal como había sido el centro del propio Mensaje de Jesús.

Cuando Jesús se embarcó en su intensiva campaña evangelizadora en Galilea aproximadamente el de 27 dC, él convocó a Su audiencia para un cambio de parecer radical basado en la creencia nacional de que Dios iba a conducir el Reino mundial prometido por Daniel y todos los profetas. La creencia inteligente en la promesa del Reino es el primer paso del discípulo, acoplado con un viraje importante en U en el estilo de vida. De este modo los hombres y las mujeres se pueden poner en línea ellos mismos con el gran propósito de Dios para la tierra.

La naturaleza de la actividad de Jesús fue aquel de un heraldo haciendo un anuncio público en nombre del único Dios de Israel. El empuje del Mensaje fue que cada individuo debería emprender una redirección radical de su vida ante la certeza del Reino venidero de Dios. Esto fue, y aún lo es, la esencia del Evangelio Cristiano. ¿Cómo puede ser de otra forma, cuando es el mensaje del Evangelio que viene de los labios de Cristo Mismo?

Es cuestión de sentido común reconocer que usando la frase “reino de Dios” Jesús habría evocado en las mentes de Su audiencia, empapados como estaban en la esperanza nacional de Israel, un gobierno mundial divino en tierra, con su capital en Jerusalén. Esto es lo que el Reino de Dios ciertamente habría significado para Sus contemporáneos. Las escrituras de los profetas, las cuales Jesús como judío reconoció como la Palabra de Dios divinamente autorizada, habían unánimemente prometido la llegada de una nueva era de paz y prosperidad. El Reino ideal dominaría por siempre. El pueblo de Dios sería victorioso en una tierra renovada. La paz se extendería a lo largo del globo.

Así, anunciar la llegada del Reino involucró ambos una amenaza y una promesa. Para aquellos que respondieron al Mensaje creyéndolo, y consecuentemente reordenando sus vidas, había una promesa de un lugar en las glorias del gobierno divino futuro. Para el resto, el Reino amenazaría destrucción, cuando Dios ejecute juicio en cualquiera no hallado digno de entrar en el Reino cuando éste llegue. Este tema gobierna todo el Nuevo Testamento. En la luz de este concepto primario, la enseñanza de Jesús llega a ser comprensible. Es una exhortación para ganar la inmortalidad en el Reino futuro y escapar de la destrucción y de la exclusión del Reino.

viernes, 3 de julio de 2009

LA MAQUIAVÉLICA ESPIRITUALIZACIÓN DEL REINO DE CRISTO PERPETRADA POR EL ROMANISMO Y SUS TEÓLOCOS


Parece que ya es una costumbre arraigada entre muchos estudiantes y exégetas bíblicos alegorizar todo aquello que los hace sentir incómodos o que va en contra de sus creencias particulares. Un ejemplo de ello es el reino de Dios. Pareciera que los creyentes no quisieran creer que Dios pueda establecer un reino en la tierra liderado por verdaderos Judíos, por hombres probos y santos que han demostrado ser dignos e idóneos en la vida presente para cargos de responsabilidad o de autoridad en el mundo venidero de justicia. Los más de los creyentes están esperanzados en ver totalmente destruido nuestro planeta y vivir lejos en el cielo cuando mueran a través de sus almas inmortales, las que supuestamente abandonarán sus respectivos cuerpos muertos para estar inmediatamente con Dios y con Su Hijo Jesucristo.
Sí, mis amigos, los más de los estudiantes bíblicos hoy siguen la línea de Agustín de Hipona, el gran teólogo del siglo IV, quien espiritualizó el reino de Dios definiéndolo como la iglesia de Cristo, la cual, supuestamente, reina en el mundo a través de la curia o la clase clerical. Para Agustín de Hipona, Jesús no volverá a la tierra a tomar un trono literal en Jerusalén para restaurar el prometido reino de David, ya que según él, el reino ya se había establecido algunos años después de que Cristo partió al cielo.
Para los intereses del romanismo, es muy conveniente rechazar un reino literal dirigido por Judíos verdaderos, por los hijos de Abraham. Y es que es harto conocido que el catolicismo ha tenido siempre muy poca simpatía para el judaísmo y los judíos. Estos han sido perseguidos por el Papado y han sido acusados de herejes, renegados, asesinos de Jesús, y mil epítetos más que todos ya conocemos muy bien. Se puede decir que hubo una usurpación de los privilegios de Israel por la llamada Iglesia reinante. Ahora el reino de David es sustituido o reemplazado por la iglesia, y todos los privilegios y promesas para el pueblo prístino de Dios pasan a manos de la iglesia imperante (el nuevo pueblo de Dios), dejando a Israel como parias en el mundo, como malditos y desechados por Dios. Esto fue logrado gracias a la maquiavélica interpretación agustiniana del reino de Dios.
Otros cristianos suponen que el reino de Dios es el reinado de Jesucristo en el corazón de los creyentes, es decir, una suerte de “morada de Cristo en nosotros” como el rey de nuestras vidas para dirigirnos y guiarnos en nuestro diario andar en el camino que conduce a la vida. Esta teoría es muy difundida entre los llamados cristianos evangélicos.
Muchos Estudiantes de la Biblia encuentran una serie de pasajes en la Biblia que les hacen pensar que el reino de Dios no puede ser de ninguna manera literal sino espiritual, y francamente no les quitamos razón para ello. Y es que una lectura fugaz o superficial de tales textos podrían convencernos efectivamente de que el reino que Cristo y sus apóstoles predicaron, nada tiene que ver con un gobierno en la tierra sino con algo distinto.
¿Pero acaso Jesús no dijo que su reino no es de este mundo?
Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.(Juan 18:36).
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece (Juan 15:19).
Observemos que el Señor Jesús dijo que su reino no es de este mundo, así como nosotros, los cristianos, tampoco lo somos (Juan 18:36; 15:19; 17:14). ¿Es que acaso nosotros somos extraterrestres? ¿En qué sentido nosotros y el reino no somos de este mundo?
En primer lugar, debemos entender que los cristianos, y el reino que gobernarán estos elegidos, no son de este mundo puesto que SON DE DIOS. El reino es de Dios y nosotros también somos de Dios. El apóstol Juan escribió: “Hijitos, VOSOTROS SOIS DE DIOS…ELLOS SON DEL MUNDO; POR ESO HABLAN DEL MUNDO, Y EL MUNDO LOS OYE. NOSOTROS SOMOS DE DIOS…”. De modo que cuando Jesús dijo que su reino no es de este mundo, lo que dijo es que su reino es de Dios, de arriba, de inspiración divina. Y cuando Jesús dijo que nosotros no somos de este mundo, lo que él quiso decir es que nosotros SOMOS DE DIOS, le pertenecemos, somos parte de su familia, somos sus Hijos. Sin embargo, una lectura fugaz de Juan 18:36 podría llevarnos a pensar erradamente de que el reino nada tiene que ver con el mundo del futuro, con la tierra venidera de justicia, o con un reino literal tal como lo fue el reino davídico en Jerusalén.
Pero no dijo Pablo que Dios ya nos trasladó al reino de su amado Hijo en Colosenses 1:13?
Muchos cristianos que lean las Escrituras sin una reflexión cuidadosa encuentran en el pasaje paulino de Colosenses 1:13 “la prueba definitiva” de que ya estamos en el reino de Cristo. El pasaje dice así: “el cual (Dios) nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”. Ajá, nos dicen, acá está la prueba definitiva de que ya fuimos trasladados al reino, por tanto, no hay que esperarlo para el futuro. Pero yo les contesto de esta manera: ¿Cómo es posible que los cristianos mortales, hechos de carne y sangre, puedan entrar en el reino espiritual cuando por otro lado el mismísimo Pablo dice claramente que “carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios”? (1 Corintios 15:50). ¿Se estaba contradiciendo el apóstol de los gentiles? ¿O no será más bien que somos nosotros los que nos contradecimos?
En primer lugar, debemos entender que Pablo tiene una forma de expresarse que podría confundir a algunos, pero si aceptamos que Dios suele hablar de “cosas que no son como si fuesen” y así se lo revela a sus siervos, las cosas toman otro cariz (Rom. 4:17).
Pero este no es el único pasaje en que Pablo habla de cosas que ya nos han sido “entregadas”, pues a los Efesios Pablo les dice algo que ninguno pensaría de que está hablando de manera literal o de una promesa ya realizada o cumplida. Dice Efesios 2:6, así: “y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Notemos que Pablo está hablando por inspiración de Dios, el Dios que suele hablar de cosas que no son como si fuesen. El dice que Dios nos resucitó con Cristo, y asimismo nos hizo sentar en lugares celestiales con Cristo”. Pues bien, ¿tomaremos esto tan literalmente como suelen hacer algunos con Colosenses 1:13? Pues no creo. Ninguno en realidad está resucitado de la tumba, y menos, sentado con Cristo en su reino celestial.
Otro ejemplo lo tenemos en Romanos 8:17,30 en donde Pablo dice sobre la glorificación, así: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados (tiempo futuro)… Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (tiempo presente)”. Aquí Pablo conjuga la glorificación como algo futuro y a la vez presente. Es decir, es futuro porque primero hay que padecer juntamente con Cristo, y es presente porque como dijimos antes, Dios suele hablar de cosas que no son como si fueran presentes.
¿No enseña Pablo en Hebreos 12:28 “que estamos recibiendo un reino inconmovible”?

Este pasaje de Hebreos 12:28 fue escrito probablemente por Pablo, quien suele escribir, como dijimos, de cosas futuras como si fuesen presentes. Pues bien, Pablo también dice en Colosenses 2:6 que los que andan en Cristo “han recibido al Señor Jesucristo”. Pero, ¿han recibido literalmente a la persona de Cristo? ¿Es que Cristo baja del cielo cada vez que un pecador se convierte a él?¿En qué sentido se “recibe” el reino y en qué sentido se “recibe” a Cristo? Recordemos que el recibimiento literal de la persona de Cristo se realizará cuando él regrese al mundo por segunda vez (1 Tesalonicenses 4:17). También es oportuno recordar lo que dice Pablo en 1 Tesalonicenses 2:13. En este pasaje Pablo les dice a los creyentes de Tesalónica: “Recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros”. ¿En qué sentido se “recibe” la Palabra de Dios? Pues, ¡aceptándola o creyéndola! En este caso “recibir” puede significar “creer” o “aceptar”. Por tanto, “recibir un reino inconmovible” quiere decir “creer o aceptar un reino inconmovible”---¡por la fe!

Finalmente, el mismo apóstol Pablo habla a los corintios del “evangelio...el cual también recibisteis” ( 1 Corintios 15:1). ¿Recibir el evangelio? ¿Qué significa eso? Es CREER en el evangelio (Marcos 16:15,16). Entonces concluimos que “recibiendo un reino inconmovible” no quiere decir necesariamente que dicho reino ya vino y que lo hemos recibido, literalmente hablando.

¿Acaso no dijo Juan que era “copartícipe del reino” en Apocalipsis 1:9?¿No enseña este texto que el reino ya estaba presente en la época apostólica, en el Primer Siglo de la era Cristiana?

Este texto de Apocalipsis 1:9 no dice que el reino se estableció en el primer siglo de la Era Cristiana. San Juan sólo dijo ser copartícipe del reino, y no, como suponen algunos, que ya estaba en el reino. El apóstol Pedro, por su parte, dice que él también es participante (o sea ‘copartícipe’) de la GLORIA QUE AÚN NO HABÍA SIDO MANIFESTADA. Sus palabras son como siguen: “..que soy también participante (copartícipe) de la gloria QUE SERÁ REVELADA.” (1 Pedro 5:1). Aquí vemos que Pedro participaba también (o ‘coparticipaba’) de la gloria que aún no se había manifestada. ¿Cómo se explica esto? Muy simple, él lo coparticipaba por la fe y en la esperanza como los otros apóstoles (Romanos 5:2). Él tenía puesta su mira en el reino, y se aferró a esa creencia como algo muy suyo. Juan era copartícipe del reino QUE SERÁ REVELADO cuando Cristo se manifieste nuevamente (2 Timoteo 4:1). Concluimos entonces que coparticipar del reino y de la gloria no significa que ambas cosas hayan sido ya reveladas. ¡Aún permanecen en el futuro!

Pablo dice con razón al joven Timoteo: “El labrador, para PARTICIPAR de los frutos, debe trabajar primero.” ( 2 Timoteo 2:6). Sí, el apóstol Pablo dijo que uno puede ahora “coparticipar del reino” por la fe. Sin embargo, debemos trabajar primero para cosechar de sus frutos (p.e. “La Vida Eterna en el Reino”, Juan 4:36, Mateo 19:16-25).

¿No dijo Jesús que su reino vendría en pocos días cuando dice: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder?” (Marcos 9:1).

Respuesta:
Este pasaje de Marcos 9:1 tiene su paralelo en Mateo 16:28. El apóstol Mateo registra estas palabras de Jesús así: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre venido en su reino.” Aquí Mateo asocia la venida del reino con LA VENIDA de Jesús, la cual era aún la “bendita esperanza” para Pablo (Tito 2.13).

Algunos suponen que el reino se inauguró en Pentecostés (33 E.C), al bajar el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego sobre los creyentes. No obstante, esta hipótesis es errada, puesto que en Pentecostés MUCHOS (no ‘algunos’) fueron testigos de la venida del Espíritu Santo (no del Jesús glorioso). Recuérdese que Jesús dijo que sólo ‘ALGUNOS’ de los suyos verían el reino venido con poder. Sólo algunos privilegiados. En Pentecostés, en cambio, TODOS los discípulos estaban reunidos en el aposento alto (Hechos 1:12,13; 2:1-4). Es clarísimo que Marcos 9:1 y Mateo 16:28 NADA tienen que ver con Pentecostés del año 33 E.C.

Lo cierto es que esta promesa se cumplió seis días después cuando “Jesús tomó a Pedro, Jacob y Juan, y los llevó aparte a un monte alto, y se TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS; y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.” (Mateo 17:1-3).

Nótese que aquellos “algunos” fueron Pedro, Jacobo y Juan, quienes vieron la “venida del reino y la gloria del Rey” (2 Pedro 1:16). No obstante, esta fue una visión de una gloria aún mayor que vendrá con Cristo en su segunda venida a la tierra. Para ese entonces Jesús dirá a sus escogidos: “Venid, benditos de mi Padre: Heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:31,34).

En Lucas 19:11-27 Jesús pronuncia la Parábola de las Diez Minas, la cual es muy interesante e informativa. Pero: ¿Por qué Jesús pronunció esta parábola a sus discípulos? La respuesta es sorprendente, y la descubrimos en el versículo 11: “por cuanto estaba (Jesús) cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino se manifestaría INMEDIATAMENTE.” ¡Aquí está la razón! Los seguidores de Jesús pensaron erradamente que el glorioso reino de Dios se establecería inmediatamente. Entonces Jesús pasa a decirles que antes que se establezca su reino, él tiene que ir al cielo a recibir un reino y volver (verso 12). Pero Cristo aún no ha vuelto, por tanto el reino no ha sido establecido aún. Además, Jesús dice que ese esperado reino se hará realidad para él y su iglesia sólo en su parusía o segunda venida al mundo (Mateo 25:31,34). Por eso Pablo irónicamente se burla de aquellos cristianos que creían que estaban reinando sin Cristo, diciendo: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y OJALÁ reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!” (1 Corintios 4:8). ¡Y esto fue escrito por Pablo varias décadas después de Pentecostés!

¿No es la profecía de Daniel 2:44 una prueba definitiva de que el reino de Dios se estableció durante el apogeo del imperio romano?

El pasaje de Daniel 2:44 dice: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.” Ahora bien, notemos que Daniel señala que “en los días de estos reyes” el reino sería establecido en la tierra. Sí, el reino se establecería cuando DIEZ REYES CORONADOS Y EN SU PODER APARECIERAN EN LA HISTORIA de Roma. No obstante, cuando cierto grupo de cristianos llamados “amilenialistas” nos dice que ello ocurrió en el año 33 E.C, no saben cómo explicar quiénes eran esos 10 reyes en pleno poder y mando en Roma. Simplemente han dicho que eran 10 césares romanos. Sin embargo, nunca hubo 10 emperadores o césares romanos gobernando SIMULTÁNEAMENTE. Nótese nuevamente que dice “en los días de estos reyes”. La profecía es clara. El reino de Dios se establecería cuando aparecieran diez reyes o gobernantes en pleno poder en el Medio Oriente (encabezados por el anticristo). No obstante, cuando se produjo el Pentecostés del año 33 E.C, el gobernante o césar romano de turno era TIBERIO. Sus antecesores ya estaban muertos, y sus sucesores estaban todavía jóvenes o no habían aún nacido. Es claro que sólo hubo un césar romano cuando bajó el Espíritu Santo en Pentecostés---¡No 10!

Daniel 7:7,8 nos revela, además, que de entre los “diez cuernos” (=diez dedos de Daniel 2:44) salió un undécimo cuerno, delante del cual son arrancados tres cuernos.. ¿Diremos que el césar romano #11 vio cómo derrocaban----simultáneamente---a otros TRES césares romanos?¿Tenemos acaso alguna información histórica de que esto efectivamente ocurrió durante el apogeo o decadencia del imperio romano?¿Dónde está el documento? Que sepamos, Roma nunca tuvo 3 césares reinando juntos y que fueran derrocados por otro césar usurpador.

Ahora bien, supongamos por un instante que el reino se estableció en el primer siglo, durante el apogeo de Roma. ¿Destruyó ese “reino” (= “iglesia de Cristo”) a 10 reinos y reyes existentes y los consumió? Recordemos que Daniel 2:44 dice que ese “reino celestial” destruye y consume a 10 reinos existentes (representados por los diez dedos de los pies de la imagen colosal que soñó Nabuconodosor). Que sepamos, ningún reino del primer siglo destruyó a otros 10 reinos y sus reyes, y menos, la iglesia de Cristo naciente. Los césares romanos murieron asesinados o de muerte natural, pero ninguno de ellos por acción de la iglesia militante, o por la intervención de algún nuevo imperio. El imperio romano cayó por su propia decadencia moral y social, unos 400 años después de que se estableciera la iglesia del Señor. Sólo cuando ya no quede ‘rastro alguno’ de estos reinos, la profecía se habrá cumplido (Leer Daniel 2:35). Pero todavía existe Roma y sus ruinas antiguas, así como muchas otras. Que sepamos, no hay registro alguno de la desaparición SIMULTÁNEA de 10 reinos y reyes en el primer siglo, ni en el segundo, ni en el tercero, ni hoy.

Finalmente, si por “reino” ha de entenderse “La Iglesia Cristiana”, entonces los otros 10 reinos destruidos ha de entenderse como “10 iglesias destruidas”. Pero, ¿destruyó la iglesia de Cristo naciente a otras 10 iglesias existentes en el primer siglo? ¡Jamás! Al contrario, la iglesia naciente fue fuertemente perseguida y diezmada por Roma hasta el siglo IV. Recién con el emperador Constantino (Siglo IV) la iglesia pudo respirar aires de libertad y paz.

¿No dijo Jesús en Lucas 17:20,21 que su reino “está entre vosotros”? ¿No prueban estas palabras suyas que el reino estuvo presente en el primer siglo?

Estimados amigos este pasaje de Lucas 17:20,21 es muy citado por los que no creen en un reino literal. Este dice así: “El reino no vendrá con advertencia, ni dirán helo aquí, o helo allí, porque he aquí que el reino está entere vosotros.” Si lo que Jesús dijo era que el reino estaba ya establecido en la tierra durante su ministerio, entonces éste no llegó el 33 E.C de Pentecostés (fecha que muchos suponen comenzó el reino) sino ANTES. Recordemos que Jesús aún estaba cumpliendo su misión redentora entre los suyos, y ni siquiera había mencionado la futura llegada del Espíritu Santo en Pentecostés. ¿Creerán los “amilenialistas” o los “reino-fóbicos” que el reino vino ANTES del Pentecostés del año 33 E.C?

Ahora bien, en Lucas 21:25,31 Jesús afirma que ANTES de la venida del reino habría “señales” en el sol, la luna y las estrellas (Lucas 21:25). Luego Jesús dice: “Cuando veáis que suceden estas cosas (las señales), sabed QUE ESTÁ CERCA EL REINO DE DIOS” (verso 31). Me pregunto: ¿Se contradice nuestro Señor? En el capítulo 17 de Lucas dice que el reino vendrá sin advertencia (sin “señales”) pero en el capítulo 21 dice lo contrario. Sin duda Lucas 17:20,21 no debe ser tomado a la ligera.

Hugh J.Schonfield, en su libro “El Complot de Pascua” dice algunas verdades indiscutibles. En la página 147 de su libro comenta este pasaje de Lucas 17:20,21 así: “...dijo a los fariseos que el reino no vendrá permaneciendo ociosos, en espera de signos. El reino de Dios estaba justo a su lado, delante de sus narices, listo para aparecer sólo con que ellos quisieran cumplir las condiciones que lo inaugurarían. Estad vivos, insistía Jesús. El objetivo no se alcanzará mediante una adormilada asociación con él.”

Hans Conzelmann: En su libro “La Teología de San Lucas”, página 147 comenta este pasaje de Lucas 17:20,21 así: “La declaración principal no es que el reino está viniendo, sino que el reino está siendo predicado por Jesús y hecho manifiesto en su ministerio. La “venida” en si misma pertenece al futuro, y está separada por un largo intervalo de su manifestación.” (Pág. 180).

Finalmente podemos decir que Cristo, como Rey del reino de Dios, fue el más importante y esencial de sus partes componentes; y usando un lenguaje llamado SINECDOQUE (el acto de recibir, describe la figura por la que un vocablo recibe de otro algo, por estar asociado con él mediante alguna conexión, como cuando se toma la parte en lugar de todo y viceversa) él pudo muy bien decir que el reino, representado por él mismo, ya estaba verdaderamente entre los fariseos. No obstante, el reino escatológico aún no se establecería en la tierra durante su ministerio en Israel.

¿No dijo Jesús que el reino había llegado cuando expulsaba a los demonios? (Lucas 11:20).

En Lucas 11:20 Jesús dice: “Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros.” Aquí nuevamente vemos un reino que supuestamente ya “ha llegado” antes de Pentecostés. Es un reino que se manifiesta por el hecho de la expulsión de los demonios de los poseídos. Jesús asocia la “venida” del reino con la atadura de los demonios, y con su arrojamiento al abismo (Mateo 10:1; 1 Juan 3:8). Pues bien: ¿No es esto lo que exactamente va a hacer nuestro Señor con Satanás y sus demonios justo antes de inaugurar su reino milenario? (Leer Apocalipsis 20:1-3). Por eso, cuando Jesús y sus apóstoles ataban a los demonios, daban a saborear un poco---por así decirlo--- la presencia benefactora del reino futuro en su ministerio terrestre. El reino de Cristo significará la liberación humana de las garras satánicas, y el inicio de una nueva existencia en Cristo.

¿Por qué dice usted, Sr. Apologista, que el reino está relacionado con el pueblo judío si éste rechazó a su Mesías?¿No dice Jesús que el reino le sería quitado a Israel y dado a los no judíos, según Mateo 21:43?

En este texto NO se dice que el reino le sería quitado a Israel para siempre. En Romanos 11:11,12 el apóstol Pablo dice que la transgresión de los judíos trajo la riqueza a los gentiles. No obstante, el apóstol luego pasa a decir que la futura restauración del pueblo judío---y con él su reino---se traducirá en mayores bendiciones para los no judíos (gentiles).

El apóstol pasa a decir también que “algunas ramas (no todas) fueron desgajadas del buen olivo” las cuales fueron reemplazadas por otras ramas injertadas de un olivo silvestre (Romanos 11:17). Luego Pablo dice que las “ramas silvestres” (gentiles) no deben enorgullecerse de haber sido injertadas dentro del buen olivo, pues no son las ramas (gentiles) las que sostienen al olivo (la nación judía), sino el olivo bueno y su raíz a las ramas injertadas del olivo silvestre (v.18). Finalmente Pablo dice, en el verso 24, que Dios injertará nuevamente a las ramas naturales del “buen olivo” si se arrepienten. Ahora bien, hubo muchos judíos que permanecieron fieles a Dios, los cuales no fueron desgajados del buen olivo. Por ejemplo: Todos los apóstoles, sus discípulos hebreos en Jerusalén y de la diáspora, etc. Ellos no fueron cortados, pertenecían al pueblo original de Dios. Sólo los infieles fueron cortados para luego ser reemplazados por los gentiles convertidos. Estos gentiles convertidos se unen al pueblo elegido de Dios (“buen olivo”), y se nutren igualmente de su rica savia (las promesas hechas a los padres hebreos). Decir que Dios rechazó totalmente a su pueblo original, significa que las ramas injertadas no tienen la rica savia del buen olivo como fuente de sostenimiento, y esto entonces quiere decir: Desesperanza y la muerte.

Pablo les dice a los gentiles de Efeso lo siguiente: “Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne...estabais sin Cristo, alejados de la CIUDADANÍA DE ISRAEL y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos ( a la ciudadanía de Israel) por la sangre de Cristo.” (Efesios 2:11-13). Aquí Pablo aclara más el asunto. Los gentiles ahora están dentro de la ciudadanía de Israel, el antiguo pueblo Dios, por medio de Cristo. Ahora los gentiles, como los judíos elegidos, tienen la oportunidad de beneficiarse de los pactos de la promesa (“la rica savia del olivo”). Ahora los gentiles injertados a la nación de Israel (el pueblo de Dios) son conciudadanos de esa nación de Dios, y ya son miembros de la familia de Dios, y herederos de Sus promesas. Hay pues un solo Señor, una sola fe, una sola esperanza de nuestra vocación (Efesios 4:4). Decir que la esperanza de los fieles hebreos es distinta a la de los fieles de la Iglesia, es una tesis que no encuentra su apoyo en la Biblia. Pero también es un grave error decir que Dios rechazó para siempre a su pueblo al cual desde mucho antes conoció. Dice Pablo sobre este punto así: “Digo, pues: ¿Ha rechazado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. NO HA DESECHADO DIOS A SU PUEBLO, AL CUAL DESDE ANTES CONOCIÓ...” (Romanos 11:1,2). Así que aunque los amilenialistas digan que Dios rechazó al pueblo elegido Judío, Pablo dice que NO. Y aunque a algunos les duela, “la salvación viene de los Judíos” (Juan 4:22)---¡Y lo dijo el judío Jesús!

Si el reino del rey David dejó de existir para dar paso a un “reino espiritual y celestial”, ¿por qué los mismos discípulos de Jesús le preguntaron, momentos antes de su ascensión al Padre: “...Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Insistir en un reino monárquico en Israel por parte de los discípulos hubiera sido una testarudez, si es que en verdad Cristo abolió para siempre esa esperanza mesiánica. Pero Jesús no los reprende diciéndoles algo así como: “Me sorprende que me pregunten eso si ya les enseñé que mi reino es espiritual y celestial”. Pero Jesús no les dice eso o algo similar. Lo que les dice es que “no os toca saber los tiempos y las sazones, que el padre puso en su sola potestad” (v.7). Lo que preguntaron los discípulos era correcto y válido, y no una tontería como algunos teólogos han sostenido. No creo que todos los discípulos de Jesús hayan sido malos alumnos como para entender mal lo enseñado por él acerca el reino, en esos 40 días que estuvo en privado con ellos, después de su resurrección (Hechos 1:3). Jesús mismo valida la pregunta contestando que sólo Dios sabe el tiempo cuándo será restaurado el reino davídico a los israelitas. La pregunta era correcta, pero el tiempo sólo lo sabe Dios.

Pero los hermanos amilenialistas se olvidan lo que el profeta Ezequiel dijo concerniente al reino monárquico en Israel. En primer término, el último rey que tuvo la dinastía de David fue SEDEQUÍAS, quien fuera derrocado por Nabuconodosor allá por el año 587 A.C. Desde esa fecha hasta hoy la dinastía y el reino de David quedaron suspendidos en el tiempo. Pero nótese que el profeta Ezequiel afirma que la corona y la tiara se le dará a un varón que tiene el derecho a tomarlos (21:25-27). En Hechos 2:29,30 el apóstol San Pedro revelará que Jesucristo es aquel varón que se sentará en el trono del reino de David. El evangelista Lucas dice que Jesucristo recibirá “el trono de David su padre, y reinará sobre la casa (nación) de Jacob (Israel) para siempre” (Lucas 1:31-33). Los que dicen que el trono de David está el cielo, están mintiendo. Lo cierto es que ni David, ni ninguno de sus sucesores, estuvieron reinando en el cielo sobre el pueblo de Israel. La Biblia es clara cuando nos dice que David reinó 33 años en Jerusalén, y 7 en Hebrón (1 reyes 2:11).




¿Puede usted demostrar, Sr. Apologista, que el reino de Dios se establecerá en Jerusalén, y que Cristo tendrá su trono en esa ciudad?

En primer término, el reino de Dios era el reino de David. En 1 Crónicas 28:5 leemos: “Y de entre todos mis hijos (porque Jehová me ha dado muchos hijos), eligió a mi hijo Salomón PAR QUE SE SIENTE EN EL TRONO DEL REINO DE JEHOVÁ (DIOS) SOBRE ISRAEL.” Aquí está la prueba de que “el trono de David” en Israel era EL REINO DE DIOS. Pero, ¿Dónde reinó David, Salomón, etc? ¡En Jerusalén! Eso lo vimos en la pregunta anterior.

Otro texto interesante que prueba que el “reino de David” era “el reino de Dios” está en 2 Crónicas 13:5,8 que dice: “¿No sabéis vosotros que Jehová Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para siempre, a él, y a sus hijos, bajo pacto de sal? Y Ahora vosotros tratáis de resistir al REINO DE JEHOVÁ en mano de los hijos de David, porque sois muchos...”

No es de extrañar lo que el ángel de Dios le dijo a María en relación al judío Jesús: “...y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará EL TRONO DE DAVID SU PADRE; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lucas 1:31-33). Nuevamente se nos dice que Cristo reinará en Israel, y cuya capital es Jerusalén.

En Mateo 5:34,35 Jesús dice algo muy interesante que pocos cristianos han advertido: “Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera, ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por JERUSALÉN PORQUE ES LA CIUDAD DEL GRAN REY.” ¿Quién era el “gran Rey”?¿Herodes? No, sino Jesús mismo. Sí, Jerusalén es la ciudad del gran rey Jesucristo, él la hará su capital en su reino milenario.

Los discípulos sabían perfectamente que el reino de Dios estaba estrechamente ligado con la ciudad de JERUSALÉN ( la sede del reino davídico). En Marcos 11 vemos la historia de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. ¿Qué pensaron inmediatamente los discípulos de esa entrada de Jesús en la ciudad de David? Los versos 10 y 11 nos dicen: “¡Bendito EL REINO de nuestro padre David que viene!¡Hosanna en las alturas! Y ENTRÓ JESÚS EN JERUSALÉN...” Es clarísimo que los primeros cristianos sí esperaban la reanudación o la restauración del reino de David en Jerusalén en la persona del Cristo, su descendiente según la carne. Más adelante los discípulos se verán precisados a preguntarle si ya era el tiempo de la tan esperada restauración (Hechos 1:6,7).

Si el reino es ahora la Iglesia de Cristo, entonces no habrá una futura restauración del reino de David en Israel. Pero esta creencia contradice una infinidad de pasajes que nos hablan de un reino futuro aún no establecido o restaurado. Notemos que el reino verdadero será restaurado. Eso quiere decir que ese reino existió, se suspendió y nuevamente se establecerá como era antes. ¿Pero existió la iglesia antes de Pentecostés, en los tiempos de David?¿Fue el reino de David la misma iglesia de Cristo, el cual fue derrocado por Nabuconodosor en el año 587 AC?¿Derrocó Nabuconodosor a la iglesia de Cristo en los tiempos de Sedequías?¿Restauró Cristo el reino de Dios en el 33 E.C? ¿Fue restaurada, o más bien, inaugurada, la iglesia en Pentecostés? La Biblia habla de que el reino será RESTAURADO como lo fue antes---¡No INAUGURADO! (Hechos 1:6; 3:19-21; Romanos 11:12). Esto es importante. Véase en el diccionario el significado de la palabra “restauración”. Esto es muy importante, pues también significa reposición en el trono de una dinastía caída, depuesta, o derrocada. Esto ocurrirá con la dinastía davídica aún derrocada. Cristo regresará en gloria para RESTAURAR EL REINO DERROCADO DE DAVID! (Mateo 25:31,34).

En Jeremías 3:17 se nos revela que Jerusalén será llamada: “Trono de Jehová”. En Zacarías 8:3 leemos: “Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sión, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos, Monte de Santidad.” En Zacarías 1:16 también leemos: “Por tanto, así ha dicho Jehová: Yo me he vuelto a Jerusalén con misericordia; en ella será edificada mi casa...” El siguiente versículo, el 17, dice: “Clama aún, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún rebosarán mis ciudades con la abundancia del bien, y aún consolará Jehová a Sión, Y ESCOGERÁ TODAVÍA A JERUSALÉN.” “...y Jerusalén será santa, y extraños no pasarán más por ella.” (Joel 3:17).

Y en Lucas 21:24 Jesús dice de Jerusalén, lo siguiente: “...y Jerusalén será hollada por los gentiles, HASTA QUE LOS TIEMPOS DE LOS GENTILES SE CUMPLAN.” Pero muchos llamados cristianos no se han puesto a meditar en estas palabras proféticas de Jesucristo. Aquí hay un hecho histórico innegable e indiscutible. Jerusalén ha sido pisoteada por las naciones e imperios gentiles (no judíos) durante milenios. Pero Jesucristo afirma que este “hollamiento” (pisoteo)---¡tendrá su fin! (“hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”). Entonces, cuando los no Judíos o gentiles dejen de pisotear Jerusalén, los Judíos tendrán el dominio y el control absolutos de Jerusalén con el Mesías y su iglesia a la cabeza ( Joel 3:17; Isaías 32:1; Lucas 1:31-33; Mateo 5:34,35). Ya en Junio de 1967 se dio un gran paso, cuando Jerusalén pasó a manos de los Judíos, aunque aún seguirá el pisoteo gentil hasta que Cristo regrese a reinar sobre sus enemigos en Jerusalén (Leer Zacarías 14:1-21).

¿Acaso no prometió Jesús a sus seguidores el cielo en Juan 14:1-3?

Jesús jamás prometió a sus seguidores darles un lugar en el cielo como morada permanente. Tampoco ninguno de sus apóstoles creyó que iría al cielo para estar con Dios y Jesús. Fue el filósofo Griego Platón el que sentó las bases de un alma inmortal que parte de este mundo después de la muerte. Su filosofía fue mezclada con el pensamiento Hebreo y nació el gnosticismo. Esta secta gnóstica, muy en boga en los tiempos de Jesús, amenazó a la sana doctrina predicada por Jesús y sus apóstoles. Los apóstoles, y en especial Pablo y Juan, advirtieron a las iglesias cristianas en contra de esa secta. Pablo llamó a los gnósticos: “La falsamente llamada ciencia” (“gnosis”)(1 Timoteo 6:20). Los gnósticos decían que la materia era mala y pecaminosa, y que Cristo no era humano sino que tenía apariencia de hombre. Creían que existía un plano superior (el “Pleroma”, especie de cielo gnóstico) donde vivían los AEONES (espíritus puros superiores, entre los cuales estaba Cristo antes de venir al mundo). Los gnósticos creían que ellos tenían el conocimiento verdadero para lograr partir a ese plano o dimensión de los espíritus con el alma inmortal. ¿No se parece esto mucho al pensamiento “cristiano” sobre una existencia en el cielo con Dios, Cristo, y sus ángeles después de esta vida, a través de nuestras “almas inmortales”? Es muy probable que muchísimos cristianos sean realmente cristianos gnósticos en este punto.

También Pablo advirtió, que después de su “partida”, entrarían en el rebaño del Señor falsos maestros que buscarían ganarse el rebaño con palabras pervertidas (Hechos 20:29,30). Y así fue. Con el correr del tiempo, la iglesia se corrompe con sus propios malos obispos que se levantan con sus herejías destructoras. En el siglo IV, dijimos, aparece el obispo “San Agustín de Hipona”, el Padre y Teólogo del catolicismo. Éste distorsiona radicalmente el verdadero significado del reino bíblico al decir, por vez primera, en su obra “La Ciudad de Dios”, que el reino era “la iglesia reinante”. Parece ser que los “amilenialistas católicos”, y “campbelitas amilenialistas” no han logrado sacudirse del todo de los errores de Agustín de Hipona.

Algunos dirán: “Bueno, ¿no dice Jesús que “los pobres en espíritu es el reino de los cielos”? (Mateo 5:3). Pero tomemos nota que el Señor NO dice que de los pobres en espíritu es el reino EN (sino “DE”) los cielos”. De modo que lo que Cristo ofreció a los pobres en espíritu era un reino que tiene su origen en Dios, y no en los hombres. Viene de Dios como un don o regalo para los hombres.

Pues bien, regresemos a Juan 14:1-3 de la pregunta. Veamos lo que verdaderamente dijo el Señor Jesucristo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mi mismo, para que DONDE YO ESTOY, vosotros también estéis.”

Muchos estudiantes de la Biblia no se han puesto a pensar en esta última frase “para que DONDE YO ESTOY (tiempo presente)”. En las más importantes versiones de la Biblia Inglesa se vierte este pasaje como “WHERE I AM” en tiempo siempre presente (“donde yo estoy”). Esta frase es sumamente importante y clave para entender los versos en cuestión. Jesús está ofreciendo un lugar a sus discípulos “en la casa de su Padre”. Luego nos dice que él nos tomará para que estemos con él en el lugar donde ÉL ESTÁ en el momento de pronunciar la promesa. Y, ¿dónde estaba Jesús cuando pronunció esa promesa? ¿En el cielo? ¿En Marte? No! Él estaba aún en LA TIERRA, y más exactamente, EN JERUSALÉN. Recuerde que Jesús todavía no había ascendido al cielo, y aún no había ni siquiera resucitado. Por tanto Jesús estaba ofreciéndoles a sus seguidores volver a la tierra para estar con ellos en el lugar donde proclamó su promesa, es decir: ¡En Jerusalén!

Muchos cristianos creen que Jesús nos “llevará al cielo” para darnos nuestro “lugar” en la casa del Padre. Pero Jesús nunca habló de llevarnos al cielo en Juan 14:1-3. Usted NO leerá, ni siquiera una vez, de que iremos al cielo para recibir nuestro “lugar” una vez que esté preparado por Jesús. Lo que Jesús dijo era que prepararía nuestro lugar en la casa de su Padre y que luego volvería para estar con nosotros. Lo que NO dijo era CUÁNDO Y DÓNDE recibiríamos nuestro lugar en la casa del Padre. Él sólo está ahora ocupado PREPARANDO nuestras moradas, pero NO nos dice cuándo entraremos en ellas. En Apocalipsis 21 se revela que la “ciudad santa” bajará del cielo después del milenio. La ciudad santa de Apocalipsis 21 es descrita por Ezequiel como un edificio (40:2), y como una casa en 2 Corintios 5:1,2. Esta ciudad o casa canta bajará del cielo, y “Dios estará con los hombres” (Apocalipsis 21:3). Sólo los salvos entrarán en ella para tomar sus lugares o moradas (Apocalipsis 21:27). También leer Hebreos 11:9,10 donde se nos dice claramente que Abraham (el padre de la fe) “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.” Y en Hebreos 13:14 Pablo dice: “Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos LA PORVENIR.”

¿No dice Pedro, en 2 Pedro 3:10-13, que esta tierra será destruida por fuego? Si este es el caso: ¿No es lógico concluir que escaparemos al cielo?.

Es cierto que Pedro habla de la “destrucción de la tierra por fuego”, de la misma manera que Dios dijo de la tierra de la época de Noé. En Génesis 6:13 leemos algo interesante: “Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré CON LA TIERRA.” Nótese que Dios iba a destruir a todo hombre y animal...¡y la tierra misma! Pero: ¿Llegó Dios a destruir a los hombres impíos de entonces junto con el planeta tierra? Por cierto que no. La tierra sigue siendo la misma desde su creación. En realidad es una forma superlativa de hablar de Dios indicando la severidad de su castigo.

En 2 Pedro 3:10-13 leemos: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y LA TIERRA Y LAS OBRAS QUE EN ELLA HAY SERÁN QUEMADAS.” ¿No son semejantes Génesis 6:13 y 2 Pedro 3:10-13? Si la primera tierra PRE-diluviana no fue literalmente destruida, ¿porqué tendría que serla ésta? Es claro que lo dicho por Dios ha de entenderse como la severidad y firmeza de su castigo, la erradicación del mal, de los malos, y de sus obras (casas de juego y de citas, bares, fábricas de cigarrillos y de cerveza, fábricas de armas y bombas, etc). En el verso 13 se habla de “nuevos cielos y nueva tierra” Esta forma de dicción no es rara en la Biblia, pues también encontramos la expresión “nueva criatura” en 2 Corintios 5:17, aunque persistan aún los viejos defectos (miopía, cojera, cicatrices, etc). En Efesios 4:24 encontramos la expresión “nuevo hombre” (pero sólo en lo moral y espiritual). En Romanos 6:4 encontramos la frase “nueva vida” (pero siempre en el sentido moral y espiritual).

Y Para terminar diré que 2 Pedro 3:13 tiene relación con Isaías 65:17 que dice: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni vendrá más al pensamiento.” Pero lo interesante del caso es que Dios sigue diciendo en los siguientes versículos (18-25) que: “traigo a Jerusalén alegría...y me alegraré con Jerusalén.” Estas palabras indican que finalmente el planeta no será destruido, pues seguirá existiendo Jerusalén como una ciudad de gozo y alegría, en contraste con la actual Jerusalén agitada y convulsionada por los conflictos internos y externos.

¿Acaso, Sr. Apologista, no dice la Biblia que Cristo vendrá para entregar su reino al Padre según 1 Corintios 15:24?

Cristo entregará su reino al Padre, pero: ¿Cuándo? Esta es una pregunta importante. Lo que la Biblia sí dice verdaderamente es que Jesús, al volver a la tierra, dará su reino a sus discípulos (no ha Dios)(Mateo 25:31,34; Daniel 7:13-18). Sí, la iglesia, compuesta por judíos y gentiles fieles, recibirá el reino de Cristo al volver él al mundo otra vez. Esta es la verdad bíblica. No obstante, será después que Cristo haya reinado por mil años que él devolverá el reino al Padre; cuando haya puesto a sus enemigos por estrado de sus pies, incluyendo LA MUERTE misma (Salmo 110:1; 1 Corintios 15:25). Y, ¿Cuándo será vencida la muerte?¿En la segunda venida de Cristo? ¡No! Según la Biblia ella será destruida al finalizar el milenio de Cristo. La respuesta está en Apocalipsis 21:4. Esto significa que Cristo no va a devolver el reino al Padre inmediatamente después de volver a la tierra, sino después de los mil años de su reinado. Mientras tanto, Jesucristo estará reinando sobre sus enemigos (Salmo 110:1-5), siendo el último destruido: La muerte.

Otra de las pruebas bíblicas que señalan claramente que la muerte reinará hasta el final del milenio es que “los otros muertos no llegaron a vivir hasta que se cumplieron los mil años.” (Apocalipsis 20.5). Habrá muertos al final de los mil años del reinado de Cristo. La muerte imperará en la tierra hasta el final de esa fecha memorable que es llamada: “Milenio” (Apocalipsis 20:14). Después del milenio bajará “La Nueva Jerusalén” y acabará el imperio de la muerte (Apocalipsis 21:4; 20:14). También en este periodo el diablo será castigado definitivamente con la muerte. Y además, la muerte y el Hades serán arrojados al lago de fuego junto con el diablo y sus ángeles. Todo esto ocurre al final del milenio o del reino de Cristo. Los hermanos amilenialistas debieran reflexionar mejor sobre este pasaje antes de sacar conclusiones inexactas. Recordemos que “un texto sin el contexto es un pretexto”. Ir más allá de lo que está escrito es peligroso.

¿No dice Pablo que nuestro destino son “los lugares celestiales” en Efesios 2:6?

Tomemos nota que pablo habla de “los lugares celestiales” en Efesios 2:6. Y, ¿dónde están esos “lugares celestiales”? La respuesta, creo, la da Jesús en Juan 14:2,3---¡En la casa de Su Padre! Por tanto, los “lugares celestiales” tienen que ver con las “muchas moradas” de dicha casa, en donde Jesús se ha ido a preparárnoslas. Sin embargo, Pablo NO dice que iremos al cielo para ingresar a nuestras “moradas celestiales”.

Pongamos un ejemplo un poco fantástico. Si una nave marciana bajara a la tierra, y yo fuera invitado por la tripulación marciana a ingresar a ella para ver su interior, pregunto: ¿No estaría yo en un “lugar marciano” en la misma tierra? Y si viera yo en su interior sus compartimentos, pregunto nuevamente: ¿No serían esos compartimentos “lugares o compartimientos marcianos” en la tierra?

De igual modo, cuando baje la casa celestial a la tierra, con todas sus moradas o lugares, los que ingresen a ella estarán ingresando a sus lugares o moradas celestiales---¡en la tierra!. Algo celestial o “extraterrestre” se posará en la nueva tierra, y sus interiores o moradas seguirán siendo celestiales aunque estén en la tierra. Sí, en la nueva tierra entraremos a los “lugares celestiales” de la casa de Dios.

¿No dice claramente San Pedro que tenemos RESERVADA nosotros una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible EN LOS CIELOS? (Ver 1 Pedro 1:4).

Nuevamente tampoco Pedro está diciendo que subiremos al cielo para recibir nuestra herencia que está RESERVADA allí. Sencillamente está reservada en los cielos. Si por ejemplo decimos que el dinero del pago de los trabajadores está reservado en la bóveda del banco, ¿significa eso que los trabajadores tendrán que ingresar a la bóveda del banco para que se les pague? No necesariamente. Lo usual es que el cajero retire el dinero de dicha bóveda y proceda a pagar a los trabajadores en la oficina del personal. De igual manera, cuando Jesús vuelva a retribuir a sus siervos, él retirará nuestra herencia de los cielos y la traerá a la tierra. (Leer 1 Pedro 5:4; 2 Timoteo 4:8; Apocalipsis 22:12).

El sabio rey Salomón dijo sobre este asunto, así: “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra...” (Proverbios 11:31). En otra parte Salomón dice también: “El justo no será removido jamás (de la tierra)...” (Proverbios 10:30). Estos textos contradicen la enseñanza que dice que los salvos serán retribuidos en el cielo cuando mueran.

¿No prometió el Señor Jesús que nos arrebataría con él mismo al cielo, en 1 Tesalonicenses 4:17?

El apóstol Pablo no está diciendo tampoco en este texto, que seremos arrebatados al tercer cielo, sino EN LAS NUBES. No está hablando de que seremos arrebatados al cielo, sino “EN LAS NUBES PARA RECIBIR AL SEÑOR EN EL AIRE, y así estaremos siempre con el Señor.” Para nada se hace mención del cielo en este versículo, ni se nos promete estar con Cristo en el cielo. Pablo está hablando de que seremos “arrebatados en las nubes” y de “recibir al Señor en el aire”---¿Para qué?¿Acaso para que Jesucristo nos reciba y nos lleve con él al cielo? ¡No! Pablo es claro al decir que nosotros LE RECIBIREMOS A ÉL EN EL AIRE cuando regrese a la tierra (¡no al revés!). ¿Qué importancia tiene este detalle? Veamos el pasaje y analicemos su contenido.

Si la iglesia recibirá al Señor en el aire es para acompañar a Jesús en su descenso a la tierra, ¡no al revés! Por ejemplo, si el presidente del Perú sale a recibir en palacio al Presidente de los Estados Unidos, ¿se irá el Presidente del Perú con el presidente Estadounidense a la Casa Blanca para la entrevista? Otro ejemplo: Si mi amigo viene a visitarme desde los Estados Unidos, y yo salgo a recibirle en el aeropuerto limeño, pregunto: ¿Me iré con él a su casa en los Estados Unidos, subiendo inmediatamente en el avión que lo trajo a Lima? ¡Claro que no! Si yo lo recibo es para traerlo a mi casa o a un hotel, y disfrutar de su compañía durante su estancia en mi país. Igual ocurrirá con la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo en las nubes de nuestra atmósfera. Nosotros saldremos a RECIBIRLE en las nubes para acompañarlo en su descenso a nuestro planeta. Entonces Jesús será escoltado por su gloriosa iglesia hasta el lugar donde se localizará su trono de gloria, es decir, JERUSALÉN (Mateo 5.33-35; Jeremías 3:17; Zacarías 14:4).

¿No dijo el apóstol Pedro que Dios lo preservaría para su reino celestial? ¿No creyó Pablo que había un reino en el cielo (2 Timoteo 4:18)?

En este pasaje Pablo NO dice que iría al cielo para entrar en el “reino celestial”. Lo que Pablo creía era que Dios lo preservaría o guardaría para su reino DE los cielos (“celestial”). Él NO dijo que Dios lo preservaría para su reino EN los cielos en ningún momento, sino para un reino de “inspiración celestial”, o de “origen celestial”.

En Hebreos 11:14-16 Pablo habla de una “patria celestial”, la cual, según el verso 16, es UNA CIUDAD. En Hebreos 11:14 el apóstol sigue diciendo que esta ciudad o “patria celestial” está por venir o por descender según Apocalipsis 21:2,3. Sí, la ciudad o “patria celestial” estará ¡en la tierra!.

En Lucas 2:8-13 vemos que a los pastores del campo se les aparece un ángel del Señor que les anuncia que ha nacido el Salvador, Cristo el Señor. Y el versículo 13 nos dice que repentinamente apareció con aquel ángel una multitud de las “huestes celestiales” que alaban al Señor, y decían: “Gloria en las alturas...” Aquí vemos nuevamente a “huestes celestiales”---¡en la tierra!

En conclusión, cuando la Biblia nos dice que heredaremos “el reino celestial”, ello no quiere decir que iremos al cielo para entrar en él. Ya hemos visto como “cosas y seres “celestiales” estuvieron aquí, en la tierra. ¿Acaso no puede bajar “el reino celestial” a la tierra así como lo hicieron “el pan celestial (Jesucristo)”, y “las huestes celestiales”? ¡Claro que sí! Ah, un ejemplo más. Después de resucitar de la tumba, Jesús recibió un “cuerpo celestial” (Leer 1 Corintios 15:40,49). Con ese “cuerpo celestial” nuestro Señor estuvo en la tierra por 40 días (Hechos 1:3).

¿No dijo acaso el apóstol San Pablo que nuestra CIUDADANÍA ESTÁ EN LOS CIELOS (Filipenses 3:20)?¿No significa entonces que viviremos en el cielo?

La palabra “CIUDADANÍA” usada por Pablo, se relaciona con la palabra CIUDAD(anía). En la Santa Biblia aparece claramente una “CIUDAD CELESTIAL” (o “PATRIA CELESTIAL”) que estará en la tierra (Apocalipsis 21:2,3). También se nos informa que entraremos a ella, una vez que se establezca en la “nueva tierra”. Pablo sostiene que la ciudad está POR VENIR (Hebreos 13:14). También Pablo sostiene que el fiel Abraham “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8-10).Mientras tanto, “nuestra ciudadanía está en los cielos” hasta que venga a nosotros a la tierra. En tanto que nuestra “ciudad” o “patria” permanezca en los cielos, podremos decir que nuestra ciudadanía seguirá estando en los cielos.

¿En qué parte de la Biblia dice que Cristo va a pisar este mismo planeta nuevamente?

En Hechos 1:11 los ángeles les dicen a los discípulos, quienes instantes antes habían visto al Señor subir al cielo, lo siguiente: “Varones Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? ESTE MISMO JESÚS, que ha sido tomado de vosotros al cielo, ASI VENDRÁ COMO LO HABÉIS VISTO IR AL CIELO”. Aquí se profetiza que el mismo Jesús resucitado, que había permanecido con sus discípulos 40 días en la tierra (Hechos 1:3), volverá DE LA MISMA FORMA O MANERA EN QUE SE HABÍA IDO AL CIELO. Esto se explica de este modo. Según el verso 12, Jesús había ascendido al Padre desde el MONTE DE LOS OLIVOS, hasta que una nube lo tapó de la vista de los discípulos (v.9). Ahora bien, Jesús, al volver, descenderá del cielo a las nubes del cielo, y de las nubes del cielo AL MONTE DE LOS OLIVOS (Zacarías 14:4). Si Jesús al volver, sólo se quedara en las nubes, sin descender hasta el Monte de los Olivos, entonces JESÚS NO ESTARÍA EN VERDAD VOLVIENDO DE LA MISMA MANERA COMO ÉL SE FUE, O COMO LO HABÍAN VISTO IRSE SUS DISCÍPULOS.

Si una persona hubiera podido tomar una película de ese magno suceso de la ascensión d Jesús al cielo, y luego pusiera en reversa o retroceso la película, entendería exactamente cómo será el futuro regreso de Jesús al mundo. No obstante, no precisamos del auxilio de una cámara de video o de una película para entender lo que explicamos. Aceptemos el hecho de que la ascensión de Jesús al cielo NO comenzó en las nubes, sino en EL MONTE DE LOS OLIVOS. ¿No es interesante que el profeta Zacarías diga que sus pies se posarán nuevamente en el Monte de los Olivos y éste se partirá en dos?¡Esto no sucedió en la primera venida de Cristo! (Leer Zacarías 14:4).

Lo que Jesús dijo en Mateo 5:34,35 nos lleva la conclusión de que Cristo hará de Jerusalén su ciudad real...¡Su trono!. El profeta Jeremías dice que en aquel tiempo (de la restauración del reino) llamarán a Jerusalén TRONO DE JEHOVÁ (3:17). El Salmo 67:4 dice que Dios pastoreará a las naciones EN (no “DE”) la tierra. En Apocalipsis 5:10 leemos: “Y los has hecho reyes y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra.” En Apocalipsis 20:4,6 dice que estos reyes y sacerdotes reinarán con Cristo mil años en la tierra.

En el Salmo 122:3-5 encontramos la información de que los tronos de los “reyes y sacerdotes” estarán en Jerusalén. Por tanto, el trono del “Rey de reyes” estará también allí. Jesús dijo que “Jerusalén es la ciudad del gran Rey” (Mateo 5:34,35).

En Juan 14:2,3 el Señor Jesús prometió a sus discípulos que ellos estarían con él en la tierra de Israel. Él dijo: “PARA QUE DONDE YO ESTOY (la tierra de Israel) vosotros también estéis”. Y en la profecía de Jeremías 23:5 leemos: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia EN LA TIERRA” ( También 33:15). Y en Romanos 4:13 dice que Jesús será “EL HEREDERO DEL MUNDO.”

Según el Salmo 37:29 “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella”. Ahora bien: ¿Es Jesucristo el MAYOR JUSTO? ¡Sí! (Leer 1 Juan 2:1). Y si Jesús es también JUSTO, ¿qué heredará él y dónde vivirá? ¡La tierra y en la tierra!. En el Salmo 85:9 se complementa lo anterior diciendo que LA GLORIA HABITARÁ LA TIERRA. Y, ¿cuál GLORIA? ¡La gloria del Señor Jesucristo! (Mateo 16:27; 24:30; Juan 1:14; 17:24; Colosenses 3:4). Por tanto: ¡Jesucristo habitará en la tierra!

En 2 Samuel 23:3 dice: “El Dios de Israel ha dicho: Habrá un justo que GOBIERNE ENTRE (no “SOBRE”) LOS HOMBRES, que GOBIERNE en el temor de Dios.” Sí, Jesús será aquel justo varón que gobierne en medio o entre los hombres en este planeta. ¡Eso dice la Biblia! Además, David dice en su Salmo 140:13 que LOS RECTOS morarán o habitarán en la presencia del rey. Pero: ¿Dónde morarán LOS RECTOS en la presencia del rey? No puede ser el cielo porque Salomón escribió en Proverbios 10:30: “EL JUSTO NO SERÁ REMOVIDO JAMÁS; pero los impíos NO HABITARÁN LA TIERRA.” La conclusión lógica y bíblica es que los rectos habitarán la tierra y estarán en la misma presencia del rey en la tierra. Dice Salomón: “LOS RECTOS HABITARÁN LA TIERRA, Y lOS PERFECTOS PERMANECERÁN EN ELLA.” (Proverbios 2:21). ¡Aquí está la evidencia! Y, ¿Quiénes son los PERFECTOS que permanecerán en la tierra? ¡Los cristianos! (Leer 2 Timoteo 3:17; Colosenses 1:28).

Jesús dice que “los mansos heredarán la tierra” (Mateo 5:5),. Pero más adelante dirá: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, QUE SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN...” (Mateo 11:29). Notemos que Cristo es también el mayor MANSO del mundo. Esto quiere decir que él HEREDARÁ LA TIERRA (comparar con Romanos 4:13). Él fue claro al decir que “los MANSOS heredarán la tierra (¡no el cielo!).”

¿Qué otra prueba existe de que el reino de Dios NO es la Iglesia de Cristo?.

Respuesta:
Lo más sencillo es sustituir la palabra ‘reino’ por ‘iglesia’ de los textos bíblicos más importantes. Si reino e iglesia son equivalentes, no tendrá porqué cambiar el sentido del texto bíblico que habla de él. Veamos algunos ejemplos:

Lucas 19:11:
“Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano para recibir UNA IGLESIA y volver.

Comentario:
Notemos que al cambiar la palabra ‘reino’ por ‘iglesia’ en este pasaje, obtenemos un absurdo. ¿Recibió Cristo una iglesia en el cielo? o ¿Se instituyó la iglesia en el cielo?¿Hemos bajado del cielo como “la iglesia de Cristo”?

Lucas 12:32:
“No temáis manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido DAROS la iglesia”.

Comentario:
Aquí hemos sustituido la palabra ‘reino’ por ‘iglesia’ y hemos obtenido algo absurdo. En primer lugar, Jesús se dirige a sus apóstoles---¡a los cuales se les DA EL REINO!. No dice Jesús que al Padre le ha placido “HACEROS EL REINO”, sino “DAROS EL REINO”. El sentido es diferente. Si la iglesia es el reino, y ella está compuesta por los apóstoles y demás discípulos, ¿cómo podrían SER ellos “el reino de Cristo” y RECIBIR al mismo tiempo el reino? ¿Cómo podían los apóstoles recibir un reino y ser parte de él al mismo tiempo? Si la iglesia es verdaderamente el reino, entonces Jesús debió decirles a sus apóstoles que al Padre “le ha placido HACEROS el reino o iglesia”. Pero no fue así, sino que dijo: “Le ha placido DAROS EL REINO”!

Mateo 6:10:

“Venga tu iglesia, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”

Comentario:
Los que creen que la iglesia es el reino, tendrán que mutilar esta parte del “Padre Nuestro”; pues si el reino ya vino en el 33.d.C, ¿para qué seguir pidiéndolo? Pero lo cierto es que esta parte de la oración está tan vigente como el resto de las peticiones en el “Padre Nuestro”. Así, pedir por la venida del reino es tan importante como pedir perdón por nuestras ofensas, o por el pan diario.

Por otro lado, si reemplazamos ‘reino’ por ‘iglesia’ tendríamos: “Venga tu iglesia, hágase tu voluntad...” Sí, “Venga tu iglesia”---¿De dónde?¿Cómo? Si los discípulos vendrían a ser la misma iglesia de Cristo: ¿Por qué tendrían que pedir por la venida de una iglesia? ¡No tiene mucho sentido que digamos!

Mateo 25:31,34:
“Cuando el Hijo del Hombre venga...entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre HEREDAD LA IGLESIA preparada para vosotros desde la fundación del mundo.”

Comentario:
Aquí hemos reemplazado ‘reino’ por ‘iglesia’ y encontramos algo muy extraño. Es un asunto muy importante que no podemos pasar por alto, y es que hay una reino (iglesia para los amilenialistas) que se preparó desde la fundación del mundo, y que será heredado por la iglesia en la ‘parusía’ o Segunda Venida de Cristo. ¿UNA IGLESIA que hereda UNA IGLESIA?¿Cómo es posible esto? Por eso creemos que la iglesia y el reino son dos cosas muy diferentes.

Juan 3:3:
“Respondiendo Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo no puede ver la iglesia de Dios.”

Comentario:
En este pasaje también hemos sustituido ‘reino’ por ‘iglesia’ y hemos obtenido un absurdo total. ¿Cuál es ése? Si el reino es la iglesia, y ésta sólo puede ser vista por hombres “renacidos”: ¿Cómo es posible que cualquier hombre mundano o no convertido pueda ver, e incluso entrar, en la iglesia de Cristo? Muchos NO renacidos pueden ver con sus ojos, y entrar con sus pies a la iglesia de Cristo sin dificultad. Esto me lleva a la conclusión de que el reino e iglesia ---¡NO son sinónimos!. Hay un reino futuro en el cual los impíos ni verán ni entrarán---¡Sólo los renacidos!
Hechos 14:22:
“...es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en la iglesia de Dios.”

Comentario:
Aquí en este pasaje hemos sustituido la palabra ‘reino’ por ‘iglesia’ y hemos obtenido algo interesante. Notemos que Pablo se dirige a creyentes de Listra, Iconio y Antioquia. A estos hermanos, de las iglesias de Cristo en esas ciudades, les exhorta a que permanezcan fieles a pesar de las tribulaciones, a fin de que puedan “ganar su entrada a la iglesia de Dios”. Esto es muy extraño, pues Pablo se dirige a iglesias cristianas ya constituidas. ¿Cómo entrarían las iglesias de Iconio, Listra y Antioquia a la iglesia misma?¡No lo entendemos! Aquí se vuelve a demostrar que el reino de Dios es diferente a la iglesia de Cristo.

1 Corintios 15:50:
“Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar la iglesia de Dios, ni la corrupción hereda a incorrupción.”

Comentario:
Aquí, al reemplazar la palabra ‘reino’ por ‘iglesia’ nos hallamos con un serio problema. Y es que si a la iglesia no se puede pertenecer en la carne y en la sangre, ¿por qué aún están en la carne y la sangre los miembros de la iglesia de Cristo? Obviamente algo no anda bien con la interpretación ‘amilenialista’ del reino.

Hechos 1:6:
“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor restaurarás la iglesia a Israel en este tiempo?”
Comentario:
Aquí resulta una extrañeza al reemplazar ‘reino’ por ‘iglesia’, pues: ¿Acaso la iglesia tiene que ver con Israel? Cómo es eso que la iglesia será restaurada a Israel? Es obvio que reino e iglesia son dos cosas diferentes. El reino fue antes que la iglesia.

Los ‘amilenialistas’ se encuentran en serios apuros cuando tienen que responder a toda esta argumentación bíblica consistente. El amilenialismo deja sin horizontes y sin entendimiento sobre los sucesos mundiales de hoy. Prácticamente han anulado muchísimas profecías bíblicas del futuro (Leer Proverbios 29:18). Para ellos casi todas las profecías bíblicas ya se han cumplido. Han dejado de comprender los acontecimientos mundiales del presente y del futuro. Prácticamente están el medio del mar sin mapas y brújulas, y...¡están a la deriva!

Finalmente, algunos me preguntan preocupados: ¿Por qué cree usted, apologista, en un reino de mil años si la Biblia habla del reino eterno en 2 Pedro 1:11?

Creo que los que me formulan esta pregunta también deberían preguntarse ellos mismos por qué el evangelio es eterno, según Apo. 14:6, o la herencia de los cristianos, según Heb. 9:15. Además, ¿cómo puede alguien tener vida eterna si la recibió por fe sólo en el momento de su conversión como una gracia del Señor?

En Efesios 3:1-11 Pablo nos dice lo siguiente:

“Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles; si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros; que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él”.

Creo que en estos versos Pablo nos habla del misterio escondido en la eternidad, o el propósito eterno de Dios (su evangelio eterno) para los hombres en la persona de Cristo. En ese sentido el “evangelio es eterno” porque fue el propósito eterno de Dios para los hombres en Cristo Jesús…y ese evangelio era sobre las inescrutables riquezas en Cristo Jesús, las cuales incluyen su reino en la tierra. Así, el reino es eterno porque estuvo en los propósitos eternos de Dios para la humanidad en Cristo Jesús.



LOS 144,000 Y LA "GRAN MULTITUD", ¿QUÉ SON EN REALIDAD?



Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil sellados. De la tribu de Rubén, doce mil sellados. De la tribu de Gad, doce mil sellados. De la tribu de Aser, doce mil sellados. De la tribu de Neftalí, doce mil sellados. De la tribu de Manasés, doce mil sellados. De la tribu de Simeón, doce mil sellados. De la tribu de Leví, doce mil sellados. De la tribu de Isacar, doce mil sellados. De la tribu de Zabulón, doce mil sellados. De la tribu de José, doce mil sellados. De la tribu de Benjamín, doce mil sellados» (Ap. 7:4-8).
Evidentemente en todo tiempo han surgido altercados y debates teológicos con la finalidad de dilucidar la verdadera identidad de los 144.000 (hekaton tesserakonta tessares chiliades, gr.). Estos 144.000 son los individuos sellados que aparecen en el capítulo 7 del libro de Apocalipsis («El número de los sellados», ton arithmon tön esphragismenon, gr.). Es claro suponer que esta cantidad es realmente un número real porque Juan «oye el número de los sellados» que son 144.000, los cuales pertenecen a todas las tribus de los hijos de Israel («De todas las tribus de los hijos de Israel», ek päsës phulës huiön Israël, gr.). Quienes apoyan el método simbólico de interpretación llegan al punto de aceptar que el número 144.000 representa una incontable cantidad de personas de todas las naciones, pueblos y etnias del mundo. Esto no es lo suficiente para alegar de manera convincente que tal número sea un símbolo sin otra opción o alternativa interpretativa, porque es un resultado aritmético bien especificado; es el resultado de la suma total de los hijos de Israel por cada tribu: 12.000 y 12 respectivamente. Por otro lado, otros estudiosos de las escrituras entienden que el número 144.000 representa la «Iglesia de Cristo», llamándola también «el Israel Espiritual». Cabe decir que la «Iglesia de Cristo» nunca ha sido identificada en la Biblia con la nación de Israel. El término «Israel» no es usado en ninguna parte del Nuevo Testamento como sinónimo de «Iglesia de Jesucristo». La palabra «Israel» fue un título conferido a Jacob que significa «Príncipe de Dios», palabra que señala a los descendientes físicos de este patriarca exclusivamente; por lo tanto, nada tiene que ver este término conferido especialmente a él con la «Iglesia de Cristo». Hay tres condiciones importantes para ser un «hijo de Abraham». La primera: La descendencia física o natural, la cual está limitada a la descendencia física de Jacob y nos referimos a la nación de Israel. A esta nación de Israel, el Señor Jehová le prometió ser su «Dios». Fue el Israel natural el que recibió la Ley: «el decreto plasmado por el dedo divino en la piedra». Al que se le dio la tierra: «la de Cannán prometida». La segunda: Hay un linaje o descendencia espiritual dentro del natural. Este linaje es «el que guardó la Ley con celo, sujetándose a sus mandatos con temor de Dios». Es para este linaje «la promesa de la herencia terrenal» (Gn. 17:9), ya qué: «no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios»:
«No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro.9:6 -8).
Y la tercera: Hay una descendencia espiritual de Abraham que no pertenecen al Israel natural. Para tal es la promesa que dice: «y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3). Esta «descendencia espiritual» de Abraham o hijos de Abraham está compuesta por individuos de las naciones gentiles ajenos a la promesa hecha en un principio a la nación de Israel, al pueblo físico, pero que han sido acercados a esta promesa por la sangre de Cristo para ser «hijos o descendencia de Abraham»:
« En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo» (Ef. 2:12-13).
« Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Ga. 3:29).
«Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo…» (Ro. 11:17).
El olivo natural, el olivo silvestre, y las ramas desgajadas:
Ramas (kladön, gr.), fueron desgajadas (exeklasthësan, gr.), refiriéndose a los judíos naturales que no son israelitas, ni hijos de Abraham por ser extraños a la promesa, porque Cristo, «a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Jn. 1:11). Estos judíos naturales que no han creído en el Cristo del Nuevo Testamento, han sido desgajados del tronco del árbol natural. Este árbol representa el verdadero Israel espiritual que involucra tan sólo a las personas de nacionalidad judía y no a los gentiles, porque de este olivo natural han sido desgajadas las ramas naturales, la descendencia natural judía por el motivo de la incredulidad. El gentil convertido, es el «olivo silvestre» (agrielaios ön, gr.) injertado. Pablo utiliza aquí la figura o el ejemplo de las personas de la antigüedad que injertaban el olivo silvestre en un olivo viejo y natural para darle el suficiente vigor, aunque las aceitunas que se producían no fuesen de la misma calidad que las del tronco original. Pablo enfatiza que es en «contra la naturaleza» (para phusin, gr.) injertar el olivo silvestre en el olivo natural (el Israel espiritual). Este proceso trae como consecuencia que el olivo silvestre injertado, el gentil convertido, venga a ser descendencia espiritual de Abraham pero no una parte del Israel espiritual que nada más incluye la línea judía genuina que ha creído en Cristo. El olivo silvestre injertado, es uno que participa de la raíz y de la rica savia del olivo natural, traduciéndose esto telescópicamente en las futuras bendiciones terrenas, según la promesa hecha por Dios a Abraham antes del establecimiento de Israel como nación. El olivo silvestre representa en este símil a cada uno de los creyentes de los demás linajes nacionales fuera del Israel físico; son los que formalizan o componen «a todas las familias de la tierra» como atrás dijimos. El olivo silvestre injertado en el olivo natural, es cada uno de los hijos de Abraham acercados por la fe en Cristo a la ciudadanía de Israel, herederos según la promesa.
El pacto que Dios hizo con Abraham recae en su descendencia física que es Israel, no en otros linajes o razas de la tierra. Este pacto le incumbe además al primero la tierra prometida, la de Canaán. Este pacto, es uno hecho por Dios al caldeo Abram (procedía de la Ur de los Caldeos. Véase Gn. 11:31), antes que fuese llamado «padre de muchas naciones» (Abraham). Miremos a continuación:
«Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido (Gn. 12:7).
«Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada» (Gn. 13:15-16)
«En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los admoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos (Gn. 15:18-21).
«Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos» (Gn. 17:7-8).

Sin duda esto nos señala que los creyentes han venido a establecerse como «una» descendencia de Abraham, en el sentido espiritual: son sus hijos por la fe en Jesucristo (Ga. 3:28), porque « Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Ga. 3:29). Hay una notable línea de separación entre el Israel natural y los gentiles en el Nuevo Testamento (véase por favor Hech. 3:12; 4:8; 21:28; Ro.10:1). Existe una clara e irrefutable diferencia entre judíos creyentes o judíos cristianos y gentiles creyentes por lo que vemos en Ro. 9:6. Pablo contrasta la promesas que son de Israel natural con las que pertenecen al Israel espiritual que ha entrado en ellas a través de la fe (Ro. 9:6-.8). Cualquier semejanza o proximidad que tengan lo individuos que componen la Iglesia es porque han alcanzado la preciosa promesa del pacto de Dios hecho con Abraham en su posición como creyentes en Cristo en el «nuevo nacimiento» porque: «…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 3:5). Así que, por medio de la fe de Cristo, los cristianos gentiles son bendecidos con el creyente Abraham al ser justificados en esta fe (Gal. 3:8-9), «para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu» (Gal. 3:14).
Cristo dijo a sus paisanos que el reino de Dios sería quitado de ellos y que sería dado a la gente que produjera los frutos de él, hablando de los gentiles:
«Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él» (Mt. 21:43).
En el capítulo 11 a los romanos (Ro. 11:26-27) Pablo nos explica que Israel será restaurado en su salvación venidera. Israel tomara su lugar prometido desde la antigüedad cuando las ramas naturales desgajadas sean injertadas «de novo» en el olivo natural (Ro. 11: 23-24). Pablo les pide a los creyentes gentiles de Roma que no sean «arrogantes en cuanto a ellos mismos» por tener el lugar de honor y privilegio que les correspondía a los del pueblo judío y que les fue quitado por su incredulidad. Esta situación nos lleva a pensar y creer que no es probable que este «Todo Israel» tenga algún nexo con la Iglesia de Cristo. «Todo Israel» (päs Israel, gr.). Es interesante por otro lado admitir que el empleo de «päs» en contraste con «apo merous», plëröma aquí en contraste con plëröma en Ro. 11:12, arguye a favor de que se trate, no de la Iglesia, sino del pueblo judío «como un todo», cuyo «Libertador» (ho ruomenos, gr.) será en los últimos días el Señor Jesucristo «Que apartará de Jacob la impiedad» (Ro. 11:26).
Pablo escribe en su carta a los efesios que de los dos pueblos, tanto del judío como del gentil, «ha sido derrumbado el muro, la pared intermedia que un día los separó (to mesotoichon tou phragmou lusas, gr.), para hacer uno solo, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por la sangre de Cristo» (en töi haimati tou Christou, gr.). No hay la menor duda que el apóstol Pablo habla aquí de la Iglesia del Señor.
«Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades» (Ef. 2:13-16).
Los 144.000 tampoco es el número de los judíos que serán hechos salvos durante el período de la gran tribulación final. Si bien el libro del profeta Zacarías narra que «dos terceras partes» del pueblo de Israel serán cortadas, es decir destruidas, y «una tercera parte» conservada, es imposible que esta «tercera parte» esté integrada por un número herméticamente cerrado de 144.000 persona judías, para el caso, salvas, si consideramos que Zacarías está hablando de los individuos de la nación judía en general pero expresados en «partes» para ese tiempo futuro (Zac.13:8-9). Cómo esta profecía es escatológica, es lógico deducir que no abarca a los santos judíos de todos los tiempos. Es absurdo concebir, por así mencionarlo, una nación de Israel de menos de “500.000” personas judías en total, tomando en cuenta que las «dos terceras» partes de los individuos judíos se perderán y «una tercera parte» judíos será salva, es decir, 144.000, si fuese esto verdad. Esta «tercera parte» es tan sólo una porción del «remante» mencionado por el apóstol Pablo en el capítulo 9 de su epístola a los romanos. Esta profecía de cumplimiento aun futuro, no contempla a ninguno de los judíos creyentes de la vieja dispensación que es la de la Ley, ni a todos los que pertenecen a la nueva dispensación que es la de la Gracia (Ro. 9:27; Ro. 11:3-4; Ro. 11:15).
Hemos dicho que no todos los que descienden de Israel son «israelitas», sino los que son hijos de la promesas son contados como «descendientes». Nuevamente los mismos textos ya leídos un poco más arriba:
«…En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro. 9:7-8).
Los144.000 hijos de Israel formarán parte de un grupo muy singular y especial para la obra de Dios, seleccionado para predicar el evangelio de Jesucristo a los malvados e incrédulos en la gran tribulación final porque: «guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (véase Ap.12:17). Vale la pena recordar que el capítulo 12 de Ap. describe la mortal y satánica persecución de la nación israelita y de «el resto de su descendencia», además de su provisión de parte de Dios. Lo más seguro que el grupo de los «144.000» israelitas se sellará para garantizarle una efectiva protección contra una naturaleza iracundamente convulsionada, contra los grandes y temibles disturbios cosmológicos que serán manifestados en la faz del mundo a causa del justo juicio de Dios, activado por la orgullosa rebeldía del hombre. En Ap. 7:2, 3 vemos que el ángel que sale del Oriente se le ha ordenado sellar primero a los hijos de Israel antes de provocar estragos en el ecosistema terrestre:
«Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios» (Ap. 7:2-3).
No obstante, este sello en la frente no le conferirá una protección garantizada contra la incansable persecución asesina del «hijo de perdición» (el Anticristo escatológico, véase caps. 12 y 13 de Apocalipsis). En teología el acto de «sellar» esta relacionado con «protección» y «propiedad» («hayamos sellado», sphragísômen, gr.). Cuando Cristo fue sepultado por la autoritaria sugerencia de los fariseos, pensando con malicia que tal vez los discípulos pudieran sustraer el cuerpo del Señor de la tumba, la boca de ésta fue ocluida y sellada por orden de Poncio Pilatos. Por este hecho la tumba donde el Señor Jesucristo yacía inerte fue establecida como una propiedad bajo la protección del gobierno romano:
«…diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia» (Mt.27:63-66).
El Señor tiene grandes y hermosos propósitos para la nación de Israel en los últimos tiempos, antes del fin de los fundamentos terrenales que han inducido a miles ha dejar o rechazar el principio divino sin temor ni conciencia. Los 1400.000 judíos, 12.000 de cada tribu, serán convertidos a Cristo en la época de la gran tribulación final. El texto expone con mucha claridad esta verdad soberana. El detalle preciso de la lista es tan contundente e innegable al respecto.
La omisión de Dan y Efraín
Por otra parte se cuestiona «el porqué» de la excusión de las tribu de Dan como la de Efraín. Tendremos en mente, ante todo, que la tribu de Judá aparece al principio de la lista porque de tal procedió el Mesías Salvador, el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo:
«Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos» (Ap. 5:5).
«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos» (Mt.1:1-2).
La mayoría de los expositores bíblicos acuerdan que la tribu de Dan no aparece en la lista a causa de su acentuada actividad idolátrica (Jue. 18:1-31; 1 R. 12:28:30):
«Y llamaron el nombre de aquella ciudad Dan, conforme al nombre de Dan su padre, hijo de Israel, bien que antes se llamaba la ciudad Lais. Y los hijos de Dan levantaron para sí la imagen de talla; y Jonatán hijo de Gersón, hijo de Moisés, él y sus hijos fueron sacerdotes en la tribu de Dan, hasta el día del cautiverio de la tierra. Así tuvieron levantada entre ellos la imagen de talla que Micaía había hecho, todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo» (Jue.18:29-31).
Otros han elucubrado para concluir, en base a una leyenda tradicional histórica y a un texto del libro del profeta Jeremías, que la tribu de Dan no se encuentra incluida en la lista porque de ella habrá de proceder el Anticristo Final, según palabras de Ireneo de Lyón. Veamos, pues:
«Desde Dan se escucha el resoplar de sus caballos; toda la tierra temblará ante el relincho de sus corceles. Vendrá a devorar el país y todo cuanto hay en él: sus ciudades y sus habitantes» (Jer. 8:16).
«Por este motivo el Apocalipsis no enumera dicha tribu entre las que se han de salvar» (Ap. 7,5-8)" (Ireneo de Lión, Contra las Herejías, Libro V, 30:2).
Es cierto que de una forma u otra las demás tribus de la nación de Israel participaron en actividades idolátricas seguidamente. El punto es, que, la tribu de Dan, sobrepasó los límites de la adoración pagana, tan repudiada por Dios. Cabe pensar, por causa de esta aborrecible y absurda conducta de adorar «lo que está muerto, lo que no oye, ni ve, ni siente, ni huele» (Sal. 115), es quizás la razón por la que el Señor la haya omitido de la lista.
La tribu de Efraín, si observamos, tampoco aparece en la lista apocalíptica analizada. Así como la tribu de Dan, Efraín también se adulteró con prácticas idolátricas paganas (véase por su grande importancia, Jue. 17:13; 1 R. 12:25:29; Os. 4:17; 5: 3-5). Tal vez sea este uno de los motivos de su “no presencia en la nómina sagrada”. Efraín y Manasés fueron los Hijos de José adoptados por Jacob antes de su muerte (por favor, véase Gn. 48: 5-6). Efraín y Manasés, como los otros líderes de cada tribu, también les fue otorgada a la debida hora «heredad». No está clara la razón de la inclusión de la tribu de Manasés, ni la causa precisa de la exclusión de la tribu de Efraín en la lista de Ap. cap. 7. Otra probable causa de la exclusión de la tribu de Efraín, fue por no seguir al rey David, abandonándolo. Únicamente la casa de Judá siguió al hijo de Isaí en aquel histórico tiempo ya pasado. Miremos en el Antiguo Testamento:
«…y lo hizo rey sobre Galaad, sobre Gesuri, sobre Jezreel, sobre Efraín, sobre Benjamín y sobre todo Israel. De cuarenta años era Is-boset hijo de Saúl cuando comenzó a reinar sobre Israel, y reinó dos años. Solamente los de la casa de Judá siguieron a David» (2 S. 9-10).
No significa que por su omisión de la lista citada hayan quedado las dos tribus fuera de las bendiciones terrenales milenarias. Claro que no hermanos y amigos que nos visitan y leen. En Ez. 48 el Señor Dios nos muestra que Dan y Efraín recibirán con enorme seguridad una futura «heredad», cuando el mundo sea restituido para el beneficio de muchos, el día en que Cristo se siente en su trono glorioso para gobernarlo con santa equidad y teocracia.
Llama la atención que la lista de las tribus de los «hijos de Israel» de Ap. 7:4-8 es inconsistente con «las diferentes listas» que se encuentran en el Antiguo Testamento, mejor dicho, entre ellas. Pienso que Dios tuvo un propósito muy razonable y trascendental para mostrarlas diferentes durante el transcurso de la historia de Israel, por lo que apreciamos en los escritos del Antiguo Testamento, como un propósito tiene para mostrarla de forma distinta en el libro de las Revelaciones.
Estas listas las encontrará el amable lector en: Gn. 35:22; 46:8 ss., 49; Ex.1:1; Nm. 1:2; 13:4; 26:34; Dt. 27:11; 33:6; Jos. 13-22; Jue. 5; 1 Cr. 2-8 ; 12:24; 27:16; Ez. 48.
Nota: En 1 Cr. 7:12 tanto la tribu de Dan como la de Zabulón han sido excluidas. José aparece en vez de Efraín. La distribución es la misma para cada tribu, es decir, 12.000 («número literal»).
«Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero» (Ap. 7:9-10).
Esta, sin lugar a dudas, es una visión diferente de la visión de los 144.000 hijos de Israel. La expresión «Después de esto miré» (metá taûta eîdon, gr.), implica algo, en lo absoluto, distinto a lo anterior. Los hijos de Israel sellados por Dios están determinados por un número concreto de 144.000 individuos, mientras que la «gran multitud» es aritméticamente incontable: «La cual nadie podía contar» (hon arithmësai auton oudeis edunato, gr.). No hay en este caso una razón exegética justificable para darle un valor caprichosamente infinito a los 144.000, mientras que por otro lado Juan es claramente explícito en mencionar que la «gran multitud de todas las naciones y tribus y lenguas» no es posible numerarla. En Ap. 9:16, Juan escucha el número de los «ejércitos de los jinetes» que serán desatados para destruir a la tercera parte de la humanidad impía en la época de la tribulación grande y futura (Ap. 9:18): «doscientos millones» (dismyriádes myriádôn, gr.). Cuando Juan expresa que «oyó su número» («Yo oí su número», éikousa ton arithmòn autôn, gr.), se refiere a que él literalmente escuchó una cantidad bien definida y real. Si este número representa simbólicamente una cantidad enorme e indefinida, ¿qué más o qué menos daría si fuesen «trescientos», «cuatroscineto»s, o «quinientos millones»? Es lógico inferir que esta cantidad no es una alegorización. «Doscientos millones» no es un número surgido al azar en la mente del escritor inspirado, ni tampoco es “una espontánea puntada cuantitativa del Dios del cielo”. «Doscientos millones», es, con exegética certeza, un número literal, como lo es también el número «144.000». Aunque no se identifica el origen de «los ejércitos» (tôn strateumáton, gr.), algunos expositores los relacionan con «seres humanos», especialmente con «agentes militares». Por otra lado otros piensan que se trata de «entes espirituales demoníacos y bestiales», por la extraña y terrible descripción que Ap. 9:17 ofrece de éstos.
Es importante inspeccionar meticulosamente el entorno de los textos para no caer en interpretaciones incoherentes, ambiguas y confusas. Por ejemplo, tenemos que el libro de las Revelaciones va dirigido a las «Siete Iglesias de Asia», las cuales están alegorizadas por «Siete Candeleros». Aunque el número «siete» representa de modo simbólico la «plenitud» de Dios, es claro que para el caso de las «Siete Iglesias» este número tenga un significado literal y no simbólico. El libro de Apocalipsis nos aclara sin problemas que estas primitivas Iglesias se ubican en un lugar geográfico, para ser exacto, en Asia. Es más, el último libro del canon bíblico revela las «ciudades» en las que se fundaron estas importantes Iglesias cristianas en la antigüedad:
«Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea» (Ap. 1:9-11).
«La gran multitud», la cual «ha salido de la gran tribulación» (teîs thlípseôs teîs megáleis, gr.), no tiene en su concepto la más mínima relación con los 144.000 sellados que son los hijos de Israel. Son dos grupos diferentes pero ambos afines por la sangre del Cordero. Deberá entenderse que los 144.000 son una parte de Iglesia de Cristo porque el texto dice que «fueron redimidos de entre los de la tierra» (Ap.14:3). «De entre», indica o infiere a «más» de 144.000 personas o individuos, por lo tanto, el número 144.000 no denota una cantidad «absoluta» con relación a «un todo». Por tal cosa habrá de disentirse que se trate de la «Iglesia Universal de Cristo». El número «144.000» es una cantidad real, un número literal que se traduce como «una parte de la Iglesia de Cristo». «La gran multitud incontable» es «un más aparte» de los 144.000 que «fueron redimidos de entre los de la tierra». «La gran multitud» es este «de entre», aparte de los «144.000» contados e identificados como judíos. «La gran multitud» es una mixtura racial multinacional porque procede «de todas naciones, tribus y pueblos» (Ap. 7:9). Recordemos que un grupo es sellado en la gran tribulación y el otro ha salido de la gran tribulación: Ambos pertenecen a la Iglesia por su íntima relación con Cristo.
No es posible que «la gran multitud» sean los santos de la Iglesia de Cristo de todos los tiempos. Ap. 7:14 revela que «la gran multitud ha salido de la gran tribulación» y no de «otras tribulaciones anteriores por las que ha pasado la Iglesia del Señor» (véase por favor 2 Ts. 1:4 para que se entienda, sin faltar de leer Ro.5:3). La «gran tribulación» de la que Juan hace mención es la «tribulación grande de los últimos tiempos». Es el terrible preludio que marca el próximo e inmediato fin de los sistemas terrenales impíos («la tribulación grande», teîs thlípseôs teîs megáleis, gr.). Indudablemente, es, la «gran tribulación escatológica» de la que habla el Señor Jesucristo, la que será antes de su venida:
«… porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt. 24:21).
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mt.24:29-30).
«La gran multitud» son los gentiles que se encuentran en la gran tribulación final convertidos a Cristo, «vestidos con vestiduras blancas que están de pie ante el trono». Es imposible que los «144.000», «la gran multitud, y los 24 ancianos», representen simultáneamente la Iglesia de Cristo. Tal idea resulta descabellada, ya que exegéticamente es inadmisible. En Ap. 14:1- 2, los 1440.000 y los 24 ancianos aparecen como dos grupos separados; los 144.000 «cantan un himno nuevo delante del trono y en presencia de los cuatros seres vivientes y de los 24 ancianos». Los «144.000 » y «la gran multitud» de Ap. 7:1 y de Ap. 7:9 son dos grupos que representan, cada uno, una idea o concepto diferente. Los «144.000» son los hijos de Israel sellados, y «la gran multitud» son los gentiles redimidos e incontables que han salido de la gran tribulación final. Entre un grupo y otro, hay un amplio abismo que los separa. La locución que dice «Después de esto miré… «Metà taûta eîdon», gr., lo fundamenta sin obstáculo de tal modo (Ap. 7:9).

Los 144.000 hijos de Israel son judíos que se han convertido en «nuevas criaturas» por reconocer a Jesús como su Mesías y Salvador en la gran tribulación final que viene. En una visión triunfante, los 144.000 hijos de Israel aparecen con Cristo en el «monte de Sion». Ellos tenían el nombre de Cristo y el de su Padre en la frente:
«Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente» (Ap. 14:1).
«El monte de Sion», es una locución encontrada en el Antiguo Testamento que indica el lugar donde el Cristo de Dios reinará (véanse además los siguientes textos: Sal. 48:1-2; Is. 24:23; Jl. 2:32):
«Pero yo he puesto mi reySobre Sion, mi santo monte.Yo publicaré el decreto;Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú;Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones,Y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro;Como vasija de alfarero los desmenuzarás»
(Sal. 2:6-9).
En esta visión del reinado milenial, Cristo aparece como gobernante victorioso junto a sus súbditos de nacionalidad israelita. La expresión «el Cordero estaba de pie sobre el monte santo» (tô arníon hestòs epì tò òros Zión, gr.) tiene una relación directa con Cristo como Rey de Israel y con su gobierno teocrático mundial futuro. «Estaba de pie», propone el reinado firme del Mesías en «el monte de sion terrenal». Después que Cristo entregue el cetro al Dios Padre, cosa que se efectuará después de su reinado milenario (Ap. 20:4, 6-7), ese «estar de pie sobre el monte de Sion», este «gobernar por Cristo», ya no podrá ser posible en su continuidad. Por esta razón, Juan no implica aquí la «Jerusalén de Arriba», la que «descenderá del lugar celestial donde habita Dios». Cuando la Nueva Jerusalén descienda, Cristo ya habría dejado de reinar por la consumación del tiempo establecido para el milenio terrenal (véase también Ga. 4:26; Ap. 21:2):
«Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies» (2 Co. 15:24-25).
La expresión «el monte de Sion» en Ap. 14:1 no se aplica como una condición meramente espiritualizada. Es un lugar geográfico, situado en el mundo, y hablo de la «ciudad de Jerusalén» en la futura tierra restituida. Es la sagrada ciudad de Dios en la que Cristo regirá universalmente con ferrosa vara «cuando se siente en su trono de gloria» (véase por favor Sal. 2 y Mt. 25:31-32):
«Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos.
Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia» (Zac.14:16-17).
«Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey» (Mt. 5:34-35).
«La gran multitud» estudiada está compuesta por creyentes salvos, por nuevas criaturas en Cristo («vestidos de ropas blancas», peribebleiménous stolàs leukás, gr.), porque tienen sus «ropas emblanquecidas por la sangre el Cordero» (Ap. 7:14), y provienen de todo el mundo gentil («de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas»). «La gran multitud» es un grupo cosmopolita y políglota, por lo tanto, se exime la pretendida familiaridad o igualdad con el «Pueblo de Israel.
Los «144.000» son con seguridad personas judías, salvas por medio de Jesucristo, porque «fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero » (Ap. 14: 4-5). Los «144.000» y «la gran multitud» son dos grupos diferentes que pertenecen a la «Iglesia de Cristo». Los «144.000» son fieles creyentes judíos de la nueva dispensación porque «siguen al Cordero por dondequiera que va» (Ap. 14:4), porque se someten a los mandamientos y designios de su Señor y Mesías en la tierra inicua (Jn. 1:17).
La línea dispensacionalista que defiende la falsa y religiosa idea jesuita del “rapto pretribulacional invisible” que fue maquinada con fina y mordaz astucia por el católico Manuel Lacunza, defiende en su cuestionable y refutable postura que tan cuantiosa conglomeración, «la gran multitud», no es la Iglesia de Cristo, sino “una totalmente distinta que se ha convertido al Señor en la gran tribulación final («La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero», hei sotería toî kaì toî arníoi, gr.), ya qué la fiel y verdadera iglesia fue tomada por el Señor Jesucristo para trasladarla invisible y en secreto hacia el tercer cielo juntamente con él” (una muy pero muy deplorable interpretación de 1 Ts. 4:13-18). Evidentemente la Biblia jamás establece una doctrina que hable de un presunto “rapto pretribulacional invisible”. Pablo revela que Cristo no «vendría» hasta que el «hombre de pecado», el «hijo de perdición», el «anticristo escatológico», se halla manifestado:
«Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios» (2 Ts. 2:1-4).
Cuando Cristo venga por segunda vez al mundo, lo hará visible y acompañado con sus angélicas miríadas celestiales, nunca “invisible”. El mismo Señor dijo que aparecería en el cielo, «visible sobre las nubes del cielo, en gran gloria y poder»:
«Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mt. 24:30).
Los ángeles de Dios lo confirman:
« Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hech.1:10-11).
El apóstol Pablo:
«… aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo…» (Tit. 2:13).
Judas, siervo de Jesucristo, en su carta:
«De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino (prolepsis) el Señor con sus santas decenas de millares («en gloria y visible», mírese también Mr. 13:26-27), para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él» (Jud. 1:14,15).
Y el apóstol Juan:
« He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén» (Ap. 1:7).
El gran apologista cristiano Ireno de Lyón, comenta que la Iglesia de Cristo habrá de pasar por la gran tribulación final:
3.2. La definitiva victoria de Cristo
26,1. Más claramente aún Juan, discípulo del Señor, escribió en el Apocalipsis acerca de los últimos tiempos y de de los diez reyes que se dividirán el reino que ahora impera. Cuando explica el significado de los diez cuernos que Daniel vio, dice que esto le fue revelado: «Y los diez cuernos que viste son diez reyes a los que aún no se les ha dado el reino, sino que por una hora recibirán el poder junto con la bestia. Estos tienen una sola idea en su mente, la de entregar a la bestia la fuerza y el poder. Estos lucharán con el cordero, y éste los vencerá porque es el Señor de los señores y Rey de los reyes» (Ap 17,12-14). También se declara que aquel que viene matará a tres de ellos, los otros le quedarán sometidos, y el mismo será el octavo de ellos. Y devastarán Babilonia y la quemarán a fuego, le entregarán su reino a la bestia y perseguirán la Iglesia. Una vez acaecidas estas cosas, quedarán destruidos con la venida de nuestro Señor. Que el reino será dividido [1193] y así acabará, lo dice el Señor: «Todo reino dividido perecerá, y toda ciudad o casa dividida no durará» (Mt 12,25). El reino, la ciudad y la casa se dividirán en diez partes. Ya el Señor preanunció esta división y partición («Contra los Herejes»).
Jesús le dijo a Pedro que él era la «roca», la «piedra», el «fundamento» en el cual su Iglesia sería edificada (Mt. 16:18). La Iglesia verdadera, categóricamente, está formalizada por quienes han creído en Jesucristo (Jn. 3:16, 36; Ro. 10:9-10).
Es desquiciadamente antitético «ser de Cristo y no pertenecer a su Iglesia». Los verdaderos creyentes que forman la «Santa Iglesia», vienen a componer irrevocablemente todo el «Cuerpo de Cristo»:
«…y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:22-23).
«Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo» (1 Co. 12:14-20).
«Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (1 Co. 12:27).
El pronunciado error dispensacionalista de no identificar a «la gran multitud» salida de la gran tribulación como una parte de la Iglesia de Cristo, surge del calculado pretexto dogmático para justificar y sustentar el injurioso engaño de la doctrina del “rapto pretribulacional invisible” que Irving, Darby, y los “Hermanos de Plymouth” en el pasado, proclamaron inspirados por Lacunza y que los teólogos y expositores del «Seminario Teológico de Dallas Texas» en la actualidad esparcen como letal cianuro por los “cuatro ángulos” del mundo caído. Esta doctrina no deja de ser únicamente una «hueca y espantosa sutileza» que sigue causando mucho, pero mucho daño en un vasto número de congregaciones denominadas como “cristianas protestantes”.
«Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios» (Ap.14:3-5).
El pronombre demostrativo «estos» (hoûtoí, gr.), señala con énfasis que los «144.000» es una cantidad fija de individuos no un número de alegórica interpretación. Este pronombre aparece tres veces en Ap. 14:4. «Estos son los que no se contaminaron, pues son vírgenes». Quizás esto apunte a un estado de pureza espiritual en los 144.000 sellados. Quizás se refiera que en ellos no hubo contaminación sexual por adulterio o por fornicación, ya que en la Biblia las relaciones sexuales dentro de la vida matrimonial jamás se han considerado como una falta pecaminosa delante de Dios (Hech. 13:4). Otra interpretación sostiene, en el sentido figurado, que estos 144.000 individuos no se han contaminado con la escoria tan diversa del mundo. No pocos creen que estos 144.000 son individuos que nunca estuvieron casados por el hecho de vivir en la peor época de la historia de los hombres en la tierra, donde la imperiosa necesidad espiritual de los hombres los ha consagrado en «tiempo completo» para evangelizar con urgencia y seguidamente al mundo que se pierde por causa del pecado, porque Cristo pronto viene y las oportunidades de salvación acabarán con su retorno (Ap. 1:7).
Aunque Pablo no desalienta el matrimonio, en 1 Co. 7:26 muestra de cierta forma los beneficios espirituales de mantenerse soltero. En este caso, el soltero estará mayormente dispuesto al servicio de la obra divina. Tal vez, en el tiempo de la gran tribulación final, la «virginidad» sea un requisito en este grupo de 144. 000 judíos redimidos por la sangre del Cordero para la tarea que se les ha encomendado: predicar a toda criatura el evangelio del Reino porque «el que da testimonio de estas cosas dice: ciertamente vengo en breve» (Ap. 22:20).
Los 144.000 judíos, hijos de Israel, son una pequeña parte de la Iglesia de Jesucristo porque «Estos fueron redimidos» (eigorástheisan, gr.), de «agorádso» (gr.), aoristo indicativo, voz pasiva que significa «comprar», «redimir». «De entre los hombres» (apò tôn antrópôn, gr.). Esto último no muestra «separación» sino «extracción». Extraídos de «entre otros redimidos», es decir, de «la gran multitud incontable», «de entre las personas salvas de las naciones y pueblos gentiles de toda la tierra que han salido de la gran tribulación escatológica» (Ap. 7:9-10). «Primicias para Dios y para el Cordero». El sustantivo «primicias» (aparchè, gr.), es encontrado además en Ro. 16: 5 y en 1 Co. 16:15. Estos versículos nos muestran a los «primeros» convertidos al Señor en Acaya («primicias»). En 1 Co. 15: 20, 23 es utilizado el mismo sustantivo para señalar que la resurrección de Cristo de entre los muertos confirma la resurrección postrera del creyente fiel en él (véase 1 Co. cap. 15). En la Septuaginta (AT) indica una «contribución» u «ofrenda» que se entregaba para el sustento de los sacerdotes y levitas que servían en el culto levítico (véase por favor Ex. 25:2-9; Dt. 12:11, 17; 2 Cr. 31:10, 12, 14). Estos 144.000 han ofrendado sus vidas para predicar el Reino de Dios, a pesar del peligro que ofrece la persecución anticristiana, de las tentaciones y los deleites carnales que los pudieran llevar a apostar de la fe, en caso de acceder a las peticiones del «engañoso corazón» (Jer. 17:9).
Bien podemos decir, por lo tanto, que los «144.000» sellados componen un grupo seleccionado muy especial que ha seguido valiente y fiel al Cordero de Dios. Es un grupo que ha sido «comprado», «redimido por la sangre de Cristo», un grupo extraído de entre «la gran multitud», pero no adherido a ésta por su nacionalidad hebrea, ya que «la gran multitud» está formalizada por personas salvas de las naciones del mundo gentil y los 144.000 por individuos de la nación de Israel. Los 144.000 son una ofrenda a Dios, consagrados y separados para el servicio de predicar el evangelio al mundo perdido en la tribulación grande, donde no existen agregados porque las «primicias» son, en el todo el sentido de la palabra, «un absoluto» (léanse por favor los siguientes textos: Nm. 5:9; Dt. 18:4; 26:2; Jer. 2:3; Stg. 1:18).
El problema de los mal llamados “Testigos de Jehová”
Los teólogos jehovistas y malos hijos por adopción de Charles Taze Russell aseguran con desventurada actitud que los «144.000» son un grupo muy selecto al que llaman
“Hermanos de Cristo”. A continuación presentaremos los versos que han trastocado para fundamentar, en parte, su extraviada opinión:
«Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos…» (Heb. 2:10-11).
Esta mentira propuesta y eyectada por los “sabios” de la Watchtower, no acuerda en lo más mínimo con la condición expuesta por el Mesías cuando dice que aquellos «hacedores de la voluntad de su Padre», los que se someten a sus mandamientos, son en realidad sus verdaderos «hermanos». La Biblia no estipula que los verdaderos “Hermanos de Cristo” sean únicamente «144.000» personas, de la manera que lo admiten los Testigos de Jehová, ya qué, si el resto de los Testigos, que no son tenidos como “Hermanos de Cristo”, por el hecho de no estar incluidos entre los «144.00», pero suponiendo que sean “fieles hacientes de la voluntad del Padre”, ¿no deberían ser llamados también por esta razonable causa “Hermanos”? No se requiere de ser un genio para responder con un «sí» esta pregunta por demás obvia.
Cristo jamás hizo excepciones semejantes y atravesadas durante su ministerio terrenal para con sus seguidores. Únicamente los Testigos de Jehová han sido capaces de dictaminar tan temerarias y egocéntricas “tomaduras de pelo”. Únicamente los faltos de cordura y de buen entender serían incapaces de no percibir este garrafal engaño tan fácil de distinguir de entre la verdad esplendorosa (vea con mucha franqueza Mt.12:50, y valore lo que decimos). Estos 144.000 «como primicias (aparchë, gr.) para Dios y para el Cordero» pone de manifiesto que los 144.000 es sólo una parte, una pequeña porción de la gran cosecha venidera de la Iglesia de Cristo compuesta por individuos de nacionalidad judía, porción conocida como «los hijos de Israel» (Ap. 7:4-8).
Así como una muy pequeña parte de la Iglesia de Cristo, los 144.000 predicarán en el futuro, en los peores años de la humanidad (Mt. 24:21) el evangelio de Cristo que anuncia el Reino de Dios en la tierra a los hombres que se arrastrarán en los días últimos en los más adherentes fangos pantanosos del pecado y de la impiedad. Es sensato que los 144.000 no podrán excluirse de la obligación comisionada hace casi dos mil años por el Señor Jesucristo a todos los santos y obedientes creyentes para el alcance de los inconversos por medio del evangelio de la eterna salvación:
«Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mr. 16:15).
Cuando el evangelio de Cristo se predicado hasta el más recóndito lugar de la tierra, entonces vendrá el fin de los sistemas malignos y de las personas que los llegaron a controlar. El mismo Cristo dará cuenta de ellos en su visible y glorioso retorno:
«Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mt. 24:14).
«Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos» (Ap. 19: 19-21).
Para los “Testigos”, “la gran multitud infinita”, son una clase de indignos creyentes a los que no se les puede llamar “hermanos”. Son una especie de “gatos lame-botas” de los “144.000 hermanitos celestiales” a quienes se les ha considerado como unos “ungidos especiales y de alto honor”. ¡Por favor, qué no estamos para chistes malos! Es de mucho interés comentar que esta secta se ha adjudicado de modo particular y egoísta, y hablo sobre todo de sus ventajosos líderes, extraños privilegios que no deja de ser una ficticia perversión, tan incongruente como sus doctrinas, muy desacordadas con las que la Biblia enseña y demanda para una vida agradable y pura delante del Señor. Por tal motivo, no es honesto ni ortodoxo decir que sean “hijos de Dios”:
«…porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones» (2 Co. 1:20-22).
Pablo declara en su segunda carta a los «santos hermanos» de Corinto (1 Co.1: 10-11) que Dios los ha «ungido». La palabra «ungió» (Chrisas, gr.,), de «chirö», «ungir», es un antiguo verbo que significa «consagrarse», y esto es por el «espíritu santo de Dios» (Jn. 2:20). De tal manera, todo creyente «nacido de nuevo», «ungido por el espíritu santo», será «convencido de pecado, de justicia y juicio». De esa manera, «el ungimiento por medio del espíritu santo guiará al creyente a toda verdad gloriosa encontrada en la Palabra de Dios» (mire por favor Jn. 16:8, 13). El creyente será enseñado, edificado y trasformado por el poder de las Escrituras:
«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16-17).
Si los 144.000 son exclusivamente los individuos a los que se les puede llamar “ungidos”, refiriéndome yo a las profanas cabezas de la secta jehovista, y no al sobrante de las personas de la misma religiosa y fanática contradicción, yo me pregunto, ¿por qué el resto de los “Testigos” han perdido el derecho de poder ser “ungidos”, si el apóstol Pablo revela con clara luz que la «unción del espíritu santo» ha sido establecida para cada miembro que existe dentro de la Iglesia de Cristo? No cabe la menor duda, qué, si el presunto “creyente en Cristo” no ha recibido el «ungimiento del espíritu santo», es imposible que pueda ser guiado o dirigido a toda verdad contenida en la Biblia. Por lo tanto, a ustedes “Testigos de Jehová” les digo que no podrá ser jamás llamado un creyente genuinamente convertido, por no llenar el requisito imprescindible de la «unción espiritual personal», acto soberano de Dios que lleva al verdadero creyente por infalible regla a ser «fortalecido con poder en su interior por el espíritu santo de Dios» (Ef. 3:16).
Los Testigos de Jehová, ¿la verdadera Iglesia?
La secta de los “Testigos de Jehová” fue estructurada en el año 1879 para estar al mando de su falso profeta y creador de nombre Charles Taze Russell. Los “Testigos de Jehová” aseguran jurando con aferrada obstinación que fuera de ellos “nadie podrá ser salvo”. Ellos admiten ser los “verdaderos cristianos” en todo el planeta tierra. Si los “Testigos de Jehová” son el verdadero grupo cristiano, la indiscutible Iglesia del Señor, es lógico pensar que todos los santos hombres de Dios que vivieron antes del erguimiento de esta “gloriosa y retorcida agrupación”, jamás lo fueron. Los “Testigos de Jehová” es una secta moderna que no ha poseído alguna vez equilibrados vínculos con la anterior y genuina Iglesia Jesucristo. Desde la fundación de la Iglesia de Cristo hasta ahora se ha distinguido de entre otras por sus extrañas y engañosa doctrinas notablemente peculiares. Para empezar, su mismo fundador declaró “profecías” que nunca se cumplieron, ridículamente pasmosas. Cada uno de sus líderes sucesivos jamás acordaron entre ellos mismos en diversas doctrinas, asegurando que éstas provenían del mismo Dios (El “dios” de los TJ, es uno tan parecido a los hombres: contradictorio, egoísta y cambiante. Niegan furiosamente la resurrección corporal de Cristo, profiriendo que el cuerpo se “gasificó” para ser desechado por el Padre y Dios nuestro. El mismo Charles Taze Russell dijo que “Jesús, el hombre, había muerto para siempre”, contradiciendo lo que la Biblia dice acerca de su histórica resucitación:
«Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor» (Mt.28:5-6).
«Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mt. 28:9).
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí» (1 Co. 15: 3-8).
«Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies» (Lc. 24:36-40).
«Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos» (Ef. 5:29-30).
Los jefes de la mafiosa secta watchtoweriana, porque es «una» extremamente organizada y peligrosa que defiende “a capa y espada” sus perversos intereses de lucro y poder en base a la mentira, han enseñando que únicamente los 144.000 “súper elegidos” que ellos conciben, de “divino privilegio” excepcional, vivirán en el cielo por toda la eternidad y que el resto se quedará en la tierra. Evidentemente, los 144.000 son los jefes de la secta y los demás que no lo son sus fervientes esclavos mendicantes y de remate atolondrados. Esta idea fuera del contexto bíblico real, emanó de una catastrófica y paupérrima interpretación de los versos que presentamos y estudiamos en un principio del escrito. Muchos tienen en sus empañadas mentes la falsa y torcida idea, por eso nos critican sin madurez, que nuestros blogs están con el único fin de atacar a “diestra y siniestra” los diversos grupos religioso que se desempeñan con mortal error en la desfigurada cara de la infatuada y monstruosa tierra que hiede por tanto pecado, por tan cuantiosa y vil mentira, entre otras cosas. Si lo han creído de tal modo, temo decirles que están muy equivocados. Nuestro trabajo consiste únicamente con corazón honesto y abierto en «hablar la verdad sublime y salvadora», sin duda, «lo que la Biblia pretende mostrar», “sin rodeos americanos ni vueltas ciclistas en la cumbre del Chimborazo innecesarias”, para alertar a los torpes y embrollados que han caído en las condenables redes de del sectarismo anticristiano. En estos tiempos de tanta necesidad espiritual, no es posible reprimir el «santo enojo» contra aquellos que con burla proclaman a “los cuatro vientos”, “aquí”, “allá”, y “acullá”, las mentiras y blasfemias que un día llevarán a miles y miles al estado “plasmático” del Lago de Fuego. ¡Por favor detractor!: Lo que no está bien, hay que denunciarlo con valentía, y a la voz de ¡ya! Así como la fe vino a acomodarse al ambiente greco-romano en el tiempo antiguo, hoy en día esta fe ha sido encadenada a las destructivas normas de los hombres amadores de sí mismos y sin juicio, fe que han “desvestido” para ceñirle un grueso y engañosos ropaje de “falsa y celestial verdad”.
Dios les bendiga siempre.
Referencias:
«Lavasori»: Página en la Web.
«Apocalipsis: La Consumación del Plan Eterno».
Evis L. Carballosa.
«Eventos del Porvenir».
J. Dwight Pentecost.
«Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento».
De A.T. Robertson.
«Biblia de Estudio Siglo XXI».
Reina Valera 1909.
«Reina Valera 1960».

LA VERDAD DE LA PANDEMIA