miércoles, 5 de noviembre de 2008

MUCHOS PARECEN AÚN NO ENTENDER LA PARÁBOLA DE LA DIEZ MINAS

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)


Introducción

En Lucas 8:10 Jesús dice: “A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan”. El Señor frecuentemente hablaba en parábolas a las gentes para que aquellos que no eran partidarios suyos no los pudieran entender. Las parábolas tenían como finalidad revelar el reino de Dios a los creyentes y no a los incrédulos. Pero muchos aún dentro del mundo cristiano no logran entender lo que Cristo quiso enseñar en la parábola de la Diez Minas de Lucas 19:11-27. Aquí leemos esto: “Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. 12 Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. 13 Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. 14 Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. 15 Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. 16 Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. 17 El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. 18 Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. 19 Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. 20 Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; 21 porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. 22 Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; 23 ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? 24 Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. 25 Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. 26 Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.27 Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí”.

En esta parábola los discípulos se apresuraron a creer que la venida del reino de Cristo era inminente porque lo veían entrar en la ciudad del gran rey (Mateo 5:33-35). Jesús se ve precisado a enseñarles que él es el hombre noble que tiene que partir primero al cielo para recibir un reino y luego volver a la tierra. Mientras durara su ausencia, sus discípulos tendrían que trabajar por la causa del reino y multiplicar sus “minas”. Aquellos que recibieron 1 mina y produjeron otras 10 minas, recibirán 10 ciudades. Aquellos que recibieron 1 mina y produjeron 5 minas, éstos recibirán 5 ciudades.

Dominio sobre ciudades enteras

En la parábola que acabamos de mencionar, Jesús volverá al mundo nuevamente para tomar cuentas a sus mayordomos por sus obras y para recompensarlos si es que han sido fieles, o para castigarlos en el caso que hayan sido negligentes. Aquellos que fueron leales a sus responsabilidades recibirán un número de las ciudades para gobernarlas. Esto parece irreal para muchos cristianos. ¿Cristianos gobernando ciudades cosmopolitas de la tierra? ¿Cómo puede ser posible eso si vamos a vivir como angelitos alados en el cielo con Cristo y tocando un arpa o lira de oro?¿Cómo es que podemos ser gobernantes sobre naciones que supuestamente serán destruidas por el reino de Cristo? Esto parece un cuento de hadas para muchos, o simplemente es una alegoría de algo supramundano. Sin embargo, cuando nosotros escuchamos lo que el Señor le dice a Juan a través de su ángel en Apocalipsis 2:26,27, la promesa literal no cambia en absoluto. Los versos dicen: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, 27 y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” (Apocalipsis 2:26,27). Nótese que los creyentes leales tendrán autoridad sobre las naciones, las cuales serán regidas con vara de hierro. Esto no es una fábula, es lo que realmente se nos promete de manera clara y literal por todos lados en la Santa Escritura.

Los tronos de los príncipes

En Isaías 32:1 se nos habla que un rey y sus príncipes reinarán con justicia sobre el mundo: He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y en otro pasaje vemos que este rey y sus príncipes recibirán el reino y dominarán la tierra. Dice Daniel 7:13,14, 27: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. 14 Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido… 7:27 y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán”. Aquí se observa que primero el Hijo del hombre (Cristo) recibe de Dios el dominio, la gloria y reino para que todos los pueblos, naciones, y lenguas le sirvan. Luego, a la iglesia se le otorga ese mismo privilegio para que los pueblos y naciones se sometan a ellos. De modo que la parábola de las Diez Minas, tomadas de manera literal, se conforma perfectamente con todos los otros pasajes que nos hablan de un reino o un gobierno mundial de Cristo y sus seguidores leales.

Los Tronos estarán ubicados en Jerusalén

David dice algo interesante en el Salmo 122:2-5: “Nuestros pies estuvieronDentro de tus puertas, oh Jerusalén.3 Jerusalén, que se ha edificado como una ciudad que está bien unida entre sí.4 Y allá subieron las tribus, las tribus de JAH, Conforme al testimonio dado a Israel, Para alabar el nombre de Jehová.5 Porque allá están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David”. Aquí proféticamente David está hablando del lugar dónde se asentarán los tronos de los gobernantes del reino de David. Tal vez no sean todos los tronos los que se asienten allí, pero sabemos que el gobierno de Cristo será mundial y representantes suyos tendrán sus tronos respectivos en lugares ideales. De todos modos, sea donde estén todos los tronos de autoridad del reino de Cristo, lo cierto es que no estarán en el cielo o en otro planeta. Y es que la Biblia es clara cuando dice que Cristo reinará ENTRE los hombres y que los mansos heredarán LA TIERRA (Mat. 5:5).

En conclusión, la parábola de las Diez Minas no encierra un significado oscuro o incierto para la iglesia del Señor. Su mensaje es claro como el agua cristalina, y no hay razón alguna para alegorizar lo que Cristo enseñó como algo realista y necesario para nuestro mundo en caos y confusión.

Este mundo necesita un cambio radical, un cambio que los políticos de este mundo no logran conseguir. Ellos no pueden mantener la paz y la armonía entre los pueblos porque sencillamente ellos no son los llamados para hacerlo. Es Cristo y su gobierno mundial, o también llamado “El Reino de Dios”, el que logrará convertir las armas en maquinarias e implementos agrícolas, y eliminará, al mismo tiempo, la fuente de todos los males que es el mismo Satanás y sus demonios, los gobernantes de este siglo malo. Esta es la razón por la cual los políticos más lúcidos no pueden conseguir una sociedad ideal, porque sencillamente no tienen el poder y la autoridad para destronar a las fuerzas inicuas que gobiernan este mundo desde el aire. Al respecto dice Pablo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Todos los esfuerzos humanos para conseguir la tan anhelada justicia fracasarán porque los hombres mismos quieren endiosarse y prescindir de Dios… ¡y de sus leyes! Estos no entienden o desconocen que Dios es el único que realmente puede traer la paz y la felicidad a la tierra a través del reinado de Su Hijo perfecto, Jesucristo.
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Las palabras de Juan en Apocalipsis 20:4,5 no son alentadoras: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años”.
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