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sábado, 3 de octubre de 2009

ALMORZANDO CON EL CUERPO GOBERNANTE DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ



Por el Ingº Alfonso Orellana

Fila superior, de izquierda a derecha: :Daniel Sydlik (difunto) April 19, 2006), Theodore Jaracz, Raymond Franz (renunció en 1980), Lyman Swingle (fallecido), Lloyd Barry (murió 1999), Milton Henschel (difunto 5to presidente, arriba), William Jackson (fallecido, abajo) Karl Klein (murió en Enero 2001), Grant Suiter (Fallecido), Albert Schroeder (Fallecido en Marzo 9, 2006), Leo Greenlees (obligado a renunciar por pedófilo)

AOrellana@calvin-giordano.com

Impresiones.

“Conozco el monstruo porque he vivido en sus entrañas.”- José Martí:

Como ya muchos sabrán por mis numerosas intervenciones en este foro, tuve el ‘privilegio’ de pasar un año en el Betel de Brooklyn, el asiento de poder de la WTBTS. Los comentarios que siguen son lo más cándido que puedo ser sin abusar de mi licencia. Presento esta información no en son de mofa sino con el propósito de destronar estos hombres que para la gran mayoría de los TJ son superhéroes con dotes superlativos.

Resulta que mi visita, por ser invitado, me llevó a uno de los privilegios más codiciados entre los que no conocen el “monstruo”; ser asignado a una de las mesas en el comedor donde por la mayor parte del año desfilaban todos los miembros del cuerpo gobernante, (en 1986 con excepción de Fred Franz y John Booth estaban delicados de salud y no bajaban al comedor) una semana a la vez, para desayunar y almorzar.

La impresión general de estos “hermanos de Jesus” fue que definitivamente casi, si no todos, eran adoptados, pues no se parecían en nada a su hermano mayor. Estos personajes en su mayoría eran resabiosos, engreídos, antisociales y sabelotodo. Recuerdo las veces que llegaban visitantes nuevos y querían desesperadamente compartir alguna experiencia con ellos o recibir algunas palabras de sabiduría y estos tipos no podían disfrazar su apatía y falta de interés.

En un par de ocasiones tuve diferencias de opinión con Milton Henschel y el hombre se ponía rojo como un tomate. Una de estas fue con relación al destino de los chinos. El hombre me dijo que serían destruidos en Armagedón por no permitir la obra “salvadora” de los TJ en China. Yo le cité el caso de Abraham y Sodoma como ejemplo de que Dios no destruye al justo con el inicuo. El me dijo que ellos eran culpables del “pecado de comunidad.” Yo le argüí que quizás eso aplicó a la generación de Mao, pero que la generación actual nunca tuvo nada que decidir en cuanto a la libertad religiosa. El hombre se salió de sus casillas y ahí terminó la conversación.

Dan Sydlik, era el más abordable del grupo y creo el más joven. El problema del hombre era que ya en los cincuenta, o por ahí cerca, decidió ‘probar la carne’ y joven, encima de todo. Se casó con una chica precursora inglesa de nombre Marina. Creo que tenía unos 20 años cuando se casó con ella y la trajo a Betel. Marina trabajaba con nosotros en el departamento de ingeniería. Me contaban los más viejos que ella le formaba unos tremendos berrinches a su esposo sin importar donde estuvieran. En mi presencia agredió verbalmente a mi esposa por hacer un comentario trivial sobre el trabajo y él no dijo nada.

George Gangas, griego y muy pícaro, andaba por los pasillos haciendo preguntas a todo el que encontraba y si tú le contestabas rápido, él te daba la respuesta. Su pregunta favorita era; “¿Qué es el paraíso espiritual?” El hombre estaba un poco senil. Sin embargo, el único que vi predicando en la calle.

También estaba el “Hitler” del grupo, Ted Jaracz. Ese señor no perdonaba a nadie. Con el perfil de un agente de la GESTAPO trataba mal a todo aquel que se le cruzara. En una ocasión agarró a una chica con pantalones vaqueros en un pasillo y la puso a llorar con la amonestación que le pegó. El hombre no era de la clase que tú quieres llevarte a tu casa a pasar un buen rato. Pronto aprendes que es como un oso que duerme; déjalo quieto.

Los más afables eran John Barr y Albert Shroeder y Carey Barber, y ya era poco lo que se les entendía. Karl Klein se la pasaba hablando de las glorias pasadas y Lyman Swingle era un leñador en traje formal. Un hombre tipo Pedro, el apóstol. También estaba Martin Poitzinger, superviviente del holocausto y hombre dedicado a la obra junto a su esposa.

Lloyd Barry era parcial a todo lo que era japonés. Creo que sirvió como superintendente de sucursal en ese país. Hombre de gran diplomacia y no muchas palabras en la sobremesa.

Desaparecido a mi llegada era Leo Geenless. Leo era un anciano de buena naturaleza. Almorcé con él en Diciembre de 1985 y cuando no lo encontré en Marzo del 1986 me quedé preocupado. Lo único que se me informó es que había renunciado a ser parte del cuerpo gobernante y ahora vivía en California. Más tarde alguien, en confianza, me dijo que había cometido un pecado muy grande y por eso ya no estaba en Betel. Muchos años después leí en un libro de Penton, el canadiense que escribió Apocalipsis Demorado o algo por el estilo, que el problema de Leo envolvía la pedofilia.

Lamentablemente la mayoría de estos hombres conocían la verdad sobre las mentiras que esparcían y ellos mismos no las creían, como claramente lo demostró Ray Franz en sus libros. Lo relatado por Ray cobra credibilidad cuando lo comparo con lo que conocí de estos hombres…mientras almorzábamos.

Un saludo cordial.

Alfonso Orellana
www.apologista.wordpress.com
www.retornoalparaiso.blogspot.com

viernes, 15 de mayo de 2009

¡ES VERAZ LA DOCTRINA DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA?




Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Gn. 2:7).
En otras traducciones de este verso, «un ser viviente» es sustituido por un «alma viviente» (nefesh hayyah, heb.). El término «alma» en la Biblia carece de toda relación o afinidad con el concepto griego filosófico-religioso y ancestral del «alma inmortal», y de su “meta psique” o trasmigración, doctrina pagana introducida en Grecia por los orfistas y los pitagóricos, la que concientizó además Platón, extendiéndola.


El hombre vino a transformarse en «un ser viviente», o «alma viviente», por medio del «aliento» de Dios soplado en el barro, en la arcilla orgánica. La palabra «aliento de vida» o «nefesh», tiene un significado variado: Significa «alma» en el sentido de la «psique» (gr.) o de la «mente» humana, también llamado «corazón»: la naturaleza emocional del hombre (Mt. 15:19). Significa «vida» y «persona». Se traduce además como «deseo», «apetito», «emoción» o «pasión». El barro recibió «vida» mediante un acto de Dios que lo convirtió en «un ser o alma viviente», «un ser pensante que no se puede dividir». Cristo dijo en el huerto del Gesemaní que su «alma estaba muy triste, hasta la muerte» (Mt. 26: 38). Sugiere aquí con exactitud que su carga emocional era terrible y muy pesada, trayéndole como consecuencia un fortísimo estado de ansiedad, al tener en cuenta en su mente el sacrifico vicario y salvífico que tenía pendiente en la imperturbable cruz de madera; a causa de tal motivo, pudo exclamar: «Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39).

«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts. 5:23).

Pablo no hace aquí ninguna distinción entre una cosa y otra (espíritu, alma y cuerpo), como si el hombre fuese una entidad que pudiera separarse por “esencias”: «Os santifique (hagiasai humäs, gr.) por completo» (holoteleis, gr. holos: entero; telos: fin, gr.). Esta referencia apunta más a cualidades que a cantidades, porque el hombre es una «inseparable totalidad»; ciertamente el hombre es un «agente indivisible». «Vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo» (humön to pneuma kai hë psuchë kai to söma, gr.), no es mencionado como aludiendo una trico o dicotomía objetiva y literal. Todos los seres humanos, conversos y no, buenos y malvados, poseen un «hombre interior»: «Alma» (psuchë; mente, nous, gr.), «corazón» (kardias); el «hombre interior» (ho esö anthröpos, gr.), y el «hombre exterior» (soma, ho exö antrhöpos), pero nosotros como creyentes, tenemos el «espíritu santo», y el «espíritu renovado» por el «paráclito» (véase 1 Co. 2:11; Ro. 8:9:11). El hombre, por lo visto, no es una «integridad compuesta» como se ha creído por muchos siglos. En la primera carta a los corintios, en el segundo capítulo, el apóstol Pablo hace una analogía entre el «espíritu de Dios» y el «espíritu del hombre». El «espíritu de Dios» (to pneuma tou tehou, gr.), no solamente escudriña nuestros «corazones», sino también «aun lo más profundo de Dios» (kai ta bathë tou tehou, gr.). «El espíritu de Dios», es por decir así, la conciencia de él mismo, su mente omnisciente. Dios conoce sus propósitos a través de su «santo espíritu». De forma semejante, el «espíritu del hombre que está en él» (to neuma tou anthröpou to en autöi, gr.), es su propia mente o conciencia auto analizadora:

«Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?» (1 Co. 2:11).

El «espíritu del hombre», es una condición inherente en cada individuo humano. “No es un agregado que se pueda desechar”. Cuando el cuerpo del hombre perece, su «espíritu» o «conciencia» también perece.

Tendrá que comprenderse, por los fundamentos ofrecidos, que el ser humano es «indiviso en su integridad»; es de ese modo como Pablo lo entendió siempre (Sea guardado entero, holoklëron terëthëië, gr.) El adjetivo «holoklëron» posee un significado «completo en todas sus partes» (holos, todo, klëros, parte, gr.). Es imposible, con esto, aún seguir admitiendo la doctrina del «alma inmortal» que elaboró el paganismo griego.

«Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mt. 10:28).

El «alma» y el «cuerpo» son tomados aquí como un todo: el hombre. El «alma» es la «mente» de donde nacen las emociones y los sentimientos; es donde reside la razón, la inteligencia y la locura; es de donde surgen el trémulo cavilar y las firmes decisiones. El «alma», es la vida del «cuerpo», la chispa o el «hálito de vida» que de Dios proviene, que insufló; él lo ha dado (Ec. 12:7). «Cuerpo, alma y espíritu»: Unidad indisoluble conocida como «ser humano», cuya propiedad no puede separarse sin que su esencia se destruya o altere. En este texto, el «cuerpo» y el «alma» son expresados como si constituyesen todo el hombre. «Destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (kai psuchën kai söma apolesai en geennëi, gr.), no incita a pensar que la unidad posea la capacidad de disgregarse en «dos partes», sino que es, exclusivamente, «una sola cosa»: el hombre, de nuevo. La destrucción del «alma» y el «cuerpo» acontecerá cuando «los muertos grandes y pequeños» (tous nekrous tous megalous kai tous mikrous, gr.) sean despertados de su muerte prolongada en la segunda resurrección (La primera resurrección es la de los justos, véase Ap. 20:4-6, y deduzca), para ser juzgados en el Juicio del Gran Trono Blanco (Ap. 20: 11-13), y después lanzados, en «cuerpo entero», es decir, en «cuerpo y alma», en el Lago de Fuego que arde con azufre (Ap. 20:15). En 1R.17:21, la mujer suplica a Elías por el hijo que ha muerto prematuramente: «…te ruego que hagas volver el alma (la vida: nefesh, heb.) de este niño a él». Es decir, «…te ruego que hagas volverle la vida de este niño a él». No hay relación aquí con un cuerpo místico-espiritual, tal como lo concibió la religión pagana antiquísima. El «alma», definitivamente, es la «chispa vital» que hace del hombre un agente dinámico, animado, que lo trasforma en un «alma viviente».

Por ningún lado la Biblia explica que inmediatamente después de la muerte una supuesta «alma inmortal etérea» emprenda rápido “vuelo” al tercer cielo de Dios, por obras buenas, o que vaya al infierno, por obras malas. Mucho tienen que ver en esta falsa creencia, el no considerarse la parábola del «rico y Lázaro» como tal. En nuestros blogs existen estudios muy claros al respecto. Búsquelos amable lector. Estos sensatos y racionales estudios eliminan “limpiamente” la literalidad de dicha parábola. Su interpretación es alegórica, en forma figurada, sin la menor duda. No es hasta después de la resurrección de los muertos cuando se logrará definir qué persona irá en «cuerpo completo» a su lugar merecido, no antes: «Para vida eterna, o para condenación eterna». Veamos esta sólida realidad:

«No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Jn. 5:28-29).

Prosigamos:

«Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos» (Ap. 6:9-11).

Esta imagen de la visión, no es literal, sino alegórica. El altar que aparece ubicado en el cielo es simbólico, el antitipo del altar del tabernáculo en la tierra ordenado a Moisés, de acuerdo a Heb. 8:2-5:

«… ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer. Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte» (Heb. 8:2-5).

La alegoría muestra que estas «almas» se encuentran debajo (hupokato, gr.) del altar. Recordaremos que la sangre de los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento, según el culto levítico, era derramada hacia el fondo del altar (véase Lv. 4:7). Las mártires mencionadas o «almas» que son «vidas humanas» y no en el sentido de ser «sustancias inmortales» que fueron parte una vez de un cuerpo palpable o «soma», imperceptibles para el ojo humano común, como los espíritus demoníacos (Las almas, tas psuchas, gr.). Estos «mártires» han dado sus «vidas» o «almas» como su Señor que ha sido «inmolado» (Porque fuiste inmolado, hoti esphagës, gr.) para la redención y el rescate de muchos (Mt. 20:28; Ap. 5:9). En Ap. 5:6 existe un simbolismo que señala el invaluable sacrificio de Cristo, representado como «un Cordero como inmolado». «Los siete cuernos y siete ojos del Cordero», revelan el magno poder y la plenitud perfecta de Dios en Cristo por medio del espíritu santo. Es obvio y evidente que en la humanidad de Cristo no aparece en realidad este número de «cuernos» y de «ojos». Este simbolismo tiene un propósito preciso: mostrar lo que Cristo hizo por los hombres pecadores en la cruz del Calvario y la unidad habida entre éste con el Padre (Jn. 17:11, 21-22). Los mártires que aparecen debajo del altar y que claman con voz potente y vocativa (¿Hasta cuándo…? heös pote, gr.) por justicia y venganza al Dios del cielo por sus sangrientas muertes (Vengas nuestra sangre de manos de los que moran en la tierra, ekdikeis to haima hëmön ek tön katoikountön epi tës gës, gr.), son al parecer en esta representación simbólica, porque no se especifica, los siervos de Dios que han sido muertos en todas las edades, desde la persecución de los cristianos que empezó con el cruel Domiciano, que continuó notablemente a lo largo de la edad media por el nefando y lóbrego catolicismo, y que continúa con odio desmedido en ciertos países del mundo hasta hoy en día, «a causa de la Palabra de Dios». Estos textos estudiados ahora, por desgracia y desventura, han sido mal comprendidos, al aplicar, en este caso, de modo incorrecto, el método de interpretación literal, muy «abusado y venerado» por los trinitarios dispensacionalistas. Si el método de interpretación literal es el correcto para comprender Ap. 5:6, no cabe duda entonces que Cristo es “un animal de la especie del género «Ovis», con una gran cantidad de «ojos» y «cuernos», semejante a un monstruoso error biológico”; tendríamos que aceptar rotundamente también como “almas inmortales separadas de los cuerpos de los mártires que murieron por causa de Jesucristo, y que están en estos momentos en el cielo, en la misma presencia santa de Dios”; “almas inmortales que yacen descarnadas en la base del altar de los sacrificios”. Esto, amigos míos, no puede ser nunca.

Pablo considera la «muerte» como el «dormir profundo y natural» (véase 1 Ts. 4:13-14). De los que murieron en Cristo en su época el apóstol dice: «Acerca de los que duermen» (peri tön koimömenön, del antiguo koimaö, poner a dormir, gr.). Los griegos y los romanos empleaban esta figura del sueño para la muerte; Cristo la usa en Jn.11:11. «El sueño de la muerte, es la inconciencia absoluta de la mente en ese estado». Es el «no saber nada de aquí, ni de ningún otro lado». Por lo tanto, el “más allá”, es inexistente.

Cuando Caín mató a su hermano, a Abel el justo (Mt. 23:35), en sentido figurado, metafóricamente, Dios le dijo que «la voz de la sangre de su hermano clamaba a él desde la tierra» (Gn. 4:10), entendiéndose que Dios no estaba muy contento con el acto homicida perpetrado por Caín, por lo que Dios habría de juzgarlo con enorme severidad. El texto jamás menciona que el “alma de Abel clamaba a Dios desde el cielo por el macabro asesinato hecho contra su persona”. ¿Seguiremos considerando aún con tan tangibles pruebas presentadas la existencia de un «alma inmortal»?

La Biblia no establece la enseñanza de la doctrina de la «inmortalidad del alma»; con remarcada notoriedad es incompatible con ella. El rey Salomón describe el «estado o condición inconsciente» de las personas después de la muerte, sin dejar huecos o pautas de oportunidad para pensar y admitir otra cosa:

«Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol» (Ec. 9:5-6).

El predicador pone de manifiesto que los individuos finados, «nada saben», «porque su memoria ha sido puesta en olvido». Es lógico suponer con semejante declaración, que nadie está consciente o despierto después del evento de la muerte, en un “equis” lugar, nómbrese «cielo», «limbo», o «infierno». Ninguna persona muerta puede «amar», «odiar» o «envidiar»; por este motivo, es imposible alabar a Dios inmediatamente después de morir:

«No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio…» (Sal. 115:17).

Termino diciendo, como recordatorio, que el hombre consiste en tres elementos indivisibles y diferentes, «cuerpo», «alma» y «espíritu». El «cuerpo» es la parte material que constituye físicamente al hombre; el «alma» es el principio de vida animal en el hombre; y el «espíritu» es el principio de la vida racional del hombre. Tomaremos en cuenta, por su importancia, que «vida» (alma) y «espíritu» se utilizan de forma intercambiable en la Biblia (véase por favor: Job. 27:3; 33:18), como también «alma» y «espíritu» (véase por favor: Sal. 42:6; Jn. 12:27; He. 12:23).

Al morir el hombre, el «cuerpo» vuelve a la tierra y el «alma» deja de existir. Pertenece la «imaginación», la «memoria», la «comprensión» al «alma» humana. El poder de «razonar», la «conciencia» y el «libre albedrío» al «espíritu» del hombre. El hombre es una unidad de «cuerpo y alma», inesperable en su sustancia que espera la resurrección, si ha muerto, o la trasformación en vida, para obtener un «cuerpo espiritual», si es fiel creyente, como el de Cristo en su resurrección, que no era un «espíritu incorpóreo», un «espectro», una «apariencia» humana, según la errada creencia de los gnósticos docetistas (véase por favor: 1 Co. 15:44; 1 Jn. 4: 2-3 «… porque un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo». Lc. 24:39).

Los muertos serán despertados en el futuro del polvo de la tierra, cuando Cristo venga en gloria y visible al mundo para juzgarlo (Mt. caps. 24 y 25). La doctrina de la «inmortalidad del alma», es una mortal mentira pagana que no pocos deberán desalojar de sus mentes por ser herética y comprometedora para sus vidas espirituales. Su sinceridad personal, no los justificará en el día del juicio.

«Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dn. 12:2).

Tengan cuidado en lo que están creyendo.

Gracias hermanos y amigos míos que nos visitan con agrado y deseos de aprender.

martes, 10 de marzo de 2009

LA RESURRECCIÓN CORPORAL: ¿ALMA INMORTAL? ¡NO!


Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).


«He aquí, os digo un misterio: no todos dormiremos; pero todos seremos trasformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al final de la trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos trasformados» (1Co.15: 51-52).

La doctrina platónica que habla y sostiene la idea de un alma inmortal ha pervertido con constante hazaña a millares de personas débiles en la fe con arraigo notable desde la antigüedad hasta la fecha regularmente en un cristianismo fusionado con extraños e impuros fundamentos, dejando mucho que desear por su falta de veracidad, pervirtiendo a los individuos espiritualmente del mismo modo que lo ha hecho las confusas y desatinadas doctrinas de la “trinidad” y de la supuesta “deidad” de Cristo, doctrinas que fueron gestionadas por el “invento” católico romano en el lejano antaño y que se infiltró con sagacidad para afectar al que es llamado protestantismo, hasta la fecha.

El capítulo 5 de 2 a los Corintios ha sido utilizado de mala forma por ciertos “eruditos” para justificar el dogmatismo no inconcuso de la inmortalidad del alma, pasando por alto y con extraordinaria indiferencia su origen greco pagano. A continuación veremos que esta parte de la Biblia no aprueba por ningún lado tal y redundante mentira:

«Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos» (2 Co.5:1).

Para empezar, cuando Pablo habla de «nuestra morada terrestre», de «este tabernáculo», lo hace refiriéndose al cuerpo humano de los creyentes («el templo del espíritu santo»: 1 Co.3:16-17), porque a éstos va dirigida su hermosa y magna carta. «Nuestra morada terrestre», «este tabernáculo» (hë epigeios hëmon oika tou skënous). En otras palabras: «si nuestra terrena casa de la tienda (1 Co.15:40: «Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales»), «Si se deshace» (ean-kataluthëi, gr.), situación que indica: «el cuerpo corrompido», «uno desecho», «echado a perder», el que se encuentra o está biológicamente «descompuesto» por estragos de la muerte, pero vale decir que será «vivificado» en la primera resurrección (Rev. 20:5-6), en un acto de Dios exclusivo para los santos y de eterna repercusión:

«Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes» (1 Co.15:36).

«Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción» (1 Co.15:42).

«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero».
Seguimos, así:

«Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos» (2 Co. 5:2-3).
Ahora, en 2 Co. 5: 2, dice: «Ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial» (to oikëtërion hëmön to ex ouranou ependusasthai, gr.). Significa, «poner sobre uno» (ependutës, gr.), como un traje de lino fino, una prenda de alta calidad, «Por cuanto no queremos ser desnudados» (epĥ höi ou thelomen ekdusasthai, gr.), «Por cuanto no deseamos quitarnos el vestido, sino encimárnoslo, echárnoslo encima». Esta es una alegoría de la trasformación del cuerpo mortal a uno incorruptible que denota el estreno de «una nueva vestimenta» espiritual o celestial, por su carácter, en la futura glorificación, en la resurrección de los muertos en Cristo, en la transformación de los cristianos que vivan cuando el Señor descienda del cielo para «arrebatarlos» en su segunda venida gloriosa, visible y en poder.

«Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Ts.4:17).

«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro» (Mt.24:29-31).

Hasta este instante de nuestro estudio, nada se alude acerca de un alma inmortal.
Continuemos:

«He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados…» (1 Co. 15:51).

«… en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados (1 Co.15:52).

«Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad (1 Co.15:53).

«Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria» (1 Co.15:54).

Es importante decir que la palabra griega «Oikëtërion» en 2 Co. 5:2 designa un cuerpo celestial no relacionado con espíritus incorpóreo ni tampoco con almas etéreas e inmortales como lo han creído no tan pocos en el “perímetro católico-protestante”. Cristo en su resurrección poseía un «cuerpo espiritual» muy diferente al mortal y terreno que cada hombre posee y que el Mesías de Dios una vez tuvo antes de ser levantado de entre los muertos por el Espíritu de Dios. Aunque fue trasformado físicamente por el poder de Dios, Cristo seguía siendo un ser humano en toda la extensión de la palabra, un hombre de «carne y huesos» pero bajo el influjo de la glorificación sobrenatural (mírese como prueba: Ef. 5:30; 1 Tim 2:5):

«Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos» (Lc. 24:36-43).

El capítulo 15 de 1 a los Corintios, hace énfasis en la resurrección de los muertos. Si la inmortalidad del alma fuese una doctrina veraz, es bien seguro que el apóstol Pablo la hubiese incluido ni más ni menos en este capítulo porque tendría un valor importante para los creyentes, pero vemos que no hay nada de ella en su contenido. La inmortalidad del creyente está relacionada en su gloriosa transformación física en el día postrero, como Marta lo pronunció ante el Señor antes de desatar a su hermano Lázaro de las cuerdas de la muerte y que tenía ya cuatro días de muerto (Jn. 11:7, 24). Marta en ningún tiempo tiene en cuenta en su expresión verbal algo que denote o visualice un alma inmortal:

«Porque es necesario (indispensable) que esto corruptible (el cuerpo humano y mortal del creyente) se vista de incorrupción (el cuepor humano del creyente glorificado), y esto mortal (el cuepor natural y mortal otra vez) se vista de inmortalidad (el cuerpo humano regenerado por el espíritu santo en la resurrección de los muertos en Cristo y en la transformación de los cristianos vivos cuando el Señor venga al mundo por segunda vez. Ver: 1 Co. 15: 53).

La Biblia afirma que en la manifestación de Jesucristo (Tit. 2:13) seremos «semejantes» a él. Tendremos carne y huesos como el Señor, estaremos en su misma condición corporal milagrosa, y hasta podremos comer alimentos como él lo hizo (Lc.24:43):

«Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Jn. 3:2).

Y por su fuera muy poco, lea lo siguiente amable lector:

«Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col. 3:4).

Pregunto: ¿Dónde quedó “la dichosa e inmortal alma” en lo qué hasta entonces hemos estudiado?

Seguimos adelante con el tema:

«Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor» (2 Co.5:6-8).

«Entretanto que habitamos en el cuerpo»
(endëmountes en töi sömati, gr.). Nuevamente, otra referencia del cuerpo natural que tenemos todos los hombres, nuestra «morada», donde reside el «espíritu»: la mente, la psique, donde emergen nuestras emociones, nuestras conciencias, nuestras decisiones, nuestras tristezas y alegrías, donde se llevan a cabo luchas más terribles en nosotros (1 Co. 2:11; 1 Co. 6:17): «Uno entre su propio pueblo», que habita o está entre él (endëmëo, de endemos, gr.). «Habitar en la presencia del Señor» (endëmësai pros ton Kurion), y se comprende: alcanzar la meta de cualidades celestiales en el futuro mundo restituido, después de que sus sistemas en general hayan claudicado, en el día de la consumación de la salvación de los verdaderos creyentes, en el día de Señor Jesucristo cuando sea visto como el relámpago que resplandece al fulgurar (Lc.17: 24), en la Parusía, cuando glorifique a sus fervientes seguidores (Mr.13:26).
«Y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo» (ekëdemos, gr., uno alejado del hogar, o sea, del cuerpo natural). Los cristianos genuinos anhelan en su resurrección, si han muerto, o si están vivos en Cristo, el glorioso cambio que los libertará de la hasta ahora inexorable muerte, de las desesperantes y deprimentes enfermedades que los azotaron con grande enjundia y cruel dolor, de los innumerables males y pesares que han experimentado en esta lóbrega y maligna Tierra. La Biblia no argumenta a favor de un alma inmortal que abandona el cuerpo para habitar en aquella alta y gloriosa esfera que solamente le pertenece a Dios. La herencia de los creyentes en Cristo, los mansos, es sin duda, terrenal y milenaria, sin excusas (Rev. 20:4, 6). La Biblia no refiere, léalo bien amable lector, que los creyentes sean herederos del Tercer Cielo (2 Co. 12:2). Las promesas de Dios para sus hijos se encuentran en la futura Tierra regenerada, no en el Tercer Cielo en que Jehová el Padre junto a su Hijo Jesucristo y sus miríadas de angélicas criaturas habita reinante en resplandeciente luz y santidad.

Para que no le quede la menor confusión, querido y amable lector, los siguientes textos corroboran lo antes escrito:

«Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz» (Sal. 37:11).

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt.5:5).
Para terminar:

«Estar ausentes del cuerpo», es, no estar en el mismo cuerpo de muerte y de pecado ya, de agobiantes y cansadas limitaciones que nos han llevado continuamente a fallar en muchos aspectos de nuestra vida, a realizar actos ofensivo contra Dios, contra el prójimo y contra uno mismo. «Estar ausentes del cuerpo», se comprende que: «Para que lo mortal sea –absorbido- por la vida (hina katapothëi to thnëton hupo tës zöës, gr.). Esto, no indica en lo absoluto, la vida –desprendida- del cuerpo humano, que se traduce en un alma consciente: para gloria eterna, o que le depara un sufrir constante e inextinguible. Esto, es una fabulosa y gran mentira.

Los cuerpos de los creyentes en Cristo sufrirán una maravillosa y bendita metamorfosis. Los que son de Cristo serán «vivificados» (véase 1 Co. 15:22) en un cuerpo inmortal. Únicamente así podrán tener acceso al Reino de Dios en la Tierra, serán aptos por este efecto o resultado portentoso.

Obviamente, un cuerpo natural no podría reinar nunca con Cristo un largo y literal milenio a causa de su perecedera y limitada condición biológica, por lo tanto, «es indispensable o necesario su total y gloriosa modificación».

En la Parusia, tanto los vivos como los que estén muertos en Cristo sufrirán el glorioso cambio corporal para vida eterna. Después, al terminar el milenio, los impíos serán «resucitados» para ser juzgados en el Juicio del Gran Trono Blanco. Al concluir este Juicio Judicial vendrá su lanzamiento en el Lago de Fuego que arde con Azufre, y así serán aniquilados por siempre jamás: No quedará de ellos «ni raíz ni rama» (Mal. 4:1; Rev. 20: 11-15).

Amén.




LA VERDAD DE LA PANDEMIA