Por. Sir Anthony F. Buzzard
En un tratado sobre la fe, San Justino escribió: “Si te has encontrado con algunos que dicen que son cristianos y que niegan la resurrección, pero que afirman que sus almas cuando mueren son tomadas al cielo, no te imagines que son Cristianos”.
La declaración puede parecer desconcertante, pero prueba que la Cristiandad primitiva rechazó como una herejía la noción de que en la muerte el alma del creyente va para cielo. Sin embargo, ésta será hallada como la tesis común de millones de adherentes al Cristianismo en el presente siglo, y ha estado así por muchas generaciones. Estos hechos notables exigen una investigación.
El cambio radical en el pensamiento acerca del destino del Cristiano que obviamente ha ocurrido puede ser rastreado en la fusión de la filosofía Griega con la fe bíblica. El proceso fue uno sutil, y el diseño detrás de él fue la promoción de la mismísima mentira que Satanás había impuesto sobre la incauta Eva. La Serpiente rotundamente había contradicho la advertencia divina de que la desobediencia resultaría en la muerte (Gen. 3:4). Ahora él aparece como un predicador del “Cristianismo” para anunciar que el hombre es por naturaleza inmortal, ¡y que él no puede morir! En la muerte, según esta teoría ingeniosa, un hombre debe sobrevivir en el cielo o en el infierno como un alma incorpórea. No será difícil ver que esta idea debilita el Mensaje divino de que el hombre ha caído bajo la pena de muerte, y de que no hay absolutamente ninguna perspectiva de que gane la inmortalidad fuera de la incorporación dentro del plan divino a través de Cristo. La introducción de la idea Griega del “alma incorpórea”, como una parte de toda persona que sobrevive a la muerte, creó de inmediato un significado completamente nuevo para la muerte. La muerte ya no quiso decir la cesación de toda la personalidad consciente. Esta ahora quiso decir su supervivencia como un alma incorpórea en otra esfera. ¡Un hombre con un alma inmortal sin duda “no puede morir”!
La introducción de la “bellaca” idea de que el hombre realmente no puede morir efectuó una revolución en el punto de vista Cristiano de la muerte. Un destacado teólogo británico notó que “toda nuestra tradición occidental se ha confabulado para darle a la muerte un significado totalmente envanecido. Ha habido un enfoque vastamente exagerado sobre la muerte y el momento de la muerte”. Este cambio notable “comenzó cuando las páginas del Nuevo Testamento estaban apenas secas, y es una de las más notables revoluciones silenciosas en la historia del pensamiento Cristiano”. Poco se da cuenta el público practicante que su muy apreciado énfasis sobre “ir al cielo” en la muerte no se origina en las Escrituras Cristianas: Toda nuestra enseñanza e himnología ha dado por supuesto que usted va al cielo —o, por supuesto— al infierno cuando usted muera y esta proposición está en contradicción evidente con lo que la Biblia dice… La Biblia en ninguna parte dice que vamos al cielo cuando nosotros morimos, ni ninguna vez describe la muerte en términos de ir al cielo. Las palabras de Wesley “ordena que la corriente estrecha de Jordán se divida, y llévanos al cielo con seguridad”, no tienen base bíblica.
Hablando en otro contexto, pero con igual énfasis en las horrendas consecuencias de permitir que el pensamiento Griego domine la teología Cristiana, otro erudito se refiere al control ejercido por “la filosofía Neoplatónica y sus pretensiones para constituir un vocabulario adecuado para la articulación de afirmaciones teológicas. No es fácil decir si toda la tradición, durante todos los siglos, ha sido una distorsión del Evangelio”. Él preconiza que los Protestantes ponen “gran énfasis en el Antiguo Testamento en la catequesis y la predicación”. Un llamado a la reforma, que hasta ahora parece haber estado desatendido, fue decretado por Hugh Schonfield. Notando en las palabras de T.E. Laurence que el Cristianismo (como se desarrolló después de la muerte de los Apóstoles) “es una fe híbrida compuesta de lo semítico en lo que se refiere a su origen, y lo no semítico en cuanto a su desarrollo”, él escribió:
El punto que hago es que la Cristiandad no es la sucesora espiritual de Judaísmo, sino una síntesis del Judaísmo y del paganismo. Como tal, es una corrupción de tanto significado como la antigua deserción Israelita al matizar su religión con los cultos de los cananeos. Por consiguiente, no es para los Judíos abrazar la Cristiandad ortodoxa, sino para los cristianos, si deben ser Israelitas ciertamente como el pueblo de Dios, deben revisar y purificar sus creencias, y para recapturar lo que básicamente ellas tienen en común con los Judíos, la visión Mesiánica.
Los Hebreos, para quienes el Mensaje divino fue confiado, habían sido adiestrados para creer que el hombre fue un ser animado sostenido, como los animales, por el aliento de vida. Cuando muere, él regresa a la tumba y al polvo del cual él había sido formado, y que su conciencia cesa en ese momento (Gen. 3:19). La única esperanza de vida adicional sería a través de una resurrección de la persona completa del estado de muerte (Dan. 12:2; Isa. 26:19; Sal. 16:10). El Mensaje divino había aclarado, desde el comienzo, que Abraham, David, los profetas, y todos los fieles creyentes deben levantarse de sus tumbas en el futuro para participar en la herencia prometida de la tierra (Heb. 11:19; Mat. 8:11). Aun si la resurrección no había sido deletreada en detalle, ella fue lógicamente necesaria, puesto que todo el mundo sabía que los patriarcas habían muerto sin haber recibido una herencia de su Reino (Heb. 11:13, 39). Por consiguiente deben reaparecer por la resurrección de la muerte para unirse a la compañía de todos los fieles en el reinado del Mesías. De este modo es que Jesús creyó claramente cuando El pronunció estas palabras:
Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. (Lucas 13:28, 29; Mat. 8:11).
Lo que Satanás logró en los inicios de los siglos fue la supresión de la doctrina bíblica del hombre como que necesita lograr la inmortalidad a través de la resurrección cuando el Mesías haya llegado para establecer el Reino. Éste sería un regalo de su Creador. La enseñanza bíblica estaba hecha para parecer absurda, si, como los Griegos pensaban, el hombre ya era por naturaleza inmortal. La tragedia es que la Iglesia era, y lo es, tan lenta para ver que su carta de triunfo, el Mensaje divino que contenía la promesa de la resurrección y la entrada en el Reino, estaba siendo distorsionada. El nuevo sistema de pensamiento enseñó que la meta Cristiana era la supervivencia como un alma incorpórea en el cielo, en vez de la participación en el Reino Mesiánico en la tierra. La perspectiva de una casa en el cielo donde se tocan arpas es mayormente inconcebible, y distrae más eficazmente la atención fuera de la meta verdaderamente bíblica: El regreso de Jesucristo para administrar el mundo con justicia acompañado de Sus seguidores.
La doctrina Griega de la supervivencia del alma separada del cuerpo ha permeado tanto a las iglesias que sus miembros son comprometidos a la creencia y a la enseñanza del engaño de que los muertos están realmente vivos en el cielo, una idea que es absolutamente extraña para la Biblia. Las simples declaraciones de teólogos destacados del Nuevo Testamento de que “En ningún sitio de la Biblia es el cielo el destino de los moribundos y que la doctrina de la inmortalidad del alma es diametralmente opuesta a la Sagrada Escritura parece no causar ningún impacto en absoluto en lo que se está enseñando en las escuelas dominicales y en los púlpitos, y especialmente en los entierros, a todo lo largo de la tierra. El error tradicional está simplemente muy arraigado a fondo y tiene la intención de permanecer así. Las iglesias constantemente confortan al afligido con su enseñanza tradicional muy apreciada, aparentemente nunca habiéndole dedicado una reflexión seria a su origen. Al proceder así ellas caen presas de ideas que no se originan con los Apóstoles y se privan de la bendición de la visión de un futuro maravilloso para nuestra tierra. El Reino prometido de la Biblia no tiene nada en absoluto que hacer con la vida como un alma incorpórea o espíritu en una esfera más allá del cielo. “Nuestros padres no están en el cielo”. Ellos están durmiendo el sueño de la muerte (Sal. 13:3, etc) hasta que Jesús regrese para despertarlos a la vida.
Un pasaje clásico en el libro de Daniel proveyó un texto de prueba para los primeros cristianos mientras miraban hacia delante a la reunión de los fieles de todas las edades en el Reino venidero: “Muchos de aquellos que están dormidos en el polvo de la tierra despertarán; algunos a la vida de la era venidera” (Dan. 12:2). Esta información instruyó a los creyentes acerca de la condición de los muertos. Ellos estaban en la tierra y durmiendo hasta el día de la resurrección. Que este es el auténtico entendimiento Cristiano de la muerte y de la otra vida se muestra por el hecho de que Jesús fue un exponente del “sueño de los muertos”. Oyendo acerca de la muerte de Su amigo Lázaro, El hizo comentarios de que él estaba “dormido” (Juan 11:11), al cual El luego definió explícitamente como “muerto” (Juan 11:14). La única solución fue “despertar” a Lázaro del sueño de la muerte: “voy a despertarle del sueño” (Juan 11:11). El Comentario Crítico Internacional nota el uso de Jesús de exactamente el mismo vocabulario del sueño de la muerte como es hallado en Job, que prueba otra vez que Jesús derivó Su pensamiento acerca de los asuntos cruciales del destino humano de la Biblia Hebrea.
Por un acto de poder, que testifica de la energía de Dios Su Padre en acción en El, Jesús entonces llamó dramáticamente a Lázaro de su tumba a la vida nuevamente. Lázaro no regresó del “cielo” (Juan 11:43, 44). De acuerdo con Jesús, quien tiene derecho a tener la palabra final en las materias de doctrina Cristiana, “el tiempo vendrá cuando todos los que están en sus tumbas oirán Su voz y saldrán” (Juan 5:28, 29). El punto de vista de la muerte y la resurrección presentada por Daniel 12:2 es la base de toda la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la vida después de la muerte. El estado de los muertos en la Escritura no es definitivamente la existencia consciente en el cielo o el perpetuo fuego del infierno. Los muertos, como declara un Diccionario estándar de la Biblia están, “inconscientes, no trabajan más, no tienen en cuenta ninguna cosa, no poseen conocimiento ni sabiduría, ni tienen más porción en ninguna cosa que se hace bajo el sol”. Esta autoridad advierte que nosotros estamos influenciados siempre más o menos por las ideas platónicas Griegas, que el cuerpo muere, pero el alma es inmortal. Tal idea es completamente contraria a la conciencia Israelita, y no es hallada en ninguna parte en el Antiguo Testamento. El hombre completo muere cuando en la muerte el espíritu o el alma sale de una persona. No sólo su cuerpo, sino su alma también vuelve a un estado de muerte y pertenece al mundo inferior; Por eso el Antiguo Testamento puede hablar de la muerte de nuestra alma (Gen. 27:21).
Los Cristianos seguramente deben rechazar la influencia de las ideas platónicas Griegas.’ Deberían estar deseosos de conocer la mente de Cristo. El Nuevo Testamento no ha abandonado su comprensión Hebrea del estado del hombre en la muerte. No tiene sentido que los Apóstoles se apartasen de la creencia de Jesús en Juan 11:11, 14 donde El hace eco a Daniel 12:2, que confirman las Escrituras en las cuales El había estado adiestrado desde niño. ¿Qué justificación posible puede haber para que la Iglesia continúe abrazando las ideas de Platón en el nombre de Jesús?
Es una cosa corriente del esquema divino que los muertos deban ser resucitados de la tumba para unírsele al Mesías en Su Reino que El inaugurará en Su regreso. Es sólo en la resurrección que los fieles serán vivificados. Ellos deben permanecer muertos hasta entonces. La ilusión de que los muertos ya están vivos con Cristo reduce la resurrección futura a una idea tardía. “Díganme”, escribió el gran reformador William Tyndale, “¿qué razón hay para la resurrección si las almas están en el cielo?… al poner las almas partidas en el cielo ustedes (los Católicos Romanos) destruyen las discusiones por las cuales Cristo y Pablo probaron la resurrección”. Por una paradoja extraña el trabajo de Wycliffe y Tyndale (y un montón de otros distinguidos eruditos) es mantenido en la más alta estima, mientras que sus enseñanzas, las cuales están en directo conflicto con la tradición popular acerca de la otra vida, permanecen completamente inaceptables! Los Protestantes continúan siguiendo al Arzobispo de Roma al hablar de las almas recién partidas, conscientes actualmente en el cielo o en el fuego del infierno. La completa ficción de la oración a María es construida en la misma ilusión. Tales doctrinas, que han jugado un papel macizo en la devoción de los creyentes sinceros, nunca pudieron haberse asentado firmemente si la Biblia Hebrea y la enseñanza de Jesús hubiesen sido retenidas como la base de fe Cristiana.
El Reino que Jesús debe establecer ha sido removido de la tierra en el pensamiento popular. Se cree generalmente que él ahora reina con los santos en el cielo. El esquema tradicional ha privado al Mesías de Su reinado prometido en el trono de David en el futuro, y a los Cristianos de su esperanza de compartir esa herencia con El. Ha reducido el gran acontecimiento futuro de la resurrección a un apéndice en nuestro esquema teológico. La resurrección sólo recibe la mención más breve en el credo. Una referencia a la “vida del mundo venidero” es comprendida por muchos, en ausencia de una clara explicación, como alguna suerte de existencia continuada en el cielo en el momento de la muerte. Lo que la Iglesia primitiva miró hacia delante fue la “vida de la era venidera” del Reino de Dios en la tierra, después del regreso de los muertos a la vida por la resurrección en el retorno de Jesús. El texto clásico del Nuevo Testamento es hallado en 1 Corintios 15:23: “Los Cristianos serán resucitados en la venida de Cristo”. La resurrección significará ganar su herencia de la tierra (Mat. 5:5). Hasta ese momento futuro la Biblia los declara que están muertos (1 Cor. 15:35, 52; 1 Tes. 4:16). La resurrección y el regreso de Cristo son el objeto del anhelo apasionado de los Cristianos del Nuevo Testamento, pero lo mismo no puede decirse de muchos creyentes hoy. Hasta tal punto están desafinados con la Biblia a la que ellos reclaman que es la fuente de su inspiración.
El Reino que Jesús debe establecer ha sido removido de la tierra en el pensamiento popular. Se cree generalmente que él ahora reina con los santos en el cielo. El esquema tradicional ha privado al Mesías de Su reinado prometido en el trono de David en el futuro, y a los Cristianos de su esperanza de compartir esa herencia con El. Ha reducido el gran acontecimiento futuro de la resurrección a un apéndice en nuestro esquema teológico. La resurrección sólo recibe la mención más breve en el credo. Una referencia a la “vida del mundo venidero” es comprendida por muchos, en ausencia de una clara explicación, como alguna suerte de existencia continuada en el cielo en el momento de la muerte. Lo que la Iglesia primitiva miró hacia delante fue la “vida de la era venidera” del Reino de Dios en la tierra, después del regreso de los muertos a la vida por la resurrección en el retorno de Jesús. El texto clásico del Nuevo Testamento es hallado en 1 Corintios 15:23: “Los Cristianos serán resucitados en la venida de Cristo”. La resurrección significará ganar su herencia de la tierra (Mat. 5:5). Hasta ese momento futuro la Biblia los declara que están muertos (1 Cor. 15:35, 52; 1 Tes. 4:16). La resurrección y el regreso de Cristo son el objeto del anhelo apasionado de los Cristianos del Nuevo Testamento, pero lo mismo no puede decirse de muchos creyentes hoy. Hasta tal punto están desafinados con la Biblia a la que ellos reclaman que es la fuente de su inspiración.
El esquema directo de la muerte, y un período de espera en la tumba seguido por la resurrección en el regreso de Cristo, no se me hizo a pesar de muchos años de asistencia a la iglesia. La noción Griega de la inmortalidad natural del alma se había tragado el poderoso énfasis bíblico en la resurrección futura del hombre completo para la inmortalidad. La clara enseñanza acerca del destino del hombre y de nuestro planeta continúa siendo negada a los miembros de la Iglesia mientras que los afligidos son confortados por la idea de que los muertos no están realmente muertos sino verdaramente vivos en otra esfera. Al introducir la teoría de que la muerte no es de hecho muerte sino la supervivencia en otra parte, la Iglesia se salpicó con una forma de ocultismo. La pregunta de Job no fue “¿si un hombre muere, continuará viviendo”? sino “¿si un hombre muere, volverá a vivir?” (Job 14:14), que es una cosa muy diferente. Un erudito Luterano, que refleja la opinión de Lutero, quién él mismo creyó en el sueño de los muertos, llama nuestra atención por la partida radical de la Escritura representada por la enseñanza Cristiana popular acerca de la muerte:
La esperanza de la iglesia primitiva giró alrededor de la resurrección del último Día. Es ésta la que primero llama a los muertos a la vida eterna (1 Cor. 15; Fil. 3:21). Esta resurrección le ocurre al hombre y no sólo al cuerpo. Pablo no habla de la resurrección “del cuerpo” sino “de los muertos”. Este entendimiento de la resurrección implícitamente comprende a la muerte como un evento que también afecta al hombre completo… Así los conceptos Bíblicos originales han sido reemplazados por las ideas del dualismo Helenístico Gnóstico. La idea de la resurrección del Nuevo Testamento que afecta al hombre completo ha tenido que dejar paso a la inmortalidad del alma. El Ultimo Día también pierde su significado, pues las almas han recibido todo lo que es decisivamente importante mucho antes de ese tiempo. La tensión escatológica [mirar hacia delante] ya no es más poderosamente dirigida al día de venida de Jesús. La diferencia entre ésta y la Esperanza del Nuevo Testamento es grandísima.
Un destacado erudito bíblico resume el punto de vista bíblico del destino del hombre:Los escritores de la Biblia, manteniéndose firmes a la convicción de que el orden creado debe su existencia a la sabiduría y el amor de Dios, y es, por consiguiente, esencialmente bueno, no podría imaginar la vida después de la muerte como una existencia incorpórea (”no seremos hallados desnudos” —2 Cor. 5:3), sino como una renovación bajo condiciones nuevas de la unidad íntima de cuerpo y alma que era la vida humana como la conocieron. Por lo tanto la muerte fue considerada como la muerte del hombre entero, y tales frases como “la libertad de la muerte”, o inmortalidad sólo podrían usarse correctamente para describir lo que se quiso decir por la frase Dios viviente o eterno, “El que sólo tiene inmortalidad” (1 Tim. 6:16). El hombre no posee dentro de sí mismo la calidad de la inmortalidad, pero debe, si él vence el poder destructivo de muerte, recibirlo como el regalo de Dios “quien levantó a Cristo de la tumba”, y puso a la muerte a un lado como una prenda de vestir (1 Cor. 15:53, 54). Es a través de la muerte y la resurrección de Jesucristo que esta posibilidad para el hombre (2 Tim. 1:10) ha sido sacada a luz y la esperanza confirmada de que la corrupción (Rom. 11:7) que es una característica universal de la vida humana se subsanará eficazmente.
Mientras que los escritores de la Biblia “no podrían imaginar la vida después de la muerte como un espíritu incorpóreo”, los predicadores Cristianos perseveran en la diseminación de esa misma idea, con una pérdida consiguiente de la información vital acerca de la resurrección que conducirá al Reino de Dios. Si, como nuestro otro experto sostiene, los conceptos bíblicos originales han sido reemplazados por las enseñanzas del dualismo Helenístico Gnóstico, tales hechos sombríos deben ser de lleno afrontados por la Iglesia dividida. ¿Por qué es que cuando la erudición bíblica “rechaza la idea de una ‘inmortalidad” puramente espiritual del alma en la otra vida, refiriéndose a ella como una imposición sobre el punto de vista bíblico de la personalidad”, las iglesias siguen enseñando que las almas sobreviven a la muerte? El Mensaje divino se ha convertido desesperadamente en un embrollo por la mezcla de dos conflictivos mundos del pensamiento. El punto de vista Hebreo del futuro divino no puede ser reconciliado con la filosofía Platónica Griega. La mente apostólica es clara en esta cuestión de la filosofía foránea. Cuán diferente habría sido el curso de la historia de la iglesia si se hubiesen acatado las palabras de Pablo:
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas” (Col. 2:8).
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