miércoles, 5 de noviembre de 2008

LA ÚNICA ESPERANZA QUE TIENE LA HUMANIDAD PARA SOBREVIVIR: EL REINO DE DIOS

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)


Una Sociedad Moribunda

¿Qué nos depara el futuro? Esta pregunta es formulada por los adultos y jóvenes de hoy y de siempre. Querer saber qué y cómo será el mañana es algo natural, y más, cuando se vive en medio de incertidumbres, pobrezas, enfermedades, hambres, guerras, inmoralidades y delincuencias galopantes. Los padres quieren brindarles a sus hijos un futuro más prometedor y con menos carencias. En otras palabras, todos los seres humanos deseamos ver un mundo más justo y solidario, donde los hombres puedan vivir en armonía y en paz unos con otros. ¿Quién no sueña con una sociedad más justa en donde todos los hombres vivan contentos y sin temores? ¿Quién no anhela vivir en un mundo donde las enfermedades hayan sido vencidas, y la muerte haya sido conquistada por la inmortalidad? No creo que a nadie le plazca pensar en que la muerte algún día le alcanzará, y que lo separará de sus seres queridos. Todos los hombres tienen el deseo de vivir con salud y eternamente. Esto lo dice claramente la Biblia con estas palabras: “...y ha puesto (Dios) la eternidad en el corazón de ellos (los hijos de los hombres)” (Eclesiastés 3:11).

Ahora bien, ¿acaso Dios ha puesto en el corazón de los hombres el deseo por la eternidad, para luego hacerlos mortales? No lo creo. Dios ha puesto el deseo de la eternidad en el corazón de los hombres con el propósito de que ellos lo busquen a Él como la verdadera fuente de la eternidad. Sólo el Dios vivo y Eterno puede ofrecer la eternidad, no los mortales. Pero los hombres no comprenden que sin Dios ellos jamás podrán vivir para siempre, y que la ciencia jamás será un sustituto del único y sabio Dios, quien es la fuente de la vida. Dice la Biblia así: “Jehová mata, y él da vida; él hace descender al Seol (sepulcro), y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; abate y enaltece. Él levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra” (1 Samuel 2:6-8).

La Fórmula Secreta Para Vivir Eternamente

Los alquimistas indagaban sobre los misterios de la vida y la materia. Y los científicos de hoy pretenden ser dioses manipulando la genética de los seres vivos para “crear” vida. También hay doctores, bioquímicos, patólogos, microbiólogos y farmacéuticos que crean nuevos y revolucionarios medicamentos para combatir mortales enfermedades y así prolongar la existencia animal y humana. Hoy, en los albores del siglo XXI, la esperanza de vida es mucho mayor que hace cien años atrás. Antes, la gente moría debido a simples infecciones que hoy son fácilmente combatibles con antibióticos específicos. También hoy se habla de los avances médicos contra el flagelo del cáncer, y ya hay esperanzas de eliminar las células cancerígenas que hace diez años atrás gracias a la genética. La ciencia verdaderamente ha traído un mayor bienestar a la humanidad. No obstante, la ciencia misma ha descubierto la desintegración del átomo, y como resultado, los científicos han podido fabricar las bombas atómicas que hoy pueden barrer del planeta a todo género de vida existente en pocos minutos. Las avances científicos tienen dos caras opuestas: la prolongación y la destrucción de la vida. En realidad, se puede confiar en los avances científicos, pero también se les puede temer. Ya vemos cómo los científicos están creando nuevas armas químicas y biológicas que podrían destruir a millones de seres humanos y animales, rápida y cruelmente. También la ciencia de las comunicaciones ha avanzado tremendamente en estos últimos años, que fácilmente podemos enteramos de las noticias mundiales con sólo apretar un botón. Sin embargo, este progreso increíble de la información a través de la radio, la televisión y la computadora tiene su lado oscuro, pues también sirven para propalar veneno, violencia, corrupción y mentiras. La ciencia tiene obviamente su lado oscuro que nos preocupa mucho, y ella, definitivamente, no es la respuesta para una vida de paz segura y duradera. Pero como dice la Biblia en Eclesiastés 1:18: “Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor”. ¡Cuán ciertas son estas palabras del rey Salomón en estos días!

Ahora bien, ¿cuál es la fórmula secreta para obtener la vida feliz y eterna? La Biblia tiene la respuesta concreta y directa a esta crucial interrogante. En primer término, la vida eterna es un regalo de Dios para los que creen en él. Jesús lo dijo claramente, cuando al orar al Padre dice: “Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien ha enviado” (Juan 17:3). Aquí Jesús habla de un conocimiento o ciencia verdadera que conduce a la vida eterna---¡el conocimiento de Dios y Su Hijo! Quien conoce a Dios puede obtener la vida eterna. No es el conocimiento de la ciencia mundana sino la ciencia o gnosis (conocimiento) de Dios. Pero, ¿cuántos conocen a Jesús y a Su Padre? ¡Muy pocos!

Conociendo al Padre y al Hijo

En colosenses 1:9 descubrimos que Pablo oraba con Timoteo para que la iglesia en Colosas fuese llena del conocimiento de la voluntad de Dios. Notoriamente para Pablo, conocer a Dios era conocer Su voluntad. No es una cuestión de conocer la apariencia de Dios, sino más bien, Su carácter y voluntad. Conocer a Dios es saber qué piensa y exige Él de sus criaturas humanas. Millones andan a ciegas porque no conocen a Dios, y no entienden el porqué de su existencia en esta tierra. Es por esta infausta situación que Cristo vino a dar a conocer a Su Padre a los hombres, a través de sus hechos y enseñanzas (Juan 1:18, Juan 14:6-10). Él vino a liberarnos del diablo y de sus mentiras, pues recordemos que Jesús y Pablo señalaron a Satanás como el Padre de la mentira, y el obstructor de la verdad (Juan 8:44; 2 Corintios 4:4).

Jesús, por tanto, dio mucha importancia al conocimiento o ciencia que lleva a la inmortalidad. Es una ciencia o conocimiento espiritual que debe ser aceptado con fe y humildad; sin objeciones ni burlas. Y en 1 Timoteo 2:4, Pablo le escribe a Timoteo lo siguiente: “el cual (Dios) quiere que todos los hombres vengan al conocimiento de la verdad”. Aquí Pablo habla del conocimiento de la verdad, verdad ésta que se encuentra en Jesucristo mismo (Juan 14:6). El conocimiento de Dios y de Cristo equivale al conocimiento de la verdad. Conocer a Dios y a Su Hijo es conocer la luz, la verdad, la salvación, y la vida eterna. Todos estos puntos se concentran en el Padre y Su Hijo. Jesús y el Padre son UNO (Juan 10:30), pues ambos están unidos en voluntad y propósito. Esto significa que ambos concuerdan perfectamente y no se contradicen. Si dos no estuvieran de acuerdo, no podrían andar juntos. Lo que Jesús enseñó era la doctrina de Su Padre, y él la enseñó con mucha fe y seguridad a mucha gente.

Si uno se pregunta cuál es la voluntad de Dios para con nosotros, diríamos dos cosas básicas: 1).- Nuestra santidad de vida (1 Tesalonicenses 4:3), y 2).- Que creamos en su Hijo (Juan 6:40, Juan 1:12). El primer aspecto se refiere a nuestra vida limpia y consagrada a Dios, y el segundo se refiere a nuestra creencia en el nombre del Hijo de Dios. Pero: ¿Qué significa exactamente creer en el Hijo de Dios? Este es un punto crucial que muchos no entienden. ¿Acaso es creer que él es la Segunda Persona de la Trinidad?¿O acaso que él fue un “buen hombre” o un “Abatar”?

Creyendo en Su Nombre---Jesucristo

La Biblia dice que debemos creer en el nombre del Hijo. Se lee en el evangelio de San Juan con respecto a Jesucristo, así: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. ( Juan 1:11,12 --Ver También; Hechos 3:15,16; 1 Juan 5:13). Creer en su nombre es creer en su persona mesiánica, pues su nombre es Jesús, el Cristo (o Jesucristo). Cristo significa en hebreo Mesías (=el rey de Israel), o sea; Jesús, el Mesías o Jesús el Rey. Algunos, no obstante, creen que Jesucristo es sólo un nombre personal, y punto. Pero la verdad es que Jesu-Cristo es un nombre + un cargo o rango. El punto es éste: ¿Creemos que Jesús es el Mesías o rey de Israel prometido? En Mateo 16:15,16 vamos a encontrar a Pedro reconociendo a Jesús como el Cristo ( ó Jesu-Cristo). Dicen así los versículos bíblicos: “El (Jesús) les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: TÚ (Jesús) ERES EL CRISTO, EL HIJO DEL DIOS VIVIENTE”. En otras palabras, Pedro creyó que Jesús era el Cristo ó Jesu-Cristo. Él había creído en el nombre de Jesús, es decir, que Jesús era el Mesías de Dios. En otra ocasión Jesús tuvo que soportar la deserción de muchos de sus seguidores porque dejaron de creer en él debido a sus duras declaraciones. Entonces Jesús les dice a sus apóstoles: “¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente” (Juan 6:66-69). Nuevamente nótese que los apóstoles habían creído que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. O sea, habían creído que Jesús era el Cristo, o Jesu-Cristo. Habían creído en su nombre completo: JESUCRISTO (o Jesús el Cristo), EL HIJO DE DIOS. Esto significa, en buena cuenta, que Cristo es el REY DE ISRAEL, el Mesías o Cristo esperado. Desgraciadamente, millones de cristianos nominales no saben realmente qué significa el nombre y título: Jesucristo--- ¡Pero Ud. ya lo está comprendiendo!

El Significado de “Hijo de Dios”

Vimos arriba que Jesús es el Cristo o Mesías. Esto equivale al nombre y al título: Jesu-Cristo. Los discípulos habían creído en el nombre y título ‘Jesucristo’ en todo su alcance o extensión. Ahora bien, el título Hijo de Dios equivale igualmente a su rango de Cristo o Mesías. Esto quiere decir que la frase “Hijo de Dios” corresponde al título de Rey de Israel. Veamos algunas citas bíblicas:

1.- En Mateo 16:15,16 leemos que Pedro admite que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Es decir que el título Hijo de Dios tiene correspondencia con el título Mesías o Cristo, el futuro rey de Israel. No olvidemos que Dios le promete a David, que su hijo Salomón será su sucesor en el trono, y que se convertirá, al mismo tiempo, en Su hijo (de Dios) (1 Crónicas 28:5,6). De modo que un hijo de Dios tenía el rango de rey de la dinastía de David. El Hecho de que Cristo sea el Hijo de Dios tiene ese mismo parentesco dinástico ciertamente. Es decir, que Cristo tendrá, como Hijo de Dios, y de David, el derecho de heredar su trono y reino (de David) en un futuro. En Mateo 1:1 encontramos la verdad inobjetable de que Jesucristo desciende del rey David, su padre ancestral.

2.- La relación Hijo de Dios y Rey de Israel se deja ver en las siguientes palabras de Natanael a Jesús: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). Creer, por tanto, en el Hijo de Dios, es creer en que él es el futuro Rey de Israel. Desafortunadamente, son pocos los cristianos hoy que creen realmente que Jesús será el futuro rey del reino de David, en Israel. Aquí hay definitivamente un asunto que los cristianos de hoy deben meditar seriamente. Y es que creer en el Hijo de Dios, llamado Jesucristo ( o Jesús el Cristo), es creer que él, como Mesías, volverá en persona a Israel para restaurar el reino de rey David, el cual está temporalmente suspendido todavía desde 586 a.C. (Leer Lucas 1:31-33). Esto significa que Israel será una monarquía como la Jordana (su vecina), pero además, será teocrática.

3.- En Marcos 15:32 encontramos nuevamente la relación Cristo/ Rey de Israel en las palabras de los escribas y sacerdotes. Dice así el versículo en cuestión: “El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos...”. Es claro, entonces, que cuando Pedro admitió primero que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, lo que estaba aceptando era que Cristo es el Rey de Israel, el prometido Mesías esperado. En buena cuenta, Pedro había mostrado su fe en el rey de Israel, Jesucristo, a pesar de que éste no vino con ejércitos o con un poder militar bien armado. Su fe fue grande en realidad, porque aceptar a Jesús como el Rey esperado, siendo pobre, y sin poder militar, sería muy difícil en circunstancias tan especiales. Pero hoy, los que niegan esta verdad de un Cristo que reinará en Jerusalén, no se dan cuenta que están torciendo el correcto sentido hebreo-cristiano de la palabra Mesías o Cristo, y no comprenden la confesión de fe de Pedro registrada en Mateo 16:16.

El Significado de “Señor”

Nosotros usamos frecuentemente el titulo “Señor” para los hombres. Decimos: “el Señor Juan”, “El Señor Pérez”, “el Señor Presidente”, “el Señor Alcalde”, “Su Señoría”, etc. Pero en el caso de Jesús, el título “Señor” tiene una connotación hebrea muy particular. San Pablo dice que hay efectivamente muchos señores, así como hay muchos dioses. No obstante, Pablo concluye que sólo hay UN SEÑOR y UN DIOS VERDADEROS (Véase 1 Corintios 8:5-6). Preguntémonos, ¿en que sentido Jesús es el único Señor?¿Qué significa “Señor” en su caso? Necesitamos saber de qué se trata su señorío en el sentido hebreo. Felizmente la Biblia nos da mucha luz al respecto. En Lucas 2:11 se nos habla del nacimiento de Cristo, de este modo: “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”. Aquí hay un anuncio celestial del nacimiento de un bebé que es Salvador, Cristo y Señor. Acá el señorío de Jesús está relacionado con su mesianismo. Es decir, Cristo es el Señor porque es el príncipe que está llamado a ser el rey de Israel. Señor, en su caso, implica más que Amo, implica Majestad y Soberanía. Él es el Rey esperado para tomar el trono de David, su ancestro, en Jerusalén. Nótese que el profeta Zacarías, hablando sobre la futura gloria de Sión, dice: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de jubilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna...y hablará paz a las naciones, y su SEÑORÍO será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra” (9:9,10). Observemos que el Señorío de Cristo tiene que ver con su poder y autoridad sobre el mundo entero. Acá se habla del futuro reino de Cristo, cuyo poder y dominio será mundial, y él será el Soberano sobre los reyes de la tierra ( Ver Apocalipsis 1:5).

Además, es interesante lo que dice el profeta Miqueas sobre el nacimiento de Cristo, y su posterior señorío sobre Israel, con estas interesantes palabras: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será SEÑOR EN ISRAEL, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (5:2). Nótese que el profeta Miqueas habla de “UN SEÑOR EN ISRAEL”. Esta es una profecía que no sólo anuncia el nacimiento de Jesús en Belén, sino su futuro reinado sobre la nación de Israel. El evangelista y apóstol Mateo se refiere a la misma profecía de Miqueas de arriba, y la cita en su evangelio, así (compárelo por favor): “Y Tu Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un GUIADOR (ó REGIDOR) que apacentará a mi pueblo Israel” (Mateo 2:6). Entonces: ¡Señor es igual a Guiador o Regidor de Israel!

Evidentemente, Jesús no ejerció su función de regidor del pueblo de Israel, ya que los suyos (los judíos) no le recibieron cuando se presentó ante ellos personalmente hace dos milenios (Juan 1:12). Sin embargo, esta función la tendrá que cumplir cuando regrese nuevamente a la tierra, con sus ángeles de su poder (Mateo 25:31,34). Pablo dice que el reino de Jesucristo está indefectiblemente asociado con su manifestación en gloria ( Ver 2 Timoteo 4:1).

El Reinado de Jesucristo en Israel: Su Trascendencia

¿Qué importancia tiene el hecho de que Cristo será el regidor de Israel?¿Afectará este gobierno de Cristo sobre su pueblo, el mundo entero? La Respuesta la encontraremos en la misma Palabra de Dios, la Biblia. El profeta Daniel vislumbró una Era o Edad gloriosa en la cual un Rey y su reino cambiarían el mundo, y traerían la paz y la justicia a los pueblos. Es necesario leer todo el capítulo dos de Daniel, y en especial, el verso 44, que dice: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. Sí, Dios levantará un gobierno monárquico y teocrático que dominará sobre los demás reinos o gobiernos de la tierra, y que se hará prominente y duradero por mil años. Está es la última escena del drama de la historia de la raza humana. Un solo gobierno mundial dominante en la persona del Hijo de Dios... ¡y la destrucción de los malvados e incorregibles! (Salmo 37).

Es indiscutible que el hombre es esencialmente político; pues éste ha buscado siempre el bienestar para él y los suyos. Sí, por milenios los hombres han luchado por su supervivencia, y han anhelado una justicia social para todos. Otros han buscado hacerse poderosos, y dominar sobre los débiles; erigiendo pueblos y naciones prósperas que dominan sobre otros pueblos más débiles para explotarlos. Los resultados han sido las revueltas, los descontentos, los derramamientos de sangre, y mil males más. Aún hoy, los pueblos más oprimidos buscan que no se les explote más, y desean el cambio radical del orden de cosas imperante, y una justicia social auténtica. Los bancos y grupos económicos poderosos se enriquecen más y más a costa de los más pobres de las naciones más endeudadas del planeta. Desgraciadamente, las deudas de los países más pobres se hacen impagables, y año a año se acrecientan más y más hasta oprimirlos demasiado. Los políticos ya no saben cómo salir de este problema, y los pueblos ya no pueden soportar las cargas fiscales que pesan sobre ellos. Los pobres exigen un cambio, y por eso el reino de Dios es para ellos (Santiago 2:5).

Sin una justicia real y global, jamás podremos esperar que haya una paz verdadera en la tierra. Parece que esta justicia social jamás se producirá, porque los ricos son cada vez más codiciosos de dinero y poder, y no les interesa para nada el sufrimiento de los desposeídos. Estos ya están de antemano condenados por Dios, a menos, claro, que se arrepientan a tiempo. Dice Santiago 5:1-6 de los ricos: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla, vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia”. Lo que se condenó hace dos milenios, se condena aún hoy. Además, el socialismo también fracasó en sus intentos de cambiar esta injusta situación social, porque el problema está en el hombre mismo, quien desgraciadamente se encuentra alejado de Dios y de Su voluntad, y además, está sumido en sus bajas pasiones. Así lo revela Santiago 4:1 con estas palabras: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?¿No es de vuestras pasiones, los cuales combaten en vuestros miembros?”. Entonces, La tarea consiste en cambiar al hombre para que se rinda a Dios y le obedezca. La separación del hombre de su Dios lo ha llevado a la ruina y al fracaso. Jesús dijo que apartado de él el hombre nada podía hacer (Juan 15:5).

En la profecía de Isaías, el profeta nos anuncia una era maravillosa en donde todos los males e injusticias de la tierra desaparecerán, cuando Dios mismo tome las riendas del poder de este mundo a través de su Cristo. Dice así el profeta Isaías: “Lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén. Acontecerá que en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (2:1-4).

Aquí el profeta nos habla de una era maravillosa en donde los conflictos bélicos desaparecerán por completo. Será una edad en donde Dios dominará sobre los pueblos a través de su Cristo, el futuro rey de Israel. Sobre este Cristo venidero, el profeta Hageo nos dice lo siguiente: “Y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos” (2:7). Efectivamente, vendrá el Deseado de todas las naciones, el hombre ideal para gobernar a los pueblos con equidad. Además, véase que Dios llenará de gloria su casa, o sea, el nuevo templo que habrá en la ciudad de Jerusalén.

Jesús Vino a Anunciar su Reinado Milenario

El propósito de la primera venida de Jesucristo fue precisamente el de anunciar la cercanía de su reinado milenario en Jerusalén. En Lucas 4:43 él reveló la razón por la cual Dios lo envió al mundo hace dos milenios: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado”. Esta verdad es trágicamente ignorada por millones de “cristianos”--- Imagínese amigo lector: ¡Millones de cristianos no saben para qué vino Cristo al mundo hace dos milenios! Pruébeselo usted mismo, preguntándoles sobre el motivo de su venida al mundo, a los que se enorgullecen de ser cristianos, ¡y usted se sorprenderá de escuchar diferentes respuestas! Ahora para usted, lector, queda claro que Jesucristo vino con un propósito definido---el de anunciar su reinado milenario en Israel. A este anuncio de su reino milenario judío, Jesús lo llamó: “El Evangelio del Reino”. Es por eso que Jesús comienza su ministerio predicando ese reino (Marcos 1:1,14,15) y también lo finaliza dando más detalles del mismo a sus discípulos más íntimos (Hechos 1:3).

El Reino de Dios es el mensaje que trajo Cristo al mundo, el cual se encuentra delineado en toda la Biblia, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamentos. Es por eso que los eruditos en Biblia reconocen que el Reino de Dios es el tema central de la Biblia, y es el mensaje central de Cristo y sus apóstoles. En Lucas 8:1 leemos de la predicación apostólica, así: “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él”. En el capítulo 9 de Lucas, y verso 2, leemos además: “Y los envió (Jesús) a predicar (a sus apóstoles) el reino de Dios, y a sanar a los enfermos”.

El Reino de Dios significará la solución de todos los males de nuestra sociedad, pues Jesucristo regirá con equidad el mundo con su iglesia leal, desde la ciudad de Jerusalén. En la Parábola de la Diez Minas de Lucas 19:11-27, leemos que los discípulos creyeron, por un momento, que el reino de David era inminente cuando vieron a Cristo entrar en Jerusalén, la ciudad del Rey. Pero Jesús, en el verso 12, les explicó que él primero tenía que regresar al cielo para recibir un reino y luego volver para restaurarlo.

En otra oportunidad, cuando Cristo aparece ya resucitado, los discípulos siguen conversando con él sobre su reino por espacio de cuarenta días (Hechos 1:3). De ese “seminario intensivo” acerca de su reino milenario, surgió una pregunta de los discípulos: “¿Señor, restaurarás el reino a Israel en este tiempo”? (Hechos 1:6), y Jesús sólo se limita a responderles que el tiempo sólo lo sabe Dios (v.7).

Entonces el tiempo de la restauración del reino de David sólo lo sabe Dios, y esto significa que es imposible dar una fecha exacta o aproximada de este magno suceso que conmocionará el mundo. Lo cierto es que ese reino o gobierno de Cristo se inaugurará cuando, y sólo cuando, él regrese por segunda vez a la tierra desde los cielos. En Mateo 25:31,34 Jesús explica este asunto del reino, y revela lo siguiente: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria...entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”.

Buscando el Reino de Dios y Su Justicia

¿Qué debe estar buscando un verdadero cristiano?¿el cielo? o ¿qué? El Señor Jesucristo responde esta pregunta de la siguiente manera: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Y también dijo que pidiéramos, en la “oración modelo del Padre Nuestro”: “Venga tu reino”, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). En esta parte de la oración del “Padre Nuestro” Jesús enseña que pidamos por la venida del reino de Dios---¿para qué? ¡Para que se haga la voluntad de Dios en la tierra, así como se hace en el cielo! Pero definitivamente la voluntad de Dios no se está haciendo cabalmente en la tierra como se hace en el cielo. En el cielo no hay rebeliones, guerras, hambres, injusticias, pecados, contaminaciones, y cosas como éstas; de modo que vendrá el día en que la voluntad de Dios sí se hará completamente en la tierra como se hace en el cielo. La tierra será un pedacito de cielo. No obstante, millones que rezan el “Padre Nuestro”, no saben lo que están pidiendo cuando repiten aquella parte de la oración que habla de la venida del reino, y desafortunadamente se han convertido en repetidores autómatas. Insistimos nuevamente que tales orantes no saben qué es eso que Jesús nos mandó a pedir: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

En la Biblia siempre encontraremos un interés profundo por la venida del reino de Dios. Por ejemplo, José de Arimatea, un discípulo de Jesús, quien cedió un pedazo de su tierra para sepultar a Jesús, también esperaba el reino de Dios (Marcos 15:43). Y aquel joven que fue invitado por Jesús a seguirle, y que le pidiera permiso para sepultar primero a su difunto padre, Jesús le dijo: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tu vé, y anuncia el reino de Dios” (Lucas 9:59,60). Y otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia tras, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:61,62). Y a un joven rico, Jesús le exigió que repartiera sus riquezas a los pobres, y que una vez hecho eso, le siguiera para ganar la vida eterna (Mateo 19:16-25). Cuán evidente es el hecho de que la anunciación del reino de Dios era---y es--- algo de suma importancia que supera a todos los intereses temporales de esta vida.

Los judíos, contemporáneos de Jesús, estaban a la espera del reino de Dios, o de la restauración del reino de David, a través del Mesías esperado. En esos tiempos los romanos habían subyugado al pueblo judío, y los tenían oprimidos y explotados. Antes de la venida de Jesús, hubo cierto grupo de judíos llamados: “los zelotes”, que habían provocado revueltas con el propósito de liberarse del opresor extranjero, pero fueron aplastados. En Masada, cientos de revolucionarios judíos prefirieron suicidarse antes de caer en manos de sus enemigos. Pero el fracaso de los zelotes no desanimó a los judíos patriotas, pues siguieron esperando por la aparición del Mesías con su fuerza armada poderosa que le pudiera hacer frente al invasor europeo. Sin embargo, cuando apareció Jesús como el Mesías, sus paisanos judíos no podían aceptarlo, puesto que su manifestación como un hombre humilde, no podía ser la de un rey libertador. Les era imposible creer en ese pretendido Mesías que venía a su tierra sin un ejército poderoso y victorioso. Su rechazo fue automático, implacable, y sin meditación de las profecías de las Escrituras.

Jesús les había explicado a sus paisanos judíos que todo lo escrito en las Escrituras tendría que cumplirse en él(Lucas 24:44). En la sinagoga de Nazaret, Jesús hizo mención de la profecía de Isaías ---en el capítulo 61--- que hablaba de su misión para su primera venida. Pero Jesús sólo leyó el primer verso, y parte del segundo, y luego cerró el libro, a pesar de que éste contenía once versículos. ¿Por qué no leyó Jesús todo el capítulo 61 de Isaías? Es claro que Jesús sólo vino a cumplir una pequeña parte de esa profecía Mesiánica en su primera venida, la cual no decía nada de una revolución militar para derrocar al invasor de ese entonces. Su misión sería más bien la de ser ungido para proclamar el evangelio a los pobres; a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos (por el diablo, Col.1:13), y vista a los ciegos (físicos y espirituales), a poner en libertad a los oprimidos (por el diablo), y a predicar el año agradable del Señor. No obstante, los judíos entendieron que esto tenía que ver con su liberación del yugo romano, la cual, de hecho, no ocurrió en su primera venida. Entonces esa liberación fue una de carácter espiritual y moral, y no de una potencia extranjera dominante. Ya en su segunda venida, o segunda presentación personal, él cumplirá con el resto de las profecías concernientes a su misión en la tierra. Estas profecías por cumplirse incluirán la verdadera liberación del yugo opresor que tendrá Israel nuevamente en el fin de los tiempos de los gentiles, y el consiguiente reestablecimiento del antiguo reino monárquico-teocrático de David en ese país de Dios.

Jerusalén---la Ciudad del Gran Rey Davídico

Hoy en día los judíos ortodoxos están esperando aún la primera venida de Cristo---la cual es la Segunda para los cristianos. Cuando Jesús venga con todo su poder, entonces los judíos por fin creerán en él (Romanos 11:25-28). Para ese entonces, Jesús volverá a su país Israel para liberar a su pueblo de sus enemigos árabes, camitas (los asiáticos), y Jafetitas (los europeos) que se habrán reunido para combatir contra el Mesías que ha regresado. Jesús regresará justo a tiempo cuando, los poderes de occidente y del oriente se hayan congregado para luchar contra el pueblo hebreo, con la finalidad de borrarlos del mapa. Esto lo predijo David en el Salmo 83:1-18, Zacarías 14:11,12, Ezequiel 38, etc. Hoy vemos cómo la nueva nación de Israel está constantemente amenazada por sus vecinos enemigos, sufriendo intimidaciones y atentados terroristas por parte de los palestinos principalmente. La iglesia católica, encabezada por el Papa Juan Pablo II, está promoviendo la internacionalización de Jerusalén, en vez de que siga siendo una ciudad soberana de los judíos, desconociendo así flagrantemente lo profetizado por Dios, en el sentido de que Jerusalén es la ciudad de del Dios bíblico, y de su Cristo (Mateo 5:33-35). Jamás Dios la prometió para los iraquíes, griegos, iraníes, romanos, sirios, libios, turcos, palestinos o alemanes inconversos. Jerusalén es la ciudad de YHWH y él la prometió a Abraham y a su simiente (singular)(Génesis 13:15; 15:18, Gálatas 3:16,29).

También Jesús predijo que Jerusalén sería pisoteada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan (Leer en seguida Lucas 21:24). No es de extrañar lo que ha venido ocurriendo con Jerusalén en los últimos 2,500 años. Todo lo que le ocurre ahora estaba profetizado por los profetas y por Cristo mismo. Pero llegará el día en que “Los tiempos de los gentiles” se cumplan para dar paso a los tiempos de los judíos. En esta oportunidad, la bendición del mundo vendrá de los judíos (Juan 4:22), de aquellos verdaderos hijos de Abraham, los hijos de la fe. El Señor Jesús, el judío por excelencia, será el líder de la nueva Era Venidera de justicia, la cual él inaugurará con sus elegidos de todos los tiempos: los que esperaron en él y creyeron en su nombre.

Israel es el “reloj de Dios”, pues lo que ocurre en esa pequeña nación hoy nos orienta y nos da más luz de lo que está por acontecer en el mundo entero. Desde el renacimiento del estado judío el 12 de Mayo de 1948, los estudiantes de la Biblia están conscientes de que el regreso de Jesús en gloria no se tarda, pues Jesús explicó en Mateo 24 que la generación final que viera cumplirse todo lo profetizado por él en ese capítulo de Mateo, le vería venir también a él en gloria, y serían testigos del reestablecimiento de su reino en Jerusalén (Mateo 24:34).

Es Necesario Nacer de Nuevo para Ver y Entrar en el Reino

Jesús le dijo al Fariseo Nicodemo que era necesario que él “naciera de nuevo” para ver y entrar en su reino (Juan 3:3-5). Sin duda, Nicodemo se quedó perplejo con tal exigencia del Maestro, y le volvió a preguntar: ¿cómo podría nuevamente entrar en el vientre de su madre y nacer siendo viejo? A lo que Jesús le contestó que debía más bien nacer de otra forma: de agua y del Espíritu.

El agua, si bien se refiere muchas veces a la Palabra de Dios, pues ella lava como el agua (Juan 15:3, Efesios 5;26), no obstante, en este caso, Jesús se refería al bautismo por inmersión para recibir el Espíritu Santo (Véase Hechos 2:38). Vemos, por ejemplo, a Felipe, un discípulo prominente de Jesús, predicando el evangelio del Reino y el nombre de Jesucristo, y bautizando a sus creyentes (Hechos 8:12). El bautismo era una práctica común para ser parte de la iglesia de Cristo, y en consecuencia, para ingresar en el reino de Dios (Hechos 2:38-47). Y finalmente, la gran comisión de Cristo dada por él mismo, poco antes de su partida al cielo, fue: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15,16). ¡El bautismo sigue siendo una exigencia para ser salvo aun hoy! (Ver también 1 Pedro 3:21).

Reyes en el Reino de Cristo

Una vez que los creyentes se bautizan, son ungidos por el Espíritu Santo para ser reyes en el reino de Cristo. Así como Jesús fue ungido por el Espíritu Santo para ser el Rey del reino venidero de justicia, los creyentes son igualmente ungidos (=cristos) como Jesu-Cristo para también regir como reyes en el mundo de mañana (Véase 2 Corintios 1:21). Los creyentes de todas las épocas, en el reino milenario de Cristo, tendrán una responsabilidad importante en el gobierno de las naciones de esta tierra. Veamos algunos pasajes de la Biblia:

Apocalipsis 5:10: “Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”. Apocalipsis 2:26: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones”. Mateo 19:28: “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”. Isaías 32:1: “He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio”. Salmos 122:5: “Porque allá (en Jerusalén) están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David”.

Todos estos pasajes nos muestran que los cristianos están llamados a conformar un nuevo gobierno mundial divino que traerá la paz y la justicia verdaderas a la tierra. Nosotros, como Jesús, hemos nacido para tener la oportunidad de cambiar los destinos de este mundo malo, si creemos en Cristo y en su evangelio del reino de Dios. Jesús quiere que hoy los hombres se identifiquen con él y su causa, y se hagan miembros de su “partido” por llamarlo mundanamente. Este partido es su iglesia verdadera y mesiánica. El desea formar hombres probos y limpios que hayan vencidos las tentaciones mundanales, tal como lo hizo Jesús en su vida terrena para hacerlos reyes de su reino milenario (p.e Mateo 4). Él está llamando a los nuevos dirigentes de la nueva sociedad que inaugurará al volver con sus ángeles a la tierra. Hoy debemos mostrar si somos idóneos para el reino, por medio de “no mirar hacia atrás”. Recordemos a la mujer de Lot (Lucas 9:62; 17:32). Hoy es el día de la salvación (Ver 2 Corintios 6:2). Hoy es el día en que tu vida puede tener futuro. Hoy es el día en que puedes construir tu inmortalidad. Decídete por Cristo y su reino y serás dichoso para siempre.

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