Antiguo Testamento
La primera pregunta que uno puede plantarse es si verdaderamente Jesús es Rey. Para encontrar la respuesta hemos de acudir forzosamente a la Revelación. ¿Qué nos enseña el mismo Dios acerca de esta materia.
Si acudimos a la Sagrada Escritura en busca de textos que den fe de la realeza de Cristo nos encontramos que es como ir en busca de agua al mar. El carácter real del Mesías prometido por Dios y aguardado por Israel es una idea dominante en todo el Antiguo Testamento.
Ya en el libro de los Números, Balaán pronuncia el oráculo en el que manifiesta que contempla, aunque no de cerca, como “una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel” Núm.24, 17, y “de Jacob sale un dominador”Núm.24,19.
En los textos del Profeta Isaías la tradición cristiana ha interpretado un anuncio del Mesías que se ha visto cumplido en Jesús y en el reino inaugurado por Él: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y es su nombre: “Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz”. Dilatará su soberanía en medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre” Is. 9, 5-6.
El carácter real del Mesías como descendiente de la casa de David aparece con toda claridad en las palabras del Profeta.
El carácter real del Mesías como descendiente de la casa de David aparece con toda claridad en las palabras del Profeta.
En la misma línea, el Profeta Jeremías predice en su oráculo: “He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo suscitaré a David un descendiente legítimo, que reinará con sabiduría, que practicará el derecho y la justicia en esta tierra”. Jer. 23,5
El Profeta Daniel anuncia como “el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos los otros y él mismo subsistirá por siempre” Dan. 2, 44. Y en la primera de sus visiones narra, “vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él. Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, tacones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido” Dan. 7, 13-14
El Profeta Daniel anuncia como “el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos los otros y él mismo subsistirá por siempre” Dan. 2, 44. Y en la primera de sus visiones narra, “vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él. Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, tacones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido” Dan. 7, 13-14
Con toda la carga expresiva de los términos empleados, la clara referencia a la estirpe de David y las connotaciones que los Profetas aplican al reino anunciado, especialmente su carácter de soberanía absoluta y universal, así como su característica de eternidad, es imposible no ver una clara referencia a Nuestro Señor Jesucristo en quien, según sus propias palabras, se cumplen todas las Escrituras: “Escudriñad las Escrituras, ya que en ellas creéis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí, y no queréis venir a mí para tener la vida” Jn. 5,39
Después de estas palabras contundentes del Señor bien podemos culminar estas referencias a algunos de los Profetas con la visión casi fotográfica del Profeta Zacarías:
“Salta de alegría, Sión, lanza gritos de júbilo, Jerusalén, porque se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo”Zac.9,9
El libro de los Salmos canta también la realeza de Cristo y sus desposorios místicos con su Esposa la Iglesia: “Tu trono, como el de Dios, es eterno, un cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amas la justicia y odias la maldad, por eso te ha ungido el Señor tu Dios con perfume de fiesta entre tus compañeros” Sal.44.
El libro de los Salmos canta también la realeza de Cristo y sus desposorios místicos con su Esposa la Iglesia: “Tu trono, como el de Dios, es eterno, un cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amas la justicia y odias la maldad, por eso te ha ungido el Señor tu Dios con perfume de fiesta entre tus compañeros” Sal.44.
Nuevo Testamento
Como no podía ser de otra manera toda la doctrina acerca de la realeza de Cristo que venimos entresacando del Antiguo Testamento se ve confirmada en el Nuevo, manifestándose así la plenitud de la Revelación.
En los umbrales mismos del Nuevo Testamento se nos da autorizada carta de presentación de Jesús de Nazaret, el Hijo de María la Virgen. Tal carta de presentación nos la relata el Santo Evangelio en la Anunciación que el Arcángel San Gabriel hace a la Virgen elegida por Dios para que a través de ella se cumplan las promesas realizadas por Dios a su pueblo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin”. Lc. 1,30-33
Podríamos continuar con otra serie de textos entresacados del Evangelio, de las cartas del Apóstol San Pablo y del Libro del Apocalipsis. En todos ellos encontraríamos apoyatura más que suficiente para presentar a Nuestro Señor Jesucristo como verdadero y auténtico Rey de los nuevos cielos y de la nueva tierra, y a su Santa Iglesia como verdaderos herederos del “reino de Cristo sobre la tierra”, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones”.
Todos los textos de la Sagrada Escritura gozan de la autoridad divina y son verdad infalible revelada por Dios que ni se engaña Él mismo, ni nos engaña a nosotros. Sería suficiente una sola referencia a la realeza de Cristo para que esta fuese una verdad e fe. No tenemos una, sino abundantes referencias. Sin embargo, quizás la verdad adquiera una carga de profundidad asombrosa y una severidad majestuosa y divina cuando brota de los labios mismos de Nuestro Señor Jesucristo.
“Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Soy rey, como tú dices. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz”. Jn. 18, 37
La verdad que perseguimos acerca de la condición de Cristo la obtenemos de sus propias palabras, “soy rey”. Esta es la verdad testimoniada por quien ha venido al mundo para dar testimonio de ella. Todo el que es de la verdad oye la voz de Jesucristo y reconoce su testimonio: “Yo soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin”. Él es, por lo tanto la razón de la creación. Es el “Rey de los reyes y Señor de los señores” Ap. 19, 16.
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