“…El que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo”
(1 Juan 9b).
Por Ing° Mario A Olcese (Apologista)
La doctrina de Cristo y su importancia
El apóstol Juan escribió lo siguiente en 1 Juan 9: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo”.
Sin duda alguna la doctrina de Cristo es un “paquete de enseñanzas” que impartió nuestro Señor, siendo la central o la más importante de todas, el Reino de Dios. En Juan 7:16,17 leemos lo que Jesús dijo de su propia doctrina: “Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado? Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”. Así que la doctrina que Cristo fue comisionado a predicar no fue su doctrina sino la doctrina de Dios. En Lucas 4:43 Jesús nos dice sobre la doctrina que fue enviado a predicar, de este modo: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado”. Así que, al comparar Juan 7:16,17 y Lucas 4:43 podemos decir que el reino de Dios es la doctrina central de Dios para los hombres. Jesús dice que fue enviado expresamente para predicar la doctrina del reino de Dios, una doctrina que no era de hombres, sino de Su Padre celestial.
Rechace a los predicadores que no traen la doctrina del Reino
Juan también dice: Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina (del reino), no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras”. (1 Juan 10,11)
El apóstol Juan es enfático al decir que aquel que no trae la doctrina de Cristo no debe ser recibido con ovación, porque el que lo recibe así, participa de sus malas obras. Nuestro Señor quiere que Su mensaje salvador sea conservado y mantenido límpido y puro para que la gente pueda recibir una esperanza verdadera y realmente alentadora. El Apóstol Juan se regocijaba cuando se enteraba de que sus hermanos en la fe andaban en la verdad que habían recibido por intermedio de los siervos del Señor: “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 4). “Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre” (2 Juan 2). ¿Podría Juan decir lo mismo si viera a los predicadores contemporáneos predicando un evangelio aguado o adulterado? No lo creo! Y de igual sentir hubiese sido Pablo si estuviera vivo hoy, pues recordemos que él mismo dijo: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gál. 1:6-9). Así que es algo muy serio desviarse del evangelio original predicado por Jesús y sus discípulos. ¡Es un asunto donde está en juego la vida misma, tanto la del predicador indolente como la de los oyentes negligentes!
La Doctrina de Cristo como “la Palabra del Reino”
En Hechos 13:6,7,12 leemos lo siguiente: “Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús, que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Este, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios… Entonces el procónsul, viendo lo que había sucedido, creyó, maravillado de la doctrina del Señor”.
Así que el procónsul Sergio Paulo creyó maravillado en la doctrina del Señor, o lo que es lo mismo decir, en la Palabra del reino (Ver Mateo 13:19: “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón”). Y aunque en este capítulo no se especifica exactamente en qué consistió el mensaje, palabra, o doctrina creído por el procónsul, sabemos que éste debió girar en torno del mensaje de que había otro rey y un reino que se establecería en la tierra. Por ejemplo, en Macedonia, Pablo y Silas predicaban que Jesús era el Cristo, el Mesías, el Rey del reino de Dios: “Y cuando Silas y Timoteo vinieron de Macedonia,
Pablo estaba entregado por entero a la predicación de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo” (Hechos 18:5). Así que Pablo estaba predicando la palabra o la doctrina de que Jesús era el Cristo (el ungido, el rey de Israel). Esto mismo debió oír el procónsul Sergio Paulo cuando recibió a Pablo. Pablo mismo lo dijo así: “Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:25-27). En Hechos 17:1-7 leemos algo aún más interesante y que nos lleva a concluir lo que predicaba Pablo y que seguramente también escuchó y creyó el procónsul Sergio Paulo cuando se entrevistó con él. “Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo. Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas. Entonces los judíos que no creían, teniendo celos, tomaron consigo a algunos ociosos, hombres malos, y juntando una turba, alborotaron la ciudad; y asaltando la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo. Pero no hallándolos, trajeron a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús”.
Nótese cuál era la predicación de Pablo: Primero era todo lo relacionado con el ministerio de Cristo, su muerte vicaria y su resurrección de entre los muertos, y la verdad de que él era el Cristo (el Mesías, el Rey de un reino). Esto último queda perfectamente evidenciado en la acusación de la turba que dice: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús”. Y éste no fue un mensaje localizado en un determinado lugar del mundo romano sino que era un anuncio que se expandía por todo el mundo de entonces, por todo el imperio romano y más allá aún. Sin duda el procónsul Sergio Paulo debió escuchar este mismo mensaje de labios de Pablo, es decir, de que había otro rey, Jesús, el Cristo y todo lo que implica este título.
Pero este mensaje original de Jesús y sus apóstoles no es predicado por la mayoría de los que se llaman “cristianos”. Prácticamente un 95% de cristianos NO ponen el reino de Dios primero en sus vidas y en sus prédicas regulares. Usted mismo, lector, ¿cuánta importancia le ha dado al reino de Dios? ¿Es acaso este reino el tema de sus conversaciones con sus hermanos de la fe y con sus amigos y conocidos no convertidos? ¿Se está esforzando usted para que Cristo (¡y su reino!) sea creído y esperado por los potenciales creyentes por encima de cualquier otra cosa?
Algunas conclusiones:
LA VERDAD ES EL EVANGELIO DE CRISTO (GÁL 2:5)
EL EVANGELIO DE CRISTO ES EL REINO DE DIOS (MARCOS 1:14,15)
LA PALABRA DE DIOS ES EL REINO DE DIOS (MATEO 13:19)
LA PALABRA DE DIOS ES EL EVANGELIO DE DIOS (1 Tes. 1:5,6)
LA DOCTRINA DE CRISTO ES LA PALABRA DE DIOS (HECHOS 13:7,12),
Conclusión:
La doctrina de Dios es el evangelio del reino, y el evangelio del Reino es “la verdad” que deben conservar y difundir los discípulos de Cristo.
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