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viernes, 24 de julio de 2009

CRISTO: EL HIJO DEL HOMBRE



Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre» (Jn. 5:26-27).

Cristo Jesús, como el «Verbo de Dios» (Ap. 19:13), mejor dicho, como el representante o embajador de su «Palabra» (ho logos tou theou, gr.), es la revelación perfecta de lo Alto para la salvación de los hombres de todos los linajes, etnias, pueblos y naciones que «estaban sin Dios y sin esperanza» (Ef. 2:12), «destituidos de su gloria, por cuantos todos pecaron» (Ro.3:23).

Solamente el engendramiento sobrenatural de Cristo (Mt. 1:20; 1 Jn. 5:18), que lo define como un Hombre perfecto y santo, de naturaleza pura e intachable, pudo capacitarlo para redimir al mundo pecador, para este efecto, a los que han creído en su nombre (Jn. 1:12; 3:36; Ro. 10:9), por medio de su sacrificio vicario en la devastadora cruz romana, a manera de la sombra extinta del rito levítico sacrifical (Lev. cap. 9) para la expiación de los pecados del pueblo de Israel, manifestando con dolor, sangre, muerte y perdón, el sublime e infinito amor de Dios en la nueva dispensación, vigente hasta el día de hoy, y que culminará con el retorno del Hijo del Hombre a la tierra, porque «el juez está delante de la puerta» (Stg. 5:9).

Cristo anunció el Reino de Dios, Uno venidero, terrenal y teocrático, que es la culminación objetiva de la promesa de Dios hecha a Abraham en el pasado, promesa establecida, primeramente, a la nación escogida por Dios, Israel (Gn. 12:1-2; 15: 17-21; 17:8), y que trasciende además a las naciones del mundo, porque: «en ti serán benditas todas las naciones de la tierra». Así que, de judíos y gentiles, Dios ha hecho por medio de Jesucristo «un solo pueblo», la Iglesia (Ef. 2:14).

Cristo resucitó por el poder de Dios cuando fue desatado de los lazos incontenibles de la muerte. Cristo pudo morir en la cruz debido a su naturaleza Humana, aunque perfecta. Por lo tanto, Cristo como Hombre es «el primogénito de los muertos» (Ap.1:15), «el que vive y estuvo muerto» (Ap. 1:18). Dios no pudo antes, ni puede morir ahora ni mañana, porque «es el único que tiene inmortalidad»; de él emana toda vida (1Tim. 6:16).

Cristo descenderá como el Ser Humano que siempre ha sido, ya que es apreciado viniendo en las nubes del cielo como «Uno semejante al Hijo del Hombre» (Ap. 14:14; Dn. 7:13).

Cristo es un Individuo Humano especial dentro del raza humana, porque «Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mt. 1:16). Por esta razón, tuvo una relación muy íntima con la humanidad terrena por lo que fue posible en su sacrificio sangriento liberarla del Lago de Fuego a la que estaba sin remedio alguno condenada, de la «Gehenna» (Ap. 19:20; 20:10, 14, 15).

Cristo, como el «Segundo Hombre», y se infiere con certeza segura, el «Segundo Adán» (1 Co. 15:47), recobrará la naturaleza de todas las cosas tridimensionales como era en el principio de la creación y que fue imposible para el «primer hombre» sostenerla por su desobediencia y arrogancia en el Edén primitivo (Gn.3:17-19; Ro.8:19-21). Por este motivo, el cristiano fiel y elegido dejará de padecer enfermedades. El llanto, la muerte, el dolor y la tristeza nunca más serán en los que han creído en el Hijo del Hombre, «porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21:4).

Cristo, es un Agente Humano porque es el «León de la Tribu de Judá» (Ap.5:5), la «Raíz y el Linaje de David» (Ap. 22:16). Cristo retornará en Cuerpo Humano a la faz terrestre en gloria y en poder para juzgar como Hombre, con oficio judicial expedido por su Padre, a las naciones del mundo (Mt. 24:30; 25:31; Lc. 21:36), para concluir arrasadoramente con los tiempos del poder gentil que alzó por larguísimo tiempo su estandarte autosuficiente y presuntuoso contra el Dios el cielo (Dan. caps. 2 y 7; Lc. 21.24). Cuando Cristo destruya el postrer gobierno del mundo inicuo, «los reinos del mundo vendrán a ser del Señor Dios y de su Hijo» (Ap. 11:15).

Cristo «reinará por los siglos de los siglos» (kaì basileùsei eis toùs aiônas tôn aiónôn, gr. Véase Ap. 11:15) el mundo restituido, en un tiempo limitado pero de plazo largo, de acuerdo a la palabra griega «aionios» (eterno), que no siempre significa «infinito» con respecto al «Crono» o «Cronos» (en griego antiguo Κρόνος Krónos, transliterado también Cronus y Kronos, «tiempo»), es decir, por «Mil Años» literales, dentro del marco histórico terrenal (Ap. 20: 4, 6). Al terminar su reinado mundial y milenario, «cuando haya suprimido toda autoridad y potencia», Cristo entregará entonces el cetro de poder al Dios Padre (1Co. 15:24).

Cristo reinará la tierra renovada como el «Rey Davídico» prometido, pero antes aplastará sin misericordia a sus enemigos con la rapidez del rayo. No le será difícil hacerlo con el «resplandor de su venida que será en llama de fuego, con el espíritu destructor de su boca, con la espada letal que emergerá de ella». Herirá mortalmente a sus enemigos que pelearán contra él en el sitio del Armagédon (2 Ts. 1:8; 2:8; Ap. 16:16; 17:14; 19:15). «Los reyes de la tierra», comandados por su jefe «el Anticristo», no podrán detenerlo en su intento para evitar que gobierne universalmente (Sal. 2:2).
Dios estableció con el rey David un pacto incondicional en el que le promete una descendencia física o «casa», un reino o gobierno político, de carácter teocrático, un trono en el cual se habrá de reinar con poder y dignidad, por largura de días. Cristo, como el Hijo de David y de su linaje, que evidencia su exclusiva Humanidad, restaurará, conforme la promesa antiguo testamentaria (2 S. 7:12-16), el reino de David su padre en el futuro. «El Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre…» (Lc. 1: 32:33).

Cristo, el Hijo de Dios, arribará al mundo como «Guerrero Invencible, como «Rey de reyes y Señor de Señores» (Ap. 19:16) para tomar posesión de su glorioso trono y para juzgar el mundo con autoridad delegada por el Padre, como una Persona Humana, «por cuanto es el Hijo del Hombre» (Jn. 5:27).

La existencia de Cristo empieza con su «engendramiento» y no antes. Su nacimiento virginal y humano le daría a conocer más tarde como el Hijo de Dios genuino que se autoproclamó como «el Hijo del Hombre» (Mr. 1:1; Mt. 26:63-64; Lc.1:32. «Hijo de Hombre» aparece 82 veces en el Nuevo Testamento), no por «adopción», como los creyentes en él (Ef. 1:5). Las frases como: «En el principio era el verbo» (Jn. 1:1, la palabra), «Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn. 8:58), «…con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (Jn.17:5), subjetivamente hace notar el «ideal», el «propósito», la «finalidad», la «razón» que estaba en la mente de Dios y que procedió a materializarse después en la Persona Humana de Cristo y en su obra terrenal. Si lo entendemos de este modo correcto, Cristo es «la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos» (Tit.1:2), es «el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (Ap. 13:8), el que «fue destinado desde antes de la fundación del mundo…» (1 P. 1:20). La doctrina de la “encarnación de Cristo”, es un veneno religioso ajeno a las enseñanzas bíblicas que se conjugó a partir del gnosticismo (el Cristo aeónico) y de la filosofía platónica.

La conducta de Cristo fue Humana, pero a diferencia de la natural y caída, fue inmaculadamente perfecta. Sus necesidades fueron como la de cualquier hombre de esta tierra. Cristo, como usted hermano y amigo miío, tuvo cansancio (Jn. 4:6), tuvo hambre (Mt. 4:2; 21: 18), tuvo sed (Jn. 19:28), durmió a causa del sueño (Mt.8:24), fue tentado al igual que los hombres del mundo (Heb. 2:18; 4:15). Únicamente los seres vivos, como los hombres sin excepción, incluyendo al Hijo de Dios, han podido experimentar tales cosas. Dios, por su naturaleza, lógicamente, no. ¿No dice la Biblia qué «Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie»? (Stg. 1:13). Si Cristo es Dios, ¿cómo, pues, pudo ser «tentado» entonces? (Mt.4:1). ¿No contradeciría esto la Palabra Santa? ¿Si a Dios «nadie lo ha visto jamás» (1 Jn. 4:12), cómo es posible qué Cristo «haya sido visto y palpado por lo hombres»? (Jn. 1:14; 1 Jn. 1:1-3). Otra cosas es que Cristo «haya dado a conocer al Padre» (Jn. 1:18), y otra que sea la «imagen del Dios invisible» y no «Dios» (Col. 1:15).

“El dios-hombre” es sin lugar a duda el “otro Jesús” de quien Pablo nos advierte en 1 Co. 11:4. Es absurdo conciliar a Cristo como “un ser conformado por dos naturalezas: una humana y otra divina”, doctrina que nació en el seno del catolicismo romano (dogma teo -antrópico, la kenosis) que “iatrogenizó” luego al “cristianismo protestante”. Sería catastrófico pensar que “un ser que es dios y hombre a la vez sea una persona humana en lo absoluto, o dios por completo”. Por otro lado, es lo bastante sensato admitir que tal concepto es tan sólo una monstruosa contradicción, una confusa y retorcida ambigüedad.

«El dios-hombre», el de los concilios católicos, es el resultado de las teologías místicas y abstractas de los “Primeros Padres de la Iglesia”, influenciados por filosofía griega antigua y con la cual encubrieron la verdadera Humanidad de Cristo, destrozando la esencia real del «monoteísmo hebreo» al equiparar al Hijo del Hombre con la Deidad.


sábado, 11 de abril de 2009

JESUCRISTO ES HIJO DEL PATRIARCA ABRAHAM---¿QUÉ IMPORTANCIA TIENE ESTO?



Abraham: ¿Quién Fue Él?

Especialmente en el Nuevo Testamento encontramos que a Jesucristo se le llama “el hijo de Abraham”. Por ejemplo, en Mateo 1:1 leemos esto: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Nótese que Mateo afirma que Jesucristo es hijo de Abraham, pero al mismo tiempo se nos dice que es igualmente hijo del rey David. Por ahora nos interesa desarrollar todo lo que implica la frase “hijo de Abraham” que se le da a Jesucristo, pues este título, como el de “hijo de David”, implica un vínculo familiar muy especial e importante que le puede involucrar a usted y las gentes de todas las naciones.

Abraham había nacido en Ur de Caldea y fue escogido por Dios para bendecir a la humanidad toda a través de él y su descendencia (singular). Sí, con el pasar de los siglos, Jesucristo nació de María, y así vino a ser hijo de Abraham, pues vino a ser su descendiente según la carne. Con el patriarca Abraham Dios hizo un pacto solemne de bendición futura para toda la humanidad.

El Pacto de Dios con Abraham

Todo se inició con el llamado que le hizo Dios a Abraham para que dejara su tierra con el propósito de que heredara una “nueva tierra” que Él había elegido para Su posesión exclusiva. Nótese lo que dice Génesis 12:1-3: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.

Nótese que Dios hace un arreglo con Abraham el cual incluía las siguientes cláusulas importantes:

1.- Dios haría de Abraham una nación grande.
2.- Abraham sería bendecido y su nombre engrandecido.
3.- Abraham sería de bendición para todas las familias de la tierra.

En Génesis 13:14,15 leemos que Dios le vuelve a decir a Abraham, lo siguiente: “Y Jehová dijo Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Es claro que Dios le estaba ofreciendo a Abraham una tierra para que la pudiese heredar perpetuamente, y que podía conocerla con sólo dirigir su vista al norte, sur, este, y oeste.

También es significativo de que a Abraham no se le dijo que mirara hacia el cielo, o hacia arriba, más allá de las estrellas, para imaginarse una herencia en el “tercer cielo”. Definitivamente Abraham nunca creyó que él tendría una herencia permanente en el cielo, ni tampoco para su descendencia después de él. Él comprendió muy bien que su mirada debía estar puesta en la tierra prometida, la tierra de promisión que fluye “leche y miel”.

Ahora bien, en Génesis 15:18 Dios le da más detalles de la herencia prometida a Abraham con estas palabras interesantes: “En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto, hasta el río grande, el río Eufrates”. Pues bien, si uno mira los límites demarcados por el río Nilo y el río Éufrates en un mapamundi, verá que éstos se ubican en el oriente medio, en lo que es ahora parte de Siria, Líbano, e Israel. Es importante este detalle, pues a Abraham y a su simiente Dios le daría la tierra prometida de la cual hicimos mención hace unos instantes.

¿Quién es la Simiente de Abraham?

Ahora viene el punto crucial en cuanto a quién es la descendencia prometida de Abraham. Pues bien, según el registro bíblico, Abraham tuvo como hijo a Ismael, el hijo de la esclava egipcia Agar; luego Abraham engendró a Isaac, el hijo que procreó con su esposa Sara. Después, al quedar Abraham viudo, se vuelve a casar con otra mujer llamada Cetura, la cual le dio seis hijos más.

De modo que Abraham tuvo hijos, pero sólo uno de ellos fue el verdadero primogénito de Abraham. Recordemos que el primogénito tenía el derecho de heredar el doble que sus hermanos de lo que el padre poseía. Así era la costumbre Hebrea. También tenía la jefatura de la casa del padre, y recibía una especial bendición de Dios. De modo que es importante saber quién de los ocho hijos era el verdadero primogénito.

Algunos podrían decir que el primogénito era el primer hijo que tuvo Abraham. En su caso se supondría que era Ismael. ¡Pero así no piensa Dios! Ismael no fue el primer hijo de Sara, con quien Dios consumaría su pacto. Dios considera primogénito al hijo que le nacería de Sara, al hijo mayor de la esposa. Así lo leemos en Génesis 21:12 donde dice: “Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia”. En otras palabras, Dios escogió a Isaac como primogénito de Abraham, y por tanto se constituyó en el jefe de su casa, y el que recibía el doble de bendición que los otros hijos.

La otra evidencia que tenemos de que Isaac fue el verdadero primogénito es que su hijo Jacob heredó la primogenitura a la muerte de su padre. Dice Éxodo 4:22 así: “Y dirás así a faraón: Jehová ha dicho así: Israel (=Jacob) es mi hijo, mi primogénito”. Pero nótese que Esaú fue mayor que Jacob (=Israel), pero no obstante, Dios llama a Jacob “mi primogénito”— ¿Por qué? Porque Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Lo cierto es que la primogenitura continuó por la línea de Isaac, hijo de Sara, esposa de Abraham. Los hijos de Agar y Cetura no estaban incluidos en el pacto abrahámico. Sus otros siete hijos no estaban incluidos como “la descendencia de Abraham”.

De Jacob nacieron doce hijos, de los cuales Judá era uno de ellos. Este hijo de Jacob recibió de Dios la siguiente bendición: “Judá, te alabarán tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos; los hijos de tu padre se inclinarán a ti...no será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:18,10). Nótese que Judá sería reverenciado por los demás hermanos como el más importante de los hermanos. De él saldrían los reyes que gobernarían a Israel, incluyendo al futuro Mesías, el hijo de David, el Cristo, la descendencia de Abraham.

Tenemos entonces que de Isaac vendría la descendencia prometida a Abraham. Leemos en Gálatas 3:22,23 lo siguiente: “Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa”. Entonces de Isaac, Jacob, y de Judá, vendría aquella singular descendencia de Abraham que bendeciría al mundo entero y regiría los destinos de la tierra prometida y del mundo entero, pues la profecía bíblica señalaba al Mesías esperado (O sea la descendencia de Abraham—Isaías 9:6,7; 32:1) cuyo gobierno (reino) sería mundial (Salmos 72:8-11).

¿Quién es la simiente o descendencia de Abraham que heredaría la tierra al final de los tiempos, y que bendeciría al mundo entero? Esta pregunta la contesta el apóstol Pablo, cuando al escribirles a los gálatas, les revela lo siguiente: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a sus simientes como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16). Ahora bien, observe que Pablo dice que la simiente o descendencia de Abraham es UNA sola: ¡El Señor Jesucristo! Entonces Jesucristo y Abraham son los que bendecirían al mundo por medio de un cetro o reino en el Medio Oriente y en la tierra de Canaán (=Palestina). Jesucristo es la descendencia prometida que heredará el mundo y regirá el planeta tierra con justicia y paz verdaderas. Dice Pablo a los romanos, lo siguiente: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia (Cristo) la promesa de que sería el heredero del mundo, sino por la justicia de la fe” (Romanos 4:13). Nótese la frase: “el heredero del mundo”—¿Para qué? Para regirla o gobernarla con justicia, pues dice Isaías 32:1: “He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio”.

Otros Hijos de Abraham

La Biblia enseña que UNA es la descendencia de Abraham. Pero enseguida veremos que esa única descendencia de Abraham se compone de muchos fieles. Es decir, la simiente se convierte en una UNIDAD COMPUESTA. Veamos lo que dice Pablo nuevamente a los Gálatas: “Y si vosotros sois de Cristo, linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29). “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”(Gálatas 3:7,9). Es claro que los creyentes se constituyen en “judíos espirituales” al identificarse con Abraham en su fe y esperanza en la descendencia prometida.

La iglesia, compuesta por judíos y gentiles creyentes en la descendencia prometida, constituye o compone también ahora la verdadera simiente o descendencia de Abraham. Esta simiente o descendencia compuesta por Cristo y los fieles de todos los tiempos, incluidos los padres, heredarán las promesas que Dios le hizo al patriarca cuando vivía en Ur, unos 3,50o años atrás. Por lo tanto, nos parece insólito que las iglesias de hoy, llamadas “cristianas”, hayan olvidado las verdaderas promesas que Dios pronunció al padre Abraham. Extrañamente, en los últimos quince siglos o más, una iglesia de renombre, supuestamente cristiana, “espiritualizó” esa misma promesa de la herencia de la tierra prometida ubicada en el Medio Oriente y la trasladó al cielo. Ahora las iglesias predican que viviremos para siempre con Dios y Su Hijo Jesucristo como angelitos alados y tocando arpas o liras en las “moradas celestiales”. Esto es desatinado, pues recordemos que Dios nunca le dijo a Abraham que mirara hacia el cielo para encontrar su destino final y el de su descendencia.

Herederos de una “Nueva Tierra”

Jesucristo, como el hijo de Abraham y de David, es el heredero legítimo de las promesas de un reino o gobierno en la tierra donde todas las cosas que Dios se propuso hacer, y que fueran estropeadas por Satanás, serán restauradas por el Mesías (Hechos 3:19-21). A los romanos creyentes Pablo les dice: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).

Nótese que dice textualmente: herederos de Dios y coherederos con Cristo, de las promesas. Esto también lo vislumbró el apóstol Pedro cuando dijo: “pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Pues bien, nótese también que las promesas de Dios se resumen en “nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia”. Obviamente acá Pedro no está hablando de un nuevo planeta (cosmos), sino de un nuevo orden mundial (aión) donde imperarán la justicia y la paz verdaderas y duraderas. Esta es la cristalización final del utópico mundo de amor, justicia, y paz perfectos. No obstante, le diré que el pacto con Abraham se circunscribe a la herencia de una tierra, en tanto que el pacto que hace Dios con David se circunscribe a la “permanencia eterna” de su reino, cuando sea restaurado por su hijo Jesucristo en su segunda venida en gloria. Por eso, es muy importante saber porqué a Jesús se le llama también “el Hijo de David”. ¿Se lo ha preguntado usted mismo alguna vez?

Abraham, Isaac, y Jacob, en el Reino de Dios

Parte de las promesas de Dios es el restablecimiento del reino de Dios (pacto davídico) en la tierra, cuando Cristo, el hijo de Abraham y de David, tome el control del mundo junto con sus padres (Abraham, Isaac, y Jacob) y todos los profetas. Dice Jesús así: “...cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios” (Lucas 13:28,29). Sí, el padre de la fe (Abraham), y su prole leal (carnal y espiritual), estarán en la “nueva tierra” de justicia, administrando el nuevo gobierno mundial de Cristo. Entonces las naciones de la tierra serán benditas con su gobierno perfecto de rectitud y justicia, pues por este único medio se cumplirán las promesas de Dios a Abraham sobre bendiciones increíbles nunca antes vistas para una humanidad ansiosa por un cambio radical, por un mundo ideal de justicia y paz duraderas.

Jesucristo, como un judío, y descendiente directo del rey David, tiene el derecho de tomar el cetro y el trono de su reino. De modo que los verdaderos judíos (por la fe) juegan y jugarán un rol especial en el reinado de la justicia. Sus príncipes serán judíos en la carne como por adopción. Nosotros, los que no somos judíos, nos convertimos en judíos espirituales o adoptivos porque somos de la fe del padre Abraham y también porque somos de Cristo (su descendencia), y en como resultado heredaremos las promesas y riquezas otorgadas al padre Abraham. Los que enseñan que los judíos tienen una esperanza terrenal, y la iglesia una celestial o supra mundana, están errados. Ya lo dijo Pablo en Efesios 4:4: “Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación”.

Y además, en Efesios 2:11-17 Pablo explica que para los que son de Cristo (cristianos) ya no existe una pared divisoria entre judíos y no judíos. Todos son uno en Cristo Jesús. Todos son Judíos para Dios por la fe en el judío Jesucristo (Romanos 2:28,29; Gálatas 3:28).

El Renacimiento del Estado Judío

Es cierto que los hebreos entraron en la tierra prometida con Josué una vez muerto Moisés, el libertador. Pero su posesión sólo fue temporal y no permanente, ya que Dios los castigaba por su corazón duro y rebelde. En 586 A.C el rey Nabuconodosor terminó llevándose cautivos al rey judío Sedequías y a su pueblo a Babilonia, en donde estuvieron 70 años como servidores y esclavos del rey pagano. En ese momento el reino o gobierno de David terminó “temporalmente” hasta el día de hoy. Luego de los 70 años de cautiverio, Ciro, el rey Persa, dio un decreto de liberación de los judíos. Regresaron con Zorobabel una minoría de ellos a su tierra para reconstruir lo que estaba destruido, como es el caso del templo judío en Jerusalén.

Pero con el correr del tiempo, la mayoría de judíos volvieron a la incredulidad y no recibieron a su Mesías, el Hijo de Dios, Jesucristo (Juan 1:12). Como castigo, en el año 70 d.C., el general romano Tito invadió Jerusalén y destruyó el templo de los judíos, y el pueblo fue en parte asesinado, en parte desterrado, y en parte esclavizado por los invasores. Nuevamente en esa fecha el pueblo judío se quedó nuevamente privado de su país y de su templo. Esta fue una triste diáspora o dispersión que ha venido durando por casi dos mil años, hasta que, finalizando la primera mitad del siglo XX, nuevamente nace el estado judío el 12 de Mayo de 1948.

Sin embargo, la mayoría del pueblo judío están ciegos a las promesas de Dios, y sólo confían en su poder militar para confrontar cualquier eventualidad bélica. La mayoría de ellos parece que aún viven a espaldas de Dios, y no comprenden en su real dimensión de que es Dios quien les está devolviendo la tierra prometida a fin de bendecirlos a través de la simiente prometida a Abraham (el Mesías Jesús).

La tierra prácticamente ya está en manos de los judíos, sus legítimos dueños, aunque se opongan los ismaelitas o árabes. Estos deben reconocer que Dios hizo el pacto que estamos estudiando con Abraham y con su esposa Sara, y no con Agar e Ismael. Por eso, aunque los árabes protesten, y le hagan la guerra a Israel, siempre saldrán mal parados porque no luchan contra los judíos, sino contra Dios mismo. Ya en las guerras de 1948, 1953, 1967, y 1973 los judíos salieron victoriosos frente a un enemigo numeroso y poderoso, lo que demuestra que Dios está al frente de este minúsculo pueblo en el Medio Oriente para protegerlos. Y es que la Palabra de Dios tiene que cumplirse pese a la férrea oposición del mundo árabe y aun de muchas naciones de occidente. Hoy, las profecías bíblicas que señalan el retorno o alijah del pueblo judío de todas partes del mundo para reconstruir su antiguo país se están cumpliendo ante nuestros propios ojos (véase Deuteronomio 30:3-5; Isaías 11:12; Jeremías 30:3,8-11; 32:37-43).

Definitivamente el panorama del Medio Oriente apunta hacia el cumplimiento de las promesas de Dios al fiel Abraham, Su amigo personal. Lo que falta ahora es el retorno del heredero principal, el descendiente real, para tomar el control del país de Israel, y desde allí a todo el mundo. ¿Recuerda Ud. que Pablo dijo que Cristo sería el heredero del mundo en Romanos 4:13?

La Apostasía Predicha por Pablo

Es lamentable que millones de supuestos cristianos desconozcan este pacto o promesa de Dios hecha al padre Abraham hace más de tres milenios. Pero esto no es sorprendente para los que estudian las Escrituras libremente, y sin prejuicios, pues ya el apóstol Pablo previó que después de su partida entraría la apostasía en la iglesia con doctrinas que él llamó de demonios. Dice él así en 1 Timoteo 4:1,3: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios...”.

Aquí Pablo está hablando que en los postreros tiempos algunos caerían en el error, creyendo en doctrinas de demonios, entre las cuales están la prohibición del matrimonio (el celibato obligatorio) y la ingestión de ciertos alimentos (como el comer carne el viernes santo). Aquí hay una clara indicación de una iglesia apóstata que propagaría las doctrinas del diablo y no las de Cristo. Una iglesia que ignoraría las promesas literales de Dios y predicaría otro evangelio. Por cierto que esta imponente iglesia caería en otras apostasías y desviaciones de la verdad. Y en Hechos 20:29,30, Pablo dice: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”.

Sí, Pablo previó la aparición o manifestación de malos líderes u obispos que seducirían al rebaño de Cristo, hablando doctrinas pervertidas para arrastrar a discípulos tras sí. Y es eso precisamente lo que el romanismo logró con su doctrina del alma inmortal que trasciende la muerte para morar con Dios en el cielo. Ahora resulta que la doctrina católica del cielo es más agradable y esperanzadora que la herencia de esta misma tierra, la cual ya nos parece muy difícil de soportar por tanta maldad, contaminación, y perversión.

Debemos de retener la prístina esperanza que fue una vez dada a los santos, pues así lo exhorta el apóstol Judas, cuando dice: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). ¡Esta debe ser nuestra responsabilidad como cristianos bíblicos!
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miércoles, 5 de noviembre de 2008

¿FUE REALMENTE JESUCRISTO HIJO DE DAVID?

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)

Es lamentable que miles de teólogos llenos de prejuicios no se den cuenta que Jesucristo ES HIJO DE DAVID. El evangelista Mateo empieza su sinóptico diciendo que Jesucristo es "hijo de David, hijo de Abraham" (1:1). Normalmente nadie comienza una biografía diciendo de quién es hijo su personaje central, pero en el caso de Jesús el autor sienta las bases del origen de su personaje central, Jesucristo---¿por qué?¿Qué importancia tendría que Jesús fuera del linaje de David (o de Abraham), un ancestro suyo que vivió casi mil años antes que él? Generalmente uno dice que es hijo de su progenitor. Yo soy hijo de mi Padre llamado Aldo, no de mi abuelo o mi bisabuelo. Pero en el caso de Jesús hay una razón muy importante, y es la de destacar su origen noble y real. Es decir, está destacando que Jesucristo tendría el derecho de ser un heredero del reino davídico si éste existiese nuevamente en Jerusalén como en tiempos pasados.

¿PREDICÓ ÚNICAMENTE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO EL GRAN APÓSTOL PABLO?

Muchos "Cristianos" prejuiciados no han leído bien todo lo que tiene que decirnos Romanos 1:1-5. Estos versos nos dicen lo siguiente:

"Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio, que él había prometido antes por sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor a su nombre.”

Pues bien, aquí tenemos el evangelio completo del apóstol Pablo el cual es pasado por alto por muchos creyentes sinceros, pero que aún están prejuiciados por la tradición Católica. En primer término el evangelio es acerca del Hijo de Dios. ¿Y qué involucra esto?¿Acaso que Jesús es el evangelio como muchos suponen? No lo creemos así porque la Biblia dice que Jesús vino a predicar el evangelio del reino de Dios…¡y el reino no es Jesucristo, sino el Rey del reino! Pero sigamos la línea de la exposición de Pablo. El dice que ese evangelio acerca de su Hijo consiste en que Jesucristo era del linaje de David según la carne, y que fue declarado Hijo de Dios, por su resurrección. De modo que Pablo anuncia que Cristo es hijo de David según la carne y que Dios lo resucitó y lo constituyó en su Hijo---El Hijo de Dios. Aquí Cristo es claramente declarado Hijo de Dios, título que tiene una clara connotación Mesiánica. ¿Cómo lo sabemos?. Sólo basta con leer el famoso Salmo 2:7-9, donde dice que Dios engendró a Cristo para ser su hijo y heredero de las naciones: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme y yo te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro, como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Ver también Apo. 12:5; 19:15). Es decir, al alcanzar Jesús su justa resurrección, Dios lo constituyó en un hijo mesiánico engendrado para ser el rey del reino de David, su padre. Es por eso que Pablo hace hincapié en primer lugar que Cristo es del linaje de David, para luego pasar a decir que él es el que regirá a las naciones como rey ungido o Cristo (=hijo de Dios), tal como lo fue su padre David, Salomón y los demás reyes davídicos ungidos. Esta sorprendente verdad no es comprendida por muchos que se llaman “Cristianos” o “mesiánicos”. Dicen ser Mesiánicos (=cristianos) pero no entienden que Jesús es el hijo de Dios, el Cristo nombrado para sentarse en el reino de David, el cual es llamado el reino de Dios (en 1 Cró. 28:5).

De modo que resumiendo lo dicho hasta acá, el evangelio de Pablo era que Cristo era del linaje del rey David, y que Dios lo engendró como hijo mesiánico por su resurrección de entre los muertos. Este hijo mesiánico restaurará el reino davídico y tomará el control del nuevo mundo, o llamado por algunos burlones “el maravilloso mundo de mañana”. De modo que los que dicen que Pablo jamás predicó el reino de David por restaurarse están mintiendo y propagando las mentiras satánicas de un reino espiritual o iglesia, o un reino en el “corazón del creyente”. Y es que éstos incautos no saben que están oscureciendo el evangelio de la gloria (y reino) de nuestro Señor Jesucristo (2 Cor. 4:4).

El mismo Jesucristo hace la pregunta crucial. ¿Quién decís que soy yo? Y Pedro da con el punto y dice acertadamente: “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Mateo 16:16). Sin duda Jesús aprobó tal confesión de Pedro diciéndole que Dios se lo había revelado y no los hombres (v. 17). Pedro supo que Jesús era el cumplimiento del salmo 2:6-8 como el verdadero Mesías de Israel, el rey del reino davídico.

Desgraciadamente existen aún indoctos que no entienden que si bien es cierto que Pablo predicaba la resurrección de Cristo, lo hacía para señalar que esa resurrección lo constituía a Jesús como el heredero del reino davídico y en consecuencia, como el futuro amo del mundo venidero en el reino de David (= reino de Dios). En realidad, según se desprende de Romanos 1:1-5, el evangelio de Pablo era integral, y mostraba la verdad de las buenas noticias que Cristo resucitó para convertirse en el futuro rey mesiánico en la tierra. Su evangelio fue que Cristo resucitó de entre los muertos para justificarnos y hacernos copartícipes de su glorioso reino en la tierra cuando tome el trono de David su padre en Jerusalén. Esta verdad ha sido oscurecida por Satán, quien sabe que muy pronto el Mesías, el hijo de Dios, y heredero del trono de David, lo depondrá para inaugurar el reino davídico que por el momento está suspendido por un decreto divino, según Ezequiel 21:25-27, pero que será restaurado definitivamente con el retorno del rey glorioso desde los cielos (Mateo 25:31,34; Hechos 1:3,6,7).

¿SÓLO A LOS ROMANOS PREDICÓ PABLO EL EVANGELIO?

En Tesalónica Pablo anunció a los Judíos que Jesús era el Cristo. Dice así Hechos 17:2,3: “Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que Cristo padeciese y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo”. Así que acá vemos algo similar a lo que él enseñó a los romanos. El les dijo a los Judíos de Tesalónica que Cristo murió y resucitó, pero además les declaró que Jesús era el Cristo, o sea, el Mesías, el hijo de Dios. El les estaba diciendo que por la resurrección Dios había hecho a Jesús Cristo, el hijo de Dios, el heredero del reino de David. Pero muchos aún no entienden qué es lo que significa “Cristo”. Piensan que es un nombre o el apellido de Jesús (Jesús Cristo), y no saben que es UN TITULO…un título dinástico. Cristo es el equivalente Hebreo “Mashiaj” que significa Ungido. Y un ungido en el Antiguo Testamento era aquel que había recibido el óleo sagrado en su frente para ser nombrado rey de Israel. David fue ungido, Salomón fue ungido, y así sucesivamente. Y Jesús fue igualmente proclamado Cristo (ungido) en su bautismo y sellado con su resurrección de entre los muertos (Hechos 2:24,30,35).

Pero sigamos con Hechos 17 el cual estamos examinando. Los versos 4 dice que algunos de ellos (Judíos) creyeron, y también de entre los Griegos, un buen número de ellos. El verso 5 nos dice que los Judíos que no creyeron, por celos, alborotaron la ciudad diciendo, según el verso 6 que los creyentes del evangelio de Pablo contravenían los decretos del César, ¿por qué? Porque el evangelio de Pablo decía que había otro rey, llamado Jesús (v.7). De modo que se hace claro que al predicar Pablo el evangelio de que Jesús era el Cristo resucitado, lo que predicaba era que Jesús era un rey, un rey que tomaría su poder en el mundo y que desestabilizaría los reinos temporales y los dominaría con vara de hierro. Es por eso que los Judíos incrédulos aprovecharon la ocasión para acusar a Pablo y sus seguidores de ser unos sediciosos, unos revolucionarios predicadores de un nuevo gobierno en la tierra que pondría en jaque a los imperios del mundo. Pues si el evangelio era sólo un mensaje espiritual e inofensivo, ¿cómo podría haber sido una amenaza para César?¿Cómo le hubiera perjudicado a César saber que unos “locos” fanáticos predicaban la resurrección de un hombre?¿Acaso no habría oído César de la resurrección de Lázaro mucho antes? Esas noticias no amenazaban su imperio, pero sí un nuevo imperio que lo depondría a él. Por eso Pablo dice en Hechos 28:20 que él está en cadenas, perseguido, maltratado, golpeado, por causa de la esperanza de Israel, que era la esperanza del Reino de David (Marcos 11:10; 15:43).

Y Finalmente, Pablo repite la misma predicación tanto en Corinto (Hechos 18:5) y en la ciudad de Efeso diciendo que Jesús era el Cristo (Hechos 18:28).
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TRASLADADOS AL REINO DEL AMADO HIJO —¿AHORA O DESPUÉS?

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)

Sentados en los lugares Celestiales con Cristo Jesús

EL Apóstol Pablo, al escribirles a los creyentes de la ciudad de Efeso, les dice claramente lo siguiente: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.

Si observamos bien, Pablo afirma que los creyentes ya están resucitados y sentados (reinando) con Cristo en los lugares celestiales. Pero sus palabras resultan en cierto modo asombrosas porque todos sabemos que sólo en la parusía los creyentes serán resucitados de la muerte y serán glorificados como reyes al lado de Cristo y no ahora (Mateo 25:31,34; Apo. 20:4,5).

La Glorificación

En otra ocasión Pablo dice que los Cristianos ya estamos glorificados, cuando al escribirles a los creyentes de Roma, les dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Rom. 8:30). Notemos que para Pablo, los creyentes ya han sido “glorificados” por Dios. El usa el mismo tiempo pasado para el verbo glorificar como lo hace para el verbo resucitar en Efesios 2:6 para enseñar que ya hemos resucitado y que ya hemos tomado nuestros sitios en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Es obvio que para Pablo, los creyentes ya han recibido las promesas hoy en algún sentido, aunque ciertamente no en su integridad. No creo que haya alguno que pueda decir que ya ha sido resucitado de la tumba, glorificado, y sentado con Cristo en los lugares celestiales. Ahora bien, leamos lo que dice Pablo en el verso 17 de Romanos 8: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. En este pasaje Pablo aporta más luz al tema de la glorificación diciendo que para que seamos juntamente glorificados con Cristo (recuerde que en Efe. 2:6 Pablo usa una similar expresión referida a la resurrección: “y juntamente con él (Cristo) nos resucitó), debemos soportar los padecimientos. Así que la glorificación para Pablo no es algo que se obtiene automáticamente fruto de la conversión, sino que requiere que el creyente pase la prueba de los padecimientos por Cristo. Y si esto es verdad de la glorificación, entonces también lo debe ser de nuestra resurrección y de la toma de nuestras posiciones en los lugares celestiales con Cristo Jesús. De modo que aunque Pablo puede hablar de la presente glorificación, resurrección, y entronización en los lugares celestiales de los creyentes, éstas aún tienen un carácter claramente escatológico o futuro, o sea, para la parusía de Cristo a la tierra. Dice Pablo: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. En Romanos 8:18 Pablo añadió: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Acá está claro que Pablo pasa a hablar de una glorificación futura cuando en otros versículos él habla de una gloria ya obtenida o ganada. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? Una explicación sería que Pablo en el Verso 30 habla de aquellos elegidos de Dios que en Su preconocimiento como personas predestinadas ya han ganado todo por su victoria ante las pruebas. El los ve (como Dios los ve) como triunfantes y galardonados por su vida consagrada al servicio de Dios y habiendo vencido al enemigo y a sus artimañas.

Trasladados al Reino del Amado Hijo

Otro de los pasajes paulinos que nos hablan de una promesa otorgada por “anticipación” es aquella que nos dice que hemos sido ya trasladados al Reino del amado Hijo de Dios. A los creyentes de la ciudad de Colosas, Pablo les dice, entre otras cosas: “…el cual (Dios) nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”, lo que para Pablo también significaba un traslado de las tinieblas a la luz, de Satanás a Dios (Hechos 26:18). Como ya hemos visto, es típico de Pablo hablar de cosas futuras como si ya fueran presentes, y aún pasadas. En este caso él nos habla de nuestro eventual traslado al reino del amado Hijo por Su Padre. Sin embargo, el mismo apóstol Pablo se referirá al Reino del Hijo como algo que recibiremos cuando nuestros cuerpos sean transformados en inmortales. En 1 Corintios 15:50, 51 él escribió lo siguiente a los Corintios: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados”. Aquí Pablo habla de la herencia del Reino como algo que es imposible obtener ahora en nuestra naturaleza humana mortal. Por un lado él dice a los Colosenses que ya hemos sido “trasladados” al Reino del amado Hijo, pero a los Corintios les dice que el reino es una herencia que obtendrán sólo los inmortales. ¡Pero Pablo no se contradice! Lo que hay que entender es que así como hemos sido resucitados, glorificados, y entronizados POR LA FE, así también hemos sido trasladados por Dios al Reino de Su amado Hijo POR LA FE. Es decir, a la vista de Dios, los creyentes ya “están” en el Reino de Su amado Hijo. Los elegidos, los justificados, los glorificados están también entronizados en el reino del Hijo, sin estarlo aún realmente o de hecho. Por ejemplo, en el libro de Apocalipsis leemos que los creyentes, los de la fe, ya están escritos en el LIBRO DE LA VIDA. No obstante, el creyente deberá de perseverar en la fe para que su entrada a la vida sea efectiva, de lo contrario correrá el peligro de que se le borre su nombre del tomo (Apo. 3:4,5). Lo que Pablo nos dice es que el Padre nos ha trasladado al reino de Su Hijo en su santa voluntad. El nos ve como ya vencedores y victoriosos, como los elegidos y justificados que han recibido Sus promesas por adelantado. El nos ha dado el título de propiedad, pero El aún espera de que nos ganemos el derecho de recibirla con nuestra vida de obediencia y servicio. En otra ocasión leeremos que nosotros (a la vista de Dios) ya poseemos nuestras coronas de gloria, pero luego se nos pide perseverar para que nadie nos la arrebate (Ver Apo. 3:11). Sin duda, ni usted ni yo tenemos nuestras coronas en nuestra posesión, literalmente hablando. Decir que ya estamos trasladados en el Reino de manera total y real sin haber vencido es como afirmar que los difuntos cristianos ya han resucitado, y que ya están en la gloria, y que ya reinan con Cristo en los lugares celestiales. ¡Nadie creería que esto fuera verdad! Pablo jamás afirmó que la resurrección de los creyentes difuntos ya ocurrió. El siempre lo vio como un hecho futuro (2 Cor. 4:14, 1 Tes. 4:14-16).

Para el apóstol Pablo, y el resto de sus colegas apóstoles, el Reino de Dios seguía siendo la meta por alcanzar de la iglesia. En 2 Pedro 1:5-11 el apóstol Pedro encomia a los creyentes a que crezcan hacia la perfección o madurez espiritual, “porque de esta manera (y no otra forma) os será otorgada una amplia y generosa entrada al Reino eterno del Señor Jesucristo”. Así que el verdadero traslado al reino del Hijo por el Padre se cumplirá cuando los fieles hayan alcanzado la estatura de Cristo (Efe. 4:13)…¡Y esto requiere tiempo y esfuerzo de nuestra parte! (2 Tim. 2:6; Apo. 2:3; 1 Tim. 4:10; Juan 6:27; 1 Tim 4:15; Fil. 2:12).

El Reino de Dios y la Era Venidera

El Señor Jesucristo asoció la vida eterna con el ingreso al Reino de Dios en su diálogo con el joven rico cuando éste le preguntó sobre lo que debía hacer para ganar la vida eterna (Leer Mateo 19:16-25). ¡Y este detalle ha sido pasado por alto por la mayoría de cristianos! Además, Señor Jesús afirmó que la obtención de la vida eterna (o lo que equivale a ser trasladado al Reino) se obtendrá sólo en el siglo o era venidera…¡no en éste! “Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lucas 18:30; Marcos 10:30). Afirmar que ya estamos totalmente en el Reino de Dios es afirmar que ya vimos en la Era venidera de justicia sin la presencia del diablo. Recordemos que Pablo asoció el presente siglo con el maligno. El lo llamó “el presente siglo malo” (Gál. 1:4), regido por “los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Efe 6:12). ¿Pero habrá alguno que ose decirnos que ya no hay ninguna influencia del Diablo y sus demonios en este mundo? Jesús dijo que los asesinos y mentirosos, en particular, eran hijos del Diablo, porque éstos HACEN la voluntad de este maligno (Juan 8:44). Hoy los asesinatos y las mentiras están a la orden del día en todo el mundo, una señal clara e inequívoca de que el Diablo aún hace de las suyas en este mundo. Por consiguiente es obvio que aún no hemos pasado a la era venidera, la era de la vida eterna, o la era del Reino de Cristo. Recordemos Jesús dijo claramente que su reino no era de este mundo o siglo del maligno, sino de la era venidera, la era de Cristo y su reino milenario. Sin embargo, los exegetas amilenialistas y preteristas extremos sostienen que cuando Jesús dijo que su reino no era de este mundo (Juan 18:36), lo que dijo era que su reino era espiritual, no terrenal; del cielo, y en el cielo. Estos afirman que Jesús jamás volverá a la tierra para restaurar un reino material como lo fue el del rey David y sus sucesores. Esta es una afirmación antojadiza, ya que lo que Jesús afirmó era que su reino no era del presente AION (siglo) del maligno, sino del venidero que se inaugurará en la tierra cuando se restaure el reino de Dios a partir de Jerusalén y cuando el diablo y sus seguidores hayan sido depuestos y encarcelados.

Los Lugares celestiales en la Tierra

Bob Lazar, el físico que supuestamente trabajó en el Área 51 y que dijo haber visto una nave espacial extraterrestre la describió como que era de otro mundo porque tanto su forma como sus dimensiones no parecían haber sido concebidas por humanos. Así que todo parece indicar que el supuesto físico Bob Lazar estuvo caminando en lugares o ambientes extra-terrestres sin moverse de la tierra. Pues bien, Pablo dijo que en el cielo hay un verdadero santuario y un verdadero tabernáculo que Dios construyó y no el hombre (2 Cor. 5:1,2). También Pablo habla de una ciudad o patria celestial preparada para los salvos y que está POR VENIR a la tierra (Heb. 11:14,16; 13:14). Y si esta ciudad está por venir a la tierra, es lógico suponer que nosotros no vamos a necesitar volar al cielo para tomar nuestros lugares de honor. Este palacio tiene moradas o aposentos para los salvos, y Jesús ha ido al cielo para prepararnos lugares para que los ocupemos. De modo que en Juan 14:1-3 el Señor no nos promete que iremos con él al cielo para tomar nuestros lugares de honor. De hecho, en Juan 14:1-3 Jesús no menciona ni una vez el vocablo cielo, aunque sí nos promete VOLVER para tomarnos para sí a efectos de estar con él en el mismo lugar donde estará cuando regrese a la tierra. A los Tesalonicenses el apóstol Pablo les dice que todos los creyentes se ENCONTRARÁN con el Señor en el aire…¡NO EN EL CIELO! (1 Tes. 4:16,17).

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LA VERDAD DE LA PANDEMIA