Es interesante considerar la predicación del evangelio en Samaria, donde los discípulos dispersados por la persecución de Saulo hacían conversos con el mensaje del evangelio. Dice Hechos 8:4-15, que dice: “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad. Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo. Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios (Mateo 13:19—palabra del reino), enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo”.
Pues bien, si examinamos esta parte de la Escritura, veremos que los esparcidos—entre ellos, Felipe—anunciaban “el evangelio”, y ¿qué era este evangelio? Pues leemos que Felipe predicaba “a Cristo”. ¿Y qué es predicar a Cristo? La respuesta la podemos encontrar siguiendo la lectura de los pasajes en donde encontraremos a Felipe anunciando el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo. Es decir, Felipe y los demás creyentes ciertamente predicaron el evangelio del reino de Dios y todo lo relacionado con el nombre de Jesucristo (lo que ciertamente abarcaba su muerte vicaria, sepultura, y resurrección al tercer día). Esto se puede deducir, por otra parte, en la evangelización de Felipe al Eunuco Etíope. Dicen los siguientes versos 29-35: “Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; Y como cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Nótese que a partir de este pasaje de Isaías 53 del Cordero que fue sacrificado (Jesucristo) del profeta Isaías, Felipe comenzó a predicarle al eunuco etíope el evangelio.
Sin duda alguna el mensaje que trae gozo es la palabra de Dios, y ésta es el anuncio del sacrificio vicario de Cristo y su gloriosa resurrección y el mensaje del reino. Las locuciones ‘la palabra de Dios’ y ‘la palabra del reino’ pueden ser intercambiadas en este relato sin mayor problema (Mat. 13:19).
Debemos siempre recordar que Jesús fue enviado para predicar el mensaje de Dios, que es justamente el evangelio del reino de Dios (Lucas 4:43). Este mensaje del reino es la razón de ser de las parábolas del Señor, y el evangelio que debe ser creído junto con la fe en el sacrificio expiatorio, muerte y resurrección al tercer día del Mesías. En 1 Cor. 15:1-9 Pablo presenta como lo primero de su evangelio la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, y en los veros 49,50 nos habla de nuestro ingreso en el reino de Dios, que es la otra parte del evangelio bíblico.
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