Una de las doctrinas centrales del cristianismo es la enseñanza de que los creyentes pasarán la eternidad en el cielo. Los numerosos himnos han sido escritos sobre aquellas “calles divinas de oro” por las que andaremos en la vida futura. Junto con el concepto Trinitariano de la Deidad, la doctrina de ir al cielo es una de las creencias fundamentales del cristianismo tradicional.
Sin embargo, no hay ninguna semejante doctrina enseñada en el Antiguo Testamento. Esta enseñanza está basada exclusivamente en pasajes del Nuevo de Testamento. Los Evangelios Sinópticos declaran que nuestro tesoro estará en el cielo:
Mateo 6:19 “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan”.
Mateo 19:21 “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”.
Marcos 10:21 “Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”.
Lucas 18:22 “Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”.
Otros pasajes hablan de nuestra recompensa que está en el cielo:
Otros pasajes hablan de nuestra recompensa que está en el cielo:
Mateo 5:11,12 “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”.
Lucas 6:20-23: “Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas”.
A los discípulos se les dijo que sus nombres estaban escritos en el cielo:
Lucas 10:19-20: He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
Hebreos 12: 22-23 “sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos”.
El apóstol Pablo declare que los creyentes eran ciudadanos del cielo:
Filipenses 3:20,21: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.
Pablo también, de acuerdo con los Evangelios Sinópticos, escribió que los creyentes tienen “una esperanza en el cielo,” “una posesión duradera” reservada como un tesoro para ellos en el cielo:
Colosenses 1:3-5: “Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio”
Heb. 10:32-34: “Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos”.
1 Timoteo 6:17-19: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eternal”.
El apóstol Pedro, de acuerdo con el autor de Hebreos, muestra que los creyentes tienen “una herencia incorruptible” reservada para ellos en el cielo:
1 Pedro 1:3-5: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”.
Un escrutinio de estas Escrituras muestra que el foco del Nuevo Testamento está principalmente en la RECOMPENSA de los creyentes, que es el TESORO que ellos han reservado para ellos en el cielo. En II Corintios, Pablo habla expresamente de la naturaleza de esta recompensa:
2 Cor. 5:1-4: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”.
En este pasaje, Pablo habla figuradamente de la vida en este cuerpo carnal (”nuestra casa terrenal”). Él dice a los Corintios que ellos tienen “un edificio de Dios” en el cielo que los espera después de que su cuerpo carnal muera. Él habla ansiosamente de ser vestido con su cuerpo espiritual, aquella “residencia que es del cielo.” Él declara que aquellos creyentes en la carne gimen en el esfuerzo penoso, esperando ponerse su cuerpo espiritual incorruptible en la resurrección. Es este cuerpo espiritual e inmortal que es el tesoro o la recompensa que espera a los creyentes en la resurrección.
En una carta anterior, Pablo les dijo a los Corintios que “carne y sangre” NO pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción”:
1 Cor. 15:50-53: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”.
La enseñanza de Pablo es clara para aquellos que pueden ver por encima de las tradiciones de los hombres. La recompensa reservada en el cielo para creyentes no es una residencia en el cielo mismo, sino mejor dicho un cuerpo espiritual incorruptible que los creyentes tendrán después de la resurrección.
La Biblia nunca explícitamente declara que los creyentes serán tomados al cielo para pasar la eternidad allí. De hecho, Pablo expresamente nos dice dónde pasarán los creyentes la eternidad en la su primera carta a los Tesalonicenses:
1 Tes. 4:13-17: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
Pablo claramente declara que después del regreso del Mesías, cuando los muertos son resucitados, aquellos que están “en Cristo” siempre “estarán con el Señor.” Jesús mismo prometió volver y tomar a los creyentes a donde él estaría:
Juan 14:1-3: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Sí, en el cielo Dios mora en su santo templo, y ese Santo templo es visto bajar a la tierra en Apocalipsis 21 para que esté entre los hombres. Es decir, la morada de Dios, su tabernáculo estará en medio de los hombres y Dios morará con sus fieles en sus moradas. Nótese que Jesús dice que dónde él está (en Jerusalén) estaremos nosotros también con él.
Una razón por la que los Cristianos han abrazado el cielo como su lugar de morada eterna es porque ellos no estudian el Antiguo Testamento bastante para saber lo que éste enseña sobre el reino próximo de Dios (llamado “el reino de los cielos” por Mateo). Si los creyentes siempre deberán “estar con el Señor” después de su regreso, ¿dónde muestra la Biblia que estará el Mesías entonces? Vamos ahora a dedicar el resto de este estudio para responder esta pregunta.
Empecemos con las propias palabras del Mesías, encontradas en el Sermón al Monte:
Mateo 5:2-9 “Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.”
Muchas personas interpretan la frase “reino de los cielos” como un reino que está EN el cielo. Pero esto no es lo que Mateo (el único autor de un Evangelio que usa la locución “el reino de los cielos”) tuvo la intención de comunicar por su uso de la frase.
El Evangelio de Mateo fue escrito a los Judíos. A causa de su deseo de no tomar el nombre de Dios en vano (Exo. 20:7), los Judíos a menudo usaban términos que fueron entendidos como sinónimos de Dios (es decir, “el Poder” - Mateo 26:64; Marcos 14:62; “cielo”-Lucas 15:1 en vez de Su nombre. Por lo tanto, en las escrituras de Mateo, “el reino de Dios” es más a menudo referido como “el reino de los cielos.”
Jesús declaró que el “pobre en espíritu” (Mat. 5:3) y aquellos “perseguidos a causa de la justicia” (Mat. 5) van a recibir “el reino de los cielos.” Sin embargo, los mansos van “a heredar la tierra” (Mat. 5:5). ¿Habrá dos recompensas DIFERENTES por estos grupos de personas? ¿O estos dos son realmente el mismo?
Un poco más tarde en el Sermón al Monte, Jesús enseñó a sus discípulos a cómo orar. El principio de esta oración, que es familiar a casi cada creyente, contiene el entendimiento de nuestro destino eterno:
Mateo 6:9,10: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.
El reino de Dios (”o el reino de los cielos”) estará aquí en la tierra. Jesús enseñó a sus discípulos a orar para que venga este reino, de modo que la voluntad de Dios pudiera ser hecha aquí en la tierra, como se hace ahora en el cielo.
Para mostrar concluyentemente que “el reino de los cielos” y el Mesías estarán en la tierra, debemos examinar las profecías de Antiguo Testamento. Éstas nos dirán claramente dónde los creyentes disfrutarán de su recompensa “divina”. Comencemos con una profecía del libro de Zacarías:
Zacarías 8:2-8: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Celé a Sion con gran celo, y con gran ira la celé. Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos, Monte de Santidad. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas. Así dice Jehová de los ejércitos: Si esto parecerá maravilloso a los ojos del remanente de este pueblo en aquellos días, ¿también será maravilloso delante de mis ojos? dice Jehová de los ejércitos. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: He aquí, yo salvo a mi pueblo de la tierra del oriente, y de la tierra donde se pone el sol; y los traeré, y habitarán en medio de Jerusalén; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios en verdad y en justicia”.
Zacarías claramente registra que el Mesías (a quien dieron el nombre de su Padre-Juan 17:11) volverá a Jerusalén y morará allí en medio de Israel. Esto es afirmado repetidas veces en el Tanakh, como muestran las profecías siguientes:
Zacarías 2:4-12: “y le dijo: Corre, habla a este joven, diciendo: Sin muros será habitada Jerusalén, a causa de la multitud de hombres y de ganado en medio de ella. Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella. Eh, eh, huid de la tierra del norte, dice Jehová, pues por los cuatro vientos de los cielos os esparcí, dice Jehová. Oh Sion, la que moras con la hija de Babilonia, escápate. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os toca, toca a la niña de su ojo. Porque he aquí yo alzo mi mano sobre ellos, y serán despojo a sus siervos, y sabréis que Jehová de los ejércitos me envió. Canta y alégrate, hija de Sion; porque he aquí vengo, y moraré en medio de ti, ha dicho Jehová. Y se unirán muchas naciones a Jehová en aquel día, y me serán por pueblo, y moraré en medio de ti; y entonces conocerás que Jehová de los ejércitos me ha enviado a ti. Y Jehová poseerá a Judá su heredad en la tierra santa, y escogerá aún a Jerusalén.
Miqueas 4:1-8: “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado. Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros con todo andaremos en el nombre de Jehová nuestro Dios eternamente y para siempre. En aquel día, dice Jehová, juntaré la que cojea, y recogeré la descarriada, y a la que afligí; y pondré a la coja como remanente, y a la descarriada como nación robusta; y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre. Y tú, oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti vendrá el señorío primero, el reino de la hija de Jerusalén”.
Joel 3:16-21: “Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel. Y conoceréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en Sion, mi santo monte; y Jerusalén será santa, y extraños no pasarán más por ella. Sucederá en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, y los collados fluirán leche, y por todos los arroyos de Judá correrán aguas; y saldrá una fuente de la casa de Jehová, y regará el valle de Sitim. Egipto será destruido, y Edom será vuelto en desierto asolado, por la injuria hecha a los hijos de Judá; porque derramaron en su tierra sangre inocente. Pero Judá será habitada para siempre, y Jerusalén por generación y generación. Y limpiaré la sangre de los que no había limpiado; y Jehová morará en Sion”.
Isaías 24:17-23: “Terror, foso y red sobre ti, oh morador de la tierra. Y acontecerá que el que huyere de la voz del terror caerá en el foso; y el que saliere de en medio del foso será preso en la red; porque de lo alto se abrirán ventanas, y temblarán los cimientos de la tierra. Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará. Acontecerá en aquel día, que Jehová castigará al ejército de los cielos en lo alto, y a los reyes de la tierra sobre la tierra. Y serán amontonados como se amontona a los encarcelados en mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y serán castigados después de muchos días. La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso”.
Isaías 21:1-6: “En aquel día dirás: Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido. Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra. Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”.
Salmos 12:1-12 “¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, Y los turbará con su ira. Pero yo he puesto mi rey Sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; Como vasija de alfarero los desmenuzarás. Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; Admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, Y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.
Una multitud de profecías del Antiguo Testamento hablan de la nueva reunión de los israelitas en la Tierra Santa bajo el reinado del rey Mesías. Está claro que Jesús estará aquí en la tierra gobernando sobre las naciones desde Jerusalén.
Según Pablo, debemos estar para siempre con el Señor cuando él aparezca. Si es así, entonces también estaremos aquí en la tierra, gobernando con él como reyes y sacerdotes (Rev 1:6). Isaías habla de lo que haremos entonces:
Isaías 1:24-27: “Por tanto, dice el Señor, Jehová de los ejércitos, el Fuerte de Israel: Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios; y volveré mi mano contra ti, y limpiaré hasta lo más puro tus escorias, y quitaré toda tu impureza. Restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel. Sion será rescatada con juicio, y los convertidos de ella con justicia”.
Isaías 30:18-21: “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él. Ciertamente el pueblo morará en Sion, en Jerusalén; nunca más llorarás; el que tiene misericordia se apiadará de ti; al oír la voz de tu clamor te responderá. Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus maestros nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán a tus maestros. Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”.
Los santos resucitados con cuerpos de espíritu incorruptibles servirán como maestros, consejeros, y jueces para aquellos que viven en el reino mesiánico de Dios. Como muestra la parábola de Jesús de las diez minas (Luke 19:12-27), el Mesías recompensará a sus siervos cuando él vuelva con posiciones de autoridad dentro del reino de Dios basado en lo que reprodujeron del Espíritu Santo dado a ellos. Se les dará la responsabilidad de conducir y enseñar, como las palabras de Isaías nos muestran.
No iremos al cielo. Al final del reinado de 1,000 años del Mesías, el cielo vendrá a la tierra:
Apo. 21:1-4: “1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.
Un tiempo vendrá, después del reinado del Mesías en la tierra, que Dios mismo bajará del cielo. Él morará entonces en la nueva tierra entre la humanidad. La tierra, la versión corriente y la nueva tierra que vendrá después del Milenio, siempre será la casa de humanidad.
Bryan T. Huie
El 25 de mayo de 2004
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