jueves, 17 de diciembre de 2009

¿SOMOS TODOS LOS SERES HUMANOS HIJOS DE DIOS?



Por supuesto que para todos los verdaderos hijos de Dios la respuesta es un rotundo NO, ¿pero que hay del público en general? Muchos aún creen que el hombre, sea bueno o malo, es un hijo de Dios, porque Dios lo creó a su imagen y semejanza. ¿Pero qué dice la Biblia? He aquí algunos textos importantes que nos aclararán el asunto:
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Amad, pues, á vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos (Lc 6:35).
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Comentario: No todos los humanos aman a sus enemigos, ni hacen el bien, por tanto, no todos los seres humanos son hijos de Dios.
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Mas á todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, á los que creen en su nombre (Jn 1:12)
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Comentario: No todos los humanos creen en Jesús. Por tanto, no todos los humanos son hijos de Dios.
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Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Estas cosas habló Jesús, y fuése, y escondióse de ellos. (Jn 12:36)
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Comentario: No todos los humanos creen en la luz (Jesús). Por tanto, no todos los humanos son hijos de Dios.
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Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios (Rom. 8:14).
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Comentario: No todos los seres humanos son guiados por el Espíritu de Dios. Por tanto, no todos los hombres son hijos de Dios.
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Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos de Cristo; si empero padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. (Rom. 8:17).
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Comentario: No todos los seres humanos padecen juntamente con Cristo. Por tanto, no todos los hombres son hijos de Dios.
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Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (Gál. 3:26)
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Comentario: No todos los seres humanos tienen fe en Cristo Jesús. Por tanto, no todos los hombres son hijos de Dios.
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Y por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: Abba, Padre (Gál. 4:6).
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Comentario: No todos los hombres claman: Abba, Padre. Por tanto, no todos los hombres son hijos de Dios.
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Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados (Efe. 5:1)
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Comentario: No todos los seres humanos imitan a Dios. Por tanto, no todos los hombres son hijos de Dios.
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En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama á su hermano, no es de Dios. (1 Juan 3:10)
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Comentario: No todos los seremos humanos hacen la justicia, por tanto, no todos los hombres son hijos de Dios.

lunes, 14 de diciembre de 2009

VOTOS VERSUS PACTOS



Por Ingº Alfonso Orellana
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El convertir la ceremonia de matrimonio en un intercambio de votos es algo que ha causado gran miseria al mundo occidental y sus consecuencias negativas no se pueden calcular. Las tragedias en el seno de la familia entre esposos e hijos frecuentemente son el desenlace de votos quebrantados por una de las dos partes o por las dos. Someto que muchas de estas tragedias se habrían mitigado o eliminado por completo si la pareja hubiese entrado en un pacto.
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Estas dos palabras implican, en su raíz, dos cosas muy distintas. Un voto es un juramento unilateral hecho sin condiciones. Una vez que hay una condición ya deja de ser un voto y se convierte en un pacto. Cuando dos personas juran ante Dios y testigos fidelidad eterna a otra persona en las buenas y en las malas se está exponiendo a miseria. Si la otra persona no cumple en lo absoluto su parte, el otro queda obligado aun por el voto. Nunca he escuchado en ninguna ceremonia de bodas expresiones que comprometan a la otra aparte; por lo tanto el matrimonio, como se practica en el mundo cristiano, no es consistente con la manera en que Dios ha tratado con el hombre desde su creación. En mi opinión, los votos deben estar reservados, en el mejor de los casos, para nuestra relación con Dios, quien es el único que cuya fidelidad es eterna y nunca nos va a defraudar. Los humanos, como en el caso de un cónyuge, siempre existe la posibilidad.
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Estando muchas veces en el asiento de consejero matrimonial puedo decir que la raíz de muchos problemas está centrada en la idea de que ‘el (o ella) prometió…’ El dar por sentado que el otro está obligado crea un sentimiento muy real de que se nos ‘debe algo’ a lo cual tenemos derecho sin condiciones. El resultado es el resentimiento y el remordimiento que crece hasta llevar al divorcio en el mejor de los casos. Otros, escogen sufrir toda una vida por varias razones; la religión, la presión social, los hijos, la necesidad económica, etc. El denominador común es que ninguna de estas razones contribuye a la felicidad en el matrimonio y toda la consejería y psiquiatría del mundo no puede ayudar. Tristemente, el ciclo se repite con la siguiente generación. Es muy desventajoso para una persona hacer votos que tendrán un impacto de toda una vida en el momento en que no tienen la suficiente experiencia y conocimiento para tomar la mejor decisión. El asunto del matrimonio se convierte en una lotería de la cual hay muy pocos ganadores.
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UNA PERSPECTIVA BIBLICA
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En el primer matrimonio en la Biblia no hubo intercambio de votos. Simplemente, Dios le ‘dio la mujer al hombre.’ Esta habría de ser su complemento, ayudante. El resto de la historia la conocemos.
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Durante los siguientes siglos se habla de ‘tomar esposa’ y la connotación moderna pudiera implicar lo que realmente existía entonces, una sociedad dominada por hombres. El matrimonio era un asunto de familia y comúnmente envolvía una transacción comercial en la que los padres de uno o del otro presentaban pago por el hijo o hija que se casaba. Esta costumbre continua vigente en muchas partes del mundo junto con el arreglo en el cual la pareja no tiene nada que decidir al respecto. El hacer público el acto de tomar una esposa era suficiente para sellar aquella relación.
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No había ceremonias eclesiásticas, hasta por menos el siglo noveno A.D. que envolvieran votos entre las partes. Eso es un invento del mundo cristiano. Esta ese entonces el decir que uno estaba ‘casado’ era suficiente aunque dentro de la sociedad Romana y particularmente entre la clase rica ya existían protocolos legales de matrimonio. Lo importante es reconocer que los siervos de Dios se destacaron por ser los más civilizados de su tiempo en la manera en que trataban a sus esposas.
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Cuando la pareja que desea agradar a Dios se encuentran frente a diferencias irreconciliables, la presión psicológica puede ser desbastadora. El deseo de ‘escapar’ de una relación toxica se puede complicar terriblemente y pudiera traer ruina emocional, espiritual, física y económica. Todo esto contribuye a que abogados se enriquezcan a medida que explotan al máximo los protocolos legales existentes y promueven la animosidad entre las parejas. Tristemente muchos de estos procesos “legales” terminan en una desgracia y en hijos huérfanos.
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Cuando Jesús habló acerca del divorcio, no podía diluir la ley o estándar perfecto del Padre al condonar el divorcio por cualquier razón pero sí reconoció que debido a la ‘dureza de corazón’ por parte del pueblo, Moises concedió el divorcio entre los israelitas. Aunque sabemos que aun esta provisión se corrompió y se abuso de ella, ¿Qué nos hace pensar que nosotros hoy día no tenemos la misma ‘dureza de corazón’ que necesitó una provisión de divorcio en le Israel antiguo? Creo que hoy, en vista de la introducción de votos matrimoniales es aun más necesario un vehículo por el cual sacar de un ‘yugo desigual’ a cualquiera que llegue a estar al borde de la desesperación al llevar toda la carga que representa andar juntos.
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Los votos los hacemos a Dios de manera voluntaria y unilateral. Cuando condicionamos nuestro voto, este llaga a ser un pacto. Dios es un Dios de pactos. En Sinaí Dios hizo un pacto con la casa de Israel en el cual ambas partes se comprometían. En el caso de Israel consistía en obedecer la ley y la parte de Dios era bendecirles. En el nuevo pacto, Dios provee el “cordero que quita el pecado del mundo” a cambio de que recibamos al mediador del pacto, con todo lo que implica; arrepentimiento y bautismo.
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Un ejemplo clásico de un pacto con Dios es la situación de Ana, la madre de Samuel. Ella hizo un pacto o contrato con Dios; si le daba hijo varón, lo dedicaría al servicio de Él. Ambos cumplieron su parte. Dios no ha cambiado, sigue siendo un Dios de pactos. Por eso creo que el matrimonio debe ser un pacto entre un hombre y una mujer de modo que haya un sentido mutuo de obligación ante Dios y ante ellos mismos. Dos personas que caminen juntos, jalando parejo el yugo en amor y altruismo. Lo que sigue es un boceto, producto de mi imaginación poética, de lo que podrían ser palabras de pacto a ser pronunciadas públicamente entre personas que desean caminar juntos el resto de sus vidas. Cada quien pudiera modificarlas a su antojo.
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Amado(a) compañero(a) mío(a):
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Me presento hoy delante de ti, de Dios y de estos testigos para celebrar el encuentro de nuestras almas y para expresar de manera pública que te amo y estoy dispuesta(o) a caminar contigo, hombro a hombro por el resto de mi vida y aun la eternidad, si así lo dispone Dios.
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Estoy dispuesta(o) a serte fiel, amarte, respetar tu opiniones y gustos, aun cuando difieran de los míos y cuidarte por tanto tiempo como tú estés dispuesto(a) hacer lo mismo. No quiero más de ti de lo que yo misma(o) esté dispuesta(o) a dar.
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Me esforzare por ser la persona ideal para tu vida a la vez que tú haces lo mismo, de modo que nuestro amor siga creciendo de día en día. Regaremos nuestros campos de mutuas bendiciones mientras confiamos en el cuidado amoroso del Señor. Bienvenido(a) a mi vida.
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La parte del “Cesar” es ineludible si queremos vivir en un mundo civilizado, pero pienso que si el énfasis se dirige en direcciona “Pacto” y no “Votos” las cosas pueden marchar de una mejor manera y las exigencias unilaterales podrían mitigarse al tener calor que hay una parte con la cual cada uno tiene que cumplir para que ese contrato siga vigente.

LETTER FROM THOMAS JEFFERSON TO DR. BENJAMIN WATERHOUSE



.Monticello, June 26, 1822
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_To Dr. Benjamin Waterhouse_
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_Monticello, June 26, 1822_
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DEAR SIR, — I have received and read with thankfulness and pleasure your denunciation of the abuses of tobacco and wine. Yet, however sound in its principles, I expect it will be but a sermon to the wind. You will find it as difficult to inculcate these sanative precepts on the sensualities of the present day, as to convince an Athanasian that there is but one God. I wish success to both attempts, and am happy to learn from you that the latter, at least, is making progress, and the more rapidly in proportion as our Platonizing Christians make more stir and noise about it. The doctrines of Jesus are simple, and tend all to the happiness of man.
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1. That there is one only God, and he all perfect.
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2. That there is a future state of rewards and punishments.
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3. That to love God with all thy heart and thy neighbor as thyself, is the sum of religion. These are the great points on which he endeavored to reform the religion of the Jews. But compare with these the demoralizing dogmas of Calvin.
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1. That there are three Gods.
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2. That good works, or the love of our neighbor, are nothing.
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3. That faith is every thing, and the more incomprehensible the proposition, the more merit in its faith.
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4. That reason in religion is of unlawful use.
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5. That God, from the beginning, elected certain individuals to be saved, and certain others to be damned; and that no crimes of the former can damn them; no virtues of the latter save.
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Now, which of these is the true and charitable Christian? He who believes and acts on the simple doctrines of Jesus? Or the impious dogmatists, as Athanasius and Calvin? Verily I say these are the false shepherds foretold as to enter not by the door into the sheepfold, but to climb up some other way. They are mere usurpers of the Christian name, teaching a counter-religion made up of the_deliria_ of crazy imaginations, as foreign from Christianity as is that of Mahomet. Their blasphemies have driven thinking men into infidelity, who have too hastily rejected the supposed author himself, with the horrors so falsely imputed to him. Had the doctrines of Jesus been preached always as pure as they came from his lips, the whole civilized world would now have been Christian. I rejoice that in this blessed country of free inquiry and belief, which has surrendered its creed and conscience to neither kings nor priests, the genuine doctrine of one only God is reviving, and I trust that there is not a _young man_ now living in the United States who will not die an Unitarian.
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But much I fear, that when this great truth shall be re-established, its votaries will fall into the fatal error of fabricating formulas of creed and confessions of faith, the engines which so soon destroyed the religion of Jesus, and made of Christendom a mere Aceldama; that they will give up morals for mysteries, and Jesus for Plato. How much wiser are the Quakers, who, agreeing in the fundamental doctrines of the gospel, schismatize about no mysteries, and, keeping within the pale of common sense, suffer no speculative differences of opinion, any more than of feature, to impair the love of their brethren. Be this the wisdom of Unitarians, this the holy mantle which shall cover within its charitable circumference all who believe in one God, and who love their neighbor! I conclude my sermon with sincere assurances of my friendly esteem and respect.

¿SÓLO 144,000 MÁRTIRES REINARÁN CON CRISTO?


Hay algunos cristianos que sostienen que sólo 144,000 mártires reinarán con Cristo. Es decir, aquellos que tuvieron la “buena fortuna” de morir por su fe ganarán su trono como coherederos del reino de Cristo.
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Pues bien, durante los casi veinte siglos de la Era Cristiana, ¿cuántos mártires hubo por la causa de Cristo?
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La verdad es que hay autores cristianos y aun paganos de los tres primeros siglos, los cuales están acordes en atestiguar que el número de mártires fue inmenso. Si alguno que otro guarda silencio sobre este punto, este tal no puede prevalecer, en buena crítica, contra las más auténticas aseveraciones. Indi­caremos algunos de estos testimonios.
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a. La tradición cristiana ha considerado siempre como muy grande el número de los mártires. La afirmación de los escritores eclesiásticos de los cua­tro primeros siglos, especialmente de Tertuliano, de S. Justino, de S. Ireneo, de Lactancio y de Eusebio, es uniforme: sus historias, sus homilías, sus apolo­gías, sus diversos tratados, como las Actas mismas de los mártires, suponen siempre que las persecucio­nes hicieron mártires sin cuento durante los 249 años que duraron.
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-b. Bajo el reinado de Marco-Aure­lio, dice el historiador Eusebio (siglo IV), la animosidad y el furor de los pueblos hicieron un número casi infinito de mártires. De los diez libros de que se compone la Historia de Eusebio, no hay uno solo en que no hable de las persecuciones suscitadas por los diversos emperadores. En una obra atribuida á Lactancio (De inorte persecutorum), y que es cierta­mente de un contemporáneo de Diocleciano, se ha­bla de seis emperadores cuya muerte desastrosa pa­rece ser efecto de la venganza divina. «Toda la tierra fue cruelmente atormentada, dice este autor, y, si exceptuamos las Galias, el Oriente y el Occi­dente fueron desolados y devorados por tres monstruos.»
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c. Tácito, por su parte, afirma (Anales, XV, 44), que bajo el imperio de Nerón, pereció una mul­titud inmensa de cristianos (multitudo ingens). En su oración fúnebre de Juliano el Apóstata, el retórico Libanio afirma que, al advenimiento de este empera­dor, se preparaban los cristianos para ver de nuevo correr «ríos de sangre, flumina sanguinis». –
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d. Bajo el imperio de Diocleciano y Maximiano fue tan ho­rrorosa la persecución, que estos emperadores llega­ron á gloriarse de haber exterminado el Cristanismo. Pues bien, al advenimiento de estos perseguidores el Cristianismo florecía en todo el imperio.
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e. Es cierto que desde el año 64 al 313 tuvo la Iglesia sus períodos de tregua: Dios no quiso, dice Orígenes, que fuese enteramente destruida la raza de los cristia­nos; sin embargo, desde Trajano á Septimio Severo la persecución fue continua, en el sentido que siem­pre se mantuvo en una u otra parte del imperio. Después de Septimio-Severo los edictos fueron mu­chas veces revocados, pero por mala voluntad de los gobernadores ó por otra causa, lo cierto es que la sangre cristiana no cesó de correr jamás (6).
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Ateniéndose a los cálculos de L. Hertling, se podría calcular que, durante la segunda mitad del siglo I (Nerón, Domiciano), los mártires serian unos cinco mil; para todo el siglo II (Adriano, Trajano, Antonio, Marco Aurelio), unos diez mil; para todo el siglo III (Septi­mio Severo, Decio, Valeriano, Aureliano), unos veinticinco mil; y para finales del siglo III y comienzos del siglo IV (Diocleciano, Gale­rio, Maximino Daja), unos cincuenta mil; con lo cual se podría calcular el número de los mártires de las persecuciones del Imperio Romano en torno a cien mil”[127]. Es decir, sólo en los primeros tres siglos de la Era Cristiana hubo unos 100,000 mártires.
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Para redondear los 144,000 mártires que reinarán con Cristo, este resto tendría que salir de los siglos subsiguientes. ¿Pero creerá alguno que sólo hubo 44,000 mártires de Cristo en los 16 siglos restantes de la Era Cristiana? Parece difícil creerlo, si pensamos en la gran cantidad de mártires protestantes asesinados por la iglesia Católica en la Edad Media. Sólo entre los siglos VI al XIX el catolicismo asesinó a miles de albigenses y valdenses. En la ciudad de Béziers (Basiera), por citar una ciudad, mataron a 20.000 Albigenses. En el transcurso de la lucha resultante centenares de miles más cayeron. A estos hay que sumar los mártires de los siglos trece al diecisiete, y que son muchos, por cierto. Además, aún hoy, en distintos países anticristianos, siguen persiguiendo y matando a cientos de cristianos, y no terminará esta persecución y matanza hasta que Cristo regrese en gloria. La cifra de mártires podría subir muy, pero muy por encima de los 144,000 individuos citados en Apocalipsis 7 y 14.
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Por tanto nos preguntamos, ¿no deberíamos tomar de manera simbólica el número 144,000 de Apocalipsis 7 y 14?
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(ver:http://cristianohoy.wordpress.com/2008/10/26/martires-de-la-inquisicion/)
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jueves, 10 de diciembre de 2009

LAS TEORÍAS EVOLUCIONISTAS NO PUEDEN SER UTILIZADAS PARA AFIRMAR NI NEGAR LA CREACIÓN


Mariano Artigas es autor de un libro sobre el evolucionismo y su relación con la filosofía y la religión, titulado “Las fronteras del evolucionismo” en el que constata que hay cuestiones que la ciencia no pude resolver. Artigas (Zaragoza, 1938) es miembro de la Academia Internacional de Filosofía de las Ciencias de Bruselas y de la Academia Pontifica de Santo Tomás del Vaticano. Es Doctor en Ciencias Físicas y en Filosofía y es profesor ordinario de Filosofía de la Naturaleza y de las Ciencias en la Universidad de Navarra.

PREGUNTA: ¿El título «Las fronteras del evolucionismo» indica que hay cuestiones que caen fuera de la competencia de la ciencia?

RESPUESTA: “Le responderé con palabras de Stephen Jay Gould, uno de los evolucionistas más importantes del siglo XX. Fue durante casi toda su vida profesor de la Universidad de Harvard. Fue autor, junto con Niles Eldredge, de la teoría del «equilibrio puntuado», que figura en todos los tratados de evolución. Murió de cáncer en 2002, a los 60 años. Era agnóstico. En sus últimos años publicó dos libros sobre las relaciones entre ciencia, humanidades y religión, y sostenía que ciencia y religión son «dos magisterios que no se superponen», porque la ciencia estudia la composición y funcionamiento del mundo natural, mientras que la religión trata sobre cuestiones espirituales y morales.” Gould afirmaba que no tiene sentido buscar respuesta a las preguntas sobre el sentido de la vida en la ciencia natural. Otro evolucionista muy conocido, Richard Dawkins, profesor de l a Universidad de Oxford, es ateo y ataca a la religión, pero reconoce que el estudio de la evolución no puede proporcionar respuesta a los problemas morales.”

P: Es interesante su visión sobre evolución y creación: «La evolución sólo puede darse si existe algo capaz de evolucionar: una evolución desde la nada es un contrasentido. Por eso, las teorías evolucionistas no pueden ser utilizadas para afirmar ni negar la creación». ¿Puede iluminar más esta afirmación?

R: La idea cristiana de creación se refiere a que todo lo que existe depende en su ser de Dios. En cambio, la evolución se refiere a cómo proceden unos seres de otros en el mundo creado a través de una herencia con modificación. Son dos planos diferentes. Esto ya fue reconocido por no pocos cristianos en el siglo XIX, y hace tiempo que es generalmente aceptado por casi todos los cristianos, exceptuando algunos grupos fundamentalistas protestantes que son minoritarios en los Estados Unidos pero arman mucho ruido. Lo que pasa es que no es fácil imaginarse cómo es la acción de Dios, porque no tenemos otros ejemplos semejantes.

P: Usted no pretende criticar las teorías científicas de la evolución, pero hay algunos cristianos que lo hacen. ¿Qué opinión le merecen?

R: Que están en su derecho. Cualquiera puede criticar las teorías científicas, que se formulan públicamente y se apoyan en argumentos conocidos. Pero esas críticas, para que sean serias, deben apoyarse en razones bien fundamentadas. Los «creacionistas científicos» norteamericanos han utilizado argumentos bastante poco convincentes, y han utilizado la Biblia como si fuera un tratado científico, extrayendo de ella doctrinas que van más allá del sentido de los libros sagrados.

P: Pero, ¿qué hacemos con el Libro del Génesis?

R: Pues extraer de él las doctrinas religiosas que contiene, que son muy importantes y que son las que han sido subrayadas por la Iglesia a través de los siglos: por ejemplo, que Dios es el creador de todo lo que existe, que tiene una providencia especial con el ser humano, que en sus orígenes el ser humano se apartó de Dios, que Dios tiene planes de salvación para el género humano y los ha desarrollado a través de la historia. Hace siglos, en Occidente la Iglesia se ocupaba de casi toda la cultura; el desarrollo de la ciencia moderna ha ayudado a dejar más claro cuál es el ámbito de las verdades religiosas y a distinguir esas verdades del revestimiento en que han sido presentadas (los seis días, la manzana, la serpiente).

P: No debería haber ningún problema para combinar evolución y Dios, y, sin embargo, hay conflicto. ¿Cómo se resuelve?

R: Estudiando y evitando prejuicios. Pensando en lo que significa que Dios es causa primera del ser de todo lo que existe, y que las criaturas son causas segundas, que causan de verdad, pero dependen completamente de Dios, aunque Dios respeta las capacidades que Él mismo les ha dado. Advirtiendo que la ciencia es uno de los logros más importantes de la historia humana, pero evitando el imperialismo científico que pretende juzgar todo mediante la ciencia: eso ya no es ciencia, sino una filosofía mala que suele denominarse cientificismo.

¿SON TODAS LAS RELIGIONES IGUALES?


¿Qué distingue al cristianismo de otras religiones? Frente a esta gran pregunta se pueden exponer diferentes respuestas. Pero he aquí una explicación que abraza, casi asfixiándolas, a todas las demás: La gracia, que es el regalo de la vida eterna, la esperanza y el perdón definitivo que Dios nos da sin que lo mereciésemos.

Pero como ocurre con casi todos los vocablos de la jerga religiosa, el significado y trascendencia de estos conceptos suelen percibirse en ocasiones de un modo flojo e incluso distorsionado. Hablar de la gracia es hablar de la fuerza transformadora más potente del universo. Aunque en un primer acercamiento puede darnos la impresión de que se produce justo el efecto contrario, el llamado Sermón del Monte pronunciado por Jesús expone, como si de un nuevo Big Bang se tratase, un colosal despliegue del comienzo del nuevo orden empapado por esta gracia: “Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: ‘Tonto‘ a su hermano será culpable; y cualquiera que le diga: ‘Estúpido‘ quedará expuesto al infierno de fuego. Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón. A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por un kilómetro, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues. Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5; La Biblia).

Aunque tras un acercamiento superficial no lo parezca, lo que Jesús pone de manifiesto en estos duros mandamientos no es una Ley estricta, ni condenación… ¡Sino una salida hacia la gracia y el perdón! Y es que no nos queda otra, pues el discurso de Jesús nos sitúa a todos en el registro de la propiedad del lago de fuego. Y por esta razón estalla la gracia, porque el Sermón del Monte se nos hace imposible de cumplir. Y es que en realidad, lo que Jesús afirma en este discurso no es acerca de nosotros, sino de lo que Dios es. Nos señala con el dedo y nos obliga a reconocer nuestra perpetua mediocridad. Es la imagen del delincuente tumbado en la acera mientras la policía le esposa. Es nuestra imagen, la de nuestra incapacidad natural para ser dignos amigos de un Dios puro, justo y santo sin fin.

“Sed perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5, 48), dijo una vez Jesucristo completamente en serio. Por este motivo es nuestra obligación tratar de cumplir los mandamientos de Dios con su ayuda sobrenatural, pero no olvidemos que se trata de una tarea que nunca alcanzaremos de forma completa en este mundo. No obstante, la gracia no puede prostituirse a modo de excusa para apartarnos de su dador, de Dios. Más bien todo lo contrario, pues este regalo inmerecido de la salvación eterna nos invita a ser agradecidos y a buscar el bien como alegre resultado del hecho de que Dios ya nos ha rescatado sin merecerlo. No hay presupuesto para ganarnos el favor de Dios por nuestros méritos, no hay recursos, no hay capacidad, pues somos imperfectos. Solamente no queda seguir al Maestro sabiendo que corremos hacia una meta inalcanzable por el momento. Eso es, de eso trata el Sermón del Monte, de nuestra incapacidad. Por esta razón se nos presenta esa esencia embriagante a la que Dios llamó gracia, el lugar donde la soledad y la culpa son expulsadas del paraíso por decisión unilateral del dador de la vida. Y es
que lo que ocurrió en la cruz del Calvario ha sido el único escándalo que ha hecho gemir al cosmos de forma literal. A nosotros se nos ha entregado la opción de rendirnos, se nos ha dado una invitación para pasear por dentro del jardín y convencernos sin reservas de que todo lo que Dios nos pide es sinónimo de libertad. Emprendemos ahora un viaje donde el equipaje que debemos dejar atrás es justo aquello que llevamos pero que ya nos hemos dado cuenta de que no lo necesitamos: culpa, vanidad, rechazo, orgullo, miedos, rebeldía, autosuficiencia, baja autoestima, cobardía y todas las demás mentiras que nos habían encadenado hasta ahora comienzan un proceso de desprendimiento a la luz de la verdad de Dios y de su evangelio. Cuando se atraviesan las puertas de la gracia se percibe el cálido aroma del peso y la madera de aquella cruz del Calvario, un aroma tan penetrante que se entremezcla en las llagas producidas por nuestros malditos errores convirtiéndolas ahora en globos que se elevan hasta desaparecer en el Cielo.

Con todo, a nadie se le escapa que resulta chocante que exista una forma de justicia donde el culpable es absuelto gracias a los trabajos forzosos del Juez. Pero si no fuera así, no podríamos siquiera respirar. Así es la gracia desatada en Gólgota, aquello que hace que el mayor ejercicio de perdón de la historia despoje al cristianismo de ser un ismo más. Ahora Cristo ha convertido la existencia -la nuestra- en esperanza. Desde entonces, y desde ahora, la vida se presenta imposible de despreciar, haciendo que lo nuestro con Jesucristo no pueda llamarse simplemente religión. Tan sencillo y tan sublime, pues teniéndole a Él tenemos la gracia, lo tenemos todo. Sólo hace falta quererlo.

© Por Delirante.org

SOBRE LA POLÉMICA RESURRECCIÓN DE CRISTO



La fe cristiana se fundamenta en un hecho sobrenatural que es la resurrección de Jesucristo. Pablo afirma que "si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados" (1 Corintios 15, 17; La Biblia). Ante un planteamiento tan contundente no se pueden mantener posiciones tibias, pues tal y como argumenta el escritor C.S. Lewis: "Jesús, o bien fue un mentiroso, un loco o era quien decía ser: el Hijo de Dios; no existe una cuarta opción". Esta autoproclamación de Jesús sacude la endeble consistencia de la manida idea de considerarse "creyente, pero no practicante". Eso no es ser cristiano, pues Jesús se presenta a sí mismo como quien viene a cambiar el interior de las vidas de forma radical, sin medias tintas. Nada que ver con las inercias religiosas, sociales o transitorias que no terminan de llenarnos. Además, la propia Escritura afirma que "también los demonios creen, y tiemblan" (Santiago 2, 19). Por lo tanto, aceptarle como lo que Jesús decía ser y el enviado para pagar nuestra culpa que conlleva una conversión definitiva de nuestro estilo de vida, un cambio completo de los motores que hasta ese momento nos hacían movernos por la vida.
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No son pocos quienes se han acercado a la investigación histórica para tratar de desmontar los posibles indicios de la resurrección corporal de Jesucristo. La ciencia como tal no tiene aquí ninguna respuesta, pues la resurrección es un suceso único e irrepetible que se origina en la decisión unilateral del propio Creador de las leyes físicas. Por decirlo así, afirmar que Jesús resucitó hace dos mil años o que no lo hizo, no es algo a lo que pueda respondernos la ciencia. Muchos son quienes tratan de argumentar los porqués de su escepticismo respecto a la resurrección de Jesús. Pero hay quienes sólo han escuchado algunos de estos supuestos argumentos en contra de la resurrección de Cristo, por lo que no está de más que recordemos que existen personas que han decidido realizar estudios históricos para exponer los argumentos "contra la resurrección" y que han acabado ¡convirtiéndose a Cristo y reconociendo su resurrección!
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Por tanto, para buscar un equilibrio necesario es interesante anotar someramente algunos datos favorables al hecho de la resurrección de Jesucristo. En este caso, apuntamos algunas pinceladas al respecto extraídas de los escritos del Nuevo Testamento, recordando que estos libros de la segunda parte de la Biblia son cartas que los primeros cristianos se enviaban entre ellos, pues, en contra de la imagen de "tratado universal" que algunas instituciones han dado al Nuevo Testamento, no podemos ignorar que hablamos de correspondencia remitida entre miembros de un movimiento clandestino y perseguido por el Imperio Romano. Considerando que es importante hacer esta aclaración, exponemos ahora algún punto de reflexión acerca de la realidad de la resurrección de Cristo como hecho histórico:
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¿Jesús no terminó de morir en la cruz? Una tumba sellada no favorece demasiado que un moribundo pueda escapar de ella. Si la tumba no hubiese estado vacía (pensando en que nadie salió de ella), a las autoridades romanas y judías sólo les hubiese bastado con enseñar el cuerpo de Cristo a la multitud para acallar a quienes decían que le había visto resucitado. Pero los romanos no lo hicieron. Y si los discípulos robaron el cuerpo de Cristo, ¿cómo se explica que éstos estuviesen dispuestos a ser torturados y morir por un cuento sin sentido que ellos, supuestamente, se habían inventado? Si nadie hubiese visto a Cristo resucitado ni ascender a los cielos, ¿por qué vemos en el Nuevo Testamento que entre los primeros cristianos no trataban de convencerse fervorosamente de la resurrección? Lo curioso es que en lugar de esto, más bien se intercambian expresiones del tipo "a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado" (Gálatas 3, 1). Fijémonos en que si varios de los receptores de las cartas no hubieran sido testigos oculares de la resurrección, estas referencias no tendrían sentido y hubieran perdido todo su crédito.
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Cuando Jesús es apresado y crucificado, casi todos sus seguidores huyen y se esconden, abandonándolo en una reacción cobarde aunque comprensible. Sólo un encuentro con una sorprendente resurrección de Cristo parece alimentar con fuerza a unas personas a quienes la experiencia vivida les hace impregnarse de nuevas energías ¿Morirían éstos mártires por una mentira creada por ellos? Tratándose de un movimiento pacifista y sin pretensiones políticas, ¿qué beneficio obtenían con todo esto en el caso de que su experiencia no fuese real?, Si Cristo no resucitó, ¿qué hizo que los discípulos pasaran de un estado de cobardía a ser leales a Cristo frente a los leones del circo romano? ¿Qué les hizo cambiar su miedo en lucha, fe y entusiasmo?
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Los criterios psicológicos son también interesantes. Si Cristo no fuese el Hijo de Dios, la coherencia de su mensaje, la revolución de la justicia que el predicada, el perdón que trajo, el poder del amor desprendido de sus hechos y palabras, y todo el influjo tan sanador que su persona ha tenido a lo largo de la historia no encajaría muy bien con la posibilidad de que Él fuera un tarado mental o un engañador. Aunque hemos citado sólo algunas píldoras muy pequeñas de un asunto amplio, no olvidemos que, en el fondo, creer o no creer en la resurrección (aunque esta creencia tenga base histórica) es, a fin de cuentas, un acto de fe y de decisión firme ante el reto que nos presenta a cada uno de nosotros el Jesús en los evangelios. Te invitamos a que confrontes la posibilidad de la resurrección de Jesús con preguntas como las siguientes: ¿Lo que dice Jesús tiene fundamento para mi vida vida? ¿Es Cristo el camino y la fuente de vida eterna? ¿Ha venido para pagar mis deudas? ¿Puedo verme como liberado si decido seguirle y entregarle mi vida? ¿Es la fe cristiana una relación personal con el Jesús resucitado de los evangelios y no lo que, a veces, tanto se dice de él en el ámbito religioso y represor? Millones de personas pueden esgrimir argumentos para no creer en la resurrección, pero muchos otros hemos decidido aceptarla como un hecho válido para nuestras vidas, confirmando y dando testimonio en el día a día acerca de aquella resurrección que hoy es transformación real, radical y pragmática. Vidas rehechas, llenas de esperanza y amor que dan cuenta hoy de los poderosos efectos actuales de esa resurrección.
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© Por Delirante.org

LA VERDAD DE LA PANDEMIA