DE LAS PALABRAS AL TEXTO SAGRADO
generaciones los creyentes han dedicado incontables horas a la lectura, escritura y análisis de unos libros que constan entre la lista de los más famosos. Son las Escrituras Griegas Cristianas también conocidas como Nuevo Testamento. Estos textos, como los restantes que forman la Biblia, han influido de manera notable en nuestro mundo, moldeando principios éticos y morales, y servido como una gran fuente de inspiración en la literatura y demás artes. Sobre todo, han ayudado a millones de personas a conocer a Dios y a Jesús.
Los Evangelios, como los demás libros del Nuevo Testamento, no se escribieron justo después de la muerte de Jesús. Al parecer, Mateo compuso su Evangelio unos ocho años después. Juan, el escritor del evangelio que lleva su nombre, lo escribió sesenta y cinco años después.
Estos datos nos llevan a preguntarnos cómo pudieron registrar los dichos y hechos de su Maestro sin cometer errores. Se afirma que pudo escribirse fielmente por la intervención del espíritu santo. ¿Pero cómo pudieron transmitirse fielmente sus enseñanzas hasta que finalmente fueron redactados?
¿Eran analfabetos en aquellos tiempos?
En el transcurso del siglo XX hubo quienes plantearon la hipótesis de que los seguidores inmediatos de Jesús se limitaron a transmitir de palabra las enseñanzas de su Maestro. Algún biblista afirmó: “Hay un lapso de varias décadas entre el ministerio público de Jesús y la recopilación de sus palabras en los Evangelios. Durante todo ese tiempo se fue transmitiendo oralmente lo que se sabía de Jesús”. Algunos estudiosos dicen que aquellos primeros discípulos “eran prácticamente analfabetos”. Además se afirma que durante las siguientes décadas de tradición oral ampliaron y adaptaron los relatos sobre el ministerio de Jesús. Por ello, se sostiene que los Evangelios no ofrecen una crónica confiable de los hechos.
¿ERAN ANALFABETOS LOS APÓSTOLES ?
La Biblia dice lo siguiente acerca de los gobernantes y los ancianos de Jerusalén: “Al contemplar la franqueza de Pedro y de Juan, y al percibir que eran hombres iletrados y del vulgo, se admiraban”, (Hechos 4:13). En español, la palabra iletrado significa “con poca instrucción” sinónimo de analfabeto: “ignorante, sin cultura, o profano en alguna disciplina”. ¿Serían analfabetos los apóstoles? Un comentario bíblico da la siguiente explicación: “Es poco probable que estas expresiones se usaran en sentido literal, como si Pedro no hubiera recibido educación o no supiera leer y escribir. No son más que un reflejo de las profundas diferencias sociales existentes entre aquellos jueces y los apóstoles” (The New Interpreter’s Bible ).
Otros eruditos señalan que sí hubo una transmisión oral más exacta. Sostienen que los judíos, que eran discípulos inmediatos de Jesús, siguieron el método de enseñanza rabínico: el aprendizaje memorístico, es decir, a fuerza de repetición. Ahora bien, ¿se basaron los discípulos de Jesús únicamente en la palabra hablada? ¿O se habrían valido también de las escrituras para preservar los relatos sobre su ministerio? Aunque no se pueden hacer afirmaciones categóricas, es posible que hayan recurrido en buena medida a la escritura, como veremos a continuación.
LA ESCRITURA EN LA VIDA COTIDIANA
En el siglo I, el dominio de la lectura y la escritura no se limitaba a las clases altas. A este respecto, Alan Millard, especialista en hebreo y otras lenguas semíticas antiguas, señala: “La escritura en griego, arameo y hebreo estaba muy difundida, y hallamos testimonios de su uso en todos los niveles (..). Así era la sociedad en la que efectuó su obra Jesús”.
En cuanto a la teoría de que los Evangelios “surgieron en una sociedad analfabeta hasta la médula”, el profesor Millard comenta: “Ese no es un cuadro realista, ya que la escritura seguramente era una técnica difundida de manera amplia. Por lo tanto, casi siempre había alguien presente capaz de anotar algunas de las afirmaciones que oía, fuera para uso propio o para comunicarlo a otros”.
A fin de apuntar los datos, tenían a su alcance un material de escritura que, según las indicaciones disponibles, era bastante común: las tablillas enceradas. De hecho, encontramos un ejemplo de su uso en el capítulo primero de Lucas. El versículo 63 nos muestra lo que hizo Zacarías al encontrarse temporalmente mudo. Cuando le preguntaron como quería llamar a su hijo, “pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Como indican los diccionarios bíblicos, lo que pidió era, seguramente, una placa de madera que solía ir recubierta de cera. Es fácil que alguno de los presentes la tuviera consigo y pudiera prestársela a Zacarías.
Hay otro detalle que ilustra la difusión de las tablillas en aquella época. Cuando Pedro pronunció un discurso ante una multitud reunida en el templo, les hizo esta exhortación: “Arrepiéntanse, para que sean borrados sus pecados” (Hechos 3:11,19). La expresión “sean borrados” traduce un verbo griego que significa “limpiar o quitar frotando”. Como indica una obra especializada, “es probable que en este pasaje y tal vez en los demás, la imagen que comunique el verbo sea el alisamiento de la superficie de una tablilla de cera para volver a escribir en ella” (The New International Dictionary of New Testament Teology).
Los Evangelios también revelan que entre los discípulos y los oyentes de Jesús había personas que probablemente empleaban la escritura en sus labores cotidianas. Veamos algunas: los recaudadores de impuestos Mateo y Zaqueo (Mateo 9:9; Lucas 19: 2); uno de los presidentes de la sinagoga (Marcos 5:22); un oficial del ejército (Mateo 8:5); Juana, esposa de un alto funcionario de Herodes Antipas (Lucas 8:3), y algunos escribas, fariseos, saduceos y miembros del Sanedrín (Mateo 21: 23, 45; 22:23; 26:29). Así que no es aventurado afirmar que muchos d los apóstoles y discípulos de Cristo sabían leer y escribir.
ESTUDIANTES, MAESTROS Y ESCRITORES
Para cumplir con su labor de maestros, los discípulos no podían conformarse con conocer las palabras y acciones de Jesús; también tenían que ser capaces de examinar la Ley y las profecías de las Escrituras Hebreas y ver cómo se cumplieron en Cristo (Hechos 18-.5). Para ilustrar este hecho, fijémonos en lo que ocurrió cuando Jesús se encontró con algunos de sus discípulos, poco después de resucitar. ¿Qué hizo él? El relato de Lucas indica: “Comenzando desde Moisés y todos los Profetas les interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras”. Y poco después dijo a sus seguidores: “Estas son mis palabras que les hablé mientras todavía estaba con ustedes, que todas las cosas escritas en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenían que cumplirse”. Entonces les abrió la mente por completo para que captaran el significado de las Escrituras” (Lucas 24:27,44,45). Más tarde, ellos supieron relacionar los pasajes bíblicos con las explicaciones de Jesús (Juan 12:16).
¿Qué se desprende de todos estos relatos? Que los apóstoles y los discípulos estudiaron con cuidado y atención las Escrituras para comprender el significado de las cosas que habían visto y oído acerca de su Señor, Jesucristo. (Lucas 1:1-4); (Hechos 17:11). Con referencia a este hecho, Harry Y. Gamble, profesor de Estudios Religiosos en la universidad de Virginia, comenta: “Pocos cuestionarán que desde el principio hubo cristianos, diversos grupos que se dedicaron al análisis riguroso y la interpretación de las Escrituras Hebreas, gracias a lo cual pudieron extraer argumentos bíblicos en apoyo del cristianismo y hacerlos disponibles para su uso en la predicación”.
Visto todo lo anterior sobre los primeros discípulos de Jesús, podemos afirmar razonablemente que lejos de depender exclusivamente de la transmisión oral, sabían dar buen uso a la lectura, la escritura y el estudio. Eran estudiantes, maestros y escritores competentes. Pero sobre todo, eran personas devotas que confiaban en la guía del espíritu. Jesús les había hecho esta promesa: “El espíritu de la verdad (..) les hará recordar todas las cosas que les he dicho” (Juan 14:17,26).
En conclusión, aunque los evangelistas seguramente se valieron tanto de fuentes orales, como escritas, todo lo que redactaron procede de una fuente más fidedigna y elevada; el propio Dios. Por ello podemos tener la certeza más absoluta de que “toda Escritura es inspirada de Dios” y nos enseña y guía para hacer lo que a él le agrada. (2 Timoteo 3:16 ).
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