lunes, 4 de mayo de 2009

EL CIELO O EL REINO DE DIOS—¿CUÁL?



“Desde entonces Jesús comenzó a predicar, “arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17).


“Después de que Juan fue puesto en prisión, Jesús entró en Galilea, proclamando las buenas noticias de Dios. “Ha llegado la hora,” dijo él. “El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntase y crean las buenas noticias! (Marcos 1:14,15 – NIV).

Reino de Dios y Reino de los cielos

Hay una considerable confusión hoy concerniente a la diferencia entre el cielo y el Reino de Dios. También, algunos sostienen que el Reino de los cielos y el Reino de Dios son dos reinos diferentes.

La idea prevaleciente de que el lugar llamado “cielo” es la meta de la salvación no es sólo antibíblica sino que tiene una influencia negativa en el crecimiento del cristiano.
Antes de que procedamos más allá me gustaría aclarar de una vez por todas la idea errada de que el Reino de los Cielos y el Reino de Dios son dos reinos diferentes. Al meditar en los dos pasajes de arriba podemos ver cuán improbable sería que Jesús predicara “arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca,” y al mismo tiempo predicarles a esas mismas personas “El reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en las buenas noticias”, como si fueran dos reinos diferentes.

Presiono este punto porque una vez que nos convenzamos de que Jesús usó las expresiones “reino de los cielos” y “reino de Dios” como locuciones equivalentes, el estudio se nos hará más sencillo.

Déjeme dar dos pasajes más:

“Les digo a ustedes que muchos vendrán del este y el oeste, y tomarán sus lugares en la fiesta con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. (Mateo 8:11 – NVI)

“Allí será el lloro, y el rechinar de dientes, cuando ustedes ven a Abraham, Isaac y Jacob y todos los profetas en el reino de Dios, pero ustedes serán arrojados. Gentes vendrán de este y oeste y norte, y sur, y tomarán sus lugares en la fiesta en el reino de Dios” (Lucas 13:28,29 – NVI)

¿Una fiesta para el Reino de los Cielos y otra fiesta para el Reino de Dios? ¡Creo que no!

También ustedes pueden advertir que Mateo se refiere a la parábola del sembrador como una parábola de los secretos del Reino de los Cielos, mientras Lucas se refiere a la misma parábola como una parábola de los secretos del Reino de Dios.

Entendamos que el cielo es un lugar. El Reino de Dios, o de los Cielos, es el gobierno de Dios a través de Jesucristo.

El cielo no es nuestro destino final

El cielo nunca está dentro de nosotros, excepto en un sentido poético. El Reino de Dios, mientras tiene una característica exterior, está primero y sobre todo en nosotros como nuestro anhelo ardiente. Es Cristo y su reino en nosotros.

Podemos instantáneamente ver que el cielo es un lugar mientras el Reino de Dios tiene que ver con un cambio en nuestra sociedad a través de un gobierno divino.
Jesús nos dijo que nosotros, ni podríamos ver, ni podríamos entrar, en el Reino de Dios sin renacer. Jesús nunca nos dijo que nosotros, ni podríamos ver, ni podríamos entrar al cielo, sin renacer.

Moisés y Elías estaban en el cielo, aparentemente, cuando hablaban con el Señor Jesús en el Monte de Trasfiguración. Pero sabemos que no renacieron en aquel entonces porque ningún individuo renació en Jesucristo hasta que Cristo resucitase de entre los muertos. El Señor Jesús es el primogénito de la nueva creación, el Reino de Dios.

Se Predica hoy que debemos renacer para entrar en el cielo. Esto es antibíblico, engañoso, y tiene, como mencioné previamente, un efecto negativo en nuestro crecimiento cristiano.

Cuando predicamos que las personas deben renacer para entrar en el cielo, predicamos un error – un error destructivo en lo que a eso se refiere. Lo explicaré en un momento. Primero quiero que usted vea que el Reino de Dios y el lugar llamado cielo no es del todo lo mismo.

El Señor Jesús dijo muchas parábolas. Las parábolas del Señor tienen que ver con el Reino de Dios. Ninguna parábola tiene que ver con el cielo como un lugar o paradero final del creyente.

Los Apóstoles no predicaron acerca de ir al cielo. Ellos predicaron acerca del Reino de Dios, acerca de la importancia de heredar el Reino de Dios. No predicaron acerca de la importancia de ir al cielo. Y tampoco predicaron que nosotros entramos en el Reino de Dios para ir al cielo. Esta idea no es bíblica.

Los pecadores no entran en el Reino

Fíjese cuidadosamente:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:19-21 – NIV)
Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. (Efesios 5:5 – NIV)

“No heredará el reino de Dios”. “no tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”.
Ahora mire los dos pasajes de arriba cuidadosamente. ¿Ve usted cualquier cosa en ellos acerca de ir al cielo? Los dos pasajes no son versos esporádicos, son característicos de la predicación de Pablo. ¿Qué quiere decir heredar el Reino de Dios? ¿Lo Sabemos? ¿Cuál es el Reino de Dios? ¿Es ese el lugar llamado cielo?
P

ablo dice que el Reino de Dios es cuestión de justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo. El Reino no es un lugar sino es en primer término una condición de nuestro carácter. Es decir, ¡uno debe hacerse como niño para entrar en él!

El peligro de creer que el cielo es la promesa de Cristo

Cuando predicamos que nuestro destino es ir al cielo en lo que se refiere a un lugar, nuestra vida cristiana se convierte primordialmente en una de esperar. Cuando apoyamos la usual enseñanza cristiana de que aceptar a Cristo es un “boleto” que garantiza nuestra entrada en el cielo cuando morimos, tenemos una filosofía que obra en contra de nuestro crecimiento como un cristiano.

¿Por qué necesitamos crecer? ¿Necesitamos prepararnos para que podamos ser dignos del cielo o del reino? Si seguimos la enseñanza cristiana de que somos dignos por el merecimiento de Cristo, la conclusión lógica es que no hay nada de significado que nosotros en realidad tengamos que hacer para ir al cielo. Nos salvamos por una gracia soberana. Entonces bajaríamos la guardia pensando que nuestra salvación es segura, y que no necesitamos nada más sino esperar el día del rapto.

El concepto de que vamos al cielo sobre la base de los méritos de Cristo es destructivo del programa salvador de Dios, aunque suene muy bíblico y devoto.

Pensemos acerca del Reino de Dios por un momento. Veremos de inmediato la enorme diferencia entre el Evangelio del Reino de Dios y el evangelio de ir al cielo cuando morimos.

No decimos por esto que no hay un lugar llamado cielo, o que Dios, Cristo, los santos, y los santos ángeles no están allí. Ciertamente existe tal lugar. Este es lugar donde debemos colocar nuestros tesoros. Éste está donde está nuestra ciudadanía, pues nuestra ciudad/patria aún está allá. Pero el lugar llamado cielo no es nuestro destino. Nuestro destino es la nueva tierra de Justicia, la cual el Señor se dispone a renovar cuando él establezca su Reino aquí. ¡ Entonces la voluntad de Dios se hará en la tierra como se hace en el cielo! (Mat. 6.10).

El evangelio de ir al cielo enseña, como hemos dicho, que recibimos nuestro “boleto” por gracia, de modo que cuando morimos seremos admitidos al cielo sobre la base de los méritos de Cristo. Nada podrá evitarlo…lo tenemos ganado. No podemos perderlo, no hay nada más que hacer. Pero heredar el Reino de Dios es un asunto enteramente diferente.

Tan pronto como comencemos a darnos cuenta de la diferencia entre el cielo como un lugar supramundano, y el Reino de Dios como un cambio que comienza en nosotros y luego en toda la sociedad, muchos versos que antes parecían tener limitada aplicación para nosotros repentinamente tienen sentido.

Por ejemplo:

“Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hacen el bien” (1 Ped. 4:18,19). ¿Por qué sería duro para el justo ser salvo si la meta es ir al cielo cuando morimos, y vamos hacia allá por la gracia soberana de Dios aparte de cualquier cambio en nuestra parte? Esto simplemente tiene poco sentido y nos debe decir que algo está seriamente mal con la enseñanza católica/protestante/pagana del cielo.

¿Y qué tiene que hacer el sufrimiento de acuerdo a la voluntad de Dios con entrar en el cielo, si entrar en el cielo es lo que se quiere decir salvarse? Hasta donde yo veo, estas preguntas son imposibles contestar, dada la enseñanza corriente. Pero si miramos la salvación como heredar el Reino de Dios, y si entramos en el Reino de Dios a través de sufrimientos y adversidades, y si el Reino de Dios requiere una transformación radical de lo que somos, entonces estas preguntas son contestadas fácilmente.

Note la relación entre sufrir y el Reino de Dios:

“Fortaleciendo a los discípulos y alentándolos a permanecer verdaderos para la fe. Es necesario experimentar muchas adversidades para entrar en el reino de Dios,” dijeron” (Hechos 14:22 – NIV).

“Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis” (II Tes. 1:5).

¿Qué precisamente se quiere decir por entrar en el Reino de Dios, y por qué es necesario renacer para tal entrada?

El Reino de Dios en su sentido más puro es el Señor Jesucristo.

Ningún profeta antiguamente, no importa cuán grande haya sido, había renacido. No fue posible que alguien renazca hasta que Cristo apareció y fue crucificado por nuestros pecados, y finalmente resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre.

El nuevo Pacto es finalmente la entrada a Jesucristo y a su reino. El nuevo Pacto no es un cambio de nuestra mente acerca del significado de la vida, aunque tal cambio resulta del nuevo Pacto. El nuevo Pacto, es el Señor Jesucristo su expiación y nuestra entrada al reino milenario (salvación y vida eterna).

Estamos entrando de una edad de oscuridad moral sin paralelo en la historia del género humano. Ha habido muchas instancias en la historia cuando los gobernantes han sido corruptos y rodeados con tribunales corruptos. El gobierno de los Estados Unidos y otras potencias parecen estar encaminados en esta dirección con sus sospechosas prácticas. Las naciones más débiles también padecen de este mal de la corrupción, y las gentes sufren las injusticias.

Pero nunca antes ha habido tanto pecado de parte de las personas. Siempre antes los gobernantes y sus tribunales eran relativamente más justos. Pero las naciones enteras ahora son completamente corruptas. Pienso que las naciones del Oeste son merecedoras del más severo castigo divino, pues conociendo a Dios no le dan la gloria y honra que Él se merece.

Por la corrupción moral la atmósfera espiritual se obscurece y es opresiva. La única palabra, la única verdad que es inamovible, y a la cual podemos aferrarnos, es la Biblia. Y si no nos pegamos estrechamente a la Biblia vamos a tropezar y caer. No sobreviviremos espiritualmente por la abundancia de mal y oscuridad espiritual.

Nosotros los cristianos sostenemos ser fundamentalistas. Pero un fundamentalista es alguien que cree que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios. Si enseñamos otra cosa no estamos enseñando la Biblia. Enseñamos nuestras tradiciones, como nuestro destino de ir al cielo para vivir en una mansión celestial rodeados de seres de luz. Esta creencia es una afrenta a Dios, quien siempre quiso que la tierra fuese la morada de sus criaturas humanas y no otro lugar. Sólo el diablo quiere destruir este propósito original de Dios con esperanzas que aniquilan el planeta y lo hacen cenizas. Pero un estudio cuidadoso del catorceavo capítulo del Evangelio de Juan revela que el segundo verso, que supuestamente menciona nuestros aposentos en la casa del Padre, realmente se refiere a vivir con Cristo en la tierra según el verso 3 (Para que donde “yo estoy”—en la tierra— vosotros también estéis”).

¿Por qué entonces es menester para nosotros ser transformados por el Señor?

Somos transformados en cierto sentido hoy para poder tener comunión con el Señor y para prepararnos desde ahora para poder participar de nuestro papel predestinado en el Reino de Dios, el reino que pronto debe alcanzar la tierra después de la transformación total de nuestro cuerpo mortal.

Cuánto tiempo más demoraremos antes de que cambiemos nuestras tradiciones por las palabras de las Escrituras? ¿Quién entre nosotros le importa lo suficiente, o tiene la suficiente integridad como para abandonar aquello que no es bíblico a favor de lo que es ciertamente bíblico?

No se supone que prediquemos el evangelio del Cielo, pues No existe el evangelio del cielo en las Escrituras. El “evangelio del cielo” es hallado en la religión musulmana, en otras religiones del este, y en aquellas de los indios americanos. Pero el Evangelio verdadero de Dios es el Evangelio del Reino, la Buena Nueva de que Dios no ha abandonado la tierra sino que regresará en poder y gloria para establecer la justicia y la rectitud entre las naciones del mundo. Esto es enseñado por ambos el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamentos.

Después de que renacemos, no debemos esperar que partamos a vivir a otro lugar. Por ejemplo, una vez que un bebé nace no se espera que vaya a vivir a otro lugar fuera de la tierra. El bebé comienza a crecer y a prepararse para poder vivir en esta misma tierra como un ciudadano ejemplar.

Después de que renacemos debemos comenzar a crecer. Si debemos crecer en Cristo debemos orar cada día, leer nuestra Biblia regularmente, volverle la espalda a la maldad que está en el mundo, y asociarnos con creyentes fervientes para edificarnos mutuamente en la fe y en las buenas obras.

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