Por Ing° Mario A Olcese (Apologista)
El cielo, del Griego ouranos, es supuesto por la mayoría de cristianos como el paradero final de los salvos, un lugar de bienaventuranza donde mora Dios con su Hijo Jesucristo y todos sus santos ángeles.
Millones de cristianos esperan habitar en este “tercer cielo” si cumplen con los preceptos establecidos por Jesucristo. Ellos creen que sus cuerpos se quedarán en la tierra mientras que sus almas "volarán" inmediatamente después de morir a las eternas moradas celestiales (el “shangri-Lá” de sus sueños). Estos son los “ouranómanos”, los partidarios de los viajes extracorpóreos impelidos por sus sueños de habitar en maravillosas mansiones con calles de oro transparentes y puertas con perlas preciosas muy lejos de este mundo caótico y perverso.
El cielo no es la promesa de Cristo para Su Iglesia
Aunque parezca mentira, el cielo, o la morada de los seres espíritus, no es un lugar destinado para los humanos. En las Escrituras se nos dice que el cielo es la morada de Dios mientras que la tierra es la habitación de los hombres. Es por eso que Dios la acondicionó con todo lo necesario para carnal: abundante agua, luz, plantas, vegetales, animales, oxígeno, etc, etc. Sin embargo, el diablo quiso estropear la creación de Dios, induciendo a la primera pareja a aspirar ser más que humanos—¡verdaderos dioses!
Dios hizo de la tierra un paraíso, un lugar en gran manera bueno para vivir, aunque el diablo lo ha convertido en un verdadero infierno. Dios siempre quiso que el hombre habitara la tierra, y se gozara de ella, pero el diablo ha inspirado doctrinas que promueven la huida de nuestro ser (lo que algunos llaman "el yo” o "el alma”) de este mundo hacia otra esfera superior y supra mundana. Los llamados “Gnósticos” de los primeros siglos de la Era Cristiana fueron los propulsores de esta idea pagana, pero los apóstoles no tardaron en enfrentarla como diabólica, y como tal, completamente falsa. Además, Jesús apareció para decirnos que la tierra tiene futuro, cuando aseguró a los suyos: “Bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5). Esto significa que el Señor quiere que la tierra sea habitada sólo por los mansos de este mundo, y no por los mansos y los impíos al mismo tiempo como sucede ahora.
Restaurando la Tierra
La Biblia es clara cuando nos dice que Cristo vuelve a restaurar todas las cosas (Hechos 3:19-21). Sí, él viene para hacer de este mundo un paraíso, un lugar ideal para vivir en paz y en felicidad (2 Pedro 3:13,14). El desea que este mundo vuelva a ser lo que era antes de la caída del primer hombre. Por lo tanto, si este es el bendito plan del Señor para la humanidad, ¿qué sentido tendría destruir la tierra y ser llevados al cielo? ¿Se podrían restaurar todas las cosas con una tierra desolada y sin habitantes humanos y animales?
Nosotros podemos afirmar que un selecto grupo de gente debe quedarse en la tierra para disfrutar de su completa restauración, y contemplar cómo es será la vida eterna en un paraíso sin fronteras, sin contaminación, sin maldad, sin depredación, sin enfermedades, sin guerras, sin hambres, y sin cataclismos. “He aquí que hago nuevas todas las cosas”, dice el Señor. Y Jesús, como el Señor de la nueva creación, será el rey de toda la tierra… ¡y todos los dominios de la tierra se le sujetarán y le servirán! (“Alégrense y gócense las naciones, porque juzgarás los pueblos con equidad, y pastorearás las naciones en la tierra. Selah”—Sal. 67:4)
Para que donde “YO ESTOY” vosotros también estéis
Jesús fue claro cuando prometió en Juan 14:3: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Aquí Jesús nos revela que dónde él está, nosotros también estaremos…¿y dónde estaba él?¿En el cielo?¿En Ganimedes?¿En el tercer cielo? NO! El estaba en la tierra, y más precisamente, en Jerusalén. Esta frase “donde yo estoy” ha sido pasada por alto por millones de cristianos a pesar de que hay leído ese versículo decenas de veces. Pero nunca es tarde para examinarlo bien y para aprender lo que nos revela. Contrario, pues, de lo que se viene enseñando en las iglesias, el cielo no es el límite, y no es nuestro paradero final (Juan 13:33).
La tierra será de los justos y los impíos serán erradicados.
Así que la tierra está llamada a ser un lugar renovado o restaurado como al comienzo de la creación. Dice el Salmista sobre el futuro de los justos y de la tierra de este modo: “Porque los malignos serán destruidos, Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo; Observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz. Los justos heredarán la tierra, Y vivirán para siempre sobre ella. Espera en Jehová, y guarda su camino, Y él te exaltará para heredar la tierra” (Salmos 37: 9-34).
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