Por Ing° Mario A Olcese
Una creencia Mal Fundada
La creencia generalizada que se tiene en el catolicismo sobre los santos de la iglesia es que éstos son beatos que el Papa canoniza o beatifica después de muertos. Para ello el candidato para “santo” deberá reunir varios prerrequisitos, entre los cuales está el haber realizado milagros u otros hechos sobrenaturales. En realidad, los candidatos para la santificación son escrupulosamente investigados o examinados por la curia romana, los cuales reportan sus resultados al Papa de turno para que éste los eleve a la categoría de santos. Muchas veces los candidatos, ya fallecidos todos, deben esperar años para ser consagrados como santos por el Papa de turno. Nunca se santifica a ningún católico vivo. Esto significa que los “santos católicos” son un pequeño grupo de católicos fallecidos---una minoría privilegiada--- que gozan del honor y la honra de la feligresía en general, y que son tenidos como intermediarios en las plegarias.
La Verdad Que Enseña la Biblia
La forma de beatificar a los santos del catolicismo no se encuentra en ninguna parte de la Biblia. En realidad, no encontraremos nunca en la Biblia a un Papa canonizando a algún santo o mártir difunto. Contrario a la creencia católica de una minoría santa, la Biblia enseña que los santos del Primer Siglo lo constituían la mayoría de los creyentes, por no decir todos. El uso de las palabras santo, santificar, santidad, y santificación, es muy común en el Nuevo Testamento. Los santos en NT se relaciona directamente con la feligresía en general: los bautizados y los consagrados a la causa de Cristo sin importar su género, edad, profesión, o clase social. Todos aquellos que eran miembros de la iglesia cristiana eran llamados "santos". No se les requería o exigía que hicieran milagros o cualquier otro acto sobrenatural como levitar, tener el don de la bilocación, o presentar estigmas en el cuerpo. Tampoco se les exigía vivir en monasterios o claustros en estricto voto de pobreza y celibato obligatorios. Estas exigencias católicas no pueden hallarse en ninguna parte de la Biblia, y en especial, en el Nuevo Testamento.
Santos Casados
En la Biblia encontramos que varios de los apóstoles eran casados y tenían una familia u hogar. San Pedro, por ejemplo, el supuesto primer Papa de Roma, era casado. La Biblia nos dice lo siguiente de San Pedro: “Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre” (Mateo 8:14). Y en 1 Corintios 9:5 San Pablo pregunta, como apóstol y siervo de Dios: “¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana como mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?”. Este Cefas era sin duda el apóstol Pedro (Juan 1:42) de quien se dice que tenía a su suegra enferma. Obviamente Cefas o San Pedro estaba casado con una hermana de la fe cristiana (una creyente fiel).
Referencias a Otros Santos en el Nuevo Testamento
Hemos visto que los santos apóstoles estaban casados con mujeres creyentes. Ahora veremos también que muchos de los demás creyentes, discípulos de los apóstoles, también eran santos en vida. Vamos a analizar una serie de pasajes interesantes que nos iluminarán sobre el asunto de la santidad cristiana:
En 2 Corintios 1:1 Leemos: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya (no en el cielo)”. Nótese que Pablo saluda a la iglesia de Dios en Corinto, y a todos los santos que están en la ciudad de Acaya (no en el cielo). Aquí Pablo equipara a la iglesia de Dios de Corinto con los santos de Acaya. Para él, las expresiones ‘La Iglesia de Dios’ y ‘Los Santos’ significaban lo mismo. Además, es claro que aquellos santos no eran pocos y estaban todos con vida. También en el capítulo 2 y versos 5-11, vemos como Pablo y la iglesia perdonan a un santo que había sido un ofensor, lo cual indica que aquellos santos eran imperfectos, y algunos eran sujetos a reprensión, como lo había sido antes Pedro.
En Efesios 1:1, Pablo les dirige a los efesios el siguiente saludo: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles que están en Efeso (no en el cielo)”. Aquí vemos nuevamente que los creyentes vivos de la iglesia de Efeso eran santos y fieles. Estos no eran santos difuntos que habían sido canonizados por San Pedro, el supuesto primer Papa Romano. Tampoco eran monjes o monjas de alguna orden religiosa. Estos eran simplemente hermanos convertidos a la fe cristiana, y seguramente los había de ambos géneros, casados y solteros. Tome nota en especial del capítulo 5 y versos 21-33. Aquí verá a santos casados que debían mantener la santidad de su matrimonio, es decir, el amor y la fidelidad con sus conjugues, así como Cristo amó a su iglesia (su esposa) y se entregó por ella. Aquí hay una clara referencia a santos cristianos casados y vivos.
En Filipenses 1:1, Pablo saluda a los creyentes de la ciudad de Filipos, así: “Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos que están en Filipos (no en el cielo), con los obispos y diáconos”. Aquí igualmente Pablo se dirige a la hermandad en general como ‘a todos los santos’. Sin duda se refiere al rebaño de Dios, a los llamados “laicos” del catolicismo. Pero nótese que aquí también todos los creyentes son llamados santos en vida.
En Colosenses 1:1,2, Pablo se dirige a los hermanos de Colosas de esta manera: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas (no en el cielo): Gracia y paz sean a vosotros, de nuestro Dios Padre y del Señor Jesucristo”. De igual manera, nótese que Pablo se dirige a los santos y fieles hermanos que están en Colosas, una ciudad Griega. Estos hermanos santos eran miembros de la iglesia (la feligresía) de esa ciudad. Entre estos santos había algunos que eran sirvientes y esclavos de amos no creyentes. A éstos santos Pablo les dice, entre otras cosas: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales” (3:22). Nótese nuevamente que estos santos no pertenecían a ninguna orden religiosa, ni vivían en claustro alguno. Estos santos siervos trabajaban como sirvientes de hombres incrédulos, y de crédulos. ¡Estos eran domésticos que trabajaban para servir a sus amos terrenales! Algo así como una ama de llaves, o una empleada doméstica. También equivaldría a un obrero de una fábrica de este siglo. También esta carta está dirigida a los matrimonios creyentes (hogares santos), a las cuales el apóstol les dice: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (3:18-20). Como se puede ver, la concepción de la santidad en el Nuevo Testamento dista mucho de asemejarse con la del catolicismo romano.
En Judas 1 leemos: “Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo, a los llamados, santificados en Dios Padre, y guardaos en Jesucristo”. Esta carta de Judas es para alentar a los santos a “contender ardientemente por la fe” (v.3) y a ”conservarse en el amor de Dios” (v.21). Les está escribiendo a creyentes santos para que no se dejen influenciar por los falsos maestros infiltrados dentro del rebaño de Dios. Sin duda, Judas estaba conciente del peligro que podían correr los santos de Dios con las falsas doctrinas que se introducían en el pueblo de Dios.
Ahora bien, notemos que Judas se dirige a “los llamados”, que son santificados en Dios Padre. Pues bien, estos santos fueron “llamados” por Dios, pero, ¿cómo? ¿Acaso éstos oyeron una voz celestial como Pablo la oyó una vez, personalmente y privadamente, en el camino a Damasco? No necesariamente así. El apóstol Pablo dice a los Tesalonicenses lo siguiente: “A lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 2:14). Nótese que los santos son llamados cuando oyen el mensaje del evangelio de Jesucristo y lo creen de todo corazón. Si usted oye el evangelio de Cristo, entonces usted está siendo llamado por Dios para ser un santo y así alcanzar la gloria de Jesucristo. El evangelio es capaz de transformar a los hombres y hacerlos santos. San Pablo lo dice claramente con estas solemnes palabras: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). Y Jesús les dice a los suyos: ”Ya vosotros estáis limpios por la Palabra que os he hablado” (Juan 15:3). Vemos pues que la palabra de Cristo---su evangelio---es capaz de limpiar al pecador y hacerlo un santo. Trágicamente millones de católicos no comprenden esta verdad apostólica.
Sólo los Santos Podrán ver a Dios
La Biblia enseña muy claramente que sólo los santos podrán ver al Señor. En Hebreos 12:14 leemos: “Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Nótese que sin la santidad nadie verá al Señor---¡Ni uno sólo! Es decir, sin la santidad nadie será salvo. Lamentablemente la teología católica sobre el tema de la santidad sostiene que los santos son pocos en relación al total de sus feligreses. Esto se traduce indefectiblemente en que la gran mayoría de católicos, no santificados, no podrán ver a Dios o salvarse. Así de trágico es el asunto. Millones de católicos difuntos, que no han sido santificados por el Papado, estarán privados por la eternidad de ver a Dios. Esto significa que nuestros buenos amigos católicos devotos---ya fallecidos---que no “alcanzaron” la santidad, están descansando en cualquier lugar---menos en el cielo--- donde mora y reina Dios.
Ahora bien, la verdad del asunto es que sólo los santos se salvarán y podrán morar con el Señor para siempre. San Pablo es enfático al respecto cuando, al asociar la santidad, la salvación, y la gloria dice: “Pero nosotros debemos de dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 2:13,14). Aquellos que se dicen cristianos, pero que no se creen santos, están perdidos, pues si no son santos, ¿qué son? La respuesta es sólo una: ¡Inmundos! Véase lo que dice San Pablo al respecto: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (=santidad)(1 Tesalonicenses 4:7). Nótese que San Pablo es tajante. Si uno no es santo entonces es inmundo. ¿Y qué dice la Biblia de los inmundos? Dice Pablo: “Porque sabéis esto, que ningún inmundo...tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (San Pablo, Efesios 5:5). El problema reside en que el catolicismo ha idealizado la santidad, y la ha convertido en un don inalcanzable prácticamente para la mayoría de los seres humanos. En otras palabras, se cree en el catolicismo que un santo es un ser puro, perfecto, impecable, devoto, mojigato, casto, célibe, curandero, milagrero, con estigmas en el cuerpo, orante, pobre, ermitaño, y cosas como éstas. Pero, ¿de dónde sacaron esta idea la gran mayoría de católicos? ¿Acaso nos olvidamos de San Pedro? Él fue el supuesto primer Papa Romano, quien desde su conversión fue un santo. ¿Mostró acaso él--- y sus colegas---señales de estigmas, levitación, y bilocación? En la Biblia no encontramos semejantes extraordinarios reportes sobrenaturales antes mencionados, salvo los registrados en los evangelios, los cuales sí nos hablan de milagros de curaciones, resucitaciones, multiplicación de alimentos, dominio sobre las tempestades marítimas, caminatas sobre el mar, y exorcismos por parte de Cristo y sus apóstoles. Regresemos nuevamente a San Pedro: ¿no nos acordamos cómo Pedro titubeó y negó a su Maestro tres veces? (Juan 13:38) ¿Acaso no nos acordamos cómo Cristo le dijo a Pedro: “Apártate de mi Satanás?” (Marcos 8:33) ¿Acaso no nos acordamos cómo San Pablo tuvo que reprender a su colega San Pedro por pretender seguir judaizando y exigir a los judíos a que guarden la ley? (Gálatas 2:11-14). Pero a pesar de todos estos hechos, San Pedro siguió siendo un santo de Dios. Él no estuvo exento de errores. Se pudo pensar que en un momento Pedro renunciaría a su fe y que no regresaría al camino que había seguido con Jesús. Pero en Hechos de los Apóstoles encontramos a un Pedro valiente, transformado, y convencido de que Cristo era el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Se le encuentra celebrando el primer concilio en Jerusalén, y haciendo una férrea apología de su Señor frente a muchos judíos incrédulos.
Y en cuanto al mismo apóstol Pablo, ¿acaso no dijo él que “lo bueno que debía hacer no lo hacía, y lo malo que no debía hacer eso hacía” (Romanos-7:15-25)? ¿Entendemos los conflictos de San Pablo, y sus fallas humanas como hombre imperfecto?¿Acaso dejó él de ser un santo de Dios porque era imperfecto? No obstante, y a pesar de sus errores, él mismo nos exige a imitarle para que también nosotros seamos unos santos y poder ganar la salvación (1 Corintios 11:1). Para Pablo, no puede haber salvación sin santidad, como ya lo hemos demostrado arriba.
La Iglesia de Cristo es por Naturaleza Santa
Hay quienes aún ignoran que la iglesia está compuesta por todos los creyentes bautizados, según se desprende de Hechos 2:38-42. Es, pues, totalmente falso que la iglesia esté compuesta sólo por el llamado “clero” del catolicismo romano (“los religiosos”). La mayoría de católicos no parece comprender que también los llamados “laicos” son parte de la iglesia, pues para eso se bautizaron y participan de los sacramentos de su iglesia. Definitivamente todos los bautizados son miembros del cuerpo de Cristo, es decir, miembros de su iglesia. Ahora bien, se le manda a la iglesia en su conjunto a mantener su santidad con estas palabras: “...Cristo amó a su iglesia, y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25-27). Pues bien, si la iglesia está compuesta por todos los bautizados, y ella debe ser santa, entonces concluimos que todos los bautizados practicantes son santos. ¡Así de simple!
A los corintios Pablo les dice: “...porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:17). Y a los colosenses Pablo les dice: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él...” (Colosenses 1:21,22). Nótese el contraste entre los santos que hacen buenas obras, versus los impíos que hacen malas obras. Si un creyente en Cristo ha renovado su mente para sujetarse a la voluntad de Dios, se convierte automáticamente en un santo. Este creyente se ha santificado porque ha puesto su fe en Cristo, y ha hecho suyo su sacrificio expiatorio en la cruz, y se ha bautizado para el perdón de sus pecados. A los santos, Pedro les dice: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:14-16). Nótese que Pedro no está diciendo algo así como: “Aspiren a ser santos, para que yo los beatifique, y los nombre santos”. No! Lo que exhorta Pedro es que todos los creyentes sean santos, optando por vivir piamente para que sean verdaderos hijos obedientes de Dios.
Cada uno nos hacemos santos cuando no nos conformamos a los deseos que teníamos en nuestra ignorancia. Así de sencillo. Además, Pedro no dice que hagamos milagros, o que seamos célibes, monjes, ermitaños, pobres, o que tengamos estigmas en el cuerpo, o que levitemos para merecer la santificación. Tampoco Pedro dice que primero deberemos de morir para luego ser canonizados por él o por sus supuestos sucesores. Lo que él dice es que los creyentes deben vivir ahora en santidad como verdaderos hijos de Dios. Esta no es una opción cristiana, sino más bien, una obligación o exigencia para la salvación. Pedro quiere que el pueblo de Dios sea santo o apartado del mundo a fin de cumplir con la misión evangelizadora y salvadora. Se predica con el ejemplo, sin duda.
Los Santos deben ser Perfeccionados
Muchos creen que primero el creyente debe perfeccionarse para ser nombrado “santo” de la iglesia. ¡Nada más falso! El apóstol Pablo escribe algo muy interesante a los creyentes de Efeso. Estas son sus palabras: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:11-13). Si uno escudriña bien estos tres versículos, se verá que los santos podían ser perfeccionados con la ayuda de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros; o sea, por el mal llamado “clero”. Estos feligreses, o los mal llamados “laicos” por el catolicismo, conformaban los santos aludidos por Pablo en esta epístola a los efesios. También en 2 Corintios 7:1 Pablo dice: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Es claro que los santos estaban lejos de ser perfectos, pero que podían ser perfeccionados en la medida que se apartaran de la contaminación carnal y espiritual. Nótese que Pablo no dice que en la medida en que los santos hicieran milagros, levitaran, o estigmatizaran su cuerpo, se perfeccionarían. Por otro lado, en la Biblia no existe esa división extraña de “Clero” y “Laicos” del catolicismo. La verdad es que en las Escrituras (la Biblia) todos los creyentes bautizados conformaban lo que hoy se conoce como: El Clero (Griego Kleron) de la iglesia.
Conclusión
La Iglesia cristiana bíblica, conformada por todos los creyentes bautizados, es santa en su esencia. Es decir, los creyentes bautizados son santos porque han sido santificados por Jesucristo, la Cabeza santa. Son santos porque han renunciado a la vana manera de vivir que heredaron de sus padres para seguir por un nuevo camino de rectitud y verdad. No son hombres extraordinarios que han renunciado al matrimonio, a los negocios, o a los hijos, para vivir como ermitaños mojigatos. Son más bien hombres comunes y corrientes, con sus defectos y cualidades, que han decidido seguir los principios de Cristo y ponerlos en práctica. No existen otros requisitos o exigencias, como por ejemplo: hacer milagros o señales sobrenaturales, a saber: levitar o presentar estigmas en el cuerpo. Estos son más bien individuos casados o solteros: Agricultores, campesinos, Empresarios, comerciantes, obreros, sirvientes, amas de casa, estudiantes de colegios y universidades, etc, que viven en función de Cristo, y para Cristo.
Pretender hacer de los santos unos individuos medio angélicos o sobrenaturales, además de puritanos y mojigatos, es torcer el verdadero concepto de la santidad bíblica. Lo que queda claro, según el Nuevo Testamento, es que sin la santidad nadie verá a Dios; es decir, nadie se salvará (ver Hebreos 12:14). El prerrequisito para vivir con Dios es la santidad de vida hoy. Pero como el catolicismo ha limitado la santidad a tan sólo una minoría insignificante de su feligresía, ello significaría que irremediablemente la gran mayoría de católicos, que no han “alcanzado” la santidad y la beatificación, estarán condenados a nunca ver a Dios por toda una eternidad. Y si no verán a Dios---¿a quién verán?
www.elevangeliodelreino.org
www.esnips.com/web/BibleTeachings (Estudios en español e inglés por Apologista)
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