Por Ing°. Mario A Olcese (Apologista)
Como cristianos nos preguntamos, ¿por qué la fe cristiana se encuentra dividida en tantas sectas y denominaciones que aumentan la confusión y la división en lugar de unir a los devotos de Cristo?
Como cristianos nos preguntamos, ¿por qué la fe cristiana se encuentra dividida en tantas sectas y denominaciones que aumentan la confusión y la división en lugar de unir a los devotos de Cristo?
Obviamente las múltiples denominaciones cristianas creen que sus grupos son la verdadera iglesia que Cristo fundó, porque suponen que sus líderes fueron elegidos por Dios para “restaurar” la verdadera o prístina fe cristiana tal como Jesús lo enseñó. Algunos de esos líderes proclaman haber oído el llamado celestial para tan noble tarea, y aun otros nos dicen que son el Cristo encarnado, o el Mesías esperado.
La Iglesia madre, la iglesia Católica, Apostólica y Romana, la que es supuestamente la más antigua de todas las iglesias cristianas, proclama que todos los movimientos cristianos que surgieron de ella son sectas y cultos que se apartaron de la verdad. Ella acusa a los “herejes” protestantes de haber torcido la Biblia, y de haberse apartado de la verdad original y de la tradición de la iglesia. Sin embargo, ella misma vivió una Edad oscura cuando aplicó los mismos métodos maquiavélicos de las llamados “cultos peligrosos contemporáneos”. Recordemos que la misma iglesia Católica sostenía (…y aún sostiene) que fuera de ella no hay salvación, y que el Papa era (…y es) el único vocero de Dios en la tierra. Las excomuniones, las persecuciones, las torturas y las muertes eran cosas de todos los días cuando el Catolicismo tenía el monopolio del cristianismo. Realmente fue una iglesia satánica y cultista que creía que tenía el derecho sobre la vida y la libertad de los hombres. Ella misma fue una vergüenza para el cristianismo a la vista de las otras religiones del mundo, en especial, para el Islam.
La “Iglesia madre” debiera recordar que si bien es la más antigua iglesia organizada del mundo, es también a ella a quien Pablo dirigió sus palabras cuando dijo: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29,30). Esto ciertamente se hizo realidad cuando apareció la primera iglesia organizada que arrastró a verdaderos discípulos de Cristo tras las tradiciones de los hombres que hablaban cosas perversas o pervertidas, olvidando la sana doctrina.
La Iglesia Original
Jesús dijo que edificaría su iglesia en Mateo 18:16-18, aunque él no dijo que se realizaría en un solo día y sin dificultades. Cuando Jesús inició su movimiento religioso, sus seguidores no tenían encíclicas, dogmas, o catecismos para normar y guiar su fe, y menos, el Nuevo Testamento tal como lo conocemos hoy. Ellos eran verdaderos discípulos de Cristo que vivían una fe sencilla que giraba en torno a Jesús y su evangelio del Reino. No tenían capillas, catedrales, Santa Sede (Vaticano), Cuerpo cardenalicio, Curia romana, Santo Papa, etc.
Los primeros cristianos fueron fieles que creían que Jesús era el Hijo de Dios (aunque con certeza no sabemos si ellos entendieron por este título una connotación de Deidad o simplemente como de vocero ungido de Dios), y que su muerte en la cruz y resurrección gloriosa los limpió de sus pecados, y por tanto ellos serían igualmente resucitados algún día de sus sepulcros para recibir la herencia de un reino perfecto de justicia y rectitud. Ellos por esto celebraban la Cena del Señor regularmente, comiendo del pan y tomando del vino, aparentemente cada primer día de la semana (Hechos 1:7). Sus reuniones se hacían en las casas, y las familias se reunían para alabar a Dios y recordar de memoria las enseñanzas y promesas de su Señor. Así tenemos que en Filemón 2 Pablo y Timoteo saludan “al amado Filemón, colaborador nuestro, y a la amada hermana Apia, y a Arquipo nuestro compañero de milicia, y a la iglesia que está en tu casa”.
Si estudiamos el Nuevo Testamento, y en particular el libro de los Hechos, descubriremos que los primeros cristianos no estaban celebrando las mismas fiestas o rituales judíos del Antiguo Testamento. No hay indicios de que los primeros cristianos guardasen el Sábado y todos los requerimientos estrictos de la ley de Moisés. No hay evidencias de que los cristianos primitivos estuvieran adorando a Cristo en el templo Judío, o en las sinagogas judías, ni tampoco hay evidencias de que estuvieran guardando el diezmo, o practicando la circuncisión de infantes, o la guarda sabática. No hay evidencia en absoluto de bautismos de bebés, ni confesiones auriculares, o misas para difuntos. No se encuentra ninguna evidencia de que creyeran en una Deidad Trina, ni en la partida de los creyentes al cielo al momento de morir. Y aunque el Platonismo ejercía su influencia en el mundo Greco-Romano de entonces, San Juan y Justino, entre otros buenos cristianos, se levantaron para contraatacar las especulaciones del Gnosticismo, secta claramente “platonista” y herética. No encontramos tampoco evidencias de que ellos tuviesen dogmas o credos escritos o que practicaran rituales fuera del bautismo, la comunión, el lavado de pies, y el matrimonio.
Hoy, con el avance del conocimiento y de la tecnología, los teólogos han complicado las Escrituras con cristologías, escatologías, y hermenéuticas exageradamente elaboradas y enrevesadas que lo único que han provocado es dividir a los creyentes y generar más cismas y divisiones acompañadas incluso de violencia por la intolerancia y el fanatismo. Pero para la gran masa de seguidores poco instruida en estos temas, y en particular en los idiomas bíblicos, les resulta un verdadero dolor de cabeza entender las explicaciones o enseñanzas sobre estos temas por parte de los más educados e iluminados del mundo cristiano. La misma doctrina de la Trinidad explicada por sus más reconocidos exponentes, comenzando con San Agustín de Hipona, es un rompecabezas difícil de visualizar o entender. Términos como: omoousios, hipóstasis, consubstancial, Trinidad inmanente, ingeneración, y todas las demás expresiones y especulaciones filosóficas que giran en torno a esta doctrina central del cristianismo “ortodoxo” no hacen sino confundir más a los menos educados y convertir a Dios en una Persona confusa, misteriosa y oscura. Me pregunto, ¿es la voluntad de Dios que los hombres no lo comprendan?¿Acaso Pablo no dijo que Dios no es un Dios de confusión sino de orden? (1 Cor. 14:33) ¿Realmente es necesaria tanta especulación filosófica para entender quién es Dios? ¿Olvidaremos lo que San Pablo les dijo a los Colosenses: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”? Resumamos todo en la simple y clara definición que nos da Jesucristo en cuanto a quién es Dios registrada en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado”. Si aceptamos esta afirmación como acepta un niño la palabra de su padre, entonces empezaremos a entender el mensaje cristiano. Tratar de torcer estas simples declaraciones diciendo cosas como que “Cristo hablaba como hombre” no ayudan en nada para entender y aceptar las claras y directas afirmaciones de nuestro Señor. Así que, son los de condición de niños los que entenderán su Palabra y los que entrarán en el reino (Lucas 18:17). ¡Y los niños no necesitan explicaciones complicadas y elaboradas para entender las simples verdades del Dios Padre!
El Mercado de las Religiones
Realmente hoy más que nunca el camino de Cristo se ve mancillado por causa de aquellos predicadores internacionales que comercializan con la Palabra, aprovechándose de la buena fe y voluntad de la gente simple que está hambrienta de Dios. Muchos incautos han caído bajo la fascinación o embrujo de los cultos religiosos contemporáneos que ofrecen felicidad y prosperidad instantáneas con sólo entregarse a los dictados y exigencias egoístas de sus líderes que se hacen pasar por Mesías (caso Reverendo Moon) y verdaderos representantes de Dios en la tierra (caso El Papa). Aun otros inventaron un “Cuerpo gobernante ungido” para dar “el alimento espiritual a su debido momento a los domésticos” (Caso “Testigos de Jehová”). Cada quien ofrece una serie de promesas y esperanzas que realmente no se pueden sustentar con las Escrituras. Han inventado ritos sagrados que son más paganos que cristianos. Allí tenemos la Santa Misa, exorcismos complicados, el agua bendita, los amuletos milagrosos, los pañuelos ungidos, la Rosa bendita, y mil rarezas más que realmente nos dejan estupefactos. Otros nos vienen con el cuento de que por determinada suma de dinero Dios concederá cualquier milagro requerido. Allí tenemos a Benny Him, predicador palestino que reside en Miami y que vive como un millonario sin importarle ni un ápice el engaño y la explotación que viene acometiendo en contra de sus seguidores. Allí tenemos a los Mormones con su falso profeta José Smith que elaboró un engaño bien pensado, haciéndose pasar por profeta y escogido por Dios, o Elena G de White, de quien se dice tuvo “el don de la profecía” pero que se comprobó que fue una plagiaria, o Mary Baker Eddy, la iniciadora de la Ciencia Cristiana, y que proclamaba que el sufrimiento y la muerte eran una mera ilusión, nos deben llevar a una seria reflexión de los peligrosos que envuelven estas sectas. Sin duda estos movimientos religiosos modernos no son sino sólo una clara muestra de lo que no debe ser una verdadera iglesia cristiana en su estado prístino. Las iglesias organizadas, jerarquizadas, dogmatizadas, distan mucho de ser fiel imagen de la verdadera iglesia que Cristo está edificando. Nos vienen con nombres o etiquetas bien llamativas o sugestivas, como: “Iglesia Católica, Apostólica, y Romana”, “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días”, “Iglesia Nueva Apostólica”, “Iglesia Universal del Reino de Dios”, “Iglesia Adventista del Séptimo Día”, y miles diferentes nombres más como si fueran corporaciones como lo es la General Motors Corporation, o la compañía Coca Cola donde se mueven cientos de miles de millones dólares por concepto de ventas, ofrendas voluntarias y diezmos obligatorios. Si Jesús arrojó a los cambistas del templo, ¿qué no haría él ahora con los nuevos negociantes de Su Palabra que bajo Su nombre vienen explotando a millones de incautos con esperanzas y promesas falsas? San Pablo llamó a estas disensiones “carnalidad” y no “espiritualidad” (1 Cor. 3:3-5). Recordemos, sin embargo, que la Biblia ya profetizó que eso justamente pasaría en la iglesia, donde malos siervos fraudulentos harían mercadería de los feligreses con palabras fingidas para obtener ganancias deshonestas, pero a quienes les espera la segura condenación (2 Pedro 2:3).
Regresando a la Fe primitiva
Remontémonos al primer siglo, cuando los concilios y los credos no complicaron la simple teología cristiana como se encuentra hoy. Aquellos, nuestros hermanos en la fe del siglo I, ignoraban muchas cosas que nosotros ahora entendemos o creemos comprender. Ellos no sabían tanto como nosotros de la teología, sino que se circunscribieron a los preceptos y promesas simples de Cristo y sus apóstoles. La mayoría de ellos eran personas de poca educación, y eran considerados por los Judíos y los romanos como la “escoria del mundo” (1 Cor. 4:13). Aquellos cristianos no estaban pensando en los significados etimológicos de ciertos vocablos bíblicos en Griego o en Hebreo para comprender lo que era claro y simple para ellos. Ellos sabían que serían recompensados en la segunda venida de Cristo si vivían santa y piamente en este mundo malo. Su creencia era que todo lo prometido sería cumplido al pie de la letra, y tomaron las promesas de su Señor de forma natural y literal, obviando cualquier interpretación alegórica, salvo que la razón les indicara lo contrario. Ellos también aprendieron que Dios no es un Dios a quien se le puede representar con imágenes de barro, madera o metal. Comprendieron que los placeres de este mundo, y los deseos de los ojos, son vanidad y por tanto pasajeros, en tanto que las cosas de arriba son eternas o imperecederas. No se complicaron la vida discutiendo si Cristo vendría en persona o en forma espiritual, o si la resurrección sería física o simplemente espiritual. Ellos sabían que Cristo había salido de su tumba al tercer día, y como las primicias, él dio fe de que nosotros pasaríamos por la misma experiencia cuando volviera en gloria.
Nos preguntamos si aquellos creyentes fueron menos devotos que nosotros hoy por el solo hecho de saber lo que sabían sin mayores intrincaciones y especulaciones filosóficas inútiles. No lo creo. Ellos fueron verdaderos discípulos del Señor que vivieron en santidad, apartados del mundo, y siendo lumbreras en un mundo en tinieblas. Hoy en día vemos a grandes e insignes teólogos de fama mundial que saben mucho de la Biblia y del Griego y Hebreo bíblicos, y que escriben libros que anuncian eventos supuestamente apocalípticos y que se venden por millones y que los han convertidos en ricos, pero que carecen de la humildad y de la sencillez que debe caracterizar al cristiano comprometido con la causa del evangelio de Cristo. Ya se nos dice que de escribir libros no hay límite o fin, pero sólo aquel que hace la voluntad de Dios permanecerá para siempre.
Yo propondría que los creyentes se unieran en un mismo sentir y volvieran al modelo de la iglesia primitiva, descartando lo que está demás en la adoración verdadera, que debería ser en espíritu y en verdad. Imaginémonos por un instante que nos pudiéramos unir en un mismo sentir y en un mismo pensar simple y puro como por ejemplo:
-Que Dios es uno, el Padre de las luces (1 Cor. 8:4-6).
-Que Cristo es Su Hijo, y por tanto, sujeto como todo buen Hijo a Su Padre (Juan 14.28).
-Que Cristo es nuestro Salvador, y que su muerte y resurrección nos abren una esperanza de vida eterna en su gloria venidera (1 Cor. 15:20).
-Que Cristo nos prometió un reino de justicia donde el mal y el pecado dejarían de existir y todo será felicidad y armonía entre los hombres (Santiago 2:5; Mat. 6:33).
-Que celebremos la santa comunión regularmente como iglesia en nuestras casas con nuestros familiares, alabando a Dios con Salmos y cánticos espirituales (Hechos 20:7; Hechos 2:38-42).
-Que perseveremos en la oración de gracias y de sanidad, así como en el ayuno, en la solidaridad y en la hospitalidad por los necesitados (Heb. 13:2).
-Que vivamos lo más sencillamente posible, apartados del mundo pecaminoso, no como monjes, sino como personas que hemos renunciado a las cosas materiales innecesarias y superfluas que nos atan y enredan a este mundo (Lc. 9:25, 1 Jn 2:15).
-Que nadie nos dicte doctrinas complicadas o dogmas inescrutables, ni se nos maneje como a títeres, y que todos tengamos la libertad para interpretar las Escrituras, pero sin tratar de imponer nuestras convicciones a los demás o de expeler a quienes disienten con nosotros como hizo el malvado Diótrefes de 3 Juan 9,10.
-Que todos nos pongamos de acuerdo por votación para realizar cualquier actividad, sin que uno solo nos diga qué debemos hacer o no hacer.
-Que Cristo es Su Hijo, y por tanto, sujeto como todo buen Hijo a Su Padre (Juan 14.28).
-Que Cristo es nuestro Salvador, y que su muerte y resurrección nos abren una esperanza de vida eterna en su gloria venidera (1 Cor. 15:20).
-Que Cristo nos prometió un reino de justicia donde el mal y el pecado dejarían de existir y todo será felicidad y armonía entre los hombres (Santiago 2:5; Mat. 6:33).
-Que celebremos la santa comunión regularmente como iglesia en nuestras casas con nuestros familiares, alabando a Dios con Salmos y cánticos espirituales (Hechos 20:7; Hechos 2:38-42).
-Que perseveremos en la oración de gracias y de sanidad, así como en el ayuno, en la solidaridad y en la hospitalidad por los necesitados (Heb. 13:2).
-Que vivamos lo más sencillamente posible, apartados del mundo pecaminoso, no como monjes, sino como personas que hemos renunciado a las cosas materiales innecesarias y superfluas que nos atan y enredan a este mundo (Lc. 9:25, 1 Jn 2:15).
-Que nadie nos dicte doctrinas complicadas o dogmas inescrutables, ni se nos maneje como a títeres, y que todos tengamos la libertad para interpretar las Escrituras, pero sin tratar de imponer nuestras convicciones a los demás o de expeler a quienes disienten con nosotros como hizo el malvado Diótrefes de 3 Juan 9,10.
-Que todos nos pongamos de acuerdo por votación para realizar cualquier actividad, sin que uno solo nos diga qué debemos hacer o no hacer.
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