martes, 28 de abril de 2009

¿TODO, LA MITAD, O SÓLO LO QUE UNO DISPONGA POR SU CUENTA?

¿Con cuál de todos estos personajes se identifica usted?

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)

Tal vez una de las cosas más interesantes que encuentro en el Nuevo Testamento de las enseñanzas de nuestro Señor y Maestro Jesús es sobre la caridad cristiana. Sólo a modo de reflexión me pregunto, ¿cuánto es necesario dar al prójimo, y en particular, a un correligionario, para entrar en la vida eterna? Algunos me dirán que estoy blasfemando pensando que la salvación se compra entregando ingentes sumas de dinero a los pobres y siendo magnánimos en obras de caridad. Nada más falso! Personalmente concuerdo con ustedes en que nadie entra a la vida eterna con sólo dar dinero a los pobres. Sin embargo, también estoy consciente de que nadie que haya aceptado a Jesús y su evangelio del reino puede entrar en el reino si no da de lo que tiene a los necesitados. El asunto es saber ahora cuánto es lo que uno debe dar a los pobres de lo que uno posee para satisfacer las demandas del Señor. Ahora quiero partir de lo siguiente:
Jesús y el joven rico
En una ocasión un hombre rico se le acercó a Jesús y le preguntó directamente qué era lo debía hacer para ganar la vida eterna, y entonces Jesús le responderá algo radical que ha perturbado a muchos hombres hasta el día de hoy. Dice el relato de Mateo sobre este encuentro, así:
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Mat. 19:16-22).
Ahora imagínense por un instante que este hombre hubiese sido nada menos que Bill Gates de Estados Hundidos, o Li Ka Shing de China, o Amancio Ortega de España, o Carlos Slim de México, por citar cuatro personas renombradas, las cuales poseen ingentes sumas de dinero. ¿Cómo creen ustedes que ellos hubieran respondiendo a la exigencia de Jesús? Es muy probable que cualquiera de ellos hubiera titubeado ante tal extrema exigencia del Señor y hubieran seguido su camino con mucha tristeza porque sus bienes son muchos.
La Viuda Pobre
El otro caso interesante es el de la viuda pobre en el templo Judío. Ella, nos refiere la Biblia, daba todo lo que tenía como ofrenda para el normal funcionamiento del templo en Jerusalén. He aquí lo que la Escritura dice de ella:
“Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” (Lucas 21:1-4).
En este relato la mujer pobre dio todo lo que tenía para su sustento al templo, lo cual los ricos no hacían sino sólo del dinero que les sobraba. A la vista del Señor ella era más bienaventurada que los ricos y potentados que sólo ofrendaban de sus sobras.
El caso de Zaqueo
Zaqueo era un recaudador de impuestos, un hombre bondadoso que recibió al Señor en su casa con mucha alegría y amor. He aquí el relato de la Escritura:
“Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham” (Lucas 19:5-9).
Aquí el Señor escucha alegremente la confesión de Zaqueo de que él daba a los pobres la mitad de sus bienes y que reintegraba el cuádruplo a cualquiera que hubiese defraudado en algo. Frente a esta confesión Jesús se admira de su generosidad y prorrumpe, diciendo: “hoy ha venido la salvación a esta casa”. Notemos que Jesús no le replica a Zaqueo diciéndole algo así como: “Debes vender todo lo que posees y dárselo a los pobres” como se lo había mandado al joven rico de Mateo 19, sino que acepta con beneplácito la forma cómo Zaqueo había dispuesto distribuir sus bienes para auxiliar a los pobres, y enseguida no vacila en asegurarle la llegada de la salvación a su hogar.
El caso de la iglesia de Corinto
La iglesia de Jerusalén estaba pasando problemas económicos muy serios y Pablo, solidarizándose con los creyentes pobres de esa importante ciudad, les escribe a los creyentes de Corinto para que se pongan en acción para auxiliar a los hermanos de Jerusalén por medio de separ algo de lo que habían ganado, según habían prosperado. Estas son sus palabras:
“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas” (1 Cor. 16:1,2).
Aquí Pablo no exigió a nadie a dar una cantidad o porcentaje fijo de sus ganancias, sino que se los dejaba a su libre albedrío, a su propia decisión personal, según cómo ellos lo hubiesen propuesto en sus corazones. El asunto era que ellos debían solidarizarse con sus hermanos en tribulación y en necesidad, pues esto se esperaría que ellos hicieran como buenos hijos de Dios y dignos hermanos de Cristo.
El Dador Alegre
El asunto es que el creyente debe ser un dador alegre, sabiendo que hay más gozo en dar que en recibir. Y Pablo sabiendo esto les dice a los creyentes corintios que se alistaron a ayudar a los creyentes de Jerusalén, lo siguiente:
“Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:6,7).
Conclusión:
El Señor Jesús ciertamente no espera que vendamos todos nuestros bienes materiales para que se los entreguemos a los pobres, pero su exigencia para con el rico demostró que éste no estaba realmente dispuesto a renunciar a todo lo que tenía para seguirlo a él y ganar así la vida eterna. Evidentemente aún este hombre estaba aferrado a sus posesiones temporales y perecederas como muchos hombres en este siglo XXI lo están. Más pesaban para él sus bienes temporales que los bienes imperecederos o eternos. Entonces te pregunto: ¿Pesan más tus bienes temporales y perecederos que los eternos? Esta es la pregunta que debes responderte. Esta es la pregunta que siempre te hace el Señor en el oído. Si titubeas, entonces estás en un problema. El asunto del corazón es clave y vital, pues el Señor sabe muy bien lo que nuestro corazón “piensa” y “siente” y a él no le podemos engañar.
Recordemos siempre que el Señor se place de aquellos que piensan DILIGENTEMENTE en las necesidades de los pobres, tal como lo hizo el apóstol Pablo de los pobres de su época (Lea Gál. 2:10), y que destinan parte de sus bienes para satisfacer las necesidades diarias de los menesterosos, y mayormente, de los que son de la fe. Y así como Jesús se alegró de escuchar que Zaqueo daba el 50% de sus bienes a los necesitados, así también él se alegra al saber que sus verdaderos discípulos han dispuesto dar el 80%, el 60%, el 30%, el 10%, o tal vez sólo el 5% de sus bienes a los pobres de manera regular o periódica. El asunto es que no podemos olvidarnos de los pobres, de las viudas y de los huérfanos en aflicción. Esto, mis querido hermanos, es la verdadera religión (Santiago 1:27).

No hay comentarios:

LA VERDAD DE LA PANDEMIA