miércoles, 5 de noviembre de 2008

JESUCRISTO: EL HIJO DEL REY DAVID

Ingº Mario A Olcese (Apologista)

Una Verdad Ignorada por Millones

En Mateo 1:1 se registra que Jesucristo es el hijo de David. Pues bien, ¿Qué importancia tendría que Jesús descienda del célebre rey David? La mayoría de cristianos no tiene ni la menor idea del porqué de esto, y aún los más entendidos yerran. Es hora que los verdaderos cristianos comprendan el verdadero significado de esta casta real, pues por algo lo menciona el evangelista y apóstol San Mateo. Obviamente Jesucristo es de “sangre azul”, un príncipe de Judá, un sucesor y heredero del rey David.

Pues bien, siendo que Jesús es el descendiente del rey David, él sin duda tiene el derecho de heredar su reino cuando éste se restaure en Jerusalén a su regreso en gloria, y acompañado de sus ángeles (Mateo 25:31). Aceptemos que Dios efectivamente restaurará el reino de David en Israel, y que Cristo estuviese en la tierra para ese entonces: ¿a quién pondría Dios sobre el trono de David? A Jesús, ¿no le parece? Además, con los excelentes pergaminos que ostenta Jesucristo, Dios no titubearía en asignarlo o nombrarlo como el nuevo rey judío. Pues sorpréndase: ¡Dios ya lo asignó como tal hace 2 mil años! Tome nota de lo que dijo Pedro al respecto: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Ahora vayamos por partes aquí: ¿Qué significa el hecho de que Jesús haya sido hecho por Dios: Señor y Cristo? Aquí nuevamente los más de los cristianos vuelven a fallar. Sus respuestas suelen ser tan variadas y contradictorias. Y cuando se les pregunta específicamente a los creyentes “cristianos” acerca del significado de la palabra CRISTO, ellos generalmente no responden de la misma forma cómo está explicado en la Biblia. Esto es sorprendente e inaudito entre aquellos que dicen ser de “Cristo”.

El Significado de la Palabra CRISTO

En Lucas 23:2 leemos: “Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey”. Pues bien, aquí está la verdadera explicación de lo que significa Cristo, es decir: UN REY. En el caso de Cristo: “el gran rey” (Mateo 5:33-35). Por tanto, cuando Pedro dice que Dios hizo a Jesús---CRISTO, lo que quiso decir era que lo hizo REY, un rey que aún no reina en el reino de David, pues Jesús mismo afirmó que su reino no era de este mundo o era maligna (Juan 18:36). Como dice The Zondervan Pictorial Enciclopedia of the Bible col. 1, pág.171: “...Porque era costumbre ungir a los reyes, la frase “el ungido del Señor” llegó a ser sinónimo de rey”. También es interesante leer Marcos 15:32, donde dice: “El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz”. También Juan 1:41,49. Cristo, por tanto, se asocia con el término rey.

La palabra Cristo, del hebreo Mesías, significa “el ungido”. El agente ungido de Jehová: Los reyes de Israel fueron ungidos con aceite en el nombre de Dios, que simbolizaba su investidura con el Espíritu de Dios. El término Mesías fue usado más tarde para determinar a un “rey venidero”, a un esperado líder majestuoso de la descendencia de David que restauraría el reino a Israel. Un rey que haría todas las cosas nuevas, consagrado como el vicegerente de Jehová (Yahweh) en Israel. Este hijo de David, quien era esperado con expectativa por la nación judía, era el Mesías (Cristo) por excelencia, un término que ha sido interpretado en griego por Cristos. (Ver The New American Bible Dictionary & The Zondervan Pictorial Enciclopedia pf the Bible vol.2, pág.344).

El Significado de la Palabra SEÑOR

El término Señor en el caso de Cristo es indicativo también de REY. Por ejemplo: En 1 Samuel 24:8 leemos lo siguiente: “También David se levantó después y saliendo de la cueva dio voces detrás de Saúl diciendo: ¡Mi Señor el rey!”.

También el término Señor para Jesús es sinónimo de Rabí (Maestro). Hay un ejemplo excelente en Juan 4:11. Aquí hay una mujer Samaritana que conoce recientemente a Jesús, pero él no se presenta aún como el Mesías. Ella lo ignora totalmente. Sin embargo ella se dirige a Jesús como Kyrios (Señor).

“La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo”.

La palabra en este pasaje es Kyrios. Es aplicada a Jesús, y es usada como señal de respeto, como Señor.

Habiendo hecho estas dos necesarias atingencias, vamos a reseñar cómo las Escrituras nos presentan a Jesús como el Rey que vendrá a la tierra para restaurar el reino suspendido del rey David. Es necesario que los cristianos (o mesiánicos), retomen su expectativa en el Mesías venidero, y prediquen su esperanza mesiánica a todos los hombres de la tierra. Cuando decimos “esperanza mesiánica” nos referimos a la esperanza de la venida de nuestro rey que reinará (o regirá) en el mundo desde la ciudad capital de Jerusalén. Comencemos primero con una promesa que Dios le hizo al rey David hace aproximadamente tres milenios.

El Pacto de Dios con el Rey David

Dios le anunció el evangelio o buenas noticias a David por intermedio del profeta Natán, diciendo: “Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 Samuel 7:12-16).

Esta profecía es dual a todas luces. Nótese que Dios le asegura a David que Él afirmará su reino. También le dice que afirmará el trono de su reino, el cual será estable eternamente. Ahora bien, en esta profecía se hace alusión a Salomón por un lado, quien se encargó de edificar casa a Su nombre (el de Dios). Esto lo hizo Salomón al edificar el templo---“el templo de Salomón”. Este fue magnífico y esplendoroso. A este rey castigaría Dios si no le fuere leal y recto.

El otro lado de la moneda es que el trono de David aún no ha venido a ser estable eternamente. La prueba la tenemos cuando vemos que ya no existe el trono de David en Jerusalén. Salomón mismo cayó en pecado y fue reprochado por Dios. Al morir él, sus hijos disputaron su trono, el cual produjo la división del reino en dos: Las tribus del norte y las del sur. Más adelante el templo sería destruido. Pero nótese el dualismo profético. Aquí aparece un personaje que será Hijo de Dios, y cuyo trono y reino verdaderamente serán estables eternamente. Esto nos lleva a concluir que el reino davídico “resucitará” o será restaurado nuevamente como antaño. No hay otra salida posible.

Una Profecía Bíblica Pasada por Alto

La prueba bíblica que confirma la restauración del reino de David la encontramos en Ezequiel 21:25-27. Esta fue una profecía declarada al último rey davídico impío que tuvo Israel en el año 586 A.C. Dice Así: “Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto. A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré”. Compare con Lucas 1:32,33.

Esta profecía nos lleva a la conclusión de que aparecerá un descendiente de David que retomará el trono, el reino, y la ciudad de David para reinar sobre el pueblo hebreo. Este personaje será el Hijo de Dios y el hijo de David. A este Mesías (Ungido), repito, se le dará el trono, la tiara, y la corona de David para que restaure el reino de aquel célebre rey en Jerusalén. Y recuerde, el reino de David era el reino de Dios. Luego: ¡El Reino de Dios será restaurado a los Israelitas! Compruebe usted cómo la Biblia afirma tajantemente que el reino de David era el mismísimo reino de Jehová Dios en 2 Crónicas 28:5. Por tanto, cuando Cristo predicaba el reino de Dios, él estaba anunciando la restauración del reino de David a los Israelitas o judíos (Hechos 1:6,7). El rey venidero de Israel vino a “confirmar las promesas hechas a los padres”, incluyendo a David (Romanos 15:8). Nótese que Pablo dice que Jesús vino a confirmar (revalidar o corroborar) las promesas de Dios---¡No a cancelarlas o cumplirlas! Su cumplimiento o restauración sería para su segunda venida (Hechos 3:20,21).

Jesucristo es Hijo de Dios e hijo de David

Muy pocas personas se han puesto a reflexionar de que Cristo es el Hijo de Dios y también de David, en la carne. También son pocas las personas que han reflexionado seriamente en el anuncio completo del ángel Gabriel a María, el cual incluía: “Y este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32,33). ¿Se da cuenta usted de la relación que tiene este anuncio angelical, con la promesa que le hizo Dios a David en 2 Samuel 7:12-16? ¡Es claro! Jesús será el rey que restaurará el reino “suspendido” de David en Jerusalén. Jesús mismo afirmó que Jerusalén ES (no fue) la ciudad del gran rey (Mateo 5:33-35). Además, Jesús mismo le había admitió a Pilatos que él había nacido para ser el verdadero Rey judío o Mesías (Juan 18:37).

La Expectativa Mesiánica del Pueblo Hebreo

Debido a las promesas mesiánicas de una futura restauración del reino davídico en Jerusalén, es lógico esperar que cuando los paisanos y discípulos de Jesús le vieron ingresar a Jerusalén (la ciudad de David, la sede de su trono) empezaran a exclamar con razón: “¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!¡Hosanna en las alturas! Y entró Jesús en Jerusalén...! (Marcos 11:10,11).

Estamos viendo que los seguidores de Jesús creían que Cristo restauraría inmediatamente el reino de David en Jerusalén. En Lucas 19 Jesús se ve precisado a pronunciar la Parábola de la Diez Minas, pues los discípulos creían que el reino se manifestaría inmediatamente. Nótese que el verso 11 de esta parábola NO tenía como fin recalcar que el reino jamás se restablecería en Jerusalén, sino más bien, el de enseñar básicamente que dicha anhelada restauración no sería inminente, sino para su segunda venida en gloria. Jesús enseñó que primero tenía que ir al cielo para recibir la autoridad del Padre, y luego volver (Lucas 19:12). Volver para regir el mundo desde el trono de David en la tierra prometida a Abraham y a su descendencia (Ver Génesis 13:15;15:18; Gálatas 3:16,29; Mateo 25:31,34).

Pero lo más interesante de todo---y que desgraciadamente pocos advierten--- es la pregunta final de los discípulos a Jesús que está registrada en Hechos 1:6. Esta dice así: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. Aquí vemos la esencia de toda la predicación de Jesús: La restauración del reino davídico a los Israelitas creyentes en general. Aquí está la pregunta que resume todo lo enseñado por Jesús para el futuro. Pero los “cristianos” contemporáneos sostienen que la pregunta de los discípulos estuvo errada, pues pensaban en un reino nacional y no “espiritual”. ¡Pero Jesús nunca los corrigió o amonestó por semejante “inoportuna y torpe” pregunta! Él sólo se limitó a decirles que el tiempo de la tan esperada restauración nacional del reino davídico sólo Dios lo sabía (Hechos 1:7). Pero desgraciadamente este punto muchos cristianos no lo entienden en verdad debido a sus ideas preconcebidas, y prejuicios antisemitas. La iglesia Católica es la responsable de ello. Ella ha transferido el reino nacional judío al ámbito de lo “espiritual”. Para los católicos el reino es la iglesia misma católica, el cuerpo místico de Cristo. Pero para aceptar esto habría que mutilar muchos versículos de la Biblia que hablan de una futura restauración nacional del pueblo hebreo y de su reino davídico, resultando así una Biblia ininteligible y recortada. Pero nosotros creemos que la iglesia es más bien la heredera del reino futuro que se inaugurará en la tierra (Mateo 25:34). He aquí algunas razones por las cuales el reino no es la iglesia: Primero, no se puede ingresar en el reino de Cristo con nuestros cuerpos de “carne y sangre” (1 Corintios 15:50); en cambio, a la iglesia de Cristo los hombres sí pueden entrar con cuerpos de “carne y sangre”. Segundo, a la iglesia ingresan los recién bautizados, los cuales aún son “niños espirituales” y que requieren crecer en la fe a través de las enseñanzas impartidas por los líderes (Pastores y maestros---Hechos 2:41, Efesios 4:11-16). En cambio, para ingresar en el reino milenario de nuestro Señor Jesucristo, es necesario haber crecido en la fe y haber perseverado hasta el final de nuestra carrera cristiana (2 Pedro 1:5-11, Hechos 14:22).

La Expectativa de los Cristianos

La expectativa de los cristianos es la expectativa que tuvieron los fieles hebreos del Antiguo y Nuevo Testamentos. Ya el apóstol Pablo había dicho que sólo hay una sola esperanza de nuestra vocación (Efesios 4:4). También él dice: “que son israelitas, de los cuales son (no eran) la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4). además Pablo afirma que los injertados (creyentes gentiles) en el buen olivo (el pueblo israelita) se nutren de su rica savia (los pactos y promesas que Dios hizo con los padres---Romanos 11:17,18). Jesús, por su lado, dijo que “la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22). Esto significa que los judíos tienen un lugar de preeminencia sobre todos los pueblos, pues dice Pablo: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios” (Romanos 3:1,2).

La Biblia enseña que si bien todos los hombres han pecado (judíos y no judíos), no obstante Dios sigue tratando con su pueblo Israel de manera especial. Pablo afirma que “Dios no ha rechazado a su pueblo al cual desde antes conoció” (Romanos 11:1,2). Y si bien es verdad que muchos hebreos resultaron infieles, un remanente permaneció fiel para recibir los pactos que Dios hizo con sus padres de antaño. Pactos que aún están pendientes para cumplirse, entre los cuales están la herencia de la tierra prometida, y la permanencia del trono de David con Cristo reinando desde Jerusalén con su iglesia.

La iglesia Católica siempre mantuvo que Israel, como nación, quedó destituida de todos sus derechos como pueblo elegido de Dios. Enseñaron que la “nueva Israel” es la Iglesia que ellos llaman: “La Santa Madre Iglesia Católica”. Esto no es verdad, pues trastoca las promesas hechas a los padres del Antiguo Testamento resumidas en Génesis 13:15;15:18; 2 Samuel 7:12-16, y que fueron confirmadas por Jesús (Romanos 15:8)

La Iglesia de Cristo

El pueblo de Dios es el pueblo de la fe. Inicialmente los fieles bíblicos hebreos (de raza) fueron el pueblo de Dios y Su nación escogida. En el Nuevo Testamento vemos a hebreos de raza---convertidos a Cristo---como miembros de la iglesia mesiánica. Esta iglesia mesiánica hebrea era Su pueblo. Luego vinieron los no judíos a la fe y se añadieron a la iglesia Mesiánica Hebrea (o el verdadero pueblo escogido Hebreo). Los no judíos se volvieron hebreos por adopción y por fe (Romanos 2:28,29). El pueblo hebreo escogido estaba ahora compuesto por hebreos naturales (de raza) y hebreos por adopción o nacionalización. Los creyentes hebreos siguieron siendo Hebreos, y los no Hebreos convertidos a la fe se tornaron en Hebreos (o judíos) por adopción. Pablo explica que por la fe, los dos pueblos (judíos y gentiles) son uno, de modo que ambos ya pertenecen a la CIUDADANÍA DE ISRAEL (= ciudadanía Judía)(Efesios 2:11-18). La ciudadanía Israelita no desaparece sino que permanece, y los no judíos se hacen parte de la ciudadanía Hebrea por la fe en Cristo (Gálatas 3:7,16,29). La nación de Israel sigue viva como nación, la cual está ahora compuesta por gentes que se constituyen en “hijos de Abraham (=hebreos naturales y adoptivos)” por identificarse con su fe (Gálatas 3:7,9,29). Ya dentro de la iglesia o pueblo escogido de los Hebreos, no existe la clásica distinción de “judíos y gentiles”, pues ambos grupos de creyentes son todos ahora judíos (o Hebreos) e hijos de Abraham por la fe (La verdadera Israel de Dios).

El punto es que la Israel de Dios (el pueblo de Dios) es un pueblo eminentemente judío o Hebreo. Los gentiles son ahora considerados por Dios como judíos por su fe en Cristo y en las promesas que Dios le hizo a Abraham y a su descendencia (Jesucristo). Los no judíos han sido injertados en el tronco del olivo Hebreo para nutrirse de la promesas que Dios le hizo a los padres Abraham, Isaac, y Jacob, y al rey David. Los no judíos son considerados como judíos para Dios, y en consecuencia, tendrán todos parte en el reino mesiánico judío que restaurará el rey judío Jesucristo. La salvación, dijo Jesús, viene de los judíos (Juan 4:22). Rechazar a los judíos es rechazar la salvación. Sin los judíos no habría futuro.

Jesucristo Volverá para Reinar desde Israel

¿Para qué regresa Jesús al mundo? Pues, ¡para sentarse en el trono del rey David, su ancestro! Esto lo reveló Jesús mismo en Mateo 25:31,34. Él dijo que volvería con sus ángeles para sentarse en su trono de gloria. Él había anunciado ese magno momento en varias ocasiones, cuando habló de su parusía o segunda venida. En Juan 14:2,3 Jesús habló que volvería para estar con nosotros en el lugar donde estaba antes de partir al cielo. Nótese la frase “para que donde yo estoy (Jerusalén) vosotros también estéis” (verso 3).

Antes Jesús había afirmado que su reino no era de este mundo o era maligna gobernado por el diablo y sus agentes. Por eso, cuando sus seguidores estaban esperando el reino mesiánico, Jesús enseñó que para participar de él, primero era necesario “nacer de nuevo” (Juan 3:3,5). Este renacimiento tiene que ver con la transformación de nuestros cuerpos mortales. El apóstol Pablo enseñó que “carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). En buena cuenta, cada creyente tendría que experimentar la misma transformación que tuvo Jesucristo al resucitar. El dejó de ser “carne y sangre” (=mortal) para convertirse en un ser humano inmortal que no requeriría de sangre para vivir sino del Espíritu de Dios en él. Recordemos que el Jesús resucitado no pudo tener sangre pues la había vertido en la cruz del calvario. En realidad Jesús sólo tenía “carne y huesos” pero no sangre (Lucas 24:39). El fue resucitado o vivificado en el espíritu o por el Espíritu de Dios en él (Romanos 8:11).

Los cristianos estamos llamados a participar del reino de Cristo (Lucas 12:32, Apocalipsis 3:21, Lucas 22:29), y para lograr esto, primero seremos transformados a la semejanza de Cristo. Los creyentes esperan con anhelo el retorno de Cristo, pues es la bendita esperanza de todos los mesiánicos (Tito 2:13). Y decimos que es la bendita esperanza porque su retorno significará la salvación de todos los creyentes (Hebreos 9:28; 1 Pedro 1:5). A su vez, la salvación significará nuestra entrada en el reino milenario de Cristo con vida eterna (Estudie este texto con cuidado: Lucas 18:18-26).

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