Por Ing° Mario A Olcese
Todos conocemos quién fue José de Arimatea, un miembro noble del concilio que entregó un sepulcro de ricos para la sepultura de Jesucristo. Dice el relato lucano, así: “Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Y quitándolo, lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto a nadie” (Lucas 23:50-53).
Tomemos nota que José de Arimatea, un singular personaje que sólo se menciona en algunos versos de los evangelios, era un varón justo y bueno que espera también, dice el verso 51 (palabra que implica que otros lo creían igual), nada menos que el REINO DE DIOS. Así que José de Arimatea esperaba el reino de Dios al igual que otros. ¿Quiénes podrían ser esos otros? Sin duda los mismos Judíos, y ciertamente los cristianos mismos. El apóstol Juan nos revela por su parte que este José de Arimatea no sólo era todo eso que dijeron Lucas y Marcos, sino que también era un DISCÍPULO DE JESUS. Leamos el pasaje: “Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús”(Juan 19:38).
Entonces José de Arimatea era un discípulo de Cristo (un cristiano) que amó tanto al Señor que se atrevió a pedir el cuerpo a Pilato para darle una digna sepultura de un rey en un sepulcro nuevo. Este José de Arimatea era Judío, un Judío converso que nunca perdió su esperanza en el Reino de Dios. Debemos entender que cuando nos convertimos en discípulos de Cristo no nos desliga de la esperanza mesiánica del reino en la tierra. Los que creen que la esperanza de un reino literal en Jerusalén es sólo una ilusión Judía, y no una esperanza Cristiana y apostólica, están muy equivocados. Aquí José de Arimatea nos deja una enseñanza, y los evangelistas no dudan de registrarlo para que lo sepamos todos los cristianos de todas las épocas: Habrá un reino venidero que se establecerá en la tierra con Cristo y su iglesia a la cabeza.
Hoy, los llamados mal llamados “discípulos de Cristo” tienen una serie de expectativas o esperanzas, pero ninguna de ellas gira alrededor del Reino de Dios en la tierra. La mayoría nos hablan de “estar con Dios y su Hijo en el cielo”, o de “partir para estar siempre con Dios en las moradas celestiales”. Esta última esperanza hubiera resultado extraña para los primeros discípulos, y en particular, para José de Arimatea, quien esperaba la venida del reino a la tierra para ser parte de él con vida inmortal.
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