Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)
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El Reino de Dios es todavía la META de la iglesia, la cual está aún delante de nosotros, alentándonos a ser perseverantes y firmes para alcanzarla si corremos duro y parejo como buenos atletas de Cristo que están en un excelente estado espiritual y moral.
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Jesús mismo reconoció que sus seguidores han dejado todo—¿por qué causa? …¡por causa del reino! Estas son sus palabras: “Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el REINO de Dios“. Así que lo que debe atraer a los verdaderos cristianos a seguir a Jesús es EL REINO DE DIOS (el lugar donde alcanzaremos la “eterna juventud y la felicidad duradera”). Es el premio más valioso que redundará en la salvación de nuestras almas, es decir, la obtención de la vida eterna con toda la familia de Dios en la nueva tierra.
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Sus propios discípulos le preguntaron a Jesús cuál sería su premio final por haberlo dejado todo por él, y Jesús les dijo: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:27-29). Claramente Jesús les ofrece a sus apóstoles y demás seguidores una participación en su reino como coherederos y reyes, y por supuesto, la ansiada vida eterna.
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El apóstol Pedro mismo presentó el reino de Dios como la meta cristiana, y por la que los creyentes debían crecer y madurar, espiritualmente hablando. Estas son sus palabras:
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“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo“ (2 Pedro 1:1-11).
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Nótese que el apóstol Pedro dice que ‘de esta manera’ (es decir, añadiendo a la fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor) os será otorgada AMPLIA Y GENEROSA ENTRADA— ¿A DÓNDE? ¡EN EL REINO ETERNO DE NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR JESUCRISTO! (2 Pedro 1:1-11). ¿Entiende ahora cuál es la meta cristiana? ¿Comprende ahora cómo puede lograr alcanzar la meta o el premio?
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Por su lado, el apóstol Pablo dice: “Prosigo a la META, al PREMIO del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). ¿Y cuál llamamiento es ése QUE SERÍA EL PREMIO DE PABLO Y DE LOS CRISTIANOS? El mismo Pablo lo responde, así: “y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os LLAMÓ A SU REINO Y GLORIA” (1 Tesalonicenses 2:12). Y además él dijo en dijo 2 Tesalonicenses 1:5: “Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del REINO de Dios, por el cual asimismo padecéis“. Sí, mis amigos, nuestro llamado y nuestros padecimientos por Cristo son para hacernos dignos herederos del Reino de Dios. ¡Más claro no puede estar!
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Así que aunque muchos se sorprendan, la meta de la carrera cristiana no es el cielo, sino el reino de los cielos, o también llamado “El reino de Dios” que se restaurará en la tierra cuando Cristo vuelva (Mt. 25:31,34).
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Los Apóstoles mismos esperaban alcanzar la meta en que aquella misma generación en que vivían, por eso ellos le preguntaron a Jesús si sería restaurado el reino de Dios en sus días (Hechos 1:3,6,7). Era, de hecho su anhelo ardiente, pues aquello significaría el cumplimiento de todas las promesas que Dios hizo a los padres (el pacto Abrahamico y Davídico, en particular) y la obtención de la salvación y la vida eterna definitivas.
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