Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)
Mucho se discute hoy en los círculos cristianos si la salvación la podemos perder por algún pecado o error cometido en nuestro andar cristiano. Hay quienes dicen que “una vez salvos, siempre salvos”, como queriéndonos decir que una vez obtenida la salvación, nada ni nadie nos la podrá arrebatar. ¿Pero cuál es la verdad de la salvación? ¿Es acaso un don o regalo inmerecido que ya hemos obtenido en el mismo momento de nuestra conversión a Cristo, es decir, en el preciso instante en que hemos “recibido a Cristo en nuestros corazones”?
En primer término, todos los creyentes deben estar en condiciones de poder explicar con precisión lo que es la salvación. Por ejemplo, para muchos creyentes la salvación es poder recibir el perdón de todos sus delitos y pecados cometidos en el pasado, aceptando, por la fe, la expiación de Jesucristo a favor de ellos en la cruz. De este modo, creen ellos, que se restauraría su relación con Dios como Padre para llegar a ser un heredero seguro de la gloria y la vida eterna en el cielo. ¿Pero es del todo cierto esta idea?
La Salvación tiene que ver con el mensaje del Reino de Dios
Si uno se detiene con cuidado a escudriñar las Escrituras, encontrará que la salvación gira siempre alrededor de algo que la Biblia llama “el Reino de Dios”. En Hechos 28:23-31, leemos lo siguiente sobre el ministerio de Pablo:
“Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían. Y como no estuviesen de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis; Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyeron pesadamente, Y sus ojos han cerrado, Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y entiendan de corazón, Y se conviertan, Y yo los sane. Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí. Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”.
Tomen nota que aquí el apóstol Pablo les predicaba y anunciaba a los Judíos el reino de Dios, pero muchos de ellos se resistían a creer, razón por la cual Pablo se vuelve a los gentiles para darles este mismo mensaje del reino que él mismo llama “esta salvación de Dios”. Sí, mis amigos, Pablo consideró el mensaje del reino de Dios como “la salvación de Dios” para los que creen. De modo que si hablamos de salvación, no podemos omitir el mensaje central del reino, que es precisamente el evangelio salvador (Marcos 1:1,14,15; Lucas 4:43; Romanos 1:16). Pero muchos que se llaman hoy “cristianos” creen que la salvación es cualquier cosa menos el reino de Dios. Este es un grave error que me veo forzado a corregir con el auxilio de la Palabra de Dios.
El Joven rico y Jesucristo
Otro suceso registrado en las Escrituras que nos relaciona la salvación con el Reino de Dios está en la entrevista entre el joven rico y Jesucristo. Veamos lo que dice el el “evangelio” de Mateo 19:16-25:
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?”
Aquí, en este encuentro entre el joven rico y Jesús, vemos que el reino de Dios está íntimamente relacionado con la salvación y viceversa. Observen las locuciones en negritas. El joven rico difícilmente entraría al reino porque más importancia tenía para él sus riquezas que la vida eterna que quería ganar. Esto provocó la pregunta oportuna de los discípulos: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?”. Es decir, en la mente de los primeros cristianos, entrar en el reino de Dios equivalía a la misma salvación.
Es imposible, por tanto, pretender conducir a alguno a la salvación sin antes aleccionarle al potencial converso sobre todo lo relacionado con el reino de Dios. Desconocer el reino de Dios es desconocer la salvación misma; es, en buena cuenta, ignorar todo el plan de salvación de Dios para el género humano.
Lo indiscutible de la misión de Cristo es que él se la pasó durante todo su ministerio predicando y enseñando el evangelio del reino de Dios y llamando a la gente a creerlo (Mr.1:14), a pedirlo (Mat.6:10), a buscarlo (Mateo 6:33), y hasta anunciarlo (Lc. 9:6) por todo el mundo (Mateo 24:14).
Siguiendo las pisadas de Cristo
El cristiano está llamado a seguir las mismas pisadas de Jesucristo, ya que Pedro dijo: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus PISADAS” (1 Pedro 2:21). Sin duda estas “pisadas” incluyen la predicación del mismo mensaje que él predicó a sus paisanos, es decir, el evangelio acerca del reino de Dios. Sin embargo, es muy sorprendente que los más de los predicadores que aparecen en las tarimas evangélicas, poco o nada hablan sobre el reino de Dios, y cuando lo hacen, lo explican de una forma tan tergiversada, que si Cristo estuviera entre nosotros, simplemente los reprendería con ira.
La profecía de Isaías 52:7
Es interesante leer Isaías 52:7, donde dice: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina! Aquí hay una proclama de buenas nuevas de la paz, que se relaciona con la salvación, con Sión, y con el reinado de Dios.
Comentario bíblico del Antiguo Testamento de Keil y Delitzsch de Isaías 52:7-10 es como sigue:
Se regocija en la salvación que se está llevando a cabo. El profeta ve en el espíritu, cómo la noticia de la redención, por la caída de Babilonia, que es equivalente a la dimisión de los prisioneros, da el golpe de gracia, son llevados a las montañas de Judá a Jerusalén. “¡Qué hermoso son sobre los montes los pies de los que traen buenas nuevas, que anuncia la paz, que traen buenas nuevas del bien, que pregona la salvación, que dice a Sión: Tu Dios reina!”
Las palabras son dirigidas a Jerusalén, por consiguiente, las montañas son las de la Tierra Santa, y especialmente los del norte de Jerusalén. Mebhassēr es colectivo (como en el pasaje principal, Nahum 2:1; cf, Isaías 41:27; Salmo 68:12), “el que trae la buena nueva a Jerusalén.” La exclamación “qué hermoso” no se refiere al encantador sonido de sus pasos, sino a la apariencia encantadora presentada por sus pies, que brotan de las montañas con toda la rapidez de las gacelas (Sol 2:17; Sol 8:14). Sus pies se ven como si tuvieran alas, porque son los mensajeros de buenas nuevas de alegría.
Las gozosas noticias que se dejan indefinidamente en mebhassēr, son después más concretamente descritas como una proclamación de paz, salvación, bien, y también contiene el anuncio de “tu Dios reina”, es decir, se ha levantado a un dominio real justo, o se ha apoderado del gobierno (מלך en un sentido histórico incoativos, como en los salmos teocráticos que comienzan con la misma consigna, o como ἐβασιλευσε en Apocalipsis 19:6, cf., Apocalipsis 11:17). Hasta ese momento, cuando su pueblo se encontraban en cautiverio, él parecía haber perdido su dominio (Isaías 63:19), pero ahora ha ascendido al trono como un Redentor con mayor gloria que nunca antes (Isaías 24:23).
El evangelio de los mensajeros veloces, por lo tanto, es el evangelio del reino de Dios que está a la mano, y la aplicación con la que el apóstol hace de este pasaje de Isaías en Romanos 10:15, se justifica por el hecho de que el profeta vio la redención final y universal, como si estuviera en combinación con el cierre de la cautividad.
Así que aquí tenemos un ejemplo de un anuncio del evangelio o buenas noticias del reino de Dios, el cual no sólo anuncia la liberación, el bien y la paz, sino la salvación de los que son su pueblo. Definitivamente anunciar el reino de Dios es anunciar la salvación de Dios.
En el Salmo 85:4,9, hablando de la restauración de Israel, y por ende, del reino, el salmista dice: “Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, Y haz cesar tu ira de sobre nosotros. Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen, Para que habite la gloria en nuestra tierra”.
La salvación viene de los Judíos
En Juan 4:22, Jesús dice: “…la salvación viene de los Judíos Εκ των Ιουδαιων εστιν”. Con esto él no sólo afirmaba que de los Judíos nacería el salvador de los hombres, sino también el Mesías de Israel que restauraría y reinaría en el reino de David (Hechos 1:3,6,7). Por eso para Pablo, la predicación del reino mesiánico era equivalente a la salvación de Dios (ver Hechos 28:28-31).
Pablo, el Reino, y los Judíos
En Hechos 13:26-33 Pablo predica sobre esta salvación vinculada con el reinado del Mesías, así: “Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación. Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle. Y sin hallar en él causa digna de muerte, pidieron a Pilato que se le matase. Y habiendo cumplido todas las cosas que de él estaban escritas, quitándolo del madero, lo pusieron en el sepulcro. Mas Dios le levantó de los muertos. Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo. Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”.
En estos versos Pablo aparece predicando la palabra de “esta salvación” a sus paisanos, la cual él equipara con el anuncio de “aquella promesa hecha a los padres”, la cual se cumplió en la resurrección de Cristo, al ser “engendrado como Hijo de Dios”, el Señor y Cristo, el heredero del trono del reino de David. Es decir, la victoriosa resurrección de Cristo sería su exaltación hasta lo Sumo para ser el rey del reino de Dios, y siendo sentado a la diestra del Padre, espera volver y restaurar el reino a Israel (Hechos 2:29—36).
Así que estamos viendo que el asunto de nuestra la salvación está estrechamente relacionado con nuestra participación en el reino del Mesías, el engendrado Hijo de Dios que a su debido momento tomará el trono de David en Jerusalén y procederá a restaurar todas las cosas (Hechos 3:19-21). El que no logre entrar en este reino no podrá ser salvo eternamente.
No hay salvación sin gloria eterna
El apóstol Pablo relaciona la salvación con la obtención de la gloria eterna, con estas palabras: “Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la SALVACIÓN que es en Cristo Jesús con GLORIA ETERNA” (2 Tim 2:10). Pero el hecho de que la gloria eterna será sólo obtenida en la segunda venida de Cristo, cuando el Señor proceda a resucitarnos o a transformarnos para entrar en su reino, es prueba suficiente de que la salvación eterna es aún futura (ver Rom. 8:18, Col. 3:4; 1 Tes. 2:12; Heb. 2:10; 1 Pedro 5:4).
Empecemos a creer en este mensaje o evangelio del reino para poder tener la oportunidad de participar de él con vida inmortal.
Y para aquellos que creen que ya son salvos, les recuerdo ver los siguientes pasajes del Nuevo Testamento:
Hebreos 9:28:
“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan“.
1 Pedro 1:5:
“Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero“.
Para una mayor información de lo que es el reino de Dios, vayan a mi blog siguiente:
http://www.eladaliddelaverdad.over-blog.es/
Mucho se discute hoy en los círculos cristianos si la salvación la podemos perder por algún pecado o error cometido en nuestro andar cristiano. Hay quienes dicen que “una vez salvos, siempre salvos”, como queriéndonos decir que una vez obtenida la salvación, nada ni nadie nos la podrá arrebatar. ¿Pero cuál es la verdad de la salvación? ¿Es acaso un don o regalo inmerecido que ya hemos obtenido en el mismo momento de nuestra conversión a Cristo, es decir, en el preciso instante en que hemos “recibido a Cristo en nuestros corazones”?
En primer término, todos los creyentes deben estar en condiciones de poder explicar con precisión lo que es la salvación. Por ejemplo, para muchos creyentes la salvación es poder recibir el perdón de todos sus delitos y pecados cometidos en el pasado, aceptando, por la fe, la expiación de Jesucristo a favor de ellos en la cruz. De este modo, creen ellos, que se restauraría su relación con Dios como Padre para llegar a ser un heredero seguro de la gloria y la vida eterna en el cielo. ¿Pero es del todo cierto esta idea?
La Salvación tiene que ver con el mensaje del Reino de Dios
Si uno se detiene con cuidado a escudriñar las Escrituras, encontrará que la salvación gira siempre alrededor de algo que la Biblia llama “el Reino de Dios”. En Hechos 28:23-31, leemos lo siguiente sobre el ministerio de Pablo:
“Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían. Y como no estuviesen de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis; Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyeron pesadamente, Y sus ojos han cerrado, Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y entiendan de corazón, Y se conviertan, Y yo los sane. Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí. Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”.
Tomen nota que aquí el apóstol Pablo les predicaba y anunciaba a los Judíos el reino de Dios, pero muchos de ellos se resistían a creer, razón por la cual Pablo se vuelve a los gentiles para darles este mismo mensaje del reino que él mismo llama “esta salvación de Dios”. Sí, mis amigos, Pablo consideró el mensaje del reino de Dios como “la salvación de Dios” para los que creen. De modo que si hablamos de salvación, no podemos omitir el mensaje central del reino, que es precisamente el evangelio salvador (Marcos 1:1,14,15; Lucas 4:43; Romanos 1:16). Pero muchos que se llaman hoy “cristianos” creen que la salvación es cualquier cosa menos el reino de Dios. Este es un grave error que me veo forzado a corregir con el auxilio de la Palabra de Dios.
El Joven rico y Jesucristo
Otro suceso registrado en las Escrituras que nos relaciona la salvación con el Reino de Dios está en la entrevista entre el joven rico y Jesucristo. Veamos lo que dice el el “evangelio” de Mateo 19:16-25:
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?”
Aquí, en este encuentro entre el joven rico y Jesús, vemos que el reino de Dios está íntimamente relacionado con la salvación y viceversa. Observen las locuciones en negritas. El joven rico difícilmente entraría al reino porque más importancia tenía para él sus riquezas que la vida eterna que quería ganar. Esto provocó la pregunta oportuna de los discípulos: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?”. Es decir, en la mente de los primeros cristianos, entrar en el reino de Dios equivalía a la misma salvación.
Es imposible, por tanto, pretender conducir a alguno a la salvación sin antes aleccionarle al potencial converso sobre todo lo relacionado con el reino de Dios. Desconocer el reino de Dios es desconocer la salvación misma; es, en buena cuenta, ignorar todo el plan de salvación de Dios para el género humano.
Lo indiscutible de la misión de Cristo es que él se la pasó durante todo su ministerio predicando y enseñando el evangelio del reino de Dios y llamando a la gente a creerlo (Mr.1:14), a pedirlo (Mat.6:10), a buscarlo (Mateo 6:33), y hasta anunciarlo (Lc. 9:6) por todo el mundo (Mateo 24:14).
Siguiendo las pisadas de Cristo
El cristiano está llamado a seguir las mismas pisadas de Jesucristo, ya que Pedro dijo: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus PISADAS” (1 Pedro 2:21). Sin duda estas “pisadas” incluyen la predicación del mismo mensaje que él predicó a sus paisanos, es decir, el evangelio acerca del reino de Dios. Sin embargo, es muy sorprendente que los más de los predicadores que aparecen en las tarimas evangélicas, poco o nada hablan sobre el reino de Dios, y cuando lo hacen, lo explican de una forma tan tergiversada, que si Cristo estuviera entre nosotros, simplemente los reprendería con ira.
La profecía de Isaías 52:7
Es interesante leer Isaías 52:7, donde dice: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina! Aquí hay una proclama de buenas nuevas de la paz, que se relaciona con la salvación, con Sión, y con el reinado de Dios.
Comentario bíblico del Antiguo Testamento de Keil y Delitzsch de Isaías 52:7-10 es como sigue:
Se regocija en la salvación que se está llevando a cabo. El profeta ve en el espíritu, cómo la noticia de la redención, por la caída de Babilonia, que es equivalente a la dimisión de los prisioneros, da el golpe de gracia, son llevados a las montañas de Judá a Jerusalén. “¡Qué hermoso son sobre los montes los pies de los que traen buenas nuevas, que anuncia la paz, que traen buenas nuevas del bien, que pregona la salvación, que dice a Sión: Tu Dios reina!”
Las palabras son dirigidas a Jerusalén, por consiguiente, las montañas son las de la Tierra Santa, y especialmente los del norte de Jerusalén. Mebhassēr es colectivo (como en el pasaje principal, Nahum 2:1; cf, Isaías 41:27; Salmo 68:12), “el que trae la buena nueva a Jerusalén.” La exclamación “qué hermoso” no se refiere al encantador sonido de sus pasos, sino a la apariencia encantadora presentada por sus pies, que brotan de las montañas con toda la rapidez de las gacelas (Sol 2:17; Sol 8:14). Sus pies se ven como si tuvieran alas, porque son los mensajeros de buenas nuevas de alegría.
Las gozosas noticias que se dejan indefinidamente en mebhassēr, son después más concretamente descritas como una proclamación de paz, salvación, bien, y también contiene el anuncio de “tu Dios reina”, es decir, se ha levantado a un dominio real justo, o se ha apoderado del gobierno (מלך en un sentido histórico incoativos, como en los salmos teocráticos que comienzan con la misma consigna, o como ἐβασιλευσε en Apocalipsis 19:6, cf., Apocalipsis 11:17). Hasta ese momento, cuando su pueblo se encontraban en cautiverio, él parecía haber perdido su dominio (Isaías 63:19), pero ahora ha ascendido al trono como un Redentor con mayor gloria que nunca antes (Isaías 24:23).
El evangelio de los mensajeros veloces, por lo tanto, es el evangelio del reino de Dios que está a la mano, y la aplicación con la que el apóstol hace de este pasaje de Isaías en Romanos 10:15, se justifica por el hecho de que el profeta vio la redención final y universal, como si estuviera en combinación con el cierre de la cautividad.
Así que aquí tenemos un ejemplo de un anuncio del evangelio o buenas noticias del reino de Dios, el cual no sólo anuncia la liberación, el bien y la paz, sino la salvación de los que son su pueblo. Definitivamente anunciar el reino de Dios es anunciar la salvación de Dios.
En el Salmo 85:4,9, hablando de la restauración de Israel, y por ende, del reino, el salmista dice: “Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, Y haz cesar tu ira de sobre nosotros. Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen, Para que habite la gloria en nuestra tierra”.
La salvación viene de los Judíos
En Juan 4:22, Jesús dice: “…la salvación viene de los Judíos Εκ των Ιουδαιων εστιν”. Con esto él no sólo afirmaba que de los Judíos nacería el salvador de los hombres, sino también el Mesías de Israel que restauraría y reinaría en el reino de David (Hechos 1:3,6,7). Por eso para Pablo, la predicación del reino mesiánico era equivalente a la salvación de Dios (ver Hechos 28:28-31).
Pablo, el Reino, y los Judíos
En Hechos 13:26-33 Pablo predica sobre esta salvación vinculada con el reinado del Mesías, así: “Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación. Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle. Y sin hallar en él causa digna de muerte, pidieron a Pilato que se le matase. Y habiendo cumplido todas las cosas que de él estaban escritas, quitándolo del madero, lo pusieron en el sepulcro. Mas Dios le levantó de los muertos. Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo. Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”.
En estos versos Pablo aparece predicando la palabra de “esta salvación” a sus paisanos, la cual él equipara con el anuncio de “aquella promesa hecha a los padres”, la cual se cumplió en la resurrección de Cristo, al ser “engendrado como Hijo de Dios”, el Señor y Cristo, el heredero del trono del reino de David. Es decir, la victoriosa resurrección de Cristo sería su exaltación hasta lo Sumo para ser el rey del reino de Dios, y siendo sentado a la diestra del Padre, espera volver y restaurar el reino a Israel (Hechos 2:29—36).
Así que estamos viendo que el asunto de nuestra la salvación está estrechamente relacionado con nuestra participación en el reino del Mesías, el engendrado Hijo de Dios que a su debido momento tomará el trono de David en Jerusalén y procederá a restaurar todas las cosas (Hechos 3:19-21). El que no logre entrar en este reino no podrá ser salvo eternamente.
No hay salvación sin gloria eterna
El apóstol Pablo relaciona la salvación con la obtención de la gloria eterna, con estas palabras: “Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la SALVACIÓN que es en Cristo Jesús con GLORIA ETERNA” (2 Tim 2:10). Pero el hecho de que la gloria eterna será sólo obtenida en la segunda venida de Cristo, cuando el Señor proceda a resucitarnos o a transformarnos para entrar en su reino, es prueba suficiente de que la salvación eterna es aún futura (ver Rom. 8:18, Col. 3:4; 1 Tes. 2:12; Heb. 2:10; 1 Pedro 5:4).
Empecemos a creer en este mensaje o evangelio del reino para poder tener la oportunidad de participar de él con vida inmortal.
Y para aquellos que creen que ya son salvos, les recuerdo ver los siguientes pasajes del Nuevo Testamento:
Hebreos 9:28:
“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan“.
1 Pedro 1:5:
“Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero“.
Para una mayor información de lo que es el reino de Dios, vayan a mi blog siguiente:
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