En días pasados repensaba la frase que dijo un buen amigo mío economista, psicólogo y teólogo (también es sacerdote eudista) cuando se refería a las “iglesias de garaje” como él las llamó en ese momento. Pero cuan alejado estaba en su apreciación, puede que comiencen en un garaje, pero es por poco tiempo. Solo bastaría mirar a tu alrededor y notarás las nuevas y rapidísimas construcciones.
Transcripción del artículo publicado en el diario HOY de Ecuador. 15/Marzo/2009l Por Omar Ospina García oospina@hoy.com.ecUn tanto en broma y un poco en serio, se dice que los mejores negocios son aquellos cuya mercancía es, más que necesaria, indispensable: el amor, la comida y la muerte.
Un motel, un restaurante y un cementerio tienen todas las de ganar en el competido mundo de los negocios. En los últimos tiempos, con la proliferación de sectas religiosas, charlatanes, místicos, milagreros, mesías de variopinta pelambre y hasta cristos redivivos (revivos valdría decir), la fe se ha convertido en un jugoso campo de comercio lucrativo o de estafa común y silvestre. Con una ventaja sobre los otros tres: su mercancía no es verificable, pues no hay ni habrá jamás causal de reclamo ante la mala calidad del producto, porque este es intangible, inexistente e improbable. El comerciante de motel, restaurante o cementerio pierde clientela si el lugar no es adecuado para las gimnasias amatorias, si la comida no es buena o si el servicio fúnebre no es el apropiado. Pero en el negocio de esta fe, la mercancía es inverificable. Se venden esperanzas, y eso no se puede confrontar con la realidad. Pero no solo esperanzas de vida eterna, que ha sido, digamos, el producto estrella de las religiones establecidas y tradicionales con sus paraísos celestiales o carnales, sino, en el caso de las sectas, esperanza de riquezas en pocos días y sin trabajar, bienestar a partir de la primera ceremonia con diezmo incluido, felicidad luego de las bendiciones de rigor por parte del charlatán de turno y salud perfecta si se cumplen las reglas del caso, siempre teñidas de dinero abundante y moralismo a ultranza.
Son numerosas las sectas que han proliferado a lo largo del siglo XX y en lo que va de este. La meditación trascendental, del gurú Maharishi Mahesh Yogui, ya fallecido y pendiente de resurrección; la Cienciología, cuyo vocero principal es el niño bonito de Hollywood Tom Cruise; adventistas del Séptimo Día, que fundara a comienzos del siglo XIX el predicador William Miller (¿puede alguien creer en un tipo que se llama Guillermo Molinero?), secta que ha fracasado varias veces en sus predicciones de fin del mundo y segunda venida de Cristo; movimiento humanista, de un tal Silo (Luis Mario Rodríguez), etc. Aparte de algunas destructivas que hasta han llevado al suicidio colectivo a sus miembros. Wikipedia ofrece un buen surtido, todas con sus profetas, obispos y miles de atontados fieles.
Pero la tapa es la Iglesia Universal del Reino de Dios, con su eslogan “Pare de sufrir”, que ya tiene oficinas (templos) en Quito y Guayaquil. Fundada en 1977 por un ex cajero de lotería estatal y delincuente comprobado que ahora despacha desde lujosa sede en Nueva York, Edir (Emir?) Bezerra (“Becerro de oro”) Macedo, combate la pobreza y ofrece prosperidad a troche y moche a quienes aporten los diezmos del caso, diezmos que ya lo han hecho millonario. Es que cuando se juega con las esperanzas de la gente, las necesidades de los pobres, los remordimientos de los ricos y la ingenuidad general, la fe es negocio redondo.
Provecho, predicadores fraudulentos del evangelio de la prosperidad…¡vuestra condenación y la de vuestros seguidores no tardará!
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