La fe cristiana se fundamenta en un hecho sobrenatural que es la resurrección de Jesucristo. Pablo afirma que "si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados" (1 Corintios 15, 17; La Biblia). Ante un planteamiento tan contundente no se pueden mantener posiciones tibias, pues tal y como argumenta el escritor C.S. Lewis: "Jesús, o bien fue un mentiroso, un loco o era quien decía ser: el Hijo de Dios; no existe una cuarta opción". Esta autoproclamación de Jesús sacude la endeble consistencia de la manida idea de considerarse "creyente, pero no practicante". Eso no es ser cristiano, pues Jesús se presenta a sí mismo como quien viene a cambiar el interior de las vidas de forma radical, sin medias tintas. Nada que ver con las inercias religiosas, sociales o transitorias que no terminan de llenarnos. Además, la propia Escritura afirma que "también los demonios creen, y tiemblan" (Santiago 2, 19). Por lo tanto, aceptarle como lo que Jesús decía ser y el enviado para pagar nuestra culpa que conlleva una conversión definitiva de nuestro estilo de vida, un cambio completo de los motores que hasta ese momento nos hacían movernos por la vida.
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No son pocos quienes se han acercado a la investigación histórica para tratar de desmontar los posibles indicios de la resurrección corporal de Jesucristo. La ciencia como tal no tiene aquí ninguna respuesta, pues la resurrección es un suceso único e irrepetible que se origina en la decisión unilateral del propio Creador de las leyes físicas. Por decirlo así, afirmar que Jesús resucitó hace dos mil años o que no lo hizo, no es algo a lo que pueda respondernos la ciencia. Muchos son quienes tratan de argumentar los porqués de su escepticismo respecto a la resurrección de Jesús. Pero hay quienes sólo han escuchado algunos de estos supuestos argumentos en contra de la resurrección de Cristo, por lo que no está de más que recordemos que existen personas que han decidido realizar estudios históricos para exponer los argumentos "contra la resurrección" y que han acabado ¡convirtiéndose a Cristo y reconociendo su resurrección!
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Por tanto, para buscar un equilibrio necesario es interesante anotar someramente algunos datos favorables al hecho de la resurrección de Jesucristo. En este caso, apuntamos algunas pinceladas al respecto extraídas de los escritos del Nuevo Testamento, recordando que estos libros de la segunda parte de la Biblia son cartas que los primeros cristianos se enviaban entre ellos, pues, en contra de la imagen de "tratado universal" que algunas instituciones han dado al Nuevo Testamento, no podemos ignorar que hablamos de correspondencia remitida entre miembros de un movimiento clandestino y perseguido por el Imperio Romano. Considerando que es importante hacer esta aclaración, exponemos ahora algún punto de reflexión acerca de la realidad de la resurrección de Cristo como hecho histórico:
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¿Jesús no terminó de morir en la cruz? Una tumba sellada no favorece demasiado que un moribundo pueda escapar de ella. Si la tumba no hubiese estado vacía (pensando en que nadie salió de ella), a las autoridades romanas y judías sólo les hubiese bastado con enseñar el cuerpo de Cristo a la multitud para acallar a quienes decían que le había visto resucitado. Pero los romanos no lo hicieron. Y si los discípulos robaron el cuerpo de Cristo, ¿cómo se explica que éstos estuviesen dispuestos a ser torturados y morir por un cuento sin sentido que ellos, supuestamente, se habían inventado? Si nadie hubiese visto a Cristo resucitado ni ascender a los cielos, ¿por qué vemos en el Nuevo Testamento que entre los primeros cristianos no trataban de convencerse fervorosamente de la resurrección? Lo curioso es que en lugar de esto, más bien se intercambian expresiones del tipo "a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado" (Gálatas 3, 1). Fijémonos en que si varios de los receptores de las cartas no hubieran sido testigos oculares de la resurrección, estas referencias no tendrían sentido y hubieran perdido todo su crédito.
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Cuando Jesús es apresado y crucificado, casi todos sus seguidores huyen y se esconden, abandonándolo en una reacción cobarde aunque comprensible. Sólo un encuentro con una sorprendente resurrección de Cristo parece alimentar con fuerza a unas personas a quienes la experiencia vivida les hace impregnarse de nuevas energías ¿Morirían éstos mártires por una mentira creada por ellos? Tratándose de un movimiento pacifista y sin pretensiones políticas, ¿qué beneficio obtenían con todo esto en el caso de que su experiencia no fuese real?, Si Cristo no resucitó, ¿qué hizo que los discípulos pasaran de un estado de cobardía a ser leales a Cristo frente a los leones del circo romano? ¿Qué les hizo cambiar su miedo en lucha, fe y entusiasmo?
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Los criterios psicológicos son también interesantes. Si Cristo no fuese el Hijo de Dios, la coherencia de su mensaje, la revolución de la justicia que el predicada, el perdón que trajo, el poder del amor desprendido de sus hechos y palabras, y todo el influjo tan sanador que su persona ha tenido a lo largo de la historia no encajaría muy bien con la posibilidad de que Él fuera un tarado mental o un engañador. Aunque hemos citado sólo algunas píldoras muy pequeñas de un asunto amplio, no olvidemos que, en el fondo, creer o no creer en la resurrección (aunque esta creencia tenga base histórica) es, a fin de cuentas, un acto de fe y de decisión firme ante el reto que nos presenta a cada uno de nosotros el Jesús en los evangelios. Te invitamos a que confrontes la posibilidad de la resurrección de Jesús con preguntas como las siguientes: ¿Lo que dice Jesús tiene fundamento para mi vida vida? ¿Es Cristo el camino y la fuente de vida eterna? ¿Ha venido para pagar mis deudas? ¿Puedo verme como liberado si decido seguirle y entregarle mi vida? ¿Es la fe cristiana una relación personal con el Jesús resucitado de los evangelios y no lo que, a veces, tanto se dice de él en el ámbito religioso y represor? Millones de personas pueden esgrimir argumentos para no creer en la resurrección, pero muchos otros hemos decidido aceptarla como un hecho válido para nuestras vidas, confirmando y dando testimonio en el día a día acerca de aquella resurrección que hoy es transformación real, radical y pragmática. Vidas rehechas, llenas de esperanza y amor que dan cuenta hoy de los poderosos efectos actuales de esa resurrección.
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