Una encuesta Gallup realizada hace algunos años atrás encontró que el 87% de los americanos creía en Dios. De ese número, el 78% creía que Dios es una Trinidad.
Sin embargo, la Trinidad es una doctrina que no es entendida claramente por el clero, y menos aún, por la mayoría de los laicos cristianos. De hecho, la mayoría no tienen ni el deseo ni el incentivo para entender lo que su iglesia enseña. Pocos laicos son conscientes de los problemas con la doctrina de la Trinidad. Ellos simplemente la dan por sentado, dejando los aspectos doctrinales misteriosos a los teólogos. Y si un laico optara por investigar más a fondo la doctrina, deberá hacer frente a similares desalentadoras declaraciones como la siguiente: “La mente del hombre no puede comprender plenamente el misterio de la Trinidad. El que quiera tratar de comprender plenamente el misterio perderá el juicio. Pero aquel que niegue la Trinidad perderá su alma” (Harold Lindsey y Charles J. Woodbridge, Un Manual de la verdad cristiana, pp. 51-52).
Esta declaración significa que el concepto de la Trinidad debe ser aceptado a rajatabla. Sin embargo, aceptar meramente como doctrina sin probarlo sería totalmente contrario a la Escritura. Dios inspiró a Pablo a escribir:
“Examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
Y Pedro amonesta a los cristianos:
“… Estad siempre preparados para dar una respuesta a cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros…” (1 Pedro 3:15).
Por lo tanto, el cristiano tiene el deber de probar si es o no de Dios la doctrina de la Trinidad.
Recuerde, si los adultos laicos no pueden entender la Trinidad, ¿cómo podríamos esperar que la entiendan los niños, a quienes el Señor reveló sus verdades y las ocultó de los sabios? ¡Seguramente Jesús nunca hubiera revelado semejante doctrina compleja e intrincada a niños sencillos y sin mucha ciencia!
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