lunes, 14 de diciembre de 2009

VOTOS VERSUS PACTOS



Por Ingº Alfonso Orellana
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El convertir la ceremonia de matrimonio en un intercambio de votos es algo que ha causado gran miseria al mundo occidental y sus consecuencias negativas no se pueden calcular. Las tragedias en el seno de la familia entre esposos e hijos frecuentemente son el desenlace de votos quebrantados por una de las dos partes o por las dos. Someto que muchas de estas tragedias se habrían mitigado o eliminado por completo si la pareja hubiese entrado en un pacto.
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Estas dos palabras implican, en su raíz, dos cosas muy distintas. Un voto es un juramento unilateral hecho sin condiciones. Una vez que hay una condición ya deja de ser un voto y se convierte en un pacto. Cuando dos personas juran ante Dios y testigos fidelidad eterna a otra persona en las buenas y en las malas se está exponiendo a miseria. Si la otra persona no cumple en lo absoluto su parte, el otro queda obligado aun por el voto. Nunca he escuchado en ninguna ceremonia de bodas expresiones que comprometan a la otra aparte; por lo tanto el matrimonio, como se practica en el mundo cristiano, no es consistente con la manera en que Dios ha tratado con el hombre desde su creación. En mi opinión, los votos deben estar reservados, en el mejor de los casos, para nuestra relación con Dios, quien es el único que cuya fidelidad es eterna y nunca nos va a defraudar. Los humanos, como en el caso de un cónyuge, siempre existe la posibilidad.
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Estando muchas veces en el asiento de consejero matrimonial puedo decir que la raíz de muchos problemas está centrada en la idea de que ‘el (o ella) prometió…’ El dar por sentado que el otro está obligado crea un sentimiento muy real de que se nos ‘debe algo’ a lo cual tenemos derecho sin condiciones. El resultado es el resentimiento y el remordimiento que crece hasta llevar al divorcio en el mejor de los casos. Otros, escogen sufrir toda una vida por varias razones; la religión, la presión social, los hijos, la necesidad económica, etc. El denominador común es que ninguna de estas razones contribuye a la felicidad en el matrimonio y toda la consejería y psiquiatría del mundo no puede ayudar. Tristemente, el ciclo se repite con la siguiente generación. Es muy desventajoso para una persona hacer votos que tendrán un impacto de toda una vida en el momento en que no tienen la suficiente experiencia y conocimiento para tomar la mejor decisión. El asunto del matrimonio se convierte en una lotería de la cual hay muy pocos ganadores.
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UNA PERSPECTIVA BIBLICA
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En el primer matrimonio en la Biblia no hubo intercambio de votos. Simplemente, Dios le ‘dio la mujer al hombre.’ Esta habría de ser su complemento, ayudante. El resto de la historia la conocemos.
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Durante los siguientes siglos se habla de ‘tomar esposa’ y la connotación moderna pudiera implicar lo que realmente existía entonces, una sociedad dominada por hombres. El matrimonio era un asunto de familia y comúnmente envolvía una transacción comercial en la que los padres de uno o del otro presentaban pago por el hijo o hija que se casaba. Esta costumbre continua vigente en muchas partes del mundo junto con el arreglo en el cual la pareja no tiene nada que decidir al respecto. El hacer público el acto de tomar una esposa era suficiente para sellar aquella relación.
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No había ceremonias eclesiásticas, hasta por menos el siglo noveno A.D. que envolvieran votos entre las partes. Eso es un invento del mundo cristiano. Esta ese entonces el decir que uno estaba ‘casado’ era suficiente aunque dentro de la sociedad Romana y particularmente entre la clase rica ya existían protocolos legales de matrimonio. Lo importante es reconocer que los siervos de Dios se destacaron por ser los más civilizados de su tiempo en la manera en que trataban a sus esposas.
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Cuando la pareja que desea agradar a Dios se encuentran frente a diferencias irreconciliables, la presión psicológica puede ser desbastadora. El deseo de ‘escapar’ de una relación toxica se puede complicar terriblemente y pudiera traer ruina emocional, espiritual, física y económica. Todo esto contribuye a que abogados se enriquezcan a medida que explotan al máximo los protocolos legales existentes y promueven la animosidad entre las parejas. Tristemente muchos de estos procesos “legales” terminan en una desgracia y en hijos huérfanos.
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Cuando Jesús habló acerca del divorcio, no podía diluir la ley o estándar perfecto del Padre al condonar el divorcio por cualquier razón pero sí reconoció que debido a la ‘dureza de corazón’ por parte del pueblo, Moises concedió el divorcio entre los israelitas. Aunque sabemos que aun esta provisión se corrompió y se abuso de ella, ¿Qué nos hace pensar que nosotros hoy día no tenemos la misma ‘dureza de corazón’ que necesitó una provisión de divorcio en le Israel antiguo? Creo que hoy, en vista de la introducción de votos matrimoniales es aun más necesario un vehículo por el cual sacar de un ‘yugo desigual’ a cualquiera que llegue a estar al borde de la desesperación al llevar toda la carga que representa andar juntos.
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Los votos los hacemos a Dios de manera voluntaria y unilateral. Cuando condicionamos nuestro voto, este llaga a ser un pacto. Dios es un Dios de pactos. En Sinaí Dios hizo un pacto con la casa de Israel en el cual ambas partes se comprometían. En el caso de Israel consistía en obedecer la ley y la parte de Dios era bendecirles. En el nuevo pacto, Dios provee el “cordero que quita el pecado del mundo” a cambio de que recibamos al mediador del pacto, con todo lo que implica; arrepentimiento y bautismo.
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Un ejemplo clásico de un pacto con Dios es la situación de Ana, la madre de Samuel. Ella hizo un pacto o contrato con Dios; si le daba hijo varón, lo dedicaría al servicio de Él. Ambos cumplieron su parte. Dios no ha cambiado, sigue siendo un Dios de pactos. Por eso creo que el matrimonio debe ser un pacto entre un hombre y una mujer de modo que haya un sentido mutuo de obligación ante Dios y ante ellos mismos. Dos personas que caminen juntos, jalando parejo el yugo en amor y altruismo. Lo que sigue es un boceto, producto de mi imaginación poética, de lo que podrían ser palabras de pacto a ser pronunciadas públicamente entre personas que desean caminar juntos el resto de sus vidas. Cada quien pudiera modificarlas a su antojo.
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Amado(a) compañero(a) mío(a):
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Me presento hoy delante de ti, de Dios y de estos testigos para celebrar el encuentro de nuestras almas y para expresar de manera pública que te amo y estoy dispuesta(o) a caminar contigo, hombro a hombro por el resto de mi vida y aun la eternidad, si así lo dispone Dios.
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Estoy dispuesta(o) a serte fiel, amarte, respetar tu opiniones y gustos, aun cuando difieran de los míos y cuidarte por tanto tiempo como tú estés dispuesto(a) hacer lo mismo. No quiero más de ti de lo que yo misma(o) esté dispuesta(o) a dar.
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Me esforzare por ser la persona ideal para tu vida a la vez que tú haces lo mismo, de modo que nuestro amor siga creciendo de día en día. Regaremos nuestros campos de mutuas bendiciones mientras confiamos en el cuidado amoroso del Señor. Bienvenido(a) a mi vida.
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La parte del “Cesar” es ineludible si queremos vivir en un mundo civilizado, pero pienso que si el énfasis se dirige en direcciona “Pacto” y no “Votos” las cosas pueden marchar de una mejor manera y las exigencias unilaterales podrían mitigarse al tener calor que hay una parte con la cual cada uno tiene que cumplir para que ese contrato siga vigente.

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